Capítulo II. Las tierras altas de Islas del Sur

1898 Words
Rosaleen Kerr firmó los papeles de alta, apresurada, tenia deseos de marcharse lo más pronto posible del hospital. Observó a la enfermera, cuyos ojos estaban clavados en ella. Presentía que no le agradaba mucho, pero se alegraba de que el doctor Stinard no compartiera su opinión. Viktor se vistió con las ropas que Rosaleen le entregó, no eran de su agrado y tampoco las recordaba, pero se alegró de vestir algo mejor que aquella bata sucia de hospital. Los vaqueros claros y la camisa de cuadros eran justo a su medida, se calzó los botines, unas horas antes había tenido una discusión con el doctor Stinard, y le había lanzado un ultimátum; decidir entre irse al lado de Rosaleen Kerr o marcharse al pabellón psiquiátrico. Convencido de no tener otra opción optó por lo primero. La puerta se abrió y Rosaleen ingresó, lo miró con alegría. Viktor estaba repuesto, se levantó sintió la mirada azul sobre él. La mujer le miraba ilusionada —Estoy feliz, al fin iremos a casa. Viktor se quedó silencio, no tenía ganas de hablar con ella. Luego salieron de la habitación y se marcharon de ahí. A la salida del hospital los esperaba un taxi. Viktor miró el lugar antes de abordar el auto, no reconocía nada, pero el clima era fresco y el cielo nublado. El auto los llevó hasta el puerto, el hombre vio por la ventanilla, el pueblo era un caos, muchos edificios estaban en ruinas, había calles cerradas por el terremoto, casas derruidas y escombros por todas partes. De pronto, Viktor sintió que Rosaleen apretó su mano —Todo está bien —aseveró la mujer con una sonrisa dulce, aunque Viktor retiró su mano de inmediato, no pudo negar que aquel gesto lo reconfortó, pues seguía sintiendo temor. Pasaron diez minutos y llegaron al puerto. Descendieron y Rosaleen pagó al taxista. —¿Dónde estamos? —preguntó Viktor, mientras sus ojos castaños observaban el paisaje —Es el puerto de Lorf, abordaremos el ferri para ir a casa. —¿Ferri? —Sí, amor, no hay otra forma para llegar a casa que ir en ferri. —No tengo idea de donde es mi casa —dijo Viktor malhumorado —Nuestra casa queda en Islas del Sur, a una hora aproximadamente de aquí —la mujer señaló a lo lejos, donde se miraban unas tierras separadas por el mar —¿Islas del Sur? —de todos modos, aquel lugar era desconocido para él —Es hermoso, ya recordarás —dijo Rosaleen Cuando el ferri llegó abordaron, Viktor estaba incómodo, pero no tenía opción, seguía considerando a Rosaleen como una extraña en su vida, pero aquella enfermera le había demostrado que esa mujer era su esposa. Viktor se acercó a las barandillas del ferri, observó el océano Atlántico, el viento soplaba, buscaba cualquier cosa que pudiera evocar algún recuerdo, pero no pudo. Rosaleen se mantenía cercana a él, pero intentaba darle espacio, no quería molestarlo, se sentía triste de su actitud fría, sabía que debía ser paciente y esperar el momento oportuno. Tras una hora de camino llegaron, había un enorme anuncio que decía «Bienvenidos a las tierras altas de Islas del Sur» aquel era un lugar rústico, de alrededor de quinientos habitantes. Era apacible y monótono. Descendieron del ferri, Rosaleen dirigió a Viktor hasta su camioneta —Siempre la estaciono aquí cuando salimos de viaje, así es fácil volver a casa. Viktor mantuvo el silencio, seguía observando cada parte del trayecto, intentando recordar. Estaba por anochecer, al final, Rosaleen se detuvo en una enorme propiedad, dentro había un gran cultivo de cebada, un granero, una destilería y una casa. Estacionó la camioneta dentro de la propiedad, al bajar, Viktor leyó una placa que decía «Residencia Kerr» —¿Residencia Kerr? ¿No debería ser residencia Henisens? —Amor no lo recuerdas, pero esta casa era propiedad de mis abuelos paternos. Vivieron aquí toda su vida, por eso la residencia tiene ese nombre, tú y yo acordamos vivir aquí, somos recién casados, pero si lo deseas mañana mismo haré que cambien esa placa… —¡No, no es necesario! —inquirió con apuro, Viktor se sintió como un tonto ante su reacción. Caminaron a la puerta principal, Rosaleen ingresó de prisa y encendió las luces, a Viktor le costó entrar, pero una vez dentro, observó detenidamente cada detalle. Los adornos, muebles, colores eran irreconocibles, entonces vio las fotografías, casi se volcó en ellas, admirándolas. Pronto encontró fotos de él —¿Soy yo? —preguntó conmovido al mirar una foto de su infancia —Sí, eres tú, eres hermoso —dijo la mujer, Viktor sostenía esa foto donde tendría algunos tres años y estaba al lado de una mujer —¿Ella es…? —Es tu madre, Dios la tenga en su reino —dijo Rosaleen triste y Viktor se sintió aturdido—. Murió cuando tenías cinco años. Viktor asintió con dolor y siguió viendo, algunas fotos eran de su adolescencia, se veía feliz, sonriente, rodeado de amigos. —¿Quién es él? —Tu único hermano, Sigmund. —¿Dónde está? —Bueno, en el Mediterráneo, pero no se hablan. —¿Por qué? —Por Leslie —dijo Rosaleen, su voz se volvió ronca al mencionarla—. Tú exnovia, ella se ha encargado de hacernos la vida imposible, parece que no puede olvidarte, consiguió que tu hermano y tú pelearan. —Yo no la recuerdo —dijo Viktor —No lo hagas, de todas formas, ella no vale la pena. ¿Tienes hambre? Viktor dudaba de lo que la joven le decía, todo era raro para él —¿Por qué no hay fotografías de nuestra boda? —preguntó con reproche —No nos casamos por la iglesia, cariño, en realidad nuestra boda fue rápida, sin vestido, ni lazos, ni fiesta. Solo queríamos huir de lo que nos separaba, y decidimos casarnos para estar juntos para siempre —ilusionada Rosaleen subió las escaleras y Viktor permaneció esperando, confundido. Luego la mujer volvió trayendo algo entre sus manos—. Pero, si tenemos esto —dijo, al abrir la mano entregó el anillo de bodas, una sortija de oro blanco con incrustaciones de zafiro El hombre tomó la sortija, dudó en ponerla en su dedo —Póntela, amor. —¿Y la tuya? —la joven sacó de su bolsillo su argolla, era un diamante azul zafiro precioso —Nuestros anillos pertenecían a mis abuelos maternos, es en nombre de su amor que debemos usarlos, para que nuestro amor imite al suyo. Ellos fueron muy felices, como nosotros lo seremos. —Quiero tomar un baño —dijo terminando la conversación, Rosaleen decepcionada, tuvo que aceptar y subieron a la recámara. Dentro encontró una enorme cama, ventanales con cortinas rosadas. Viktor se apuró a abrir el closet, ahí estaba su ropa colgada, toda parecía a su medida. Lo único extraño fue que aquella ropa parecía nueva, abrió uno de los cajones, ahí estaba su ropa interior. Rosaleen lo observó un segundo, notaba la desconfianza del hombre. Aquello le dolía, pero evitaba demostrarlo. Caminó al cuarto de baño, abrió el grifo y dejó que la bañera se llenara de agua tibia. Luego vertió sales y jabón dentro. —¿Estás listo, amor? el baño está preparado. Viktor tomó una toalla y caminó al baño. Rosaleen estaba por entrar, pero Viktor cerró la puerta antes de que pudiera hacerlo. Ella dio un paso atrás y comenzó a llorar en silencio. Viktor se sumergió en la tina, estaba agotado. Cerró sus ojos por unos minutos y permaneció así. Abrió los ojos cuando sintió unas manitas que acariciaban su cabello, encontrándose con el azul del cielo. Se enderezó asustado —¿Qué haces aquí? —dijo con brusquedad —Te quedaste dormido, amor, me asusté —dijo Rosaleen mientras continuaba masajeando su cabello —Déjame. —No, por favor, déjame lavarte —Viktor se negó, ella insistió, para él era incómodo, pero cedió al mirar la súplica en sus pupilas. Además, la forma en que masajeaba su cabello al lavarlo era agradable, luego con la esponja talló su espalda y brazos, la sensación de ser mimado le gustaba, Rosaleen cuidó de no lastimar sus heridas, después lo enjuagó con delicadeza. —¿Cómo te sientes? —Bien. —¿Tienes hambre? El hombre quería gritar que sí, dijo que no, aunque su estómago lo delató al resonar con fuerza —Mientes muy mal —dijo Rosaleen riendo, provocando la risa de Viktor. Los ojos brillantes de esa mujer contagiaban de buen ánimo. Ella besó su frente—. Amor vístete, te preparé tu comida favorita. —¿Cuál es? —preguntó intrigado —Quiche Lorraine y no es por presumir, pero me queda delicioso, ¡Apúrate! Rosaleen salió de la habitación y Viktor permaneció en la tina unos segundos más. Cuando bajó escuchó los maullidos del gato gris, de ojos verdes. La gata lo miró por un segundo, asustada corrió debajo del sofá. —¡Osiris! Eres dramática —repuso Rosaleen ante la actitud del animal—. Amor, toma esa actitud cuando no nos ve en mucho tiempo —justificó —¿Cómo se llama? —Osiris. Viktor pensó que aquella actitud era rara, ¿Por qué sí eran esposos, y aquella gata era su mascota, de pronto huía al verlo? ¿Acaso no lo veía siempre? Aquella situación lo inquietó, pero unos minutos después la gata se acercó a él, lo olfateó, después comenzó a frotarse contra sus piernas de modo tierno, para sentarse cerca de él «Estoy paranoico» pensó, al notar la nueva conducta de la gata Cenaron en paz. La comida era deliciosa y Viktor repitió plato. Tras la cena, decidieron dar un paseo por la propiedad. Caminaron alrededor, era de noche, el cielo era despejado y miles de estrellas se plasmaban en él. —Este lugar es hermoso. —Sí. —¿Qué es ahí? —señaló la casa de al lado —Es la refinería, del whisky escocés que era de mis abuelos. Sé que no tienes recuerdos, así que te contaré, tú y yo tratamos de crear una nueva marca de whisky escocés, pero aún no tenemos el nombre —Rosaleen le mostró los alambiques y barricas de roble. Aquello era interesante, pero Viktor no sabía nada sobre eso. Caminaron cerca de la siembra. —No logro recordar nada de esto, ¡Ni siquiera sé que maldito día es! —exclamó furioso —Es siete de agosto de mil novecientos ochenta y dos, han pasado seis días desde nuestra boda. —¿Quiero saber cómo fue el accidente? —dijo Viktor, los ojos de Rosaleen le miraron temerosos, sufría al recordarlo —Fue horrible, era nuestra luna de miel y viajamos a Lorf, decidimos visitar «La piedra del amor» en el castillo de Glosk, hubo un terremoto, el edificio colapsó… —los ojos de Rosaleen se inundaron de lágrimas—. Estuve por caer, pero tú tomaste mi mano, ¡Me salvaste! Yo no pude hacer lo mismo por ti, caíste, te golpeaste tan fuerte, ¡Yo clamaba por ayuda y nadie aparecía! —Rosaleen se desesperaba al recordar, Viktor conmovido la abrazó con fuerza, su voz parecía genuina y al sentir el calor de su cuerpo, que temblaba entre sus brazos, por primera vez, desde que despertó sin memoria se sintió en paz.
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