Ella lloraba, sentía una furia incontenible en su cuerpo. Sarah Ziegler tocó su mano.
—Mi hijo no está, Sierra volverá pronto a Australia por su trabajo, nos hemos quedado solas, Maddie, por favor, no te entregues al dolor y al odio, debemos encontrar nuestra paz, incluso si es de rodillas, rezando.
La joven mujer cerró sus puños, apretó su quijada con odio, sus ojos observaron la cruz que colgaba de lo alto del altar, cerró los ojos, lágrimas calientes rodaron por su rostro.
—Estaremos bien, Sarah —dijo, se puso de pie, caminó afuera de la iglesia.
Era una misa más a nombre de Albert Ziegler, su amado Berti.
Madison se culpaba, cada día desde hace quince, cada vez que despertaba. Ese día, ella iría por él, pero la estúpida tormenta la retuvo más tiempo en Allegany. Tuvo que esperar en esa fiesta de amigas, para ir a recogerlo, pero Berti que era especialista en desesperarse, salió antes de tiempo, y sucedió el cruel incidente.
La mujer caminó varias calles, cuando quiso retroceder descubrió que se alejó suficiente.
«Debería ser una pesadilla, él era mi todo, yo no tenía nada, ahora de nuevo me quedo sola», pensó.
Sarah se acercó a ella, volvieron a casa.
Vivían en una gran mansión antigua en Genesee, cerca del colegio que Sarah dirigía.
Maddie caminó hasta el cementerio, un terreno dentro de la misma propiedad, el viento frío de noviembre agitó sus cabellos.
Observó la lápida, decía su nombre, en julio cumpliría diecinueve años, nunca más lo haría, ella se arrodilló frente a la tumba.
—Juro por mi vida, Berti, tu muerte no quedará impune, ese hombre está preso, pero algún día, si el destino lo quiere, él saldrá. Yo nunca dejaré que él sea feliz, haré de su vida un infierno sobre la tierra, no dudes que tu nombre será vengado, ¡Jackson Lusiak padecerá hasta querer estar muerto!
Los ojos de Madison estaban enrojecidos, brillando con la rabia en ellos. Su corazón se sentía pesado, la llovizna cayó.
Sarah se acercó a ella.
—Llora, mi niña, el dolor nunca es eterno, eso me lo enseñó la vida, ahora el cielo es gris, luego, algún día, verás el sol brillar de nuevo.
—¡Nunca! Mi vida terminó, Sarah.
La mujer sonrió, Madison no sabía porque había paciencia y dulzura en su rostro, era imposible concebirlo para ella. La mujer acarició su rostro.
—El dolor no se va del todo, dolerá siempre, pero menos, lo suficiente para que sigas viviendo feliz por el resto de tus días, confía en mí, ¿Sabes? Todo lo que pierdes es un paso que das, algún día, lo que pierdes vuelve a ti, aunque no como lo esperabas.
Madison cubrió su rostro, sollozó, se sintió como una niña pequeña, lloró hasta que su pecho dolió, no pudo respirar, lloró hasta que no hubo más lágrimas para llorar.
Siete años después
—¿Por qué no estás festejando? ¡j***r! He visto pocos hombres salir de esta prisión, pero tú, eres el único que no es feliz de escapar de esta mierda.
Jack sonrió con desdén
—No me importa, en realidad, no me importa nada.
—¿Buscarás a tu hermano?
Jack negó.
—No creo que quiera verme, la última vez dijo que me fuera al infierno, además, me quitó todo mi dinero, ya no tengo nada, no soy nadie en el mundo, cuando salga, me rascaré con mis propias uñas.
Bridy rio burlón.
—¿Y qué? ¿Acaso no te sientes capaz? Oye, hermano, te vi pelear siendo un niño de papi, pero defendiste tu vida, rompiste dientes y huesos, derramaste sangre, mírate ahora —señaló al espejo—. Nunca serás el mismo que fuiste, pero serás mejor que eso, no tengas miedo, sobrevivir a la cárcel de Genesee es una osadía, tú, llegaste lejos.
Jack miró su rostro, asintió despacio. Birdy tomó su toalla, salió a darse una ducha.
Él siguió mirando su reflejo. En realidad, no se reconocía, tenía una pequeña cicatriz en la ceja derecha que le daba un aire de duro, tenía barba oscura, tatuajes que cubrían sus brazos y espalda, esa lágrima que le obligaron a tatuarse recién entrando.
Tragó saliva al verla, aún dolía ese recuerdo, como ayer.
«Flashback:
Fue sostenido de brazos y pies, lo llevaron hasta esa silla, temió lo peor, gritó, chilló, juró que daría dinero, nadie hizo caso.
Un hombre trajo esa máquina, comenzó su tortura.
—Tranquilo bebé rico, no seas llorón, es una orden, pagaron mucho por esto, necesitas una lágrima para llorar. ¿Sabes que significa una lágrima debajo del ojo?
Jack sudaba frío, se retorcía como un animalito asustado.
—Es la marca de que mataste a un humano en este mundo, es la marca de que eres un ¡Asesino!
Jack gritó de dolor, quejándose, nadie lo ayudó, nadie hizo nada por él»
Volvió al presente, se estremeció al recordarlo.
—Está bien, saldré de este lugar, eso es todo, comenzaré de nuevo, no soy el único hombre que lo ha logrado, lo haré.
Estaba por ir a darse una ducha, cuando vio al celador Carey llegar.
—¿Y tú sucio amigo?
—En la ducha.
—Que se prepare, le tocará pelear.
Los ojos de Jackson se abrieron enormes ante sus palabras.
—¿Qué has dicho? Birdy nunca pelea.
—Ahora que te vas, no tenemos buenos peleadores, él será nuestro nuevo golpeador estrella, claro, si le sobrevive a Thunder.
Los ojos de Jack se abrieron enormes, negó con angustia.
—No pueden hacer eso, ¡Bridy no aguantará!
Carey echó una carcajada al aire.
—Bueno, chico, entonces apuesta contra tu amigo, ganarás buena plata —el hombre se largó burlón.
Otro celador apareció, Birdy regresaba vestido con su pijama.
—¿Qué pasa? Te has puesto pálido.
—Jackson Lusiak, tienes visita, apúrate.
Jackson y Bridy se miraron con duda, Jack solo recibió una visita en siete años, su hermano, nunca más volvió, ahora ni siquiera era una hora para visitas.
—¿Será tu hermano?
Jack no lo supo.
Siguió al celador.
Llegó a la sala de visitas, vio a un hombre de perfecto traje oscuro inmaculado, una sonrisa falsa, y unos papeles en la mano.
—¿Qué quiere? ¿Qué hice ahora? Dígalo de una vez, ¿Es una trampa para que no me dejen salir?
El hombre sonrió ante su recelo.
—Señor Lusiak, estoy aquí para hacerle un ofrecimiento.
Él frunció el ceño, confuso.
—Habla rápido, la paciencia no es mi virtud.
—Sé que al salir de aquí no tiene a donde ir, hay una mujer que le ofrece dinero, trabajo, comida y hospedaje.
Él arrugó su gesto, estaba desconcertado.
—¿A cambio de qué? —exclamó desconfiado
—De que sea su esposo por contrato.