Soraya
Estar al lado de Sebastián después de años era extraño. Estábamos demasiado cerca y no sabía qué sensaciones pasaban por mi cuerpo. Yo no debería pensar en prevaricaciones, estando con la memoria de mi madre en mi cabeza, sin embargo, el olor fuerte del hombre que por mucho tiempo estuvo a mi lado, estaba perturbando mi mente.
Mientras Sebástian galopaba, yo vislumbraba la hacienda de San Juan de Agar. Juré que nunca volvería, y ahora estoy aquí, mordiéndome la lengua. Puedo decir que no he echado de menos este lugar, creo que vivir en una granja rodeada de animales nunca ha sido parte de mi gusto, pero si aquí es donde vive mi pasado, voy a estar. Mi deseo es conocer a mis hijos y quizás en un futuro cercano pueda reconciliarme con su padre. No lo digo como marido y mujer, pues yo creo que él no me perdonará. Solo quiero que podamos convivir en paz y unión, y si algún día una relación surge entre nosotros dos, bueno... no le negaría amor.
Desde lejos, pude ver la cara de la mujer del otro día. La misma que estaba acompañada de los gemelos, y que besó los labios de mi exmarido. Ella me mira de un modo nada agradable, era de esperar, al final, estoy sintiendo la protuberancia del pantalón de Sebastián que raya en mi cuerpo. Si yo fuera ella, también me preocuparía.
— ¿Qué hace esa mujer aquí?
— Solo la llevo a casa de Ingrid.
Sebastián responde aun sosteniendo firme la guía del caballo. Sin esperar la respuesta de la mujer, él continúa guiándome. Luego llegamos. Mojo los labios cuando, ya aterrizado, él levanta las manos para ayudarme a salir. Yo sostengo firme en sus brazos y él me jala. Nuestras miradas se miran por unos segundos. Mi corazón se dispara sin ningún aviso, eso me sorprende. No sé si es el olor delicioso de su perfume, o la camiseta pegada mostrando sus músculos, pero algo en él me llama la atención. Mi corazón nunca había disparado así por nadie. Es como reencontrar una antigua pasión, eso me intriga. Nunca estuve enamorada de él.
— Está entregado. - Él me hace despertar con su voz dura. Sebastián ya está montado en su caballo nuevamente, y me pregunto cómo ese hombre se volvió tan astuto. — Lo siento por su madre Soraya. A pesar de nuestras fricciones, ella fue una excelente abuela para los nietos. Muy cariñosa y amorosa siempre cuando ellos la visitaban. Mis condolencias. Quédate en paz.
Con un gesto de despedida, pone su mano derecha en el sombrero, y se va.
— ¡Sebastián!
No sé lo que me pasó, pero termino gritando por su nombre. Él me mira de una manera atravesada. Es notorio que odia mi presencia. Cuanto más lejos pudiera estar, mejor. Su ríspido no me sorprende.
— Solo quería agradecerte por ayudarme. Mi madre era una de las personas más importantes de mi vida, y ahora solo me quedan mis hijos... y tú. - Digo lo que me viene a la mente.
Creo que se bajará del caballo, hablará conmigo, y nos arreglaremos, pero lo que dice me paraliza.
— Lo vas a superar.
Me tuerzo los labios entendiendo que realmente Sebastián no quiere conversar conmigo. Creo que me ha olvidado y que todo lo que hemos pasado ha quedado atrás. Por un momento llegué a pensar que dentro de él aún existían restos de amor. Antes, él era más que apasionado, dándome la certeza de que haría cualquier cosa para estar a mi lado. Ha cambiado mucho, y me pregunto quién manipuló tu cabeza.
Giro el cuerpo para ir a la casa de Ingrid. Tengo muchas cosas pendientes con ella, principalmente que ella pueda revelarme todo sobre esa tal Diana. Pude percibir que nuestra relación no será nada fácil. Creo que esa mujer será como un obstáculo en mi camino. Si ella piensa que es la madre de los gemelos, está equivocada. No me hizo ningún favor. La madre de Suel y Selene soy yo. No hay nada en la vida que pueda tomar el cargo que me fue concedido, yo decidí dar continuidad a la gestación, y yo tuve a los niños, nadie en este mundo puede decir lo contrario.
Tan pronto como abro la puerta de la casa de Ingrid, tengo una sorpresa: mi suegra me está esperando. Creo que debería haber tocado la puerta, quizás podría identificar su voz y no tener este encuentro desagradable. Fuimos criados en una granja muy pequeña, donde todos se conocían, así que entré así. Terrible error.
— Cuando me dijeron que Sebastián estaba a caballo, llevándote a algún lugar, supuse que sería a casa de tu mejor amiga.
— ¿Qué quieres? - Levanto una ceja. Mojo los labios manteniendo mi postura firme, y también rígida. No me gusta ni un poco esa mujer. Ella me da escalofríos. Su mirada asesina me asusta. Ella me recuerda a mi marido, Leandro, hasta hoy él me persigue. Con ella siento el mismo temor.
— Te dije que te alejaras de mi hijo, ¿no? No es posible que no aprendas Soraya. En la fiesta de mis nietos apareciste sin ser invitada, dejando que todos los presentes, estuvieran chismeando. Como siempre, se ha convertido en el tema principal. - Ella cerró los ojos. — ¿Eso es lo que te gusta, no? Llamar la atención de todos.
— Todavía no entiendo qué haces aquí.
Dando unos pasos hacia mí, ella sonreía de lado. Abrí los ojos cuando vi un látigo de cuero n***o en sus manos.
— ¿Qué pretendes hacer con eso?
— Quiero felicitarte por tu audacia. Primero dejas a los niños pequeños, luego huyes con un hombre mayor, te echan de la granja como a un animal enfermo, y regresas a esa misma granja sin preocuparte por lo que pueda pasarte. - Se detiene un momento. — Valiente de tu parte.
Ella me golpea con el látigo. Doblo la rodilla cayendo al suelo. Con un grito latente de dolor, pongo las manos sobre la herida en mi pierna. Mis manos tiemblan mientras veo la carne viva y la sangre correr.
Oigo el ruido del salto acercándose, lo que hace que mis labios tiemblen.
— Te dije que no te acercaras a mi familia. - Me susurró al oído. — Eso fue una advertencia. Haz otra cosa que no me guste, y no tendrás más avisos.