Camila despertó sobresaltada al sentir que alguien la examinaba. Su primera preocupación fue por Anton, el niño al que tanto quería.
- ¿Cómo está Anton? – preguntó de inmediato sin importar su propia salud o estado.
- Tranquila. – dijo el hombre de mediana edad que la atendía, obligándola a que se recostara.
Era alto y de cabellos oscuros. De ojos azulados y facciones nítidas. Su voz era agradable y por lo que sintió también era ruso. Era el doctor privado de la familia Romanov.
Tuvo que poner en a Camila un yeso en la pierna derecha y un soporte en el cuello. Ella tuvo algunas fracturas por la caída.
-
Anton fue llevado al hospital, está siendo atendido en estos momentos. – informó el hombre.
- ¿Está grave? – Camila se sentía culpable, recordando el incidente y pensando que todo podría haber evitado.
- No por el golpe… - musitó el doctor mientras revisaba los ojos de Camila con una linterna especial. – Camila, ¿Cuándo fue la última vez que te atendió un médico?
Camila lo pensó y la respuesta fue nunca. Ella tenía que curar de sus heridas e incluso la de los pies cuando se lastimaba. Siempre era agua caliente con sal para prevenir infecciones y acelerar la cicatrización.
Al no tener registro médico, Cansino tomó el historial de una de sus hijas y sólo cambió el nombre por el de Camila. La vendió asegurando que era una muchacha sana.
El doctor ordenó cerrar el ojo derecho, Camila obedeció. El hombre hizo un movimiento de golpe con el puño en el ojo izquierdo, ella no llegó a pestañar porque sólo observó una silueta nublosa moverse por el espacio. El hombre sólo pudo respirar con algo de intranquilidad y cierta lástima.
- Camila, tu ojo izquierdo está perdiendo visibilidad. Tengo que llevarte al laboratorio y realizar pruebas para ver su estado. Mandaré una orden con los Romanov.
- Por favor no. – habló ella de inmediato.
Había perdido el 50% de su visión en ese ojo hacía tres años. Fue el resultado de un golpe que recibió cuando resbaló mientras buscaba leña en la loma. Ese fue el día en que se enfermó gravemente y estuvo al borde de la muerte. También fue el día en que alguien la encontró y la llevó en los brazos.
Nadie quiere una muchacha ciega, era inservible y por eso guardó silencio ante su familia y Larissa cuando le preguntó de su salud. Si se enteran lo más probable era que la lleven a la cárcel por mentirosa o la vendan de nuevo como lo hicieron en su familia.
De la cintura donde había hecho un bolsillo en los vestidos sacó la piedrita que le regalo la mucama en la vieja casa.
- Tenga. – dijo Camila al entregarla al hombre.
Él observó, no era cualquier piedra, era una perla de alto valor. La tomó entre sus manos para apreciarla y admirarla, frunciendo el ceño en el proceso. Sin embargo, luego devolvió la perla a Camila.
- No voy a tomarlo. – habló con voz honesta. – sé que los Romanov son algo diferentes que implica temor, todos ellos son más fríos que Rusia, pero todos ellos tiene una razón para serlo. – el doctor se puso de pie dispuesto a marcharse, pero antes entregó una orden y tarjeta. – en esta semana el día que puedas ve a mi hospital, personalmente te atenderé, y prometo no decir nada al respecto. La perla te servirá para comprar las medicinas. Tú la necesitas más que yo.
Camila asintió con alivio al escuchar sus palabras. Podía percibir la bondad en los ojos del hombre. Antes de que se marchara, pensó en hacerle una pregunta.
- ¿Sabe quién me trajo hasta aquí?
- No. Cuando yo vine ya descansabas sobre la cama. Pregunta a alguien del servicio, quizás fueron ellos. – respondió el médico extendiendo una sonrisa. Le parecía una chica admirable y carismática.
Antes de salir Madelin entraba en la habitación. Se saludaron cordialmente y luego despidieron amigable.
Madelin caminó hasta estar frente a Camila, estando ahí le informó.
- El amo Rupert vendrá esta noche.
Camila no dijo nada, presentía a lo que iba ir.
Después de dar la noticia, Madelin cerró las cortinas de las ventanas, apagó la luz y abandonó la habitación, cerrando la puerta tras de sí. El silencio y la oscuridad envolvieron a Camila, quien comenzó a contar los segundos. Era desesperante no poder escuchar los pasos de Rupert, como si él quisiera atormentarla con el tiempo.
El corazón de Camila se paralizó cuando escuchó los pasos acercarse, y la puerta se abrió revelando la imponente figura de Rupert. Sus pasos eran pesados como su respiración, y su colonia se hacía presente en el ambiente.
Antes que Camila hablara para disculparse, Rupert la tomó del mentón con cierta fuerza.
- ¿Tienes idea del por qué cuidamos a Anton?, ¿Tienes idea del por qué mi hermano no puede estar sin supervisión?, ¿Lo tienes Camila, tienes una maldita idea? – cuestionó con dureza que por poco sus ojos brillaban a través de las gafas.
- No, amo. – respondió ella tratando de no quejarse por el dolor muscular.
- Claro que no la tienes. - musitó. - Anton no recibió ningún golpe, tuviste suerte en eso, pero el susto hizo que tuviera un ataque de asma grave. Ahora mismo está internado e inconsciente en la cama de un hospital sin poder moverse ¡Gracias a ti y tu soberbia por montar a caballo! – exclamo con voz alta, furioso.
- No lo sabía, no lo sabía. –susurró Camila, dejando caer algunas lágrimas por su rostro. Su corazón se encogió al escuchar que Anton estaba en la cama de un hospital debido a una mala decisión.
Rupert la soltó y se alejó un poco, lanzándole una amenaza.
- Las reglas van a cambiar a partir de ahora. Te prohíbo que te acerques a él, ni siquiera te atrevas a mirarlo, o yo mismo te arrancaré los ojos.
Camila estaba dispuesta a soportar esa distancia con tal de ver a Anton y feliz. Aunque sabía que su vista se estaba deteriorando, estaba consciente de que pronto perdería la visión por completo y no volvería verlo. Pero primero tenía que aclarar lo que realmente sucedió esa tarde. Antes de que pudiera abrir la boca, Rupert la interrumpió, como si pudiera adivinar sus pensamientos.
- Andreina ya ha dado su versión, y sé que tú tendrás una muy diferente para mí. Así que me ahorraré el tiempo. No solo no podrás verlo, sino que tampoco saldrás de esta habitación hasta que Anton despierte y cuente lo que realmente sucedió.
Se dirigió hacia la puerta, deteniéndose por un momento para añadir algo más.
- Camila, tu vida depende de un hilo. Ruega que Anton se recupere y salga de esta. Sino cumpliré mi palabra y enviudaré antes del mes sin importarme la clausura del viejo que tengo como abuelo.
Camila en completo silenció lo vio alejarse escuchando el sonido detonante de la puerta al cerrase. Rupert estaba lleno de remordimiento, odio y enojo. También le sorprendió que nombrara a una persona en sus palabras cercana con más fuerza e incluso recargado de sentimientos hacia él.
Reuniendo fuerzas, Camila se obligó a levantarse de la cama. Apoyada en la pared empezó a caminar hasta acercarse a la ventana desde donde se podía ver un cielo despejado. Se arrodilló como pudo, juntó las manos y rezó, pero esta vez no lo hizo por sí mismo, lo hizo por un inocente al que tanto cariño le había tomado.
"Dios, ayuda a Anton, por favor no te lo lleves. Si alguien tiene que partir, ofrezco mi vida en su lugar. Entrego mi vida por el niño, pero no permitas que le pase nada malo".
Aunque Anton era la única persona capaz de probar su inocencia, a Camila no le importaba. Lo que más le importaba era su recuperación, aunque eso significara no volver a verlo.
El corazón de un inocente valía más para ella. Camila sabía lo que era el dolor y no permitiría que nada malo le sucediera a Anton. Y para asegurarse de que sus palabras sean escuchadas, permaneció de rodillas frente a la ventana durante toda la noche, soportando el frío en su cuerpo y cierto dolor muscular.