Capitulo III. De pasiones e imprudentes

1517 Words
Viktor despertó, estaba en la cama. Rosaleen no había dormido a su lado, aunque lo intentó, pero recibió el rechazo del hombre. Viktor no durmió bien, por un lado, se sentía culpable de negarse al amor que la mujer ofrecía, la hacía sufrir y no le gustaba hacerlo, sus pensamientos eran confusos, y creía que al ceder podría empeorar. Sintió ganas de orinar, se apuró a ir al baño, al entrar y hacerlo en el retrete, escuchó el sonido del agua correr en la regadera, cuando se giró a mirar observó aquella silueta detrás del cristal. Era Rosaleen. Viktor se apuró a limpiarse, tirar de la cadena y lavar sus manos para marcharse, en cambio, se quedó inmóvil, embelesado por aquella belleza blanca, Rosaleen era hermosa de pies a cabeza, su cabello n***o, como el ébano, caía largo hasta acariciar su cintura, el agua mojaba cada rincón de su cuerpo delgado. Sus senos turgentes se decoraban con pezones rosados y sus caderas se adornaban con aquellas piernas torneadas. No podía dejar de mirarla, sentía su erección calentando su esqueleto.   Rosaleen cerró la regadera, dándose cuenta del escrutinio del cual era víctima. Se sorprendió por un instante, pero se repuso. Quizás era la mirada de Viktor, seria y oscura, que le hizo atemorizarse, salió de inmediato, frente a él frunció el ceño, confundida —¿Viktor, estás bien? —el hombre no respondió nada, ni siquiera la miraba, sus ojos estaban concentrados en todo su cuerpo, cuando al fin se dignó a ver sus ojos los encontró consternados, Rosaleen tenía las mejillas enrojecidas. Pero, Viktor no podía pensar, la sangre le hervía por el deseo, se acercó unos pasos, ella no movió ni un músculo, esperando por él, aunque en su mirada escondía un rastro de temor. Como si estuviera hipnotizado, alzó una mano hacia su seno izquierdo, observó como la respiración de Rosaleen se aceleraba, incluso aunque no había tocado aún ni un centímetro de su piel. Su dedo pulgar acarició el pezón que de inmediato se engrandeció ante su vista. Aquello lo excitó demasiado, se acercó un paso más, bajó la mirada hacia la mujer, encontrando su rostro, Rosaleen se quedó quieta sintiendo el aliento caliente que encendía su piel. Alzó su cara, para alcanzar el rostro de ese hombre que era tan alto. Tuvo que ponerse de puntillas para enredar sus brazos entre su cuello, besó sus labios con lentitud, esta vez no la rechazó, el beso fue lento y suave, ella seguía su ritmo, no quería hacer ningún movimiento que terminara por alejarlo. De pronto aquel beso se transformó en fuego intenso, Viktor era apasionado, Rosaleen no podía respirar, pero era incapaz de alejarse de él, sintió las fuertes manos tomar su cintura, acercándola, la sensación de aquel pene erecto debajo de aquellos shorts, hizo que se le escapará un gemido, tenía ganas de que le hiciera el amor, como antes. Viktor rompió el beso y su lengua descendió al cuello, la respiración entrecortada de la mujer lo enloquecía de placer, trasladó su lengua a sus pezones, chupándolos con suavidad —Te amo, Viktor mi amor… —escapó como un susurro, impulsando a Viktor a profundizar sus caricias ardientes. De pronto, el sonido del timbre de la puerta resonó por toda la casa. Viktor se detuvo y observó a la mujer con duda —No importa —dijo temblorosa, tomó el rostro del hombre besándolo con pasión, pero el sonido inclemente del timbre volvió a repetirse, a lo lejos escucharon unas voces «¡Buenos días, señores Kerr!» —Hay que atender, no se irán jamás —dijo Viktor con fastidio, resopló varias veces, recuperando la cordura. La pasión que lo había quemado comenzó a helarse, pensó en lo que hacía, ahora ya no era una necesidad imperiosa Rosaleen estaba frustrada, sus ojos estaban desesperados, pero al escuchar la llamada de nuevo, se apresuró a tomar su albornoz de baño. Intentó ir a abrir, pero la mano de Viktor la detuvo con severidad —¿A dónde vas? —No te preocupes, amor, haré que se marchen y volveré enseguida —dijo Rosaleen con apuro —¿Vestida así? —dijo con el rostro necio—. Iré yo, tú vístete —Viktor no dio pie a réplica, caminó de prisa fuera de ahí, antes tomó su bata de dormir. Rosaleen se quedó sorprendida, después sintió temor y corrió a alcanzar a Viktor. El hombre bajó las escaleras, colocándose encima la bata de dormir. Abrió la puerta, encontrando frente a él a un hombre alto, no más que él. Acompañado por un par de sujetos muy rudos. Viktor lo miró dudoso —Buenos días. —Buenos días, señor Kerr, es un placer saludarlo —dijo con una voz tan amable que irritó a Viktor —Soy el señor Viktor Henisens, un placer saludarlo —dijo apretando su mano con fuerza —Mi nombre es Arthur Erskins, hijo del Barón de Dacre, me he mudado a la isla y estoy visitando a mis vecinos para presentarme con ellos —dijo sonriente, Viktor alzó las cejas, sorprendido, no podía creer que hubiese gente que siguiera aquellas tradiciones, asintió aprobando  —Pues, sea bienvenido a las Islas del Sur. —¡Gracias! Estoy seguro de que esté lugar y yo seremos muy buenos amigos —dijo Arthur con un tono de voz audaz, que despertó algo de antipatía en Viktor, observó al hombre, tenía unos ojos grandes de color esmeralda que lucían ensombrecidos, su cabello oscuro estaba anudado en una cola larga que caía a sus hombros, pero su gesto era severo, algo de él no le agradaba, pero Viktor no decidía si su deducción era objetiva —. Pronto ofreceré una fiesta para conocer mejor a mis amados vecinos. Así, que esperé mi invitación. —Estaré esperándola entonces. «Amor, ¿Puedes venir conmigo?» las palabras de Rosaleen interrumpieron la plática, aquella voz atrajo la curiosidad de Arthur, su mirada se adentró a la casa, sin encontrar a la dueña de esas palabras, una sonrisa pícara se dibujó en su rostro al encontrarse con los ojos del castaño —Parece que lo esperan —dijo bromeando y Viktor asintió—. Si esa dulce voz es equitativa a la belleza de su mujer, entonces he sido imprudente al venir tan temprano —aunque Viktor sonrió, esta vez era falso, en sus adentros sintió una furia contra ese sujeto. ¿Con que derecho se atrevía a hablar de la belleza de su mujer? Tuvo un mal presentimiento sobre la actitud de ese extraño, no le gustó. Pero se despidieron con cortesía, antes de cerrar la puerta, Arthur Erskins le dirigió otra mirada —¿Sucede algo? —preguntó Viktor con menos paciencia —Siento que lo he visto antes, pero no recuerdo en donde, tengo muy mala memoria. —Ya somos dos —dijo Viktor sonriente, luego cerró la puerta y borró la sonrisa. Sin saber por qué, cerró la puerta con los tres cerrojos que tenía. Cuando dio media vuelta encontró a Rosaleen al pie de la escalera —¿Aun no te vistes? —preguntó al mirarla. La mujer estaba decepcionada, dio la vuelta y subió de prisa a vestirse. Viktor sabía lo que ella buscaba, una parte dentro de él quería subir para terminar con lo que había comenzado, pero otra parte lo detenía, seguro de que antes de todo quería saber quién era él. Ya vestida, Rosaleen bajó a la cocina, comenzó a preparar el desayuno, Viktor merodeaba por ahí, sintiéndose inútil, no quería hablarle, temía que estuviera molesta —Haré un desayuno turco, prometo que te gustará —dijo amable, Viktor sintió alivio, asintió—. Pero, antes llevaré el desayuno a los trabajadores —se refería a los empleados que estaban en los campos de cebada. —Yo lo haré —dijo con rapidez, Rosaleen titubeó—. Puedo hacerlo, no tienes que hacer todo tú. Además, yo debo hacerme cargo de eso, soy el hombre de la casa, ¿Verdad? Rosaleen sonrió efusiva, asintiendo. Viktor salió de la casa por la puerta del patio, rodeó, pero al fin encontró a los trabajadores en los campos de cebada, eran cerca de quince jóvenes, algunos inmigrantes, Viktor consideró que pagar sus sueldos debía ser difícil y miles de preguntas invadieron su mente, un jovencito se acercó a él —Hola —dijo sin perder de vista la canasta con comida—. ¿Es nuestro almuerzo? —Sí —Viktor extendió la canasta hasta entregarla—. ¿Qué tal les va? —Bien, el supervisor está adentro con los otros señores, pero vendrá y nos dará una vuelta, ¿Y tú quién eres? —aquella simple pregunta acabó con la paz del hombre —¿No me conoces? —No. —dijo inquieto—. Jamás en la vida te había visto. —¿Cómo de que no? Soy el esposo de Rosaleen Kerr. —¡¿Qué?! ¿La dueña se casó? —preguntó con decepción en su cara morena, esas palabras bastaron para poner de los nervios a Viktor Henisens.
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