Fecha: 6 de mayo del 2007.
Conocí a Andrew cuando tenía apenas diecinueve años de edad. Tenía al menos unos cuatro semestres en la universidad, estudiaba lo que más me apasionaba, estudiaba literatura inglesa, con la intención de algún día formar mis propias historias de cuentos con finales felices, historias dónde la mía no entraría en cuestión. Seguramente habría una solución mágica o un héroe al final que lo resolvería todo y listo. La vida era mucho más difícil que eso, por eso me gustaba leer, me gustaba crear historias, por eso estudiaba literatura, y por eso de todos los lugares me mudé a Nueva York.
La Gran Manzana, era el lugar perfecto para un nuevo comienzo, dónde después de tantos abusos por fin tendría algo de paz, más allá de que era una ciudad ruidosa y llena de riesgos, pero ¿Que es la vida sin un poco de riesgos? ¿Acaso no había vivido ya muchos como para tener experiencia de sobra?
Esa cartita te la tengo.
Se acercaban los finales, y como era costumbre, nos reuníamos en la cafetería en frente de central park, donde de alguna forma había espacio para la creatividad, la melancolía y en definitiva la cafeína.
Me sentaba al lado de mis compañeros y amigos, dónde nos dedicamos a parafrasear por horas y horas sobre los temas de estudio. Pero ese día iba a ser diferente.
Tiffany era mi amiga y mi compañera de piso, era una chica dulce y muy inteligente, estudiaba artes escénicas y probablemente se ganaría un Oscar en el futuro; pero en lo que respecta a chicos, era muy obvia; desde el momento peen que comenzó a arreglarse con tanto cuidado supe que no iría a la reunión de estudio.
Había ideado un atuendo que resaltará todos sus atributos, que la hiciera ver elegante y sensual sin ser grotesco. Su camisa color mostaza que hacía brillar a su tez morena acentuaba su busto sin ser del todo obsceno, solo lo suficiente. Su cabello oscuro tipo afro, había sido perfectamente alisado por la misma, en eso había tardado una eternidad. Su labios estaban pintados con un color rojo perfectamente elaborado, al igual que sus manos, pintadas con un color de uñas similar al de sus labios; era obvio que quería impresionar a alguien.
–¿Tiff? –dije a la chica que se daba los últimos retoques.
–Dime querida –dijo ella con su tono cantarina mientras acomodaba su cabello.
–Me vas a decir ¿Quién va a la reunión de estudios? ¿O vas a seguir haciendo te la loca? –pregunté curiosa mientras cerraba mi libro para clavarle mi mirada escrutadora.
–No sé a qué te refieres –añadió con indiferencia.
–Sí, claro –comenté sarcástica –obviamente te vistes así todo el tiempo.
–Por supuesto –dijo mientras se echaba perfume «Sweet Temp».
Tiffany tenía una colección de perfumes de muy buen gusto, perfumes divinos con olores penetrantes que se te quedaban clavados en la memoria, pero de todos, el «Sweep temp» era para un uso muy específico.
En cuatro semestres la había visto aplicarse diferentes perfumes, incluso para salir con chicos; chicos con los que no pasaba de semanas; sin embargo, cuando ella usaba ese en particular, no era solo porque iba a salir con un chico. En estos tres semestres de convivencia, la había visto colocárselo solo tres veces, y aquellas tres veces no habían sido con cualquier chico, habían sido con los que de verdad lo intentaba. Eso significaba una cosa, el chico le gustaba en serio.
Te caché.
–¿Cuál perfume es ese? –pregunté aunque ya sabía la respuesta.
–No lo sé –dijo mientras observaba el frasco para poder responderme– Sweet temp.
–Nunca usas ese perfume a menos que tengas una cita –añadí.
–Creo que estás exagerando –respondió ella a modos de defensa.
–¿Cuándo fue la última vez que lo usaste?
–No lo recuerdo –añadió restándole importancia.
–Creo que fue con Steve –dije.
El año asado ella había salido con Steve Warren, un chico citadino que la adoraba, ellos se adoraban, parecía que iban a ser una pareja bastante estable y duradera, pero Steve se mudó a Suiza a finales del segundo semestre, lo que dejó a mi compañera de cuarto desolada. Mantuvieron una relación a distancia hasta ue no se pudo más.
–No sé de qué me....
–¡Oh vamos Tiff! –Exclamé interrumpiéndole– te conozco muy bien, puedes seguir en esto lo que quieras, pero sabes que yo sé que esto no es por Barry o Tedd.
No es que Barry o Tedd fueran malos sujetos, solo no eran de la clase de chicos en los que Tiffany se fijaría.
Mi compañera me miró, comenzando a mordisquearse el labio, parecía buscar otra excusa en su cabeza pero también lucía lo bastante harta como para darle más vueltas al asunto.
–Pues no... –Reconoció– supongo que no.
–Bien –dije– ¿Con quién vas a encontrarte?
–Es con... –dudó– Bueno, ¿Recuerdas el chico del que te he hablado últimamente? ¿El lindo de cabello de chocolate y ojos almendras?
Yo nunca le había visto a él en mi vida, solo me hacía una idea porque Tiffany me había hablado de él prácticamente todo el semestre.
–¿El de finanzas?
–Sí, –confirmo– pues resulta que tenemos un amigo en común.
¡Buenas noticias!
–Eso está genial Tiff –dije entusiasmada por ella.
–Sabía que pensarías así –admitió.
–Bueno, me harás falta en la reunión de estudios, –añadí– pero te cubriré no te preocupes.
–¿Bromeas? –Exclamó– No iremos a la reunión de estudios.
–¿Iremos? –pregunté haciendo énfasis en el uso del plural.
–Ya hablé con los muchachos confirmando nuestra ausencia.
–¿Ausencia? ¿Nuestra ausencia? –Pregunté– Ósea que no voy a ir a estudiar tampoco.
–Oh no no –dijo ella mientras negaba con su dedo perfectamente arreglado– te necesito.
–¿Cómo dices?
–Pues quedé con mi amigo de que me presentará al chico... –dijo pausadamente.
Algo quieres.
–Ajá –dije sin entusiasmo.
–Pero a cambio yo... –se cortó– debo presentarle a alguien.
–¿Qué? –dije abriendo mucho los ojos, si las miradas matarán, la mía le atravesó.
–Es una cita doble –dijo sonriendo.
–Dime qué es una broma –pedí.
Una broma nada graciosa.
–¡Sorpresa! –dijo mientras hacía manos de jazz, lo hacía cada que tomaba decisiones apresuradas, era su forma de excusarse.
–¡Tiffany! –grité.
–Perdóname –dijo colocando manos de súplica.
–Sabes que odio conocer gente nueva –le recordé– sabes que se me da fatal.
–No se te da fatal –mintió.
–Claro que si –reiteré– me tomo dos semestres adaptarme al grupo de estudio.
–No te costó nada convertirte en mi amiga.
Eso era cierto, pero de eso se había encargado ella. De haber sido por mí me habría quedado en mi lado de la habitación todo el semestre, pero ella quería una amiga y se había propuesto que sería yo.
–Tú eres quien más aporta en esta relación –admití.
–Eso es cierto –dijo hinchada de orgullo.
Puse mis ojos en blanco y me recosté nuevamente en mi cama. No quería ir, no era de las personas más fáciles para convivir, rara vez podía mantener una conversación normal con alguien, solía ser bastante cerrada y eso Tiffany y mis compañeros lo respetaban, no sé metían más allá de lo que sabían que era mi límite, por eso Tiffany era la de los novios y yo era la que le consolaba en sus rupturas.
Tiffany me vio tomar mi libro nuevamente, se acercó como el gato que pide cariño después de que le niegas tu atención por dos minutos.
–Jane... –dijo con voz suave.
–Tiff, no me hagas esto por favor –suplique mirándole.
–Jane –dijo ella con voz suplicante está vez
–Cancélale, o dile que no conseguiste a alguien o...
–¡Jane! –Me interrumpió –He delirado por este chico desde inicios del semestre, estamos por terminarlo y es lo más cerca que tengo de salir con él.
–El próximo semestre te gustará otro –añadí cortante.
–No quiero que me guste otro, me gusta este –dijo mientras me miraba con cara de reproche, a lo cual yo le respondí colocando los ojos en blanco– quien sabe.... –añadió– Tal vez sea él.
–Ajá, y los cerdos volarán mañana –contesté.
–Vamos Jane –dijo animándome.
–No señor –negué.
–Por favor.
–Tiff, no.
Allí empezó un concursos e miradas, en la cual ella no parecía estar dispuesta a ceder, por suerte yo tampoco. En un punto en nuestro intercambio de miradas la de Tiffany pareció ablandarse como si se diera por vencida.
–Está bien –dijo.
¿Cómo?
–¿Está bien? –pregunté dubitativa.
–Si no quieres ir, no puedo obligarte –dijo haciendo un mueca de derrota y encogiendo los hombros.
¿Qué tramas?
–Vaya... Gracias –dije agradecida aunque recelosa.
–Supongo que no iré –soltó.
–No tienes por qué...
–No puedo aparecer allá sin nadie –interrumpió.
–Invita a alguna de las chicas.
–Yo quería ir contigo, –dijo– quería que fueses la primera en verle y decirme que es tan guapo como te lo describí.
–Tiffany –dije mirándole fijamente con deje de reproche.
Ya veo por donde va la cosa.
–Nunca voy a conocerlo, –dijo entrando en fase dramática– no tendré otra oportunidad.
–No exageres
–Más tarde, dentro de unos años, –añadió con melancolía– cuando reexamine mi vida... – añadió un gesto dramático muy suyo– Espero encontrar esta escena y no sentirme tan adolorida como me siento ahora porque mi mejor amiga –enfatizó esto último– no pudo hacerme el favor de salir conmigo en una cita doble –para así poder conocer al chico de mis sueños.
Ay por favor.
–Ya sé porque estudias artes escénicas –reconocí entre risas.
–Y entonces, –continúo ignorándome por completo– después de alimentar a mis cinco gatos, me encontraré con la soledad misma y la tristeza de no saber que hubiese sido.
–Creí que no te gustaban los gatos –añadí.
–Oh los odio –reconoció ella con mueca de desagrado, lo cual me causo gracia– ¿Ves al punto que me haces llegar?
–¿Yo que?
–¡Voy a tener que comprar gatos porque no me acompañaste a la cita doble! –dijo exagerando cada gesto.
Serás una excelente actriz.
–Pero en tus recuerdos sabrás que has sido una gran amiga –añadí esbozando una sonrisa.
–Claro, de eso no me voy a arrepentir –dijo quejosa.
–¡Tiff! –exclamé risueña.
–Oh soledad, compañera fiel, –exclamó al aire– espérame paciente, que pronto iré a tus brazos, más temprano que tarde.
Podría haber seguido toda la tarde, pero empeoraría la día siguiente, y al siguiente después de ese, y así sería hasta que pasaran las vacaciones, y probablemente me llamaría solo para fastidiar.
Uy no, que flojera.
–Okay... –cedí.
–¿Okay? –dijo sin mirarme, aunque con tono sorpresivo.
–Te acompaño a la maldita cita doble –accedí.
–¿En serio? –dijo esbozando una sonrisa de oreja a oreja, con los ojos bien abiertos y la voz más chillona que pudo conseguir –¿Me lo juras?
–Sabes que no creo en juramentos.
–Júramelo o seguiré con mi drama –aseguró, y le creí.
Esto es totalmente innecesario.
–Vale, te lo prometo.
–¿Deberás deberás? –insistió.
–Si sigues con esto me voy a arrepentir –advertí.
–Vale, ya lo dejo –dijo levantando las manos en señal de rendición.
Al fin
–Estoy tan emocionada –añadió sin poder contenerse.
–Lo puedo ver –señale.
–Bueno, ahora ve a cambiarte, –dijo a voz de mando– tenemos solo una hora.
–Una hora ¿Eh? –Dije restándole importancia– ¿Qué quieres que haga en una hora?
–No sé, –dijo meditando– ponte algo bonito –puntualizo– y ponte algo de color en la cara.
–¿Qué tiene de malo como estoy ahora?
–Sin ofender, pero... –dijo examinándome para después señalarme con su dedo acusador– pareces un fantasma que sacaron de la fábrica de Willy Wonka.
Siempre tan sutil.
–Nada ofensiva –añadí.
–Suerte para mí que eres fuerte –dijo orgullosa.
–Sí, puede que llore un poco en las noches a partir de ese comentario –exageré.
–Venga, no llores y ponte bonita, tenemos una cita –dijo exaltada.
–No me lo recuerdes.
–Vamos, te agradará Jake.
–¿Jake? –El fastidioso chico del departamento de leyes– Ya conozco a Jake.
–Pues ahora lo conocerás mejor –aseguró.
–Que consuelo –añadí con desgana– que sepas que me sacrificó por «el amor de tu vida»
–Serás bien recompensada, lo prometo.
–Seré tu estúpida dama de honor –añadí.
–¿Bromeas? –Dijo indignada– Serás mi madrina.
–Ajá –solté– solo procura que funcione con.... ¿Cómo dijiste que se llamaba?
–Andrew –dijo de forma exageradamente romántica– Andrew Phelps.