Capítulo VI La rosa más hermosa

1742 Words
Rosaleen llegó a casa, encontró la puerta entreabierta, eso la disgustó —¡Osiris! —exclamó buscando a la gata, sin ver señales de ella. Encontró a Viktor de pie frente a la ventana—. ¿Has visto a Osiris? —No —dijo el hombre abrumado —¿Sigues molesto? —preguntó al mirar su rostro serio, pero no respondió, ella se acercó a él—. No he hecho nada malo. —No dije eso, pero yo conozco a los hombres. —Pero, si apenas y tienes algunos recuerdos… —Rosaleen calló de inmediato, al notar que había sido imprudente—. Lo siento, no debí decir eso. —No te preocupes, tienes razón. Ten por seguro de que, aunque carezca de recuerdos, sé distinguir la forma en que un hombre mira a una mujer cuando la desea. —Olvídalo, el señor Erskins solo fue amable. —Por favor, es un sinvergüenza. —¿Qué pasa? Viktor, ¿Te sientes tan inseguro, acaso cuando conoces a una mujer también te gusta de inmediato? —preguntó irritada —Claro que no. Pero, tú no eres cualquier mujer, eres muy hermosa —Rosaleen sonrió —¿Crees que soy hermosa? —se puso de puntillas, colgándose de su cuello y besando sus labios —Lo eres —dijo seguro, ella volvió a besarlo, Viktor alejó sus labios un centímetro de ella, descubriendo como ella intentaba alcanzarlos, sonrió malvado, le encantaba sentirse deseado por esa mujer. Después la besó, esta vez con pasión y deseo, sus manos se aferraron a su cintura, luego acariciaron sus caderas. Ella no podía respirar, sus latidos retumbaban de deseo por él. Dejaron el beso, los labios de Rosaleen besaron su cuello, Viktor se estremeció de pies a cabeza, lanzó un gruñido de placer. Estaba por pedirle que fueran a la cama. Pero, los gritos los hicieron desistir —¡Mierda! —exclamó Viktor. Rosaleen abrió la puerta, encontró a los señores Darson, pero fue hasta que observó a Osiris envuelta en una manta manchada con sangre, que un temor se apoderó de ella —¡¿Qué pasó?! —exclamó en pánico, cubriendo su boca para no gritar —La encontramos en nuestro patio, al parecer un animal le lastimó la pata. Rosaleen se giró a mirar a Viktor —¡Dejaste la puerta abierta! —afirmó dándole un empujón, tenía ojos furiosos. El hombre incrédulo tuvo que reconocer su descuido. Rosaleen se apuró a tomar a la gatita entre sus brazos, sus maullidos la entristecían, todos subieron al auto para ir al centro, a visitar al veterinario. Rosaleen rezó durante el trayecto, lágrimas caían por su rostro, Viktor iba silencioso y preocupado. Llegaron, con rapidez entraron al consultorio. Los Darson tuvieron que despedirse y argumentaron que volverían más tarde para ayudarlos. Rosaleen y Viktor agradecieron, entraron con el veterinario —¡Tynes debes salvarla! —exclamó Rosaleen, hecha un manojo de nervios —Tranquila, Ros, voy a examinarla —dijo Tynes y la llevó dentro del consultorio apoyado por una colega. Rosaleen estaba desesperada —Tranquila —dijo Viktor —¿Cómo has podido ser tan descuidado? ¡Dejaste la puerta abierta! ¡Te dije que ella no salía de casa nunca! —Lo siento, no volverá a suceder. —¿Y si no sobrevive? —Rosaleen lo miraba con reproche —Por favor, no pienses así. —¡Es todo lo que tengo! Ha estado conmigo durante nueve años, ¡No podré soportarlo!, me quedaré sola de nuevo —cubrió su rostro, sollozó. Viktor la tomó de los hombros, verla tan vulnerable lo conmovió, la abrazó con fuerza —No digas eso, no estás sola, yo estoy aquí y Osiris estará bien. Por favor, cálmate, amor. Rosaleen le miró sorprendida —¿Amor? Viktor sonrió —Sí, ¿Acaso no eres mi amor? —Rosaleen sonrió, pero sus ojos se llenaron de lágrimas y Viktor se apuró a detenerlas, descubrió que odiaba verla llorar Tynes apareció indicándoles que Osiris estaría bien, pero esa noche permanecería ahí, para verificar que el medicamento hiciera un buen efecto. Rosaleen se mantuvo disgusta, no quería dejar a la gatita ahí, Viktor se dio cuenta de que la mujer era muy dependiente del animal, quizás no solo de él, pero al final, terminaron convenciéndola. Volvieron a casa gracias a los Darson, que pasaron por ellos —Rosaleen, no te preocupes, Osiris volverá mañana, y aprenderá la lección, no te abandonará otra vez —Rosaleen asintió al escuchar a la señora Darson, pero aquellas palabras estrujaron su corazón, entró de prisa y subió a la recámara. Se acercó a una cajonera, observó sus manos temblorosas, sintió que su respiración era acelerada. Temía sufrir un ataque de pánico, sacó un frasco de fluoxetina. No quería tomarlas, sin embargo, no quería que Viktor la viera en esas condiciones. La tomó enseguida, bebió agua del lavabo, encerrándose para que Viktor no la viera —¿Rosaleen? —Ya voy —dijo saliendo del baño—. Dime, mi amor. —¿Hacemos la cena? Rosaleen asintió. Cenaron y platicaron de la destilería. Viktor bebió una cerveza, pero ella no —¿Por qué tienes tanto miedo de que te abandonen? —preguntó Viktor, tajante. Notó como los ojos azul cielo de la mujer se abrieron enormes —No yo… no es eso. —Claro que sí. ¿No me tienes confianza, Rosaleen? —bebió un poco de agua y lo miró, era verdad, ella no confiaba en nadie —Mis padres murieron cuando tenía ocho años, veníamos de Edimburgo, terminamos estrellándonos contra un tráiler. Mi madre murió de inmediato, mi padre murió horas después del accidente —los ojos de Rosaleen estaban perdidos en sus recuerdos, nublados por el dolor—. Nadie venía a rescatarnos, se hizo de noche, mi padre presionó el claxon hasta su muerte para que alguien me salvara… —una lágrima recorrió su rostro —Lo siento —Víctor se acercó a ella—. No debí hablar de eso. —A veces, tengo mucho miedo de perder a quienes amo. No temo a la muerte, quiero decir, a mi muerte, pero, cuando te quedas, cuando todos se han ido, ¿Qué puedes esperar? Viktor la abrazó, besó su cabello. —Tranquila, mi amor, yo estoy aquí, estaré siempre. Ven, vamos a dormir. Levantaron la mesa con apuro. Luego aseguraron las puertas, caminaron a la recámara, vistieron sus pijamas, y se metieron en la cama. Durmieron bien abrazados, Rosaleen se sintió tranquila, sus miedos se esfumaron y Viktor sintió la paz que no había encontrado desde que despertó en aquel hospital. En el castillo de Glenn se encontraba Arthur, aquel lugar era enorme. Él vivía solo con un par de empleados. Pero, sus guardias, estaban instalados en el jardín trasero, durmiendo en bolsas de campaña. Su guardia la conformaban casi siete mil hombres, en su mayoría mercenarios de poca monta, que estaban dispuestos a lo que fuera por dinero. A Arthur no le importaba, en su mente yacía un objetivo; la grandeza era su vida. No había cabida para algo menor. Era narcisista y megalómano, su mente podrida lo visualizaba como un grande: «La reencarnación de Napoleón. El descendiente de Alejandro Magno» pensaba cuando se refería a sí mismo. Una mucama entró al salón, donde el hombre estaba sentado sobre un sofá reclinable —Su majestad, llegó esta carta para usted, la trajo el señor Finn, dijo que la interceptaron en la casa de Berlín, es de su padre el Barón de Dacre —Arthur tomó la carta. El mayordomo Finn entró a la habitación. —Su majestad, ¿Quiere beber o comer algo? —Sí —dijo mirando la carta—. Me regalaron una botella de whisky, quiero beber un trago. El mayordomo asintió, se apuró a traer una copa y la botella. Arthur Erskins abrió la carta y la leyó en silencio «Arthur: Me perturba tú paradero, ¿Cómo es posible que hayas hecho algo así? Sí tu madre viviera se arrepentiría de haberte dado a luz. ¡Has matado a tu esposa! No puedes negarlo, han descubierto que la envenenabas desde hace un año. Cada noche, antes de dormir pienso en ti, rezo porque Dios pueda perdonarte. ¿Dónde estás? No me importa el dinero que me robaste. Solo me importa que entiendas que hiciste mal, que te arrepientas, te entregues a las autoridades, y pagues por tu error. Enloquezco de dolor. Sé que no te importa. Ojalá que algún día seas un mejor hombre. Henry Erskins VIII Barón de Dacre» Arthur arrugó la hoja y la lanzó al suelo. Finn acercó la copa, puso la botella en una mesa al lado del sofá. Erskins miró la botella, tenía una «K» de Kerr, grande y dorada en la botella. Tomó la copa de cristal y dio un sorbo —Nada mal, casi exquisito —dijo tras beber—. ¿Qué haces ahí viéndome como un idiota? Lárgate, Finn. Finn obedeció, tras una suave reverencia dejó al hombre solo. Arthur estaba frente a la chimenea, vestía una bata de dormir negra y unos bóxers. Siguió bebiendo, su ávida imaginación comenzó a remembrar a Rosaleen. La imaginó frente a él, de pie, la encontró con una mirada coqueta, la quimera comenzó a desabotonarse los botones de su vestido celeste, lo miraba con deseo, mordía sus labios gruesos, pronto exhibió ante él su cuerpo, que ideó perfecto; con senos grandes, pezones erectos, vientre plano, piernas torneadas. El pulso de Arthur se aceleró, su respiración rápida saboreaba aquel anhelo. Bebió el resto de su copa. Se quitó la ropa interior y comenzó a masturbarse, movido por el deseo que aquella utopía despertaba. Movía su mano de arriba abajo, acariciando su m*****o con ímpetu. Soñaba con esa mujer frente a él, que lo miraba con dulzura y pasión. Era demasiado hermosa, perfecta para él. Se sentía tan excitado, jamás se había sentido a ese límite. Su cuerpo estaba sudado. Siguiendo el ritmo, fuerte y firme. Estaba por conseguir terminar —¡Oh, Rosaleen! ¿Sabes que significa tu nombre? —dijo con voz entrecortada—. Eres la rosa más hermosa. ¡Oh, sí, mi amor! ¡Eres mía! ¡Te lo juro, algún día serás mía! —exclamó con fuerza cuando el orgasmo llegó, y eyaculó, ensuciándose. Cerró los ojos descansando de tanto placer, pero al abrirlos, la joven de cabello oscuro y ojos azules había desaparecido.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD