La alta y majestuosa figura de Iker caminó lentamente hacia la ventana, sus profundos y oscuros ojos se fijaron intensamente en el hermoso amanecer que pintaba el cielo con tonos rosados y anaranjados.
Cómo le gustaba a ella contemplar cada mañana el despertar del sol, adoraba con pasión los atardeceres y la vida en toda su magnificencia y esplendor.
Pero se la arrebataron cruelmente, le quitaron la existencia sin compasión y junto a ella se llevaron la suya propia.
Solo le quedaba ese valioso corazón, el órgano vital que ahora Emilia Cásper tenía latiendo en su pecho, e iba a protegerlo ferozmente con su propia vida hasta el último aliento.
Saliendo abruptamente de sus profundos y melancólicos pensamientos giró el rostro con delicadeza, miró detenidamente a la joven de la cama. Era extraordinariamente hermosa, una delicada niña demasiado bella y radiante, verdaderamente digna de poseer el preciado corazón de su amada fallecida, pero estaba terminantemente prohibido amarla con la misma intensidad, no solo porque él había perdido la capacidad de expresar amor genuino, sino porque sentía en lo más profundo que le fallaría gravemente a esa extraordinaria mujer que tanto amó en el pasado.
Su única misión era proteger fielmente ese corazón, jamás permitirse amar a Emilia Cásper como mujer.
Emilia se quedó completamente embelesada observando cómo los brillantes rayos del amanecer hacían lucir exquisitamente hermosas las marcadas facciones de Iker, iluminando cada ángulo de su rostro perfectamente esculpido.
Ese imponente hombre lucía radiante y maravilloso a cualquier hora del día sin excepción. No importaba lo desordenado que tuviera su abundante cabello azabache o la extenuante trasnochada que hubiera tenido que soportar, invariablemente se veía espléndido, y su corazón trasplantado, latía fuerte e inexplicablemente por él. Sin ninguna explicación racional, su pecho saltaba vigorosamente ante esa penetrante y misteriosa mirada.
—Es hora de comenzar —pronunció Iker con voz profunda y autoritaria.
Ya todos los arreglos estaban meticulosamente preparados hasta el último detalle.
Los empleados habían trabajado incansablemente durante toda la noche, para que al amanecer tuvieran dispuesto cada elemento necesario para la importante ceremonia que estaba a punto de llevarse a cabo—. En escasos minutos, te convertirás oficialmente en mi esposa.
Dicho eso salió con determinación. Sus largas y atléticas piernas se movieron con estudiada precisión y firmeza hacia la pesada puerta de madera, cerrando ésta detrás de sí con un sonido sordo.
Emilia permaneció inmóvil en la mullida cama, completamente absorta en sus turbulentos pensamientos que la atormentaban. No existía posibilidad de retroceder en su decisión, inevitablemente se casaría con el poderoso Iker Lanús, se convertiría en su esposa ante la ley y la sociedad y, absolutamente nadie en el mundo podría salvarla de ese destino, debía ir asimilando la idea de que su vida se transformaría en un verdadero infierno terrenal. Pero ella era fuerte y resilientes. Ella podía enfrentar cualquier adversidad que se le presentara.
Emilia se acercó sigilosamente a la amplia ventana, contempló con asombro el extenso jardín meticulosamente decorado para su inminente ceremonia nupcial con Iker Lanús. Cada pequeño detalle estaba perfectamente ordenado y dispuesto, el frondoso jardín lucía espectacularmente hermoso, absolutamente maravilloso en toda su extensión. Quizás, si estuviera a punto de casarse con alguien a quien amara profunda y sinceramente, ese memorable día sería indudablemente el más feliz de toda su existencia.
Un grupo de experimentadas mujeres ingresó silenciosamente a su espaciosa habitación, la condujeron gentilmente al lujoso baño y procedieron a ducharla con extremo cuidado.
Recostada en la elegante tina de porcelana, Emilia recibió un relajante baño aromático con delicadas flores flotando en el agua perfumada. La suave esponja, guiada por unas delicadas manos femeninas, se deslizaba con dulzura por su tersa piel. Otras manos expertas masajeaban sus sedosos cabellos con movimientos suaves y precisos.
Tras finalizar el reconfortante baño, salió cuidadosamente de la tina, y las habilidosas mujeres procedieron a peinarla, maquillarla y vestirla con suma dedicación hasta transformarla en una verdadera diosa terrenal.
Emilia resplandecía como la novia más deslumbrante de toda Asia, en la próspera ciudad de Pyongsong jamás se había contemplado una novia tan extraordinariamente bella como la radiante Emilia Cásper.
Esa fue precisamente la impactante impresión que atravesó la mente de Iker Lanús cuando la vio descender y caminar con gracia hacia él en el altar.
Su distinguido porte elegante se mantuvo erguido mientras la contemplaba embelesado. Sus penetrantes ojos negros se conectaron magnéticamente con los de ella y no se despegaron ni un instante hasta que llegó a su lado, y sus manos se entrelazaron desatando una poderosa electricidad que los hizo estremecer hasta la médula.
Iker mantuvo su característica compostura fría y no pronunció ningún cumplido halagador. El aura gélida de su rostro impasible continuó inmutable mientras la solemne ceremonia nupcial daba inicio.
Emilia dirigió una mirada anhelante hacia el imponente portón principal, el cual se encontraba cerrado y custodiado.
—No alimentes falsas esperanzas de que vendrá a rescatarte, porque antes de que logre poner un solo pie de vuelta en esta villa, lo eliminaré sin piedad —susurró amenazadoramente Iker cuando la descubrió mirando con nostalgia en esa dirección.
El delicado cuerpo de Emilia se tensó, no solo por las duras palabras de ese intimidante hombre, sino por cómo su cálido aliento contra su oído le produjo un inexplicable aleteo en su vientre.
Emilia regresó valientemente la mirada hacia él, que permanecía peligrosamente cerca, apenas alejado unos centímetros de su oído y la observaba con una intensidad abrumadora. Su corazón, que latía desbocadamente en su pecho, no le impidió pronunciar con firmeza esas palabras desafiantes.
—Podrás asesinarlo cruelmente y arrebatarlo de esta vida, pero jamás lograrás eliminarlo de mi corazón —Iker presionó fuertemente los dientes, su mirada habitualmente apacible se transformó en una expresión demoníaca. Tensando visiblemente la mandíbula respondió con absoluta seguridad.
—Ese corazón que late en tu pecho no te pertenece.
—Te equivocas, es completamente mío —replicó con inquebrantable seguridad—. Me pertenece desde el preciso momento en que lo implantaron quirúrgicamente en mi pecho. Yo le proporciono vida, y él recíprocamente me la otorga a mí.
Iker entrecerró los ojos con evidente molestia ante la manera desafiante en que su reciente esposa se negaba a permanecer sumisamente callada. Aunque muy en el fondo, esa actitud rebelde le resultaba secretamente agradable, así no tendría que mantener eternamente discusiones unilaterales.
Entrecerrando los ojos apartó la vista de ella, posándola sobre los pocos invitados presentes, entre ellos el despreciable Adem, quien, al establecer contacto visual con su penetrante mirada, le dirigió un gesto de profundo desprecio rodando los ojos.
Iker sonrió, seguido tomó la mano de Emilia y la llevó al centro de la pista para bailar. Ya en el centro la ajustó de la cintura y la apegó a su cuerpo mientras la mirada profundamente a los ojos.
Sus miradas permanecían conectadas mientras su piernas iban de un lado a otra. El pecho de Emilia se agitaba desbocadamente mientras él la observaba. El aire que expulsaban se mezclaba, produciéndole una respiración pesada, y agitada.
La mano de Iker dejó de ajustarla desde la cintura, y subió hacia la espalda y se detuvo en la parte descubierta donde hizo círculos que envío corriente en todo el vientre de Emilia. Sus rostros se fueron acercando poco a poco, como si fueran a besarse. Y es que esa era la intensión, sin embargo, el recuerdo doloroso de aquella noche, hizo que Iker levantara el rostro y dejara a Emilia con los ojos cerrados, esperando el momento en que sus labios se unieran.
Se sintió estúpida por estar esperando que esos labios se impactaran en los suyos. Inhaló profundo y contuvo el aire.
*
Ya todos los invitados se habían ido, incluso los empleados se encontraban descansando en sus respectivas habitaciones después de un día agotador. Solo los vigilantes de turno nocturno, hombres entrenados y discretos, continuaban haciendo sus rondas alrededor de la imponente villa, sus pisadas apenas audibles sobre el empedrado mientras sus ojos escrutaban cada rincón con atención.
Iker estaba sentado en su majestuosa silla de cuero, hundiéndose en la penumbra que envolvía el estudio, con la mirada perdida en la oscuridad que se colaba por los ventanales. En su mano temblorosa contenía una fotografía desgastada contemplándola, la cual subió lentamente al nivel de sus ojos enrojecidos. Con el agua cristalina inundando su pupila y nublando su visión, observó la imagen que guardaba como su más preciado tesoro, mientras los recuerdos lo asaltaban sin piedad.
Era ella, su adorada Lina, capturada en un instante de pura felicidad. Lucía radiante y sonriente, rebosante de una vitalidad contagiosa, llena de una alegría natural que iluminaba cada espacio y a cada persona que tenía la fortuna de cruzarse en su camino. Ella había sido una joven excepcional que dedicaba su vida a los niños huérfanos, recorriendo incansablemente fundación tras fundación, entregando no solo recursos materiales sino también su tiempo y amor incondicional a cada pequeño necesitado.
Su vocación de servicio y su bondad infinita la distinguían como un ser extraordinario. Alguien tan bueno, tan noble, tan entregado a causas altruistas, no merecía haber partido tan pronto, debía seguir viva cumpliendo su misión y ayudando a esos pequeños inocentes que tanto dependían de su cariño y dedicación.
Mientras Iker se sumergía en el doloroso océano de recuerdos de su ex amor, arriba, Emilia permanecía inquieta y pensativa, dando vueltas por la elegante habitación decorada con los más finos detalles. Su mente divagaba entre la incertidumbre y la ansiedad, sin poder descifrar las intenciones de su esposo, preguntándose si él subiría, si tenía planes de llevarla a algún especial, o si simplemente la ignoraría como lo había estado haciendo desde después la ceremonia.
No era que anhelara su compañía o intimidad, pero las convenciones sociales y las tradiciones dictaban que los recién casados debían partir a su luna de miel, compartir su noche de bodas y comenzar una vida en común, construyendo día a día su relación hasta el final de sus días. Sin embargo, ese hombre enigmático y autoritario que el día anterior la había arrancado abruptamente de la iglesia y forzado a un matrimonio no deseado, brillaba por su ausencia.
No había señales de su presencia cerca de su habitación, ni indicios de que hubiera organizado algún viaje o planes para su futuro inmediato como pareja.
Emilia permaneció sentada al borde de la lujosa cama con dosel, su cuerpo tenso y alerta, hasta que el eco de pasos firmes resonó en el pasillo alfombrado. Su cuerpo se irguió instintivamente cuando el sonido se detuvo justo frente a su puerta, conteniendo la respiración en anticipación. El alivio y la decepción se mezclaron en su interior cuando los pasos se alejaron. Iker Lanús había pasado de largo, sin dignarse a entrar en su habitación, y así permaneció durante toda la noche, dejándola sola con sus pensamientos y temores.
La mañana siguiente, Emilia descendió las escaleras principales para el desayuno y lo encontró ya instalado en el elegante comedor del jardín.
El periódico matutino cubría su rostro, mientras el personal de servicio se movía silenciosamente, disponiendo los platillos del elaborado desayuno.
Con disimulo, Emilia observó a la última empleada retirarse, y cuando calculó que estaba lo suficientemente lejos para no escuchar, se atrevió a formular la pregunta que la atormentaba desde el día anterior.
—¿Por qué me eligió como esposa, señor Lanús? —Iker mantuvo su postura imperturbable, sin dignarse a bajar el periódico ni mostrar la más mínima intención de responder. Con estudiada indiferencia, simplemente pasó a la siguiente página, absorto aparentemente en las noticias del día.
Los minutos se arrastraron pesadamente desde que Emilia formuló su pregunta, hasta que se dignó en bajar a penas el periódico y mirarla. Por encima del borde del papel, sus ojos la atravesaron con una intensidad que pareció c******r el aire en los pulmones de Emilia.
—Porque quería una esposa, ¿hay algo más que necesite saber? —su tono cortante dejaba claro que no pensaba revelar sus verdaderas motivaciones, pues lo consideraba innecesario.
En su mente, ya había sido suficientemente explícito al dejarle saber que su corazón pertenecía a otra persona. ¿Acaso no había sido lo bastante claro? ¿Necesitaba explicarle con detalles que su matrimonio era una mera transacción, y que ni en sus pensamientos más oscuros contemplaba establecer una verdadera relación con ella? Eso sería una traición imperdonable a la memoria de quien una vez amó y lo amó con sinceridad.
—Solo porque quería —musitó ella ladeando la cabeza con incredulidad— ¿Qué propuestas específicas le hizo mi hermano? ¿Qué acuerdos alcanzaron para terminar esta transacción comercial?
Iker sacudió el periódico con un movimiento brusco y volvió a cubrir sus ojos, creando una barrera física entre ellos, como si incluso la vista de ella le resultara molesta en ese momento.
—No acostumbro a compartir mis temas de negocios con mujeres. A pesar de ser ahora eres mi esposa, no pienso hablar de esos temas contigo. Los asuntos empresariales son territorio exclusivamente masculino —su tono era cortante y definitivo, sin dejar espacio para réplicas.
Emilia presionó los puños bajo la mesa hasta que sus nudillos se tornaron blancos, mientras la frustración y la rabia hervían en su interior.
Detestaba profundamente esa actitud machista tan arraigada en la sociedad, donde todos los hombres de su círculo consideraban que las mujeres debían mantenerse al margen de cualquier decisión importante o asunto de negocios.
Su padre y hermanos siempre habían actuado de la misma manera despectiva. Se creían con el derecho exclusivo de tomar decisiones empresariales y manejar el patrimonio familiar, mientras ella y su madre eran reducidas a meros trofeos decorativos, piezas en un tablero de ajedrez que podían mover a su antojo cuando les resultara conveniente.
—Quiero saberlo porque soy el intercambio —insistió con voz firme.
—No hubo tal intercambio. Me pertenecías y fui a recoger lo que es mío.
—¿Por qué? ¿Por qué le pertenezco? Ni siquiera lo conozco, yo amo a alguien más…
Iker se inclinó hacia ella, congelando lo por un instante.
—No, tú no amas a ese imbécil, y es mejor que dejes de repetirlo, porque agotas mi paciencia —crujió los dientes.
Emilia exhaló profundamente. Iker la observaba fijamente, con esos ojos negros e insondables que parecían pozos sépticos profundos, donde solo oscuridad y misterios aguardaban en el fondo. Su mirada era penetrante, como si intentara descifrar los pensamientos que cruzaban por la mente de su joven esposa.
Una pregunta lo atormentaba constantemente: ¿Por qué esa joven de mirada dulce había aparecido en sus sueños sin haberla conocido? ¿Qué significado tenían esas visiones oníricas donde siempre terminaban compartiendo momentos de felicidad? ¿Acaso su subconsciente intentaba advertirle sobre el futuro? ¿Era posible que todos esos sueños recurrentes fueran premoniciones de la felicidad que podría encontrar junto a ella?
Descartaba esas ideas como imposibles, recordando la realidad que lo aprisionaba. Su madre, esa mujer jamás permitiría que encontrara la felicidad. Esa mujer que debería haberlo amado incondicionalmente solo vivía para lastimarlo, para herirlo de todas las formas posibles.
Lo odiaba con una intensidad que rayaba en lo patológico, lo despreciaba hasta el punto de desearle la muerte. Era como si su mera existencia le resultara una ofensa imperdonable, una afrenta que debía castigar día tras día.
Desde sus primeros recuerdos de infancia, había experimentado los castigos más crueles y el desprecio más profundo por parte de esa mujer que se hacía llamar su madre, dejando cicatrices emocionales que ningún tiempo podría borrar.
*
Rosalía Karlsson caminaba hacia el hombre que acababa de darle información.
—¿Dices que se casó? —el mensajero asintió— Como es posible que se haya casado si acaba de recuperarse y la mujer que amaba está muerta.
—Pues parece haberla olvidado muy pronto, señora.
—¿La ama?
—No podría decirle.
—Pues verifícalo y mátala —ordenó sin piedad—, ese mal nacido no puede ser nunca feliz.