POV Madeline Phil
El portazo resuena en todo el pasillo y ni siquiera me estremezco, estoy demasiado enojada como para sentir algo más que eso. No puedo creer que ese doctorcito engreído, perfeccionista y mente cuadrada, me haya dicho eso.
Después de un año. Después de tanto. Después de haberle dedica tiempo, interés y esfuerzo.
Porque sí. Fue un inmenso esfuerzo para mí sacar tiempo en medio de horas de ensayos, en medio de pruebas de sonidos, de prácticas vocales y de baile. Mi demandante tiempo eché a un lado, todo para que esto funcionara, para que a pesar de la distancia lográramos pasar al siguiente nivel.
«Y qué recibo».
Él me dio indicios de quererme, de querer algo más que una relación a distancia. Sé que en momentos puntuales, cuando normalmente hablamos del futuro, él me da a entender que no está de acuerdo con lo que hago detrás de sus palabras elocuentes y cultas, pero jamás, jamás, me había hecho sentir inferior por mi profesión.
«¿O sí lo hizo y yo de tan ciega por la ilusión no me di cuenta? O mejor, ¿debería ser sincera conmigo misma y aceptar que era consciente de esta posibilidad?».
Resoplo con molestia.
Solo yo soy la culpable de haber acabado así, soportando ese juicio que quise convencerme no existiría. Rompí todas mis reglas por Zeus West y de qué me sirvió. Recibí a cambio su verdadera opinión de mí, esta frustración que no creo se me pase pronto, porque el cabreo que tengo es bien grande y está lejos de menguar.
Avanzo por el pasillo con mis manos en puños, sintiendo mi rostro caliente debido a la impotencia, dispuesta a largarme de este maldito lugar de una vez. Es mejor marcharme que terminar discutiendo con un hombre perfeccionista que no piensa más allá de su mente cuadrada y quisquillosa.
—¡Madeline, espera! —brama detrás de mí, pero no volteo—. ¡Madi, detente! ¡¡Carajo, detente!!
«¿Madi? ¿Ahora sí me llama así después de haberle insistido por meses?».
Le muestro el dedo medio sin mirarlo y llego al ascensor, maldigo la hora en que debo esperar a que las puertas se abran. Sé que viene detrás de mí, escucho muy bien cómo me llama y también escucho sus pasos acercándose, corriendo, y mi furia se incrementa.
—Por favor, Madeline, escúchame, déjame explicarte.
Me volteo con un rápido movimiento que lo toma desprevenido.
—¿¡Qué me vas a explicar!? ¿No te basta con lo que acabas de aceptar? ¿Con lo que me acabas de decir? ¿Vas a seguir presionando en la herida? Ahórrate lo que sea que tengas que decir —espeto con cólera en la sangre.
Intento alejarme, pero él me toma del brazo y me pega a su cuerpo. Me sacudo, gruñéndole como si fuera una fiera, hasta que logro soltarme y por supuesto que marco distancia.
«Y no es que Zeus tenga más fuerza que yo, para nada, pero agradezco que me haya soltado».
Además, si él me ve como una cualquiera, no tengo que mostrarle lo mejor de mí. Le daré esa versión en la que él insiste en mantenerme.
—Madeline, no es lo que crees, no me hice entender.
Suelto una carcajada bastante exagerada, que no tiene nada de divertida.
—Oh, no, “Doctor, perfección”, usted se explicó perfectamente —replico con ironía—. A tus ojos soy solo una puta, lo dejaste bien claro y no pienso hacerte cambiar de criterio.
Zeus me mira como si quisiera sacudirme y hacerme callar, pero contiene su temperamento antes de soltarse. Agradezco que se controle, que no me venga con el cuento de que “soy el hombre que le gusta imponer para que todo quede perfecto”. Que no me joda con eso ahora, porque no responderé.
—No es así. Yo quise decir...
—Ni se te ocurra negarlo, no ofendas mi inteligencia. —Lo señalo con un dedo acusador, interrumpiendo lo que sea que me haya querido decir y avanzo un paso—. Te molestas porque respondo comentarios en las r************* , te atreviste a quitarme el móvil solo porque te carcome. Te niegas a ver algo más entre nosotros solo porque me da la gana bailar cada noche, porque lo disfruto, porque es lo que amo hacer. ¿No te sientes tú así por la medicina, acaso? Es tu pasión y esto es…
—No es lo mismo —me interrumpe con voz dura.
«Ay, por favor».
Ruedo los ojos y sacudo mis brazos hacia arriba.
—¡Claro que no, “Doctor Quisquilloso”! La suya es una profesión digna de mención, la mía solo deja en claro lo bajo que puedo caer, ¿no es así?
Me rindo, no tengo ganas de discutir. Doy media vuelta y otra vez intento alejarme.
—Mejor no digas nada más, solo quedas peor —siseo entre dientes.
Y siento una vez más el agarre del brazo, pero esta vez, cuando intento alejarme, no me deja. Zeus me pega a su pecho con fuerza, haciéndonos quedar cara a cara. Debo alzar la mirada para poder verlo a los ojos; esos ojos negros que están echando fuego, mientras que sus facciones están endurecidas y las venas de su cuello se hacen cada vez más presentes.
—¡Escúchame, carajo! —gruñe, obstinado—. No es así. No te veo como estás pensando.
—¡Entonces ten los pantalones para decirme lo que realmente deseas decirme! —bramo.
Mi pecho sube y baja, mi respiración está acelerada, así como los latidos de mi corazón. No estaba en mis planes esto. Mi mente y mi corazón planificaron otra cosa con respecto a este viaje y oír con palabras elocuentes de que soy una puta, no estaba en la lista.
—¿Acaso el doctor West se ha quedado sin palabras? —inquiero con una sonrisa bastante falsa—. ¿O no tiene pantalones para asumir sus burradas?
—No te atrevas a hablarme de esa manera, Madeline. Cuida ese tono.
—El silencio dice más que mil palabras.
—No es silencio, es solo que me cuesta verte bailar para otros —habla al fin—. Me hace hervir la sangre de solo imaginar que todos esos piensan cochinadas cuando te ven arriba del escenario, que te piensan de formas que solo yo quiero ver. Yo y nadie más —sentencia, aun cuando acaba de perder todos los derechos que le cedí—. ¿No te das cuenta? Si no quiero que bailes es solo porque me frustra saber que cientos de hombres te desean. Me carcome que todos ellos miren lo que es mío. ¡maldita sea, Madi! Me obstina al punto de hacerme perder la cordura, que todos esos hombres que pagan por el show te verán, carajo.
—¿Y tu sentimiento de territorialidad te da derecho a juzgarme?
Mi pregunta lo deja en jaque. Lo veo en sus ojos, en su garganta, porque su manzana de Adán sube y baja debido a lo que ha tragado. Las facciones de su rostro siguen endurecidas, sus ojos negros, que parecen dos bolas de fuego, no dejan de verme, no dejan de hacerme sentir fría ante su imponente mirada. Y aún con los latidos de mi corazón revolucionados, no le bajo la cabeza, en cambio, subo mi mentón con altanería, esperando una respuesta. La cual, parece, ya ha sido respondida.
—¿Sabes qué? Vete al carajo, Zeus.
Ingreso al maldito ascensor, dispuesta a largarme de aquí. Me giro y aprieto el botón, mirándolo a los ojos sin ánimos de bajarle la mirada.
—¿Así es como piensas irte? —me pregunta entre dientes—. ¿Así es como piensas acabar lo nuestro?
—¿Acaso realmente hubo un “lo nuestro”? Según tus propias palabras, no —cuestiono enarcando mi ceja—. Para ti, siempre fui la amiga, la compañera. La puta que baila, por la que no tienes que pagar, ya que todo te lo enviaba gratis y de buena gana.
Le mantengo la mirada y no se la bajo, sintiendo la ira efervescente en mis venas. Tengo veinticinco años y por primera vez, desde que comencé a ver al sexo puesto con interés, conozco a un hombre que no es solo es, sino un toro arrinconado que amenaza con llevarse a quien sea por el medio.
No es que haya conocido a muchos, pero uno con mente tan cuadrada, quisquilloso y perfeccionista, como Zeus West, jamás.
—Madi, sal ahora del ascensor.
Ladeo mi cabeza.
—Solo Madeline para usted, doctor West.
—Si te vas, asumirás las consecuencias de tus actos —sentencia.
Mi sangre hierve más. Me acerco a la puerta y la detengo con la palma de mi mano.
—Si me dejas ir, asumirás tú las consecuencias de los tuyos —declaro, con los dientes apretados y la advertencia en mi tono.
Son ocho años de diferencia, pero no soy una idiota manipulable. Me yergo con mi espalda recta, dejando de ser impedimento para que las puertas se cierren, y retrocedo. Lo hacen con él fulminándome con sus ojos negros y el golpe se hace presente, pero no me sorprende. A leguas se le veían las ganas que tenía de estallar en cualquier momento.
Retrocedo y pego mi espalda al cristal, llevando mis manos a mi vientre, dejando salir el aire que no sabía que tenía retenido. Mi corazón sigue martillando mi pecho con fuerza. No sé si es la impotencia o las consecuencias de la desilusión que acaba de estrellarme en la cara.
Siento el escozor en mis ojos, aprieto mis dientes con fuerza y tomo aire para no comenzar a chillar aquí como una tonta.
Esto era predecible, aunque me negaba a considerarlo. Vine de Las Vegas a Nueva York por un hombre, no es algo que haga habitualmente, o nunca.
Ariel me lo advirtió y yo lo defendí. Me creí especial durante un año entero para alguien que, al final, terminó considerándome menos solo por bailar. Por hacer lo que me gusta y lo que considero mi mayor pasión.
Salgo del edificio directo a mi auto. Un puto auto que compré exclusivamente para moverme del aeropuerto hasta acá. Solo por él, nada más para verlo a él y quedé bien payasa al final de la noche. De una noche que parece eterna.
Saco las llaves de mi bolso, entro al auto y lo enciendo sin perder tiempo. Me ajusto el cinturón y mientras lo hago, también marco a mi hermana para conversar con ella. Activo el altavoz.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunto sin darle tiempo a hablar—. ¿Ya estás planificando mi show de mañana?
—No te fue bien —afirma y yo no la contradigo—. Entonces tuve razón todo este tiempo…
—Me fue horrible —confieso.
—Te lo dije —espeta molesta—. Te dije que no valía la pena. Te dije que ese hombre solo estaba jugando contigo, Madi. ¿Te hizo algún daño?
«Me llamó puta de manera elegante, pero solo eso».
Acelero, yendo directo al aeropuerto.
—¿Acaso bailar es un delito? —inquiero con burla.
«Mejor reírme que llorar».
—Madi… —dice mi nombre y también dice otras palabrotas más—. ¡Te lo dije! ¡No tenías que seguir con ese juego! Te lo advertí una y otra vez y mira, tuviste que chocar con la realidad tú misma para…
—Ariel, no estoy para tus sermones en este momento —la corto tajante y calla—. Te amo, te amo muchísimo, pero justo ahora no necesito a la hermana sobreprotectora. Yo necesito a la Ariel que se ríe de los momentos que merecen lágrimas, de los que es mejor enfrentar con risas… —susurro y dejo salir un suspiro—. ¿Puedes ser esa Ariel justo en este momento?
El silencio de su parte se hace presente en la línea y yo lo rompo, acelerando un poco más el motor al tomar la autopista que da hacia el aeropuerto.
—Un juego de gemelas sería divertido —comenta en tono jocoso, haciéndome sonreír un poco—. Eso lo hará ver qué él perdió más. Y eso lo digo en serio. Piénsalo, ¿quieres que se retuerza tanto de la rabia que el doctorcito crea que tenga la presión alta?
La risa malvada que deja salir me contagia a mí también.
—Un juego de gemelas me animaría bastante —hablo al fin—. ¿Usarás el rojo?
—Usaré el rojo y a Max. Ya que me vino a visitar, vamos a ponerle sazón al juego.
Suelto una gran carcajada ante su malicia. De las dos, ella es más vengativa.
—Voy hacia el aeropuerto, así que nos veremos en un par de horas.
—Y te aseguro que antes de que aterrices en Las Vega ya todo estará hecho. Además, recuerda lo que siempre te he dicho.
—“Mañana será un mejor día” —cito, con una sonrisa triste que ella no está viendo, pero que estoy segura que justo ahora se ve como yo—. Te amo, Ari.
—Y yo a ti, Madi.
Me despido de mi gemela y me concentro en llegar a mi destino.
El cúmulo de emociones que tengo dentro de mí aumenta con cada notificación de mensaje que tiene nombre y apellido. Personalicé el timbre para darle prioridad a él, a pesar de estar ocupada.
«Hasta eso hice y salí con las tablas en la cabeza».
Mi corazón se descontrola aún más cuando una llamada de él se hace presente, iluminando la pantalla de mi móvil y haciendo tambalear mi mundo. Decido no responderle, pero él decide seguir y seguir llamando, insistiendo. Como el molesto impertinente, puntilloso y fastidioso que es.
«¡Te odio, doctor quisquilloso!».
Obstinada decido contestar.
—“La persona con quién desea hablar está bien lejos de usted, ya que fue considerada menos a causa de su pasión. Se le agradece pautar una previa cita si desea verla nuevamente, de lo contrario, confórmese con mirar de lejos”
Cuelgo sin darle tiempo a responder, apago el móvil y lo tiro en el asiento, dejando salir mi frustración como mejor lo he hecho desde niña. Gritando.
«Si no llama por orgulloso, lo hará por obstinado».
Ya veremos cómo reacciona cuando caiga en el juego que le tengo preparado.