Capítulo I. La Extraña

2163 Words
Abrió los ojos y observó alrededor; escuchó murmullos, gente vestida de blanco que iban y venían con afán. El olor a medicina le provocó náuseas, enderezó su postura. Le dolía la cabeza, con sus manos tocó las vendas que cubrían sus costillas. Una enfermera se acercó y revisó en el monitor sus signos vitales —¿Cómo se siente? —No sé… —dijo aturdido, de pronto intentó levantarse, pero la enfermera lo detuvo —No puede hacer esfuerzo. No se levante, pronto se sentirá mejor. —No sé qué está pasando, ¿Dónde estoy? —el hombre de cabello castaño parecía confuso y vacilante, su corazón latía de prisa, creía estar en un sueño, pero el dolor en sus huesos le confirmaba la realidad, ningún recuerdo venía a su mente, no sabía nada de él, ni del mundo, un temor se apoderó de su cuerpo y se quedo sin aliento. La enfermera se apuró a atenderlo, el hombre manoteaba, balbuceando preguntas sin sentido, estaba siendo contenido para que se tranquilizara, no podía, porque el miedo a su ignorancia estaba enloqueciéndolo, un enfermero respaldó a su colega e inyectó un sedante, que pasado unos minutos terminó por controlar al paciente. —Veamos si el doctor Stinard está desocupado y pueda atender al paciente —dijo la enfermera —¡Es una locura afuera! Parece el apocalipsis, hay demasiados muertos y heridos. —Lo sé. Debemos seguir ayudando, busquemos a Stinard, esté paciente ya está mejor, debe desocupar la cama, hay enfermos graves que la ocupan. Los enfermeros asintieron, salieron en búsqueda del doctor, al salir encontraron el panorama desolador, una multitud de heridos estaban en la sala del hospital, no se daban abasto. Una mujer joven se acercó a ellos, aturdiéndolos con preguntas sobre un paciente, pero la ignoraron, no tenían tiempo para responder, caminaron alejándose y entraron al cuarto de personal, donde el doctor Stinard estaba engullendo un sándwich, velozmente —¿Qué pasa? —dijo con la voz ahogada por el bocado —El paciente del cuarto trescientos veinte despertó, sus signos son favorables, queremos saber si puede revisarlo y darle el alta, hay pacientes que necesitan la cama —dijo la enfermera El doctor Stinard asintió y terminó su sándwich, luego caminó con ellos volviendo a aquella habitación. La enfermera administró una inyección en el suero del paciente y comenzó a despertar con lentitud —Buenos días, soy el doctor Stinard, necesito realizarle unas preguntas ¿Puede contestarlas? —el hombre lo miraba angustiado, sus ojos estaban pesados y apenas entendía las palabras del doctor—. Sufrió un accidente y golpeó su cabeza al caer, por ese motivo está aquí. —No lo recuerdo… —balbuceó incrédulo —¿Puede decirme su nombre completo? —preguntó el doctor, el paciente permaneció callado y negó sutil—. ¿Sabe que día es hoy? El hombre volvió a negar, tenía los ojos centellantes de temor y el rostro pálido, el doctor miró a los enfermeros y salieron un momento de la habitación —Los resultados de la resonancia no mostraron ninguna lesión cerebral —inquirió la enfermera—; Puede ser una amnesia temporal, por el shock sufrido. El doctor Stinard estaba nervioso, los pacientes seguían llegando, uno tras otro, y el director del hospital de Lorf hizo una junta, solicitando que los pacientes con un diagnóstico leve fueran dados de alta, pues urgían las camas y la ayuda del exterior llegaba a cuenta gotas. Un terremoto de siete, punto dos, en la escala de Richter había sacudido Escocia hace tres días, y el epicentro había sido en el pueblo de Lorf. Al salir de la junta el doctor Stinard se encontró con la enfermera —¿Dónde está la familia del paciente del trecientos veinte? —Están en la sala de espera, su esposa lleva preguntando por él desde las cuatro de la mañana, no se ha movido de aquí todo el tiempo. —Hay que dar de alta a ese paciente, vamos a ver como sigue y después hablaré con la mujer —el doctor y la enfermera fueron a la habitación, y se sorprendieron al encontrar al hombre levantado —Señor, por favor, recuéstese —dijo la enfermera severa —Necesito irme, necesito salir de aquí, ¡Estoy enloqueciendo! —exclamó con angustia —Señor Henisens, debe calmarse. —¿Señor Henisens? —preguntó dudoso—. ¿Ese es mi nombre? Yo no lo sé, ¡¿Quién soy!? ¡¿Quién carajos soy yo?! No lo recuerdo —dijo atormentado —Tranquilo, señor Henisens, está padeciendo un cuadro de amnesia debido al traumatismo que sufrió, pero es muy probable que pasé pronto y recuperé su memoria —dijo el doctor seguro—. Hablaremos con su esposa, ella está afuera, quizás al verla pueda recordar. El hombre parecía aterrorizado, no entendía nada de lo que el doctor decía, los miró salir de la habitación, se sentó al borde de la cama, todo en su mente era como un cuadro blanco, no podía memorizar algún recuerdo o instante, salvó el hospital, la comida que había probado hace horas, o el sabor de la medicina. Pero, todo lo demás era una incógnita para él. Se sentía indefenso, como un niño perdido entre la gente, quería llorar, pero sus lágrimas no se derramaban, un dolor seco y frío se clavaba en su estómago. «Ni siquiera recuerdo a ninguna esposa» pensó atormentado, mirando a la nada. La sala de espera estaba atascada de personas; algunos enfermos, otros esperando noticias de sus familiares, aquellos rostros estaban tristes, esa tragedia había cubierto de dolor a Lorf, recuperarse no sería sencillo —Familiares del paciente Viktor Henisens —dijo el doctor mirando al público, repitió su discurso cuando no todos alcanzaron a escuchar. Entonces, escuchó una dulce voz decir un tímido «Yo» —Yo soy su esposa —el doctor Stinard se giró a mirarla, no pudo evitar sonreír con suavidad, incluso a pesar de todo el alboroto. La observó detenido, era una hermosa mujer, bastante joven—. ¿Cómo está mi esposo? —Soy el doctor Stinard, su esposo ha despertado, físicamente se encuentra bien, sin embargo, tiene un cuadro severo de amnesia. El rostro blanco se ensombreció de preocupación, la mujer tenía un gesto endeble —¿Estará bien? —Sí, creemos que pronto recuperará la memoria, pero en estos momentos su esposo no puede permanecer en el hospital, como sabe estamos saturados de gente y necesitamos desocupar la cama que su esposo ocupa, creemos que mejorará con rapidez yendo a casa a su lado. Ella asintió, su rostro seguía preocupado, pero un rayo de esperanza parecía iluminarla —¿Puedo verlo? —Sí, pero no debe permitir que la trastorne el hecho de que no la recuerde, como le he dicho es algo normal y pasajero, necesitará de su apoyo para recuperarse al cien por ciento. —Lo sé, yo lo cuidaré y mejorará a mi lado, tenga por seguro. —Me alegra escuchar su positividad, por favor, venga conmigo, la llevaré con su marido. Ambos caminaron hasta la habitación trescientos veinte. La mujer se sintió temblorosa por un momento, contuvo el aliento, y al entrar observó a Viktor sentado, cabizbajo, vistiendo una bata blanca, el torso vendado, y un parche cubriendo su herida en la frente. Verlo así, débil, hizo que se desesperara —¡Por Dios, Viktor! ¿Estás bien? ¿Cómo te sientes? —dijo corriendo hacia él, tomando su rostro entre sus manos, mientras el hombre la observaba casi con terror —¡¿Quién eres?! —exclamó alejando sus manos de su cara —¡¿Cómo…?! —la mujer titubeó, trastocada y llorosa—. Soy yo, mi amor, tu esposa, Rosaleen. —¡No te conozco! —negó mirándola de arriba abajo, era una mujer muy bella y joven, pero fuera de eso, no la recordaba, era una extraña, Viktor tocó su cabeza y se aferró a ella porque dolía, luego se sintió mareado y una sensación de irrealidad se apodero de él, todo lo que veía le parecía incierto, comenzó a sofocarse. El doctor lo examinó, su presión arterial estaba elevada, tenía un ataque de pánico. Rosaleen lo observaba aterrorizada, lágrimas cubrían su rostro, inmóvil, solo rezaba por él. Viktor abrió los ojos, intempestivos y asustados. Estaba en esa cama de hospital, intentó recordar, no pudo, frustrado decidió levantarse. Quería irse, aunque no tenía idea de adonde. Antes de que pudiera huir, fue descubierto por la enfermera —Señor Viktor no irá a ningún lado, tenemos pacientes que necesitan usar esta cama —dijo severa—. Tal vez no lo recuerde, pero hubo un terrible terremoto, sabemos que está pasando algo difícil, allá afuera hay gente que la está pasando mil veces peor que usted, así que no permitiré que haga ninguna locura. —Quiero irme. —Y lo hará, pero hasta que el doctor le dé su alta —la enfermera era muy humana, y sintió compasión por el hombre amnésico—. Mañana le darán su alta, su esposa está afuera, no se ha alejado ni un minuto de aquí, mañana podrá irse con ella. —¡No! —exclamó con miedo—. ¡Ella no es mi esposa! La enfermera abrió los ojos enormes, incrédula —¿De qué habla, señor Henisens? —¡Escúcheme! Esa mujer no es mi esposa, no la recuerdo, ella es una impostora, no sé qué quiera, pero créame ¡No es mi esposa! —Señor Henisens, usted sufre de un estado amnésico, por eso no recuerda a su mujer, ella lo adora, es natural que se sienta así, pero en unos días los recuerdos volverán. —¿Y si no es mi esposa? ¿Si es una extraña para mí? Por lo menos necesito una prueba de que dice la verdad. Si después se entera de que mintió, ¿Usted podrá dormir sabiendo la negligencia que me hicieron? La enfermera entrecerró los ojos, intrigada prometió ayudarlo. Las siguientes horas pensó en ello, tal vez el hombre era amnésico, sin embargo, sus dudas tenían sentido, después de todo no tenían pruebas de que esa mujer era su esposa, por supuesto que ella había mostrado sus credenciales, pero no el acta matrimonial. ¿Cómo sabían que ella decía la verdad? Lourdes era enfermera desde hace catorce años, nunca en su vida había tenido un caso de negligencia, pero creía que en la vida todo era posible, cuando se lo contó al doctor Stinard se encontró con una actitud ligera, el doctor rio divertido, aludiendo a que la actitud paranoide del paciente era justificada, en cambio la de ella no. —No perdemos nada con exigir una prueba, el paciente no la recuerda, ¿Cómo sabremos si ella dice la verdad? —Lourdes está involucrándose demasiado, no tengo duda de la mujer, usted la conoce, es confiable. —Ser joven y bonita no vuelve a una mujer confiable. El doctor la miró severo, no le gustaba que le contradijeran, pero menos que aludiera a su buen gusto por las féminas. —Lourdes, no se meta en lo personal, encárguese de hacer sus labores —exclamó molesto y salió de la habitación Al día siguiente la enfermera esperó a que el doctor Stinard estuviera ocupado, y buscó a la mujer que permanecía en la sala de espera —Buenos días, señora Henisens —Rosaleen se acercó a ella y la abrumó con miles de preguntas sobre Viktor—. Tengo entendido que hoy le darán el alta de su esposo. Necesito recordarle que debe cumplir con ciertos requisitos para el alta. —Sí, ya me los ha explicado el doctor Stinard y he cumplido con todos. —Sucede que el doctor Stinard olvidó un requisito indispensable —dijo la enfermera—. Necesitamos que nos muestre el acta de matrimonio original —aseveró, observando como el rostro de la joven mujer se fruncía en confusión —¡Qué raro! No me lo solicitó el doctor Stinard —Está distraído, como sabe hay demasiados pacientes. El doctor Stinard se acercó a ellas, interrumpiendo la conversación y saludando a Rosaleen —La enfermera me está solicitando el acta de matrimonio original para el alta de mi marido, le comentaba que usted había olvidado decirme —Lourdes palideció y el doctor la miró enojado. Rosaleen que era lista en identificar las emociones de los demás con rapidez, pudo detectar la incomodidad —No hay problema, doctor, de hecho, supuse que me la pedirían y ayer que fui a cambiarme de ropa la traje conmigo —dijo Rosaleen, mostrándola—. Mi esposo y yo tenemos apenas unos días de casados, pero llevamos juntos varios años. La enfermera sostuvo el acta, observando con suma atención. El doctor estaba enfurecido e intentaba no demostrarlo, Rosaleen permanecía inmóvil, con una sonrisa amable en sus labios rojos, aunque no lo notaban, la mujer temblaba con el corazón retumbante de temor.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD