Un rayo de esperanza

1864 Words
Tres semanas habían pasado desde el accidente, y durante todo ese tiempo, Camila había mantenido una oración firme por Anton. No había una noche en la que no rezara por él arrodillada con la mirada al cielo. Al estar confinada en su habitación, se le privó de conocer la salud del pequeño. No tenía idea de cómo estaba o si aún estaba en la ciudad. Observaba cada día los carros de los hermanos Romanov entrar y salir por las mañanas y las noches, pero nunca vio a Larissa, quien aparentemente estaba en el hospital cuidando a Anton. La música del piano seguía sonando, pero debido a que estaba encerrada, Camila solo podía escucharla desde su habitación aquellas notas melancólicas. - Buenos días, aquí está su desayuno. - dijo Madelin mientras caminaba hacia la pequeña mesa y colocaba los alimentos en ella. - También tengo una orden del doctor Milan. El amo autorizó su salida al hospital. Hoy le quitarán el yeso y el soporte de cuello. Por favor, coma rápido y póngase ropa para salir, uno de los guardaespaldas nos va a acompañar. Camila asintió con cierta emoción y no era porque iba a salir, sino porque existía una pequeña posibilidad de que Anton esté en el mismo hospital al que ella va a ir. - Lo haré de inmediato. – respondió. Madelin asintió y salió de la habitación, dejando que Camila se arreglara. Una de las órdenes era que Camila debía estar bajo vigilancia constante por parte de Madelin. Camila comió rápidamente y luego se cepilló los dientes y lavó la cara. Buscó ropa aunque hubiera preferido algo más cómodo para la ocasión, como unos pantalones y una blusa, pero solo le proporcionaron vestidos que tuvo que ajustar para que le quedaran bien. Además, su pierna estaba enyesada, por lo que no tenía más opción que elegir otro vestido. Optó por uno amarillo como el sol que llegó a combinar con sus ojos, tomó un suéter n***o y zapatillas del mismo color. Se hizo una coleta con cuidado y, al verse en el espejo, se dio cuenta de que estaba lista. Comenzó a caminar con la ayuda de una par de muletas. Madelin la vio acercarse, la ayudó hasta la salida y montaron en el auto asignado para ellas. - Puede conducir - le dijo a un hombre cuya espalda ancha era lo único notable, ya que nunca se volteó a mirarlas. El sombrero del conductor ocultaba la mitad de su rostro, dejando al descubierto solo sus labios y una pequeña parte de su nariz. Camila no le dio mucha importancia y prefirió admirar los alrededores de la ciudad. Su emoción era evidente en sus ojos dorados y su expresión. Salir y conocer otros lugares podría ser algo común para algunos, pero para ella era más que eso, era sinónimo de libertad y felicidad. Cuando llegaron al hospital y se estacionaron, el auto se detuvo y el conductor quitó el seguro de la puerta para que pudieran salir. Madelin salió del auto, dio instrucciones de que esperaran allí y llevó a Camila para que la atendieran. Al tomarla del brazo, hizo que Camila nunca mirara hacia atrás. . . . . . . . . . . . . . . . . . El doctor Milán retiró cuidadosamente el yeso y el soporte de Camila con la ayuda de una enfermera, pero aún quedaba pendiente la revisión de sus ojos. No sabía por qué había evitado someterse a ese examen, pero comprendía la importancia de no perder esa oportunidad. - Madelin. – llamó a la joven. – necesito que se retire. - Lo siento doctor, pero no puedo hacer eso. Camila no puede estar sola. – respondió firme a su palabra. - Está bien, asumirás el papel de enfermera. Sujeta el brazo de Camila. Vamos a extraerle algo de sangre, si lo haces mal, es posible que haya un derrame... o tal vez debería llamar a una enfermera de verdad para que se encargue - dijo, sabiendo muy bien que Madelin tenía debilidad hacia la sangre y no soportaba ni siquiera mirarla. - Voy a salir – habló ella, y en un instante ya estaba fuera de la habitación El doctor dijo a Camila que se sentara mientras él colocaba unas gotas en ambos ojos, lo cual hizo que sus pupilas se dilataran. Con la ayuda de una linterna especial, pudo explorar la retina del ojo afectado. Luego, la llevó detrás de una pantalla de pruebas visuales para realizar una ecografía y evaluar los daños internos. También un sonido magnético. Había preparado todo esto porque sabía que la estaban vigilando, y un simple cambio de habitación despertaba sospechas y preguntas. Al terminar, la expresión del doctor reflejaba malas noticias. - Camila, no hay nada que pueda hacer por tu ojo izquierdo. Está gravemente dañado debido a una lesión en el nervio óptico que se expandió cuando caíste del caballo. Con el tiempo, perderás por completo la visión en ese ojo, y desafortunadamente, tu ojo derecho también está siendo afectado. Al recibir la noticia, un agudo dolor se apoderó en su pecho. El futuro se presentó oscuro y lleno de incertidumbre. Camila se sintió abrumada por la idea de no poder ver más, de perder la independencia y enfrentarse a una vida completamente diferente. - ¿Cuánto tiempo me queda? – preguntó ella con dolor en sus palabras. El doctor Milán no la miró ni respondió directamente a su pregunta. Prefirió explicarle: - Podemos retrasar el proceso con algunos medicamentos que te recetaré. Esto hará que la infección avance de forma lenta. - juntó las manos y agregó alentador. - No te preocupes, también se te incluirá en una lista de candidatos para recibir una donación visual. Además, podemos considerar una cirugía a futuro y digo a futuro porque debido a tu edad y a tu peso insuficiente por una mala alimentación, sería peligroso. Es preferible esperar, por el momento te haré unos exámenes de sangre. Terminó de hablar y dio la orden de extraer sangre a una de las enfermeras. Camila bajó la mirada y respiró de manera inquieta. La belleza de sus ojos estaba destinada a desvanecerse. Pronto quedaría completamente ciega y la luz se apagaría para ella, pero en medio de esa oscuridad, aún había un destello de esperanza de volver a ver. - Estaré lista hasta entonces. – respondió con cierta determinación cuando la enfermera realizó su trabajo. – gracias por todo, doctor Petrov. - Llámame Milán, por favor. – habló el hombre al mismo tiempo que escribía la receta. Antes de irse, Camila tenía una pregunta que no estaba relacionada con su salud, pero si con alguien que le importaba mucho. Con cierto nerviosismo, se atrevió a preguntar: - ¿Anton está en este hospital? - Sí, está aquí y acaba de despertar en la madrugada – el hombre sonrió al mirarla, y Camila le devolvió la sonrisa, feliz de que Anton hubiera despertado. - Lo primero que hizo fue preguntar por ti. Le dimos un calmante para que volviera a dormir, pero antes de eso, explicó lo sucedido esa tarde en el establo. Los Romanov te deben una disculpa. Salvaste a Anton poniendo tu vida y tus ojos en peligro. Debes contarles que pronto perderás la vista, Camila. Quizás puedan ayudarte. Camila guardó silencio, aún tenía miedo y desconfianza. Cuando se enteren que está por quedarse ciega van a verla como una carga y no sólo no va a poder ver a Anton, tampoco va a escucharlo. Era mejor así, hacerlo en silencio sin que nadie se entere. Tiene fe en que todo va a ir bien con el tiempo. - Gracias por todo y también por la información. – dejó ver la perla. – no tuve tiempo de ir a cambiarla, es suya. El médico frunció el ceño y respondió cuestionándola: - ¿Qué clase de hombre sería si recibo eso? Fue gratis, pero te aconsejo que vayas por esas medicinas. Hay algunas aquí y otras tendrás que comprarlas a fuera. Camila asintió volviendo la perla al bolsillo. Se puso de pie al dar por terminado y antes de cruzar la puerta, el doctor Milán le dijo a la vez que escribía en un papel. - Anton está en la habitación 23, a dos pasillos de esta. Justo por donde tienes que irte. Con una nueva sonrisa, Camila asintió por la información y salió decidida a ir a verlo a si sea de lejos. - Tardó un poco más para ser un examen de sangre. – comentó Madelin al ver a Camila. - Lo siento, ¿Podemos irnos? - Es lo mejor. Mientras caminaban juntas por los pasillos del hospital, Camila y Madelin siguieron conversando en voz baja. Camila estaba atenta a los números de las habitaciones, buscando aquella que tanto le interesaba. Cuando estaban cerca de su destino, se acercó aún más al ventanal y lo vio a través de él. Anton, rodeado de alegría y vitalidad, disfrutó de una bandeja de gelatina con la ayuda de Larissa. Sus ojos brillaban más que nunca, y su sonrisa radiante parecía iluminar toda la habitación. Camila lo miro extasiada; para ella, era un niño maravilloso al que quería con todo su corazón. En ese momento, deseaba fervientemente que la imagen que tenía frente a sus ojos, llena de vida y felicidad, perdurara para siempre en su memoria. “Recupérate, Anton” Finalmente, Camila dejó de observar al pequeño y siguió caminando junto a Madelin. . . . . . . . . . - Mamá, ¿Puede Camila venir a visitarme? – preguntó Anton. Cada palabra que pronunciaba siempre estaba relacionada con Camila. Deseaba verla, abrazarla y agradecerle por todo lo que había hecho por él. - No será necesario, te dan de alta hoy en la tarde, podrás verla en la mansión. – respondió su madre al verlo de forma cariñosa. La emoción se apoderó de Anton más de lo que su madre había presenciado antes. Se apresuró a terminar su comida y se imaginó hablando con Camila sobre su experiencia en el hospital. Anton la defendió con todas sus fuerzas cuando Andreina intentó contar una historia totalmente diferente a la que él grababa. Ella creyó que, al ser solo un niño, su mente era confusa y que no le creerían. Sin embargo, lo que no sabía era que ese niño era un Romanov, y los Romanov no mienten. Rupert quedó profundamente decepcionado. Bastó que su rostro se oscureciera para que el temor entrara en la muchacha dándole la oportunidad de alejarse de él y de su familia. Ahora, dependía de ella si aprovechaba esa oportunidad o se condenaba a sí misma en las manos de los Romanov donde la escapatoria parecí ser la muerte. - Mamá, Camila es muy buena. - Lo sé Anton. – Larissa decidió abrazarlo al mismo tiempo que dejaba un beso cálido en los cabellos de su hijo. – lo sé. En ese momento, el celular de Larissa sonó provocando que con tan sólo leer el nombre presentado en la pantalla su mirada se tornará pálida y llena de miedo. Fingiendo sonreír ante Anton, decidió contestar. - “Quiero conocerla”
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