Es una milagro que ninguno de nosotros haya muerto abrasado en la cama− concluyó−. En las cocinas todos dicen lo mismo. −Quizá sobrecargaron las calderas que mantienen la temperatura del invernadero− comentó Alicia como sin darle mucha importancia. −¡No puede una confiar para nada en estos franchutes!− desdeñó Sarah. Aquélla era la típica actitud de los ingleses hacia los extranjeros, pensó Alicia con disgusto, mas prefirió no comentar nada. No tenía deseos de permanecer en la cama y como no podría montar en compañía de Lord Kiniston tal como esperaba hacerlo, se levantó y se atavió con uno de sus vestidos más bonitos. Cuando Sarah la estaba peinando, alguien llamó a la puerta. Era un lacayo que dijo en francés: −Su Señoría desea ver a Lady Alicia en cuanto esté lista. Alicia sintió