Capítulo IV. Una simple historia de amor

2031 Words
Dan Hellerman interrumpió la conversación, era el administrador y supervisor de la refinería. Tenía casi cuarenta años, había trabajado desde niño con los Kerr, tras la muerte de los ancianos se había dedicado a continuar con la producción del whisky escocés «Kerr» Aunque el negocio con los años se había vuelto austero, seguía manteniendo buenas ganancias y Dan adoraba su trabajo, así como a Rosaleen a quien conocía desde niña —Buenos días, patrón, me alegra verlo mejor de salud —dijo Dan cordial, aunque su mirada era fría contra el trabajador—. Boyle, ¿No tienes trabajo? Reparte la comida con tus compañeros. John Boyle se dispuso a obedecer y se alejó de los hombres —¿Usted si me conoce? —preguntó Viktor con saña —¡Claro! ¿Por qué lo pregunta? —Creo que ese empleado no me ha visto jamás. —Es cierto. John Boyle lleva un par de semanas de ingreso. Y usted acaba de volver de Lorf —las palabras de Dan eran naturales, y devolvieron la calma al hombre —¿Desde cuándo nos conocemos? —preguntó Dan dudó un segundo, clavando sus ojos al cielo —Quizás desde hace… Dos o tres años, nos hemos visto de forma intermitente, porque usted iba y venía entre la isla y el Mediterráneo, me alegra mucho que, al fin, usted y la señora Rosaleen hayan llegado a un acuerdo —dijo Dan. Ese hombre de cabellos grises y ojos negros le daba confianza, parecía honrado, pero de nuevo esa sensación de irrealidad acosó a Viktor, sofocado dio la vuelta, quería irse lejos de ahí. Cuando Dan lo notó intentó detenerlo—. ¿A dónde va, señor? —Yo… —Viktor titubeó nervioso—. Iré a comprar unas provisiones, ya sabe cómo son las mujeres, solo saben encargarnos cosas. Dan asintió. —¿Quiere que lo acompañé? La señora me indicó que su memoria está pasando una pequeña crisis, si no recuerda el pueblo, no quisiera que se perdiera —dijo Dan preocupado —Ya sabe cómo son las esposas de exageradas. Recuerdo el pueblo. No se preocupe —dijo apresurado, quería salir corriendo —¿Por qué no lleva la camioneta? —Viktor miró el vehículo, pero declinó la oferta —Caminar me hace bien —luego sin detenerse avanzó veloz, hasta perderse de la vista de Dan. Viktor caminó de prisa, no pensaba, su mirada se hundía en el asfalto gris. Un viento fresco soplaba intenso. Al elevar su mirada observó a una pareja de ancianos que llevaban unas bolsas pesadas. Parecían estar discutiendo, pero cuando la anciana esbozó una sonrisa, el recuerdo de Rosaleen arribó a su mente. Cuando sus ojos cruzaron con la pareja, ellos le reconocieron, alertando al hombre, que detuvo el paso, curioso. —Señor Henisens, nos alegra verlo recuperado —dijo la anciana con una sonrisa suave —¿Usted me conoce? —replicó Henisens intrigado —¡Claro! —exclamó la anciana, segura —; Eres el esposo de Rosaleen, somos vecinos, vivimos a unos diez minutos de la residencia Kerr. Aquellas palabras hicieron que Viktor sintiera un poco de calma —Venga, joven, ayúdenos. Miré que estas bolsas pesan demasiado —dijo el señor Darson, Viktor respondió inmediato y ayudó a cargar las bolsas de los viejos —¿Vienen del centro? —Fuimos a Isla del Este, hubiéramos conseguido mejores ofertas en las tiendas de Lorf —dijo refiriéndose a sus compras—. Pero, el puente sigue derruido. —Nos alegra verlo mejor de salud, aquel día en Lorf fue trágico, Ros casi enloquece. —¿Ustedes estuvieron ahí? —Sí, quisimos pasear por el castillo de Glosk, coincidimos, después nos enteramos del accidente, eres afortunado. Hubo muchos muertos. Viktor asintió y siguió caminando al lado del matrimonio. La señora Darson era una parlanchina alegre, en cambio, el señor Darson era serio y educado. Al doblar la esquina observaron la camioneta de Rosaleen, que estacionó haciéndolos detenerse. Parecía conmocionada, tenía los ojos enrojecidos como si hubiese llorado, apenas bajó de la camioneta se acercó a Viktor tomando su rostro entre sus manos —¿¡Estás bien?! —el hombre se sonrojó, avergonzado, asintió —Querida, Ros, ¡qué alegría verte! Rosaleen saludó a los Darson y se ofreció a llevarlos a su casa, los ancianos aceptaron, subieron junto a ella, tomaron el asiento del copiloto, aunque con esfuerzo cabían. Viktor fue en la caja de la camioneta azul. Al cabo de unos diez minutos llegaron a la residencia Darson, una casa antigua, cercana al mar, era la más cercana a la residencia Kerr, a unos cuatro kilómetros de distancia. Los Darson les invitaron a beber té, pero Rosaleen sostuvo que debían realizar unas compras, prometieron volver algún día de la semana para compartir la comida con sus buenos vecinos. Luego se despidieron, Rosaleen dijo adiós con el dorso de su mano, sonreía, pero en cuanto subió a la camioneta el gesto amable se esfumó. Viktor tomó el lugar del copiloto, incómodo, quería ir a casa. En cambio, Rosaleen terminó por detenerse al llegar cuesta arriba en los acantilados de Bétulla, apagó la camioneta y descendió porteando con fuerza. Viktor extrañado decidió seguirla —¿Qué hacemos aquí? —preguntó dudoso. Rosaleen caminaba despacio, delante de él. El viento refrescaba y nubes grises comenzaban a amenazar con lluvia —¿Por qué intentaste escapar? —Rosaleen no lo miró, su voz era clara y cargada de decepción, Viktor sintió pesadez —No escapaba… no sé de qué hablas —dijo apagado —¡No mientas! —exclamó la mujer en un grito, que sorprendió a Viktor—. Casi enloquezco al notar tu ausencia, pensando que si algo te pasara sería mi culpa. Eres injusto conmigo, ¿Acaso te traté mal? —No, Rosaleen, no —Viktor estaba frustrado, pero no más que ella—. Yo… Necesito estar solo. Rosaleen sintió que la sangre se iba a sus pies, su corazón retumbó y sus ojos se aguaron. —¿Por qué? —preguntó desamparada —No te recuerdo, ¡No recuerdo nada de esto! —Viktor observó el paisaje que le resultaba desconocido—. Quiero saber quién soy, quiero hacerlo por mi cuenta. —¡¿Por qué eres tan cruel?! —exclamó furiosa, las lágrimas asomaban a sus ojos azules—. ¡No me das ninguna oportunidad! Yo solo quiero hacerte feliz, ¿Acaso no sabes que somos lo que amamos…? —Lo sé… —Viktor intentó remediar el enojo de la joven, fue inútil —¿Quieres que desaparezca de tu vida? ¿Quieres estar solo? ¿Sin mí? —Rosaleen puso sus manos en la cintura, su temple era firme, Viktor tuvo una mala corazonada, se sintió amedrentado por la figura grácil frente a él, que le miraba con rabia, titubeó, no dijo nada—. Bien, eso haré —ella afirmó con voz severa. De pronto Rosaleen dio la vuelta y corrió rápido hasta encontrarse con la punta del acantilado. Iba a lanzarse o tal vez no, Viktor reaccionó a tiempo, su cuerpo se heló, se abalanzó sobre ella tomando su cintura y haciéndola caer sobre el césped verde. El corazón de Viktor palpitaba con fuerza, temblaba, sofocado por el miedo y la adrenalina, no podía creer en lo que había pasado: ¿Acaso Rosaleen Kerr estaba loca? ¿De verdad esa mujer caótica y tóxica era su esposa? Se encontraron peleando sobre el suelo, sin motivo. Ella manoteaba, queriendo liberarse, él sostenía sus brazos con un agarre estable, no quería soltarla, hasta estar seguro de que no cometería otra estupidez como aquella —¡Estás loca! —gritó impactado —¡Sí! Soy una loca, ahora déjame, ¡Vete! No me quieres en tu vida, ¡No me volverás a ver! —¡Qué sucede contigo! ¡Rosaleen, no puedes hacer algo así! —Viktor detenía los manotazos que la mujer le lanzaba para liberarse, podía ver cada facción del furioso rostro, parecía una fiera de la cual se defendía. Rosaleen estaba ofendida, no podía controlar su carácter, adoraba a ese hombre y su mente no razonaba al sentirse perdida, inmadura, actuaba impulsiva, temblaba, Viktor lo notó al tocar su cuerpo. Estaba al borde del colapso, lo veía en su respiración, también en sus lágrimas. Un sollozo de Rosaleen interrumpió la pelea, el hombre la enredó entre sus brazos, consolándola y conteniéndola, aunque creyó que ella estaría mejor, se sorprendió de que él también se sintiera tan bien sosteniéndola. Rompieron el abrazo, por un instante se miraron a los ojos, fijamente, Viktor adoró desde ese momento el color azul de sus pupilas, Rosaleen se sintió intimidada por su profunda mirada marrón, su cuerpo se estremeció al verlo, tentada oprimió los labios contra los de él, pero Viktor se alejó rápido, enojada intentó liberarse. Entonces, Viktor la sostuvo de nuevo, atrayéndola a él y la besó con una mezcla de pasión, apuro y rabia. Aquel beso fue muy largo, sus lenguas se saborearon, ella hundió sus manos en su cabello. Recostados sobre el suelo, la ropa era su principal estorbo. Viktor no podía creer que un beso pudiera excitarlo tanto, como la vez que la vio desnuda, cada rincón de su cuerpo latía, deseaba hacerle el amor. Cuando dejaron de besarse para recuperar el aliento, Viktor se levantó de prisa, su rostro arrepentido volvió a destruir a Rosaleen, quien a pesar del calor que recorría su cuerpo, pudo pensar con claridad, con sus dedos limpió sus lágrimas. El hombre estaba dándole la espalda —No te preocupes, Viktor, entiendo que necesites estar solo. Vale, puedes irte o hacer lo que quieras, yo no me opondré —el dolor era palpable en su rostro, pero aguantaba para no llorar—. Prometo que no volveré a actuar como lo hice, ha sido una tontería y me avergüenzo, no se repetirá. Viktor se giró a verla, parecía tranquila, pero notaba que aún temblaba, además le faltaba el aliento. Luego caminó a la camioneta y por un segundo Viktor creyó que lo abandonaría ahí. No fue así, la mujer sacó una canasta cubierta con un mantel y se alejó unos pasos, hasta sentarse bajo la sombra de un árbol. Sentada ahí, descubrió la canasta, usó el mantel para sentarse encima y no ensuciar su vestido floreado. De la canasta tomó unos dulces, comió. Viktor se aceró a ella, perturbado ante su actitud —¿Qué haces? —Comer. —¿Qué comes? —preguntó consternado —Son delicias turcas, mis abuelos siempre comían delicias cuando estaban tristes o enojados, decían que el azúcar calmaba los dolores del alma —dijo degustando el dulce, provocó que Viktor sonriera incrédulo, se sentó frente a ella, acortando la distancia —Lamento ponerte triste. —No me pones triste, yo soy triste, tú no tienes culpa de nada. —¿Me dejas comer un dulce? —ella asintió y el hombre tomó una delicia y la saboreó, le encantó, no recordaba un sabor así—. Tus abuelos tenían razón, calman el dolor. Rosaleen sonrió falsa. —Siempre soñé con un amor como el de mis abuelos. Un amor de leyenda, de esos que jamás olvidas. Mi abuelo Murad escribió una historia sobre su amor por mi abuela Ayla, no quería olvidarla, así que, cuando era anciano leía para recordarla. Solía decir que todos merecemos un gran amor y no debemos conformarnos con menos, quizás por eso estoy aquí. Viktor la observaba conmovido, no quería verla sufrir, era una mujer hermosa y dulce, no entendía que le impedía amarla, pero algo en su mente seguía advirtiéndole que tuviera cuidado.  —¿Y nosotros, Rosaleen? ¿Cuál es nuestra historia de amor? —Viktor notó la palidez de la mujer que ocultó la mirada, él entrecerró los ojos agudizando su sentido de observación, tratando de descubrir que ocultaba —Bueno, quizás sea una simple historia de amor. —Puede ser como sea, pero quiero oírla, así que, cuéntame sobre nuestra historia de amor. Rosaleen nerviosa se levantó, miró al horizonte, el océano se reflejaba a lo lejos, tomó valor para comenzar a hablar.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD