Capítulo VIII. No tocarás a la mujer de tu prójimo

1982 Words
Tras bailar durante tres piezas, caminaron a su mesa, al lado de los Darson y Tynes, la cena fue deliciosa. Todos elogiaron la velada. Luego fue el turno de Arthur Erskins, quien, frente a los presentes, subió al podio y comenzó a dirigir unas palabras para los habitantes de islas del Sur, afirmándoles el cariño que tenía, prometiendo ayudarlos siempre. Alabaron su discurso, pero a Viktor le pareció falso. Después prosiguió el baile, Rosaleen y Viktor volvieron a la pista, al terminar la canción Viktor optó por ir al sanitario, dejando a su esposa en una esquina, aguardando a su regreso. Arthur distinguió a la fémina frente a él, apresurado se acercó, como acechador a una presa —Señora Rosaleen, la han dejado sola. —Mi marido ha ido al sanitario, ya debe estar por volver. —Seguro de que sí, ¿Le ha gustado la velada? —Sí —asintió sonriente e incómoda —Me alegro, sin su presencia no hubiese estado tan animado esta noche —dijo Erskins, pero Rosaleen no dijo nada, Arthur estaba impaciente, era la primera vez que estaban solos, sabía que Henisens volvería en cualquier momento, y no podía desaprovechar la oportunidad—. Espero que su marido la trate como una reina, usted, no merece menos. Rosaleen intrigada ensombreció su rostro —Mi marido me trata muy bien. —Permítame mostrarle algo, es un lugar hermoso —Rosaleen titubeó, pero Arthur la tomó de la mano con firmeza, ella intentó negarse, pero miró los ojos del hombre y por un instante se sintió pequeña, caminó con debilidad, dejando atrás a los presentes, caminaron por un pasillo y Arthur abrió la puerta, ingresaron. Miró alrededor, estaba iluminado, era un lugar blanco, al fondo estaban los tronos —¿Sabe qué es este lugar? —preguntó Arthur, caminando dos pasos atrás de ella —Creo que sí… es el salón… —El salón del trono, así es, en ese lugar se sentaba el rey Davis VI —Arthur apuntó hacia el otro asiento—. Ese lugar, no estaba permitido, solo el rey debía tener un trono, pero Davis perdió la cabeza por Dakota, entonces la convirtió en reina, y como regalo, la dejó tener un trono a su lado. Rosaleen escuchaba impaciente, sin entender porque la había traído ahí, se sentía cohibida, no le interesaba la historia antigua de Islas del Sur, solo quería volver al lado de Viktor —¿En qué piensa? —Es una historia interesante —dijo ella mirando sus ojos, de pronto los encontró oscuros y brillantes, bajó la mirada —Así se debe tratar a una mujer, Rosaleen —ella frunció el ceño, confundida, ahora la tuteaba, eso no le agradaba—. A la mujer amada se le debe tratar como a una reina, como Davis trataba a Dakota, adorándola de pies a cabeza. Dicen que el rey Davis la consentía, cada noche le hacía el amor como si fuera la última vez, contaban que cada noche le regalaba un orgasmo —Rosaleen tenía la mirada hundida, sonrojada por el tema íntimo, Arthur estaba justo detrás de ella, admirándola, caminó a ella y la tomó de los hombros por detrás, esa acción asustó a la mujer que de inmediato se alejó —Lo siento —dijo Arthur sonriente, sentía su m*****o palpitar y endurecerse—. No quería incomodarte. —Debo irme, mi esposo me espera —Rosaleen miraba a Arthur como quien mira a un loco, él tenía los ojos enormes, sus pupilas estaban dilatadas la miraban con lascivia, ella comenzó a preocuparse —Espera, aun no te cuento el lado romántico de la historia —dijo Arthur deteniéndola —No me interesa. —¿Por qué? —Quiero irme —Rosaleen intentó irse, esta vez Arthur sujetó sus hombros, de frente, de modo que sus rostros se encontraron cara a cara, Rosaleen olió su perfume de pinos silvestres y bambú, aquel olor le recordó al accidente de sus padres. Se quedó inmóvil, débil, le pareció que Arthur se veía amenazante —Tranquila, solo estamos platicando. Dime, ¿Acaso no te agrado? —clavó su mirada esmeralda en el azul cielo de sus ojos, y siguió el camino a sus labios rojos, la respiración de Arthur se aceleró, lujurioso, quería tomarla, pero descubrió que ella temblaba —Tengo miedo —Rosaleen susurró por instinto —No voy a lastimarte —dijo suavemente, cuando intentó tocar su rostro con la mano, ella manoteó impulsiva, provocando que desistiera, y al mismo tiempo su collar cayó al suelo, Rosaleen no se dio cuenta, enseguida salió como alma que perseguía el diablo. Arthur no pudo detenerla, se quedó de pie y se agachó a recoger el collar. Lo observó. Sintió su corazón latir, ella le fascinaba, ahora la deseaba casi como al mismo trono, suspiró, relajando sus tensos músculos, apagando su excitación. Rosaleen corrió por el pasillo, estaba al borde de un colapso de nervios, se cruzó con Viktor, quien la detuvo —¿Dónde estabas? —ella agachó la mirada —Yo… quiero irme —se veía pálida aquel gesto preocupó a Viktor —¿Qué pasó? —Oh, nada, solo quiero irme. De pronto Arthur apareció ante ellos, sonriente, saludó y se fue, tenía una mirada cínica que alertó a Viktor —¿Dónde estabas? ¿Acaso estabas con él? —Viktor la sujetó con fuerza de los brazos y ella se asustó, estalló en temblores que inquietaron al hombre, rápido la envolvió entre sus brazos—. Tranquila, dime que estás bien. —Solo quiero irme. —¿Te hizo daño? —preguntó afirmando lo sucedido —No, pero creo que es un sujeto atemorizante. —¡Entonces intentó sobrepasarse! —exclamó alterado —No, por favor, vámonos. Viktor la veía tan frágil, que cedió, caminaron a la salida. Al llegar a la puerta, Rosaleen descubrió que olvidó su cartera y tuvo que volver por ella, Viktor quedó conforme al no encontrar a Arthur. Esperó afuera, entonces apareció Erskins —¿Se van tan pronto? —Sí —Viktor contenía su ira, pero crecía dentro de él —Es una lástima, me gustaría que se quedaran más tiempo —Arthur sacó el collar de su bolsillo y Viktor abrió los ojos enormes—. Por cierto, esto se le cayó a su esposa cuando le mostré el salón de trono. Viktor lo arrebató con apuro, en un instante tomó a Arthur del cuello empujándolo con violencia contra la pared —¿Cómo se lo quitaste? ¿Te has atrevido a tocarla? —mordió sus palabras con furia Erskins lo miraba incrédulo, pero se contuvo, y sonrió irónico, sus guardias intentaron intervenir, pero los detuvo con una señal —Claro que no, suélteme, señor Henisens —Viktor miró con el rabillo del ojo a los hombres que lo rodeaban, ablandó el agarre, pero no lo dejó—; Tenga por seguro de que no he tocado ni un solo centímetro de la piel de su mujer. Viktor lo soltó, solo por la precaución de que Rosaleen los viera y se asustara —¿Entonces? —Se le cayó, ni siquiera me di cuenta. Comprendo que sea un hombre celoso, si tuviera a su mujer, también enfermaría de celos, pero debe confiar en ella, después de todo, ¿Acaso un hombre no llega hasta donde la mujer quiere? —Viktor lo miró con rabia, quería borrarle la sonrisa cínica del rostro, estuvo a punto —Sí tú tocas a mi mujer, ten por seguro de que te mato. Y deja de ser hipócrita, sé que te gusta mi esposa, veo como la miras. —Señor Henisens, tiene una mujer demasiado hermosa, si pregunta a todos los hombres del salón si gustan de su mujer, puedo jurarle que todos dirán que sí. No soy un santo, pero tampoco puede condenarme. Soy devotó de Dios, tomó en serió el mandamiento de «No tocarás a la mujer de tu prójimo» —dijo Erskins con voz firme, Viktor sintió asco, sonrió infame, conteniendo las ganas de partirle la cara —Gracias por su demagoga fiesta, por su bien no se acerque a mi mujer. Algo más, es «No desearás a la mujer de tu prójimo», ¡Idiota! Erskins alzó las cejas, sorprendido por el insulto, sonrió —Tiene razón, es una pena —dijo descarado—. Entonces, creo que nos veremos en el infierno —Viktor frunció la boca ante el comentario de Erskins, Rosaleen apareció, tomó la mano de su marido y caminaron a la camioneta, escucharon la voz del hijo del Barón de Dacre despidiéndose de ellos, pero ninguno se volvió a responder. Erskins se recargó contra la pared, tenía una mala pinta de enojo desbocado, pero se contenía, Fabiana apareció y se acercó a él, ella había escuchado la naturaleza de la conversación entre los hombres, era tan calumniadora que no podía evitarlo —Señor Erskins, permítame agradecerle la velada —dijo, Arthur enderezó la postura—. Lamento su roce con el señor Henisens, es un hombre tan raro. —¿Usted escuchó? —Sí, debe ser porque no es de aquí, él viene del Mediterráneo, creo que, de un pueblito costero, ¿Cómo es que se llama? ¡Ah, sí! «Malvarrosa», como sabe, tienden a un carácter voluntarioso y apasionado. —Sí, verdad, es una lástima. —No se puede esperar nada del gusto de Rosaleen. —¿Por qué lo dice, madame? —Es una chica muy rara, casi siempre de viaje en el Mediterráneo y un día aparece casada con ese hombre. Ella no tiene nada, ni a nadie, solo al administrador Dan, entonces, imagine, es la presa perfecta de cualquier vividor, ¿Quién sabe si Henisens es uno de ellos? Ella tiene mucho dinero, suficiente para mantenerse al lado de su marido. —No lo sabía, es bueno saberlo ¿De dónde tiene tanto dinero, de la destilería? —Sí, su abuelo, el viejo Ruffin, hizo mucho dinero, pero era tan tacaño que no lo gastó, al final lo heredó a Rosaleen, quizás no sea millonaria, pero tiene dinero para vivir cómoda el resto de sus días —Arthur asintió —Y, dígame ¿Llevaban años de noviazgo? —Nadie lo sabe, un día apareció con su marido, según sé, por la señora Darson, Viktor tuvo un accidente en Lorf, durante el terremoto, cayó y golpeó su cabeza, quedó amnésico, no recuerda nada de su vida, ni siquiera a Rosaleen. Ella ha tenido que ayudarlo. —Entonces, ¿Él no recuerda nada de su pasado? —preguntó intrigado —Nada. Quizás por eso actúa como un salvaje. —Quizás —dijo Arthur con la mirada a la nada, procesando la información—. ¿Y, dices que es del Mediterráneo? —Sí. —Gracias por la información —dijo Arthur, luego la mujer volvió al salón para nutrirse de nuevos chismes. Arthur siguió en el mismo lugar, con más dudas en su cabeza, hizo una señal y Finn se acercó, sacó un cigarrillo, lo encendió y se lo dio —Necesito que investigues a una persona —dijo determinado, liberando el humo por la boca, el mayordomo sacó una libreta y pluma—. Quiero que busques cualquier información sobre Viktor Henisens, originario de la Malvarrosa del Mediterráneo. Quiero saber todo, a que se dedica, que hacía y como consiguió a Rosaleen Kerr. —Se dedica a dar conferencias motivacionales —replicó Finn, Arthur lo miró extrañado —¿Qué? —Sí, es un afamado conferencista motivacional, fue uno de los invitados en la conferencia de Londres que dirigió la reina. Arthur hizo memoria, entonces se acordó de él —¡Claro! Yo sabía que ese nombre me era conocido. Esto es raro, quiero que investigues todo de él, no de su trabajo, sino de su vida personal, quiero saberlo todo de inmediato —Finn asintió.
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