Araya, la madre de Emilia, experimentó un profundo conflicto interno cuando divisó a su hija, intentó acercarse, pero Furak, su esposo, la contuvo con firmeza, recordándole mediante un gesto silencioso que no era prudente ni apropiado interrumpir la solemne presentación de Iker Lanús, quien dominaba la escena con su imponente presencia.
Se encontraban en la majestuosa villa de Iker Lanús, y aunque no toda la distinguida familia Lanús estaba presente, el protocolo y las normas sociales dictaban un comportamiento específico que no admitía desafíos ni cuestionamientos en aquellas circunstancias tan delicadas.
La ausencia de angustia en el semblante de su hija resultaba desconcertante, pues no percibía en sus facciones señales de aflicción ni necesidad de consuelo, lo cual contradecía todas sus expectativas previas sobre aquel momento crucial.
Cuando abandonó su casa para dirigirse al encuentro, Furak había anticipado encontrar a una Emilia devastada, sumida en un océano de lágrimas amargas, suplicando desesperadamente por ayuda y liberación de aquel compromiso impuesto, pero la realidad se presentaba muy diferente a sus temores maternales.
La incertidumbre sobre su propia capacidad para mantenerse impasible ante el sufrimiento de su hija se había convertido en una preocupación innecesaria, pues para su asombro y cierto alivio culpable, no necesitaría intervenir ni consolar a Emilia, quien mostraba una serenidad inquietante y una mirada desprovista de cualquier indicio de dolor o resistencia, reflejando quizás la aguda inteligencia que siempre la había caracterizado y su comprensión pragmática de los alcances y consecuencias que implicaba enfrentarse al poder de aquella familia.
El matrimonio con Iker Lanús se presentaba como una solución inevitable, un sacrificio necesario por el bienestar colectivo, pues la alternativa significaba enfrentar la destrucción ante el implacable poderío de los Lanús, una familia cuya influencia se extendía como una sombra sobre sus vidas y negocios.
Los Cásper permanecían ajenos a un detalle crucial que cambiaría drásticamente su perspectiva: Iker Lanús se había desterrado de su propia familia durante su infancia, un secreto celosamente guardado que contradecía sus esperanzas de que esta unión representara una bendición para sus intereses empresariales y su posición social en aquella comunidad tan cerrada y tradicional.
La ausencia notoria del patriarca Lanús y la mayoría de los miembros prominentes de la familia despertó sospechas y preguntas silenciosas entre los presentes, quienes intercambiaban miradas de extrañeza ante una ceremonia de compromiso que parecía carecer de la pompa y circunstancia tradicionalmente asociada con eventos de tal magnitud social.
—Estimados familiares —había pronunciado Iker con voz grave y medida—, reconozco que estas circunstancias particulares pueden no ajustarse completamente a nuestras tradiciones más arraigadas, pero me presento ante ustedes con el propósito de formalizar mi compromiso con su hija. Desde el primer instante en que nuestros caminos se cruzaron, tuve la certeza absoluta de que ella estaba destinada a convertirse en mi compañera de vida.
Emilia, inmóvil junto a su pretendiente, experimentaba una opresión asfixiante que amenazaba con quebrar su compostura cuidadosamente mantenida.
Sus ojos vagaban por la habitación, evitando deliberadamente el contacto visual con Iker, mientras su mente procesaba la cruel ironía de que su familia hubiera aceptado este destino en nombre de un futuro que se desmoronaba ante sus ojos.
—En nuestra sociedad y cultura —continuó Iker con calculada solemnidad—, la petición de mano representa un momento de profunda significación espiritual y familiar. Por ello, me dirijo a ustedes solicitando su bendición para unirme en matrimonio con su hija, comprometiéndome a protegerla y garantizar su felicidad en cada aspecto de nuestra vida juntos —cada palabra resonaba con una falsedad que solo Emilia parecía percibir en toda su magnitud.
La joven se preguntaba cómo era posible que aquel hombre, que la había conducido a esta situación mediante una elaborada red de manipulación y presión familiar, pudiera hablar de felicidad con tanta naturalidad, mientras ella se sentía atrapada en una jaula dorada, prisionera de un destino que jamás había deseado para sí misma.
El padre de Emilia, tras un prolongado y tenso silencio que pareció c******r el tiempo en aquella sala, dirigió su mirada cargada de emociones contradictorias hacia su única hija, sus ojos revelando un torbellino de preocupación paternal y resignación ante lo inevitable.
—Joven Lanús —pronunció con voz grave y medida— ¿puede usted asegurarnos, con toda honestidad, que será capaz de cumplir cabalmente estas solemnes promesas? —A pesar de su evidente interés por concretar la transacción comercial esa misma noche, una parte de su ser necesitaba alguna garantía, por mínima que fuera, de que su adorada hija no sufriría bajo el yugo de aquel matrimonio, aunque en el fondo de su corazón sabía que, con los Lanús, nada era completamente seguro.
—Antes de otorgar nuestra bendición formal —intervino Adem con voz firme y decidida—, existen ciertos aspectos cruciales que debemos discutir y clarificar, Lanús.
Iker, en un gesto que revelaba su verdadera naturaleza, dirigió una mirada gélida hacia su futuro cuñado, sus dientes presionados en una mueca apenas contenida de disgusto, mientras pronunciaba con tono amenazante— ¿Acaso pretendes negociar el valor de tu hermana, Adem?
El interpelado mantuvo su postura firme, sosteniéndole la mirada sin titubear.
—¿Negociar, dices? ¿Es que acaso consideras a mi hermana una mercancía que puede ser tasada y vendida al mejor postor? ¿Nos has dejado alguna alternativa real en todo este asunto? Si existe otra salida que desconocemos, no dudaré un instante en tomar la mano de mi hermana y abandonar esta casa inmediatamente.
—No tienen opción —sentenció Iker con una frialdad que heló la sangre de los presentes.
Con su característica arrogancia, Iker se dirigió entonces hacia el despacho familiar para finalizar los acuerdos con los Cásper.
Al ingresar al elegante espacio, procedió a servir tres copas de un licor añejo, distribuyéndolas entre su futuro suegro, su cuñado y él mismo, invitándolos a tomar asiento mientras les extendía las bebidas con un gesto que pretendía ser cordial, pero que no lograba ocultar su naturaleza calculadora.
—Y bien —pronunció Iker con estudiada arrogancia mientras se acomodaba con aire señorial en aquella antigua silla de caoba.
Con un movimiento deliberadamente lento y elegante, cruzó una de sus largas piernas sobre la otra, reclinándose hacia atrás en el mullido respaldo tapizado en cuero.
Sus ojos, penetrantes y oscuros como la noche más profunda, se clavaron en Adem con una intensidad inquietante mientras llevaba la copa de cristal tallado a sus labios, bebiendo el costoso vino con la refinada distinción de alguien acostumbrado a los placeres más exquisitos de la vida—. Ustedes dirán.
—Considerando que has tomado la atrevida decisión de reclamar a nuestra hermana como tu futura esposa, sin haberte dignado a solicitar nuestro consentimiento previo como dictan nuestras más sagradas tradiciones familiares, es justo y necesario que nos ofrezcas una compensación adecuada —declaró Adem con voz firme y decidida, sus palabras resonando en el silencioso despacho como un desafío velado.
Con un gesto que denotaba años de refinamiento social, Iker pasó su lengua por aquellos labios gruesos y bien definidos, saboreando las últimas gotas del vino carmesí que permanecían en ellos. Con movimientos precisos y medidos, depositó la copa sobre la superficie pulida del escritorio de roble, un mueble que había presenciado innumerables negociaciones familiares a lo largo de generaciones.
—Directo al grano. No me gustan los rodeos, menos cuando tengo a mi prometida esperando ansiosamente en la sala —dijo irónico.
—Proponemos una alianza estratégica entre el imperio empresarial de los Lanús y el grupo Cásper —declaró Adem, lanzando al aire aquella propuesta.
Por primera vez durante negociaciones, la máscara de control absoluto que Iker mantenía se agrietó ligeramente. Sus músculos se tensaron de manera casi imperceptible mientras su mente trabajaba a toda velocidad, consciente de la imposibilidad de cumplir con semejante demanda, dado su estatus actual dentro de la jerarquía familiar de los Lanús.
—Debo ser completamente honesto en este aspecto: tal propuesta excede mis actuales capacidades y atribuciones —declaró con una firmeza que no admitía discusión, manteniéndose fiel a su principio de no hacer promesas vacías ni ofrecer garantías que no pudiera cumplir.
—¿Cómo es posible que semejante propuesta esté fuera de tu alcance? —cuestionó Adem con suspicacia evidente en su voz— ¿Acaso no correr por tus venas la sangre de los Lanús?
—Efectivamente, soy un Lanús por nacimiento y sangre —respondió Iker con un deje de amargura en su voz—, pero la realidad es que no ostento la posición de líder dentro de la familia. Las alianzas de tal magnitud solo pueden ser forjadas por quien ocupa ese lugar, y te aseguro que mi posición actual está muy lejos de ese privilegio.
—Entonces, conquista esa posición —insistió Adem con determinación férrea—. Porque la alternativa es simple: o consigues esa alianza, o nos llevamos a Emilia lejos de aquí —amenazó, sabiendo perfectamente que intentar escapar con ella podría significar una sentencia de muerte—. Aunque tengamos que sacrificarlo todo en el intento, no permitiremos que ella quede a tu merced sin garantías concretas —hizo una pausa calculada antes de continuar—, además, la ausencia de tu abuelo en esta ocasión tan significativa habla por sí misma. Si realmente aprobara tu elección de esposa, ¿no crees que estaría aquí presente? Tal vez deberíamos hacerle una visita personal para discutir directamente con él los términos de esta unión... si es que realmente desea ver a su nieto casado con nuestra Emilia.
Iker permaneció impasible ante las amenazas apenas veladas de su futuro cuñado, sin mostrar el más mínimo signo de preocupación o temor. Las palabras amenazadoras de Adem resbalaban sobre él como agua sobre aceite.
—Puedo ofrecerles una asociación con mi empresa personal, una entidad que he construido con mis propios recursos y esfuerzo —propuso Iker como alternativa—. Sin embargo, una alianza con el conglomerado Lanús está completamente fuera de mi jurisdicción actual.
—No nos interesa asociarnos con una empresa de segunda categoría —replicó Adem con desprecio apenas disimulado—. Eso equivaldría a mantener el statu que tenemos actual. Nuestra ambición apunta hacia la cima: queremos una alianza con el imperio Lanús, nada menos.
Iker dirigió una mirada inquisitiva hacia Furak, quien respondió con un sutil movimiento de sus ojos, manifestando su total respaldo a las exigencias expresadas por su hijo.
—Mi oferta es clara e inmutable —declaró Iker mientras se ponía de pie, dando por terminada la negociación—. Asociación con mi empresa: pueden tomarla o dejarla. Les garantizo que, en un futuro no muy lejano, nos encontraremos en la cúspide del mundo empresarial.
—Rechazamos tu oferta —respondió Adem sin titubear—. O conseguimos la alianza con los Lanús, o no hay trato.
Iker estaba a punto de responder cuando la voz del padre de Emilia interrumpió el tenso intercambio.
—Te concederemos un plazo razonable para que consultes con tu abuelo —propuso con tono conciliador—. Sería extraño que se negara, considerando que todas las alianzas matrimoniales previas han resultado en beneficios sustanciales para las familias involucradas. ¿Por qué habría de ser diferente en nuestro caso?
—Porque él... —Iker estuvo a punto de revelar la verdad que cambiaría todo, pero la súbita aparición de su tío en el despacho cortó su confesión de raíz.
—Pueden contar con esa alianza, aunque requerirá cierto tiempo —aseguró el tío con convicción, sabiendo que estaba invirtiendo considerable esfuerzo en alcanzar la posición necesaria para cumplir tal promesa.
—Excelente —respondió Furak con renovado interés—. En ese caso, señor Lanús, procedamos con la ceremonia formal de petición de mano. Si usted ha elegido a Emilia como su futura esposa, mi deber paternal me obliga a respetar dicha decisión, independientemente de los deseos actuales de mi hija.
—Le aseguro, con toda la certeza que me otorga conocer el corazón humano —respondió Iker con una confianza que rayaba en la arrogancia—, que llegará el momento en que ella no solo aceptará esta unión, sino que la anhelará con toda su alma.
Tras estas palabras, Furak y Adem abandonaron el despacho con paso decidido. Iker dirigió una mirada penetrante a su tío, quien acababa de comprometerlo en una promesa que podría resultar imposible.
—Alcanzaré el liderazgo —afirmó el tío con seguridad—, y cuando lo haga, materializaré esa alianza que tanto ansían.
Iker mantuvo un silencio elocuente, pues conocía demasiado bien la realidad de su situación familiar. La convicción de que su abuelo jamás elegiría a su tío como sucesor pesaba en su mente; siempre lo había considerado débil e inadecuado para tal responsabilidad.
Los verdaderos candidatos al liderazgo eran sus otros dos tíos, hombres cuya crueldad y astucia los hacían más apropiados para dirigir el imperio familiar.
—Bien —declaró Iker con resolución—, habiendo obtenido la bendición de ambas familias, procederé con el siguiente paso en esta elaborada danza de compromisos y alianzas.
Con la formalidad que requería el momento, Iker extrajo un anillo que había seleccionado cuidadosamente para la ocasión. La joya, un testimonio tangible de su poder y riqueza, brillaba con luz propia mientras él se arrodillaba ante Emilia.
A pesar de la innegable perfección de la escena - un hombre extraordinariamente atractivo, con su mandíbula firmemente cincelada y aquellos ojos oscuros que parecían capaces de penetrar hasta el alma más reticente - Emilia no pudo evitar que un nudo de angustia se formara en su estómago.
Por más que la imagen ante ella fuera digna de cualquier cuento de hadas, por más que el hombre arrodillado ante ella fuera la personificación de la belleza masculina, algo en su interior se rebelaba contra aquella unión que otros habían decidido por ella.
La escena, aunque visualmente perfecta, carecía de la alegría y la emoción que deberían acompañar a un momento tan trascendental en la vida de una mujer.
La pregunta —¿Quieres ser mi esposa, Emilia Cásper? —resonó con fuerza en la majestuosa sala, haciendo que el tiempo pareciera detenerse por un instante. El aire se volvió denso, cargado de expectación y tensión apenas contenida.
Emilia, con el corazón pesado como plomo y una sonrisa tan falsa como las promesas de amor eterno que flotaban en el ambiente se encontraron respondiendo con voz temblorosa.
—Sí, señor Lanús, acepto ser tu esposa —Las palabras se deslizaron por sus labios como gotas de hiel, cargadas de una resignación que amenazaba con ahogarla.
Su voz, aunque firme en apariencia, ocultaba un océano de desesperación y resignación que solo ella podía sentir en toda su magnitud.
La sala estalló en una explosión de aplausos y felicitaciones, el sonido reverberando contra las paredes como una burla cruel del destino. Pero en el interior de Emilia, un torbellino de emociones contradictorias amenazaba con desbordarla. La tristeza y la desesperanza se entrelazaban en su pecho como serpientes venenosas, recordándole que su vida acababa de tomar un giro irrevocable hacia un futuro que nunca había deseado.
El contacto de los dedos de Iker sobre su piel envió escalofríos por todo su cuerpo, mientras su mirada penetrante parecía atravesarla hasta el alma, dejándola expuesta y vulnerable.
Con un movimiento elegante, Iker se incorporó y dirigió una sonrisa triunfante hacia su tío y primo, dando por concluida la ceremonia de compromiso con la seguridad de quien sabe que ha obtenido exactamente lo que deseaba.
Los invitados, los cuales eran sirvientes leales a la casa Lanús, intercambiaban felicitaciones y comentarios alegres, creando una atmósfera de celebración que contrastaba dolorosamente con el vacío que Emilia sentía en su interior.
Se encontró observando la escena como si fuera una extraña en su propia vida, una espectadora invisible de un teatro macabro donde ella era la protagonista involuntaria.
Las sonrisas y los buenos deseos de los presentes parecían máscaras grotescas que ocultaban la verdadera naturaleza de aquella unión forzada.
Cuando el último de los invitados se retiró, Iker se dirigió a su mayordomo con un gesto autoritario, indicándole sin palabras que escoltara a Emilia fuera de la sala. Sus ojos, fríos y calculadores, revelaban que tenía asuntos pendientes que discutir con su tío, asuntos que requerían privacidad absoluta.
Ya en la intimidad del despacho, rodeados por el aroma a cuero y madera, Iker enfrentó a su tío con una pregunta directa.
—¿Cómo puedes estar tan seguro de que alcanzarás el liderazgo? —Su voz transmitía una mezcla de escepticismo y preocupación.
—He invertido años preparándome para este momento —respondió con una confianza que rayaba en la arrogancia—. Cada movimiento, cada decisión se ha calculado con precisión.
—¿Realmente crees que tu presencia aquí suma puntos a tu favor? —cuestionó, su tono cargado de ironía.
—Mi padre me ha dado su bendición para estar aquí —respondió con firmeza—. De otro modo, jamás habría podido acompañarte en este momento crucial.
—¿Te das cuenta de que me has comprometido con esa familia?
—Es lo que cualquier familia que se una a nosotros merece.
—¿Sabes que dejé de ser parte de tu familia? El abuelo me desterró.
—Todo eso cambiará cuando tome el poder.
—¿Y si no lo tomas?
—¿Piensas que no podré?
—Pienso que eres el más indicado, solo que hay dos víboras más esperando ese lugar. Y de esos, debes cuidarte.
—Me sé cuidar —dijo su tío al levantarse para irse.
—Supongo que mi padre también estaba confiado en que podía cuidarse.
—Lo de mi hermano es distinto. Sé metió con la familia que no debía, y terminó mal por eso —se acercó a Iker y aconsejó— No pienses hacer lo mismo, porque solo encontrarás el mismo camino que tu padre.
—No necesito de los Karlsson para ser lo que quiero ser. Solo lo conseguiré.
—Suerte entonces, sobrino.
Sin más se fue. Cuando pasaba bajo el umbral, Iker dijo—, suerte a ti, tío, porque la necesitarás más que yo.
Soltando un suspiro, Iker se sentó y abrió el cajón, sacó una caja de metal, la abrió y agarró entre sus dedos la fotografía de la mujer que había querido con toda su alma, su amiga, su persona favorita, la mujer con la que había sido plenamente feliz.
La perdió, la perdió en aquel accidente el cual estaba seguro se provocó, pero ella dejó una parte de su cuerpo, y ese pedazo lo tenía Emilia, Emilia Cásper, la mujer que había abarcado sus sueños en los últimos años.
¿Quién lo diría?
Encontraría el pedazo de vida de su querida Lina, y esa misteriosa mujer.
Emilia se dejó caer sobre la cama, sintiendo cómo las lágrimas brotaban de sus ojos. No sabía cuánto tiempo pasó llorando, pero finalmente se quedó dormida, agotada por la angustia. En sus sueños, anhelaba un futuro diferente, uno donde pudiera elegir su propio destino, lejos de la sombra de los Lanús.
Cuando abrió los ojos, encontró a Iker en su habitación observándola fijamente, lo que la hizo exaltar.
Iker se apartó y mirándola profundamente, dijo.
—Procura dormir hasta más tarde, a ella le gustaba.
—¿Ella? —Emilia tragó grueso.