El sonido de la alarma retumba en toda mi habitación, pero no me espanto, ya estoy acostumbrada. Estiro el brazo sin sacarlo del cobertor y busco mi móvil en algún espacio sobre la superficie de la mesa de noche. Lo toco, lo sostengo y regreso mi brazo bajo el cobertor para apagar la bendita alarma de gatitos maullando que tengo configurada desde hace más de un año, cuando la oí por primera vez. Soy una amante de los animales, quisiera tener una granja, de ser posible, o un jardín enorme donde pueda correr con un perro, un gato o una vaca detrás de mí. Pero, lamentablemente para este ser humano que ama a los animales en todos sus tamaños y especies, no puedo tener uno aquí en el pent-house. «Bueno, sí puedo, pero debido a mi intenso horario, no podría cuidarlos como quiero». Tampoco es