Casi todos los días llegaban nuevos vestidos de Londres, además de zapatos, medias, guantes, sombreros, y la ropa interior más bella que imaginó nunca, bordada y con sutiles encajes. Priscilla estaba impresionada con la cantidad de cosas que llegaba, pero a Nanny y al Conde les parecía muy natural. —Todo esto debe haber costado muchísimo dinero —le dijo en tono angustiado a Nanny una mañana. —Su Señoría puede pagarlo— replicó Nanny—, y usted sabe muy bien, señorita Priscilla, que no puede seguir con esos andrajos que siempre ha tenido… —¡Estaba muy feliz con ellos!— replicó Priscilla defensivamente —¡Vaya gratitud!— exclamó Nanny—, para eso el Conde está gastándose una fortuna a fin de convertirla en una mujer a la moda. —Pero yo no quiero ser una mujer a la moda— respondió Priscilla