Hoy es el funeral de mi madre. Es difícil para mí aceptar que esto sucedió. Ella era la única persona que me amaba, y su ausencia desgarra mi alma. Subo el chal n***o que cubre las marcas que mi suegra me dejó. Hace dos días que eso sucedió, pero parece que aún siento los látigos penetrar en mi alma. Por un segundo, cierro los ojos. Ella pagará un alto precio por la humillación que me hizo pasar.
— Lo siento Soraya. - sonrío forzosamente para el grupo de personas que se reúnen a darme el pésame. Bandada de cuervos. Cuando mi madre lo necesitó, no estaban para ayudar. Solo vinieron para celebrar su muerte.
Lo sorprendente es que a pesar de haber pasado algunos años, todavía siento miradas agudas hacia mí. Puedo ver a mucha de la gente que me echó de la granja, y eso me trae recuerdos amargos. Mi perfume agradable, mi vestido caro, y mis tacones finos dicen que soy una persona elegante y me diferencian de los demás, tal vez mi éxito los moleste. Ingrid me sorprende con un abrazo apretado. En ella siento verdad, además de mí, es la única que realmente está triste por la muerte de mi madre.
La puerta está abierta. Vislumbro Geane llegar, con toda su pose soberbia de siempre. Desvío la mirada. No quiero que sus ojos persigan mis heridas.
— No te preocupes amiga. Ella pagará por lo que te hizo. - Ingrid susurra. Como mi confidente, conté lo que Geane había hecho, y lógicamente ella se quedó a mi lado. Arreglo nuevamente mi chal.
— Eso lo sé.
Las horas pasan y el cortejo se inicia. Confieso que estuve un poco esperanzada de encontrar a Sebástian nuevamente. Creí que él aparecería con los niños, ya que mi madre relató que ellos tenían una cierta convivencia. Dejé un suspiro salir por la boca. Quizá estoy idealizando acontecimientos que ni siquiera van a ocurrir. Mi intención era llegar a la ciudad, hablar con Sebástian, arreglar las cosas y finalmente conocer a mis hijos. Esto será más difícil de lo que pensaba.
No puedo contener la emoción cuando veo el ataúd de madera oscura de mi madre. La marcha fúnebre tocaba dando un tono melancólico a la ocasión. Una repentina voluntad de abrazarla me hace caer de rodillas al suelo e inclinarme sobre su ataúd. Me duele el pecho, como si me hubieran apuñalado con un cuchillo afilado. Dejo reposar mi frente. El llanto es audible, como el de un niño, y no me avergüenzo de ello.
— Levántate, Soraya. - Ingrid intenta tocarme el brazo, pero yo me esquivo. — La gente está comentando.
— Que se joda la gente. ¡Mi madre está muerta, caramba! - con furia, miro alrededor. — ¡Banda de buitres! ¡Fingen llorar, mientras por dentro están alegres con la muerte de ella! Cuando estaba viva nadie la ayudó, ni siquiera en su enfermedad. Ahora ustedes quieren lamentarse, como si hubieran perdido a una amiga de muchos años. - todos me miran de impactados con mi reacción. — ¡Al diablo ustedes y sus mentiras! ¡Mi madre no los necesita!
— Ni de ti Soraya. - Levanto la cara. Geane se acerca con toda su arrogancia. —Lo más gracioso es que se lamenta, ahora que ella está muerta. Podría haber permanecido a su lado si no hubiera huido con el millonario. ¿Ahora usted cuestiona nuestra presencia?
— Tengo mis razones para alejarme.
— Hermosos motivos tenías. - Me sorprende cuando ella inclina el cuerpo y tira de mi chal. Inmediatamente, cubro, desafortunadamente, fue tiempo suficiente para miradas curiosas. — Tal vez sería, digno de su parte, hablar a todos, el porqué de esas marcas al cuerpo.
— Cállate la boca, ordinaria - levanto el cuerpo. — Ni siquiera en la muerte de mi madre, me dejas en paz. ¿Qué quieres de mí, además de pisotearme?
— Que abandones la ciudad de México inmediatamente y regreses a la alcantarilla de donde saliste.
Levanto una ceja. No puedo dejar que piense que me intimida.
— Escucha bien, Geane. No lo haré hasta que mis hijos reconozcan que soy su madre. Hasta entonces, puedes acostumbrarte a mi presencia. - ella reprime los labios. — No tengo miedo de sus amenazas.
— Pero estoy seguro de que de Leandro tienes miedo.
Abro los ojos, sin saber qué decir. Está claro que ella sabe de la agresión que sufrí. Doy algunos pasos al costado. Lo que me intriga es saber cómo pudo tener acceso a esa información. Sonríe de lado al sentir el miedo estampado en mi rostro. ¡Bruja! ¡Mujer asquerosa! Que su muerte sea ácida como su lengua venenosa.
— Creo que es mejor que no la amenace. Como sabe, soy abogada, y amiga de Soraya. Sé de las agresiones, y si continúas con tu patético juego, yo no evitaré en abrir un proceso contra ti. - Ingrid interviene.
— Empleada subordinada. Si defiende esa cerda, es porque como el mismo salvado que ella. Sus días en la hacienda están contados.
— No veo la hora.
Ella se va y yo permanezco en la misma posición. Parezco un ratón miedoso y eso soy. Me escondo de Leandro, cambiando de lugar todo el tiempo, con miedo de que me encuentre. Eso tiene que cambiar. No voy a esconderme más. Permaneceré en la casita de mi madre, viviendo en San Juan de Agar, y quiero ver quién me detendrá o me intimidará.
— Tengo que irme, amiga.
Con un beso caliente en la frente, Ingrid me deja sola, de hecho, permanezco sola, pues todos se fueron, junto con Geane. Mejor así. Solo tengo que quedarme con mi madre, soy yo, la única que la amaba. Acaricio su ataúd. Cuánto la echará de menos.
— Perdóneme por no estar a su lado. Usted fue la mejor madre del mundo. Me regaló la vida, y con todo lo que podía a través de su sudor y del sudor de papá. - dejé caer algunas lágrimas. — Te amaré por siempre.
Iba a decir unas palabras más, pero escuché un ruido. Estaba tan asustada por ser Leandro, que corrí a esconderme detrás de otras tumbas.
— Despídanse de su abuela, niños.
Abro los ojos. ¡Mis hijos están aquí!