Capítulo 4 Estoy que quemo. Parte 1

1767 Words
Capítulo 4 Estoy que quemo. Parte 1 Al día siguiente, en el transcurso de la noche, Ana estaba tal y como la noche anterior, dando vueltas por todos lados en su cama, sin saber muy bien como conciliar el sueño. Quería dormir, lo había intentado por un tiempo; sin embargo, no lo había logrado. De repente se le ocurrió que era una más que excelente idea el hacer lo que había hecho el día anterior, ya que había dormido como un maldito bebé sin nada que la lograra despertar en medio de la noche. Con la gran idea de tocarse otra vez en su lugar más íntimo y carnal, se levantó de la cama rápidamente y se sacó los pantalones de una. Esto para luego bajar por sus piernas la fina tanguita que se había puesto cuando se bañó al llegar de la universidad. Luego se acostó nuevamente en la cama, pero esta vez con las piernas bien abiertas, dándose un mejor acceso para acariciarse. Levantó su pequeña y delgada blusa dejando sus hermosos y jugosos senos a la vista. Era una vista completamente excitante para quien la viera, pero como allí no había nadie más, solo ella podía apreciar los picos ligeramente fruncidos en medio de sus firmes senos. Pasando la lengua por sus labios resecos, ella se dispuso simplemente a lograr su cometido. Empezó tocándose los senos, ahora sí, piel con piel. Apretó con un poco de fuerza para sentir el contacto y amasó hasta que se sintió un poco húmeda entre sus piernas, cosa que le gustó, y mucho, sentir. Sus caderas se empezaron a mover por sí solas, frotando sus nalgas en la cama, signo de que estaba disfrutando las sensaciones en su cuerpo, no obstante seguía deseosa por más. El aire parecía acariciar sus pliegues, haciéndola soltar pequeños suspiros placenteros que la estaban volviendo loca y necesitada en igual medida. Cuando tuvo suficiente de estarse tocando los senos, Ana soltó uno y llevó esa mano a su boca. Lamió dos dedos, su dedo índice y el mayor, para después acariciarlos con su lengua y una vez que estuvieron bien mojados los bajo hasta su entre pierna. Untó esos dedos con la humedad allí presente y empezó a esparcirla por todos lados, donde podía. Creó hermosos y placenteros círculos en su clítoris que la llevaron a cerrar los ojos y a que su estómago temblara de placer, pero todo esto seguía sin ser suficiente para ella. Ella quería más aún de lo que estaba experimentando en este momento y lo consiguió metiendo su dedo índice dentro de ella y acariciándose allí adentro con gran esmero. Con ese dedo dentro y con su otra mano apretando su seno, gemidos placenteros salieron de su boca abierta, gemidos que se escucharon en la habitación. Ana ya no estaba teniendo el mismo cuidado que la noche anterior, y es que estaba más deseosa que anoche, por lo que necesitaba todo lo que pudiera conseguir. Ya el ser descubierta haciendo algo tan íntimo no le preocupaba y de seguro no se detendría, aunque alguien entrara y la viera, ella solo continuaría. A los pocos minutos tuvo un orgasmo, pero lamentablemente este no fue lo suficiente impresionante para dejarla completamente saciada para dormirse. Entonces se le ocurrió una idea loca. Completamente, una locura que en su sano juicio hace una semana no hubiera tomado. Era algo malo, algo que sabía no tenía que hacer, pero ahora mismo eso no le importaba, solo era relevante el placer que sabía que podía conseguir de esa forma. Sabía que a su hermano Raúl no le era indiferente, pues él en ciertos momentos la acariciaba y la besaba como si quisiera algo de ella que no estaba dispuesto a pedir, pero que si ella se lo ofrecía, él lo tomaría con muchas ganas. Incluso ahora mismo ella recordó que hubo una vez, en el internado el año pasado, donde ellos dos habían estado tan cerca, abrazándose luego de recordar a sus padres muertos que una cosa llevó a la otra y ellos terminaron dándose un beso en la boca. El beso no era el primero para cada uno, ya ambos tenían experiencia en ellos, pero los dos, lo sintieron así y pronto ambos se estaban tocando de una forma completamente indebida. Se supone que los hermanos no le tocan a sus hermanas los senos, ni le aprietan el trasero mientras le devoran la boca, y también se supone que las hermanas no tocan el m*****o totalmente duro de su hermano por sobre los pantalones, frotando hasta que él soltara un gemido. Sin embargo, eso pasó y aunque parecían muy culpables y se apartaron, luego de eso, ninguno, en verdad, lamentaba que eso hubiera pasado. Si bien ellos no eran en realidad hermanos de sangre, ellos no lo sabían. El hecho de no saberlo era lo que los había detenido hasta ahora, aunque el cariño y el deseo estaban más que presentes a la hora de simplemente mirarse, desnudando al otro e imaginando todo lo que podrían hacer juntos si no fueran hermanos. Ana sacudió la cabeza, librándose de todos los pensamientos racionales que tenía para luego saltar de la cama y ponerse los pantalones rápidamente, olvidándose por completo de su tanga, dejándola olvidada allí, en el suelo, al lado de su cama. Bajó la blusa que todavía estaba levantada, tapándose los senos y se encaminó a la puerta, la cual abrió deprisa antes de que se arrepintiera y se dirigió a la habitación de Raúl. Al llegar a su puerta, con mucho cuidado, la abrió sin que esta hiciera algún ruido y se metió dentro sorprendiendo a Raúl, quien estaba todavía despierto, acostado en la cama. —¿Ana? ¿Qué pasa? Preguntó Raúl incorporándose hasta estar sentado en la cama al verla ingresar en su habitación sin siquiera llamar. Se preocupó por ella, sin saber lo que en verdad la traía hasta allí. —Shh… No hagas ruido, Raúl. No quiero que nos escuchen. Dijo ella y se acercó hasta la cama, donde se sentó, mirándolo de frente. No parecía que nada estuviera mal con ella, por la que él se permitió calmarse. —¿Pasó algo? Volvió él a insistir queriendo saber el motivo de su visita, aunque ahora estaba más sereno. —No. No pasó nada, es solo que estaba en mi cama, acostada y simplemente no podía dormir aunque lo intentara, por lo que pensé que podría tener tu ayuda para conciliar el sueño. —Claro, pequeña. Dime como y te ayudo. Ofreció él, colocándole el cabello detrás de la oreja, sin llegar a imaginar que era lo que ella le pediría. —Tengo un calor… Un fuego que no puedo apagar y he pensado que tú me podrías ayudar con eso. Le comentó ella mientras se arrodillaba en la cama, poniéndose en frente de él con las piernas abiertas. Su voz era completamente seductora, y él quedó como en shock por un segundo, todavía sin entender que era lo que su bella Ana le pedía hacer. —¿Un fuego? Preguntó él después de unos segundos, sin comprender. —Sí, Raúl. Estoy que quemo. Deja que te muestre donde. No terminó de decir esas palabras cuando ya había tomado una de las manos de él y la llevó a su entrepierna, donde se empezó a acariciar con ella. —Aquí es donde tengo este… Fuego, Raúl. Dijo eso último como si fuera un suspiro cargado de placer, lo que llevó a Raúl a levantar una ceja completamente caliente ahora, por esto que estaba pasando. —¿Aquí es donde te estás quemando? Inquirió él con una voz tan baja que parecía casi un ruego. —Mmm… ¡Sí! ¿Crees que puedes ayudarme con esto? Le preguntó en un susurro que a él le provocó que se le erizarán todos los vellos de su cuerpo. —¿Eh…? Sí, claro que yo te ayudo con esto. Dijo Raúl más excitado a cada segundo, e incluso él mismo ya se encontraba moviendo la mano que estaba entre las piernas de Ana, tocándola allí. Ella ya ni siquiera lo sostenía, no hacía falta, él hacía todo el trabajo. —Deberías sacarte los pantalones así te ayudo mejor. ¿No lo crees? —Me parece una muy buena idea. Qué inteligente eres, hermano. Dijo ella antes de colocar ambas manos en los hombros de él y ayudarse para pararse en la cama justo en frente de Raúl. —Ayúdame tú con ellos. Yo soy muy torpe. Le dijo Ana con una tímida sonrisa que hizo detenerse el corazón de Raúl, por un segundo al menos. Él tragó la saliva que estaba conteniendo y poniendo las manos en la cintura del pantalón de dormir de su hermana, empezó a bajarlos lentamente para no asustarla. No quería que se echara atrás luego de que le pidiera tal cosa. Solo unos diez centímetros tuvo que bajar su pantalón y pudo ver que Ana no llevaba ni siquiera unas bragas; trago aún más saliva al ver esa imagen que tenía en frente suyo. La imagen del coñito depilado de su hermana, justo en su cara. —Mierda, Ana. Dijo Raúl, su voz cargada de tanto placer que a ella le gustó tremendamente. La hacía sentir poderosa el crear esas reacciones en él, estaba más que feliz por verlo así. —Me saqué la ropa interior, debido el calor que tengo, en mi habitación. ¿Hice mal? —Hiciste muy bien. Soltó él conteniendo la respiración. Dejando todo de lado, Raúl continuo bajando el pantalón hasta llegar a sus pies y cuando ella levantó la pierna para sacar cada manga, pudo ver claramente lo húmeda que ella estaba allí. Solo de ver el lugar en el medio de su entrepierna le bastó para morirse de ganas de sumergirse allí y probar esa fruta prohibida que tenía en frente. Estaba salivando como un animal. Una vez completamente desnuda de la cintura para abajo, ella se acostó en la cama con las piernas flexionadas y completamente abiertas, parecía no tener ni un ápice de vergüenza porque él la contemplase de esta forma. Mirándolo a los ojos, mientras Ana sonreía de forma pícara, le dijo unas palabras que a él lo dejaron con el m*****o totalmente duro y parado como si de un asta se tratara: —Ahora estoy más que lista para que acabes con este calor que tengo aquí, Raúl. Al terminar de hablar, ella ya estaba tocándose sus dulces y suaves pliegues con una de sus manos, provocando que Raúl gimiera adolorido al verla haciendo esto.
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