Capítulo 3
Caricias nocturnas.
—Amor, ¿escuchaste algo hace rato?
Preguntó Fernanda luego de bajar de ese increíble lugar donde su orgasmo la había llevado.
—No. No escuché nada. ¿Por qué?
Preguntó él con la respiración entrecortada por tanto esfuerzo. Había puesto mucho de sí para poder complacer a su esposa esta noche, no solo ella había quedado complacida y cansada; él también lo estaba.
—Es que me pareció oír pasos, pero justo estaba por correrme por lo que no quería parar.
Ella se lo dijo mientras sonreía. No era mentira, solo la muerte la detendría en semejante momento. Podría haber entrado la policía a hacer un allanamiento y aun así no se hubiera detenido; un orgasmo, es un orgasmo y nada es más importante en ese momento.
—Ja, ja, ja. Será tu imaginación, cariño. Yo no he oído nada y los chicos no están en casa.
—Claro, por un momento, lo había olvidado.
Dijo ella poniéndose en pie, mientras se reía un poco.
—Hubiera sido muy incómodo hacer esto, con ellos en la casa. Si nos vieran así, me moriría de la mortificación.
—Yo te hubiera cogido igual de bien con ellos aquí. Aunque en nuestra habitación y tal vez con menos volumen, para que no nos oyeran.
Le dijo León, frotándose muy despacio contra el enorme y apetecible trasero de su esposa, mientras le besaba en el cuello. Poco después ella se alejó de su apasionado esposo y fue a levantar su ropa del suelo y se la puso nuevamente. León hizo lo mismo y posteriormente se pusieron a limpiar el desastre que habían hecho en la sala, para no dejar rastro alguno.
Al terminar de limpiar todo, se fueron a su habitación y nada más entrando se dieron unos cuantos besos apasionados, para después ir juntos al baño y ducharse. Una vez listos se alistaron para ir a la cama, donde al poco tiempo se durmieron, pues el agotamiento pudo más.
A la mañana siguiente, Fernanda y León se despertaron. Comprendieron después de darse unos cuantos mimos en la cama que ellos se habían dormido antes de que Ana y Raúl llegaran a la casa la noche anterior, por lo que se levantaron urgentemente para comprobar si estos habían llegado o no. Con los nervios a flor de piel, cada uno se dirigió a la habitación de uno de los jóvenes y abrieron las puertas de inmediato, encontrándolos todavía dormidos en sus camas.
Era temprano y estaban a salvo, por lo que ambos, después de suspirar de alivio al verlo allí en la casa, se fueron a su habitación para prepararse para salir a trabajar dentro de un rato.
Cuando por fin estuvieron listos, bajaron las escaleras y se dirigieron a la cocina donde ambos se pusieron a hacer el desayuno. A la media hora aparecen Raúl y Ana, quienes entraron en la habitación luego de saludarlos, permanecieron más callados que or lo general habían estado estas semanas, por lo que Fernanda, al darse cuenta quiso de ello, quiso hacerlos pasar un agradable desayuno, tratando de entablar una conversación con ellos.
—Como anoche no me mandaron un mensaje para avisarme de que estaban viniendo, nos terminamos durmiendo. ¿Llegaron bien?
Les preguntó Fernanda mientras dejaba la jarra de café en la mesa, para que todos se pudieran servir, y tomaba asiento en su lugar, al lado de su esposo.
—Ah, sí. Es que no fuimos a ningún lugar anoche.
Al oír la simple y despreocupada respuesta de Ana, las otras tres personas en la mesa se quedaron más que sorprendidos. Raúl no pensaba que ella admitiría abiertamente que se habían quedado la noche anterior, así como así, menos después de lo que vieron e hicieron en la puerta de la sala mientras los espiaban.
No es como si hayan hecho algo sin importancia para que ella lo diga de esa forma. ¡Por dios! Se habían tocado sexualmente mientras los miraban a ellos dos teniendo sexo en la sala y ella parecía despreocupada del mundo y de sí ellos los descubrían.
Por otro lado, los padres adoptivos estaban tiesos en sus asientos de la sorpresa y la vergüenza que el saber que habían estado en la casa les dio. Ellos habían pensado que ninguno de los dos había estado la noche anterior, por lo que hicieron un escándalo en la sala, no habían tomado ningún recaudo para que no se enteraran. Ahora Fernanda estaba más que mortificada al saber que ellos, seguramente, los habían escuchado, en ese momento tan íntimo, con su esposo.
Tragando el gran nudo que tenía atorado en la garganta, Fernanda trató de hacer como si nada hubiera pasado. Si ella preguntaba al respecto y se enteraba de que la habían oído, estaría mucho más mortificada de lo que estaba ahora, por lo que pensaba que lo mejor era ignorar si habían sido o no escuchados por ellos.
—¿Estuvieron aquí?
—Sí, cenamos y nos fuimos a dormir temprano. Estábamos muy cansados.
Dijo Ana como si fuera una gran actriz.
—Oh, ja, ja, ja. No teníamos idea de que siguieran en la casa.
Les dijo Fernanda, mientras se reía con un poco de nerviosismo más que evidente en su voz.
—Mejor desayunemos que todos nos tenemos que ir a hacer nuestras cosas.
Dijo León queriendo cambiar el tema de una buena vez porque veía a su esposa demasiado nerviosa, queriendo tapar lo que habían hecho ayer en la noche. Aunque a una parte muy dentro de él no le importaba mucho el que ellos los hayan escuchado o no, la verdad, le daba igual. Ana y Raúl ya no eran unos niños, los dos tenían dieciocho años, ya eran adultos para él. El sexo era algo más que normal, no había nada para escandalizarse realmente.
————
Esa misma noche, después de que cenaran todos en un cómodo y silencioso ambiente, los cuatro se fueron a sus respectivas habitaciones para descansar, o al menos ese era el plan de todos.
Ana estuvo dando vueltas en su cama durante bastante tiempo sin poder llegar a dormirse, estaba ansiosa y no podía sacarse de la cabeza las imágenes de la noche anterior, cuando descubrió a sus padres adoptivos teniendo un sexo increíble en la sala de estar e incluso pensaba en lo que había hecho con su hermano al haberlos descubierto. Todavía recordaba la imagen Raúl, todo sexi al lado de ella, tocándose dentro de sus pantalones, mientras ella hacía lo mismo admirando las dos escenas disponibles a su vista.
Ninguno había podido detenerse, lo que los llevó a un tenso e incómodo día. Cada vez que se veían apartaban la mirada con algo de vergüenza. El viaje a la universidad había sido el más incómodo que ambos tuvieron hasta el momento y tanto el desayuno como la cena en compañía de Fernanda y León no había estado mejor. Y eso que ellos no sabían que habían sido descubiertos por los dos jóvenes.
Solo de recordar lo que vio, Ana podía sentir como se le humedecía su entrepierna, al igual que la noche anterior. Estaba más que segura de que la fina tela de su tanga negra, estaba mojada y calentita. Su v****a palpitaba y le pedía, no, mejor dicho, le rogaba el que se tocara allí para calmar un poco el ardor que consiguió al recordar semejante escena caliente.
Cuando ya no pudo contener más las ganas que tenía de volver a experimentar lo mismo, se encontró metiendo su mano dentro de sus pequeños pantalones de dormir y sobre la delgada tela de su ropa interior empezó a acariciar con su dedo mayor los labios de su coño. Su dedo iba y venía por la pequeña línea que se dibujaba allí, acariciándose placenteramente lento.
Comenzó a sentir mucho placer al hacerlo, lo que le hacía querer soltar ligeros gemidos, pero se abstuvo de hacerlo mordiéndose el labio con fuerza, pues pensaba que tal vez podría ser escuchada por los otros integrantes de la casa y no quería eso. Quería mantener este pequeño y dulce momento solo para ella, aunque su mente morbosa le decía que sería más que espectacular el que aquellos tres ingresaran en la habitación y empezaran a disfrutar de su cuerpo como si no hubiera un mañana. Ya estaba incluso imaginándose toda la situación en la cabeza.
Tratando de salir de su mente más que cachonda y perversa, se concentró en lo que su cuerpo estaba sintiendo, experimentando en ese instante. Parecía que el tocarse así, sobre la tanga, no era suficiente para su cuerpo, no se daba el placer necesario que ella quería experimentar. Debido a esto, se vio obligada a correr su pequeña tanga de lugar, dejando la humedecida zona al descubierto para sus delgados y delicados dedos, los cuales empezaron a tocar su piel sin ningún reparo.
Todo fue diferente, a partir de allí. El toque de piel contra piel era más placentero que hacerlo sobre la tela, por lo que ahora ella estaba con la boca abierta, tirada hacia atrás mientras dejaba salir de su boca ligeros suspiros complacidos. Empezó a apretar uno de sus senos sobre su blusa de dormir y en ese mismo instante, introdujo un dedo por demás húmedo dentro de ella, mientras frotaba su clítoris con la base de su palma.
Para ser la primera vez que lo hacía parecía que sabía muy bien lo que hacía. Su instinto era muy bueno, le daba excelentes consejos a la hora de buscar la satisfacción.
Pronto ese estímulo fue más que suficiente para venirse intensamente, dejando una gran humedad en sus dedos y en la palma de su mano.
—Ah… Ah… Mierda…
Soltó Ana en un susurro dicho a los gritos.
Cuando se calmó un poco, sacó la mano de sus pantalones. Al verla mojada con todo ese líquido pegajoso que había salido de ella antes, pensó que era buena idea el probarlo. Acercó la mano a su cara e inhaló el olor que desprendían sus dedos, este le pareció un poco extraño, más no desagradable.
Con un pequeño encogimiento de hombros, llevó su dedo mayor a su boca, pues había sido el que se había metido dentro de ella y lo saboreó. El sabor era saldo y dulce a la vez, lo que le parecía extraño, pero siguió allí chupando su néctar hasta dejar el dedo completamente limpio. Incluso así, lo tomó como si de un pene se tratara y practicó con él como si le estuviera haciendo un oral, acariciando el dedo con su lengua, durante unos segundo.
—Creo que estoy preparada para hacer uno en verdad.
Dijo Ana sacando el dedo de su boca y por fin se acostó, tapándose con sus sabanas para poder dormir. Cosa que logró hacer en minutos, pues se ve que un orgasmo era lo que le faltaba, para conciliar por fin el sueño.