Por la noche, los empleados de la majestuosa villa de Iker Lanús se esmeraban arduamente en preparar un espléndido banquete especial para recibir a la distinguida familia Cásper. Una imponente mesa, exquisitamente adornada con una variedad deslumbrante de flores exóticas y una abundante selección de platillos tradicionales de Pyongsong, dominaba el centro del extenso jardín iluminado, aguardando pacientemente la llegada de los ilustres invitados.
Mientras en la planta baja los diligentes empleados se desplazaban frenéticamente de un lado a otro, ultimando meticulosamente los detalles para la solemne ceremonia que se celebraría esa noche, durante la formal petición de mano entre Iker Lanús y Emilia Cásper, estos permanecían recluidos en sus respectivas habitaciones.
Junto a la pensativa Emilia, se encontraban laboriosamente más de dos experimentadas mujeres, que con dedicación arreglaban su sedoso cabello y aplicaban cuidadosamente un delicado maquillaje que realzaba su natural belleza.
Emilia mantenía su mirada fija en el espejo ornamentado, mientras sus pensamientos divagaban inevitablemente hacia Kaan, transportándola a un mundo de añoranzas y melancolía.
Aquella noche había estado destinada originalmente a ser su inolvidable noche de bodas, donde debería estar disfrutando de un momento mágico con su prometido en un lugar paradisíaco. Sin embargo, el destino había tomado un giro inesperado, y ahora se encontraba arreglándose en una residencia ajena, preparándose para una ceremonia de compromiso que jamás había imaginado.
En esta ocasión, quien solicitaría formalmente su mano sería precisamente el mismo hombre que la había apartado abruptamente de su destino original, justo antes de pronunciar sus votos matrimoniales frente al preste, impidiendo violentamente que uniera su vida a Kaan, quien había sido su prometido desde los tiernos años de la infancia.
Los acontecimientos que estaban a punto de desarrollarse sobrepasaban cualquier escenario que hubiera podido concebir en su mente. Ni en sus más oscuras pesadillas había contemplado la posibilidad de terminar contrayendo matrimonio con un prominente m*****o de la familia más temida y despiadada de todo Pyongsong.
Su destino estaba sellado: se casaría inevitablemente con Iker Lanús, consciente de que no existía escapatoria posible, pues cuando los Lanús seleccionaban a una esposa, esta carecía completamente de poder de decisión sobre su propio destino.
Por el bienestar de su querida familia y la seguridad del mismo Kaan, ella se veía obligada a aceptar el matrimonio con aquel enigmático hombre, el mismo que misteriosamente aparecía en sus confusos sueños, donde paradójicamente la había hecho experimentar una felicidad indescriptible.
Exhaló un profundo suspiro, resignándose a que aquellas visiones nocturnas permanecerían eternamente en el reino de los sueños, pues estaba absolutamente convencida de que la felicidad sería inalcanzable al lado de un despiadado Lanús.
Los escalofriantes relatos que habían llegado a sus oídos sobre aquella temible familia eran verdaderamente aterradores. Las desafortunadas esposas de los Lanús estaban condenadas a una existencia de servidumbre absoluta, sometidas a constantes maltratos y humillaciones sin la más mínima muestra de compasión. Las hijas nacidas en el seno de los Lanús sufrían un destino igualmente cruel, siendo repudiadas y abandonadas en lúgubres orfanatos, como si fueran huérfanas sin familia que las reclamara. Otras eran forzadas a contraer matrimonio con hombres de confianza de los Lanús, destinadas a vivir bajo el mismo yugo de sumisión absoluta.
La terrible suerte que aguardaba a cualquier m*****o de la familia Lanús que osara desafiar las estrictas reglas establecidas era devastadora: si alguno se atrevía a mostrar apego hacia sus hijas o a entregar sinceramente su corazón a su esposa, la consecuencia era la inmediata eliminación de la mujer, obligando al hombre a buscar una nueva compañera.
Los inflexibles Lanús carecían del privilegio de elegir a sus esposas; estas les eran impuestas siguiendo una tradición inquebrantable, pues los matrimonios debían celebrarse en ausencia total de amor, bajo acuerdos unilaterales donde los Lanús ejercían un poder absoluto. Los familiares de las desafortunadas esposas, si aspiraban a prosperar y mantener una existencia tranquila, debían mantenerse completamente al margen de cualquier intervención.
Sin embargo, como suele suceder en toda dinastía familiar, siempre surge un espíritu rebelde, alguien que se niega rotundamente a someterse a las reglas establecidas. En esta poderosa familia, ese papel recaía en Iker Lanús, un hombre excepcional que desde sus primeros años se había forjado un camino propio, construyendo su imperio a través de su inquebrantable esfuerzo personal.
No le debía nada a los Lanús, porque todo lo que tenía había sido conseguido bajo su propio sudor e inteligencia.
Pero aún así, su familia me inmiscuía en su vida, como si habérsela dado, les diera el derecho sobre ella.
Ya estando lista, Emilia se levantó y se observó de pies a cabeza. Estaba muy hermosa, demasiada bella, pero no estaba feliz, porque ese compromiso no era lo que ella esperaba.
…
Iker Lanús descendió majestuosamente por las antiguas gradas de mármol pulido, exhibiendo una elegancia natural y calculada que contrastaba intensamente con su característica aura gélida y dominante.
La estela que dejaba a su paso impregnaba el ambiente aristocrático con una cautivadora y misteriosa fragancia masculina que, inevitablemente, perturbaba los sentidos de cualquier mujer que tuviera la fortuna, o quizás la desgracia, de percibirla en el aire nocturno.
Con movimientos meticulosamente calculados y precisos, propios de su estirpe, Iker se detuvo frente a la imponente puerta principal de roble tallado, ajustando sutilmente sus anchos hombros con un gesto distintivo de su linaje.
Justo antes de que las pesadas hojas de madera se abrieran, revelando la figura intimidante de su tío, Bened Lanús, quien emanaba la misma aura gélida, Iker se detuvo.
—Gracias por venir, tío Bened —pronunció con una voz profunda y controlada, mientras sus penetrantes ojos escrutaban la figura de su primo Eren, quien permanecía discretamente detrás de su padre, intercambiando con él un formal y movimientos de rostros que simbolizaba saludos entre ellos.
Aquellos dos representantes del poderoso clan Lanús eran los únicos miembros de la familia que se habían dignado a presentarse, pues el resto de la dinastía manifestaba su rotundo desacuerdo con la insólita decisión de permitir que Iker eligiera voluntariamente a su futura esposa. Horas antes, se habían congregado secretamente en una reunión para planificar una intempestiva irrupción durante la ceremonia de petición de mano, con la firme intención de forzar a Iker a renunciar a esa mujer y someterlo a un matrimonio arreglado según sus costumbres.
Sin embargo, el abuelo de Iker, conociendo la naturaleza obstinada y rebelde de su nieto, comprendía perfectamente que antes de permitir que cualquier m*****o de la familia pusiera un pie en sus dominios protegidos, Iker no dudaría en desatar una sangrienta masacre que acabaría con todos ellos sin contemplaciones.
A pesar de que Iker no había alcanzado el mismo nivel de poder e influencia que sus familiares más veteranos en los círculos sociales de Pyongsong, su espíritu indomable lo hacían capaz de desencadenar una guerra devastadora, aun sabiendo que probablemente terminaría derrotado en el proceso sangriento.
El patriarca Eugenio Lanús no encontraba el menor incentivo en presenciar una cruenta guerra entre sus descendientes. Por consiguiente, tomó la pragmática decisión de permitir que ese nieto aparentemente desagradecido, al que había desterrado de sus vastas propiedades muchos años atrás, procediera según sus propios designios, convencido de que el severo castigo que le habían infligido habría grabado en su memoria las consecuencias de desafiar las tradiciones familiares.
—Sabes que no puedes elegir esposa —dijo Bened fríamente—. Es el nuevo líder quien tiene que elegirla, y como padre no ha elegido a uno aún, debe ser él quien la elija.
—¿Has venido a impedir que me comprometa? —Inquirió Iker presionando los dientes— Si es así puedes irte por dónde viniste.
—Padre solo te está recordando las reglas —acotó Eren, mientras Iker lo atravesaba con una mirada afilada y amenazante.
—El abuelo me echó de su casa cuando tenía diez años —espetó con amargura contenida—, desde entonces las reglas me las paso por el culo.
Sin dignarse a prolongar aquella tensa conversación, Iker giró sobre sus talones y con indiferencia se dirigió hacia el jardín iluminado para aguardar la llegada de los demás invitados—. No le debo nada al abuelo, ni a nadie. Soy lo que soy porque yo me lo gané.
Los dos hombres quedaron envueltos en un silencio pesado y cargado de tensiones, sabiendo que ese rebelde, no terminaría bien si seguía con esa obstinación de desafiar a Eugenio.
Los Cásper llegaron, y luego de un saludo de miradas penetrantes entre los jóvenes, Iker y Además, Emilia procedió a bajar.
Iker Lanús que se encontraba de espalda a la escalera, giró apenas el rostro y la vio descender.
Lentamente se fue girando para quedar en dirección a ella. Sus pasos se movieron mecánicamente hacia las gradas, y estiró su mano para que ella se apoyará antes de bajar el último el escalón.
Emilia lo miró y, sin tener dominio de su mano dejó esta sobre la de Iker. Aún cuando un guante cubría su mano impidiendo el contacto de piel, produjo una descarga eléctrica que la hizo sacudir hasta el alma.
Bened observó fijamente a Iker, y al notar que su sobrino estaba cautivado, empezó a preocuparse. Miró a su hijo y este suspiró, sabiendo que el deber de su padre era cuidar a su primo, porque así se lo había prometido a su hermano.
¿Cómo podía cuidarlo si ese mocoso pasaba desafiando al patriarca? Iba a llegar el día en que su padre se iba a cansar, y no tendría compasión.