El viernes llegué a casa y ahí estaba, afuera del departamento, parado al lado de la puerta con su mochila. Le sonreí honestamente, me devolvió la sonrisa, pero parecía más por compromiso que por sentimiento.
-Quiero pedirte una disculpa – comencé yo, mientras abría la puerta del departamento.
Hice una pausa para dejar mi mochila a un lado. Eliot no dijo ni una palabra, cerró la puerta, dejó caer su mochila y me jaló de la muñeca para atraparme entre la pared y su cuerpo. Sus ojos parecían perdidos, su mirada era diferente a todas las que me había dado. En ese instante comprendí lo que iba a suceder, y de manera estrepitosa mi corazón exigía más espacio en mi pecho. Sus manos se pusieron en mis mejillas e inclinó su rostro, se tomó unos segundos, entonces tocó con sus labios los míos y sin demoras su lengua invadió mi boca, simplemente lo correspondí. Sus manos se escurrieron hacia mi espalda, con una sostenía mi cintura y con la otra mi espalda alta, me apretaba contra su cuerpo fuertemente, mientras mis manos lo tomaban por el cuello. De un momento a otro, sentí mi cuerpo liberarse, dejó de besarme para tomarme de la mano, dirigiéndonos hacia la cama, donde se sentó con las piernas abiertas y me acomodó parada entre ellas. Se dirigió al primer botón de mi blusa, lo soltó con facilidad y así siguió con el resto. Traté de quitarle la camisa, pero me dio un manotazo, inclinó su rostro con una expresión de severidad; estaba tomando el control totalmente. Deslizó mi blusa por mis brazos, dejándola caer al piso; pude sentir el cosquilleo de mi cuerpo, cuando sus dedos hicieron contacto con mi piel desnuda. Desabotonó y bajó el cierre del pantalón, por mis piernas sentí cómo me iba despojando de él. Puso un poco de distancia entre los dos, recorrió mi cuerpo con la mirada, lentamente, como si quisiera ver los detalles de mi piel. Me miró lascivamente a los ojos y sonrió de lado.
-¡Eres demasiado hermosa! -Me hizo estremecer después de aquellas palabras.
-No tienes que decir eso - era solo sexo, ¿no?
-Lo digo sin ironía ni sarcasmo, lo digo en serio, lo digo físicamente – me dejó sin palabras, decir que estaba sorprendida era poco.
Se levantó y me besó el cuello, mientras su mano habilidosa me quitaba el brassier. Inmediatamente me recostó sobre la cama, y sobre mí me comenzó a besar de nuevo. Con una mano sostenía parte de su peso y con la otra seguía explorando mi cuerpo: uno de mis brazos, que ambos rodeaban su cuello; mi dorso, mi pecho, mi cadera y mi glúteo, se paseaba de un lado a otro, una, dos, tres veces… Mi mente estaba aturdida, queriendo concentrarse en múltiples sensaciones: su profundo beso, su mano acariciando mi piel y su erección entre mis piernas.
Su boca se alejó de la mía, surcó un camino dejando huellas húmedas de sus labios en mi mejilla, en mi cuello, entre mi pecho, en mi estómago, y ahí lo detuve. Levantó la mirada buscando mis ojos y con una sonrisa traviesa me dijo:
-Déjame hacerlo. –
Se deshizo de lo que quedaba de ropa, sentí su lengua recorrer mi intimidad, mis piernas se flexionaron y mi espalda se arqueó instintivamente, un gemido escapó de mi boca y puse ambas manos sobre ella para evitar que salieran más. Entonces mi cerebro se concentró en la intensidad que sentía. Escurrió su mano entre mis piernas y sentí un dedo introducirse en mí, sutil, suave. Salió y volvió a entrar, una, dos, tres veces… Lo vi alejarse de mí, pero mi cuerpo aún podía sentirlo entre las piernas. Se desvistió, y entonces, por primera vez vi expuesta su piel blanca con lunares, como un cielo nocturno lleno de estrellas brillantes. Cuando se giró, descubrí sus músculos bien definidos. Tomó de la cajita, esa que había dejado hace días en la mesita de noche, un pequeño sobre. Lo observé abrirlo y ponerse lo que había dentro. Se acercó lentamente, su cuerpo desnudo hizo contacto con mi piel haciendo fricción hasta que su boca llegó a la mía. Sentí algo de nuevo entre las piernas, duro y poco flexible, tratando de entrar en mí, persistente, mi cuerpo parecía rechazarlo, pero de un momento a otro lo abrazó. Una punzada recorrió mi cuerpo, y una expresión de malestar se apoderó de mi rostro. Eliot se quedó estático, dejó de besarme, levantó la mirada de inmediato y me miró a los ojos. Esa mezcla de preocupación, angustia y miedo que distinguí en sus ojos, me hizo reafirmar mi decisión con respecto a él.
-¿Estás bien? -Me preguntó.
-Sí - afirmé con mi voz y mi cabeza a la vez.
Descansó su cabeza al lado de la mía y lentamente comenzó a mover su cuerpo. Podía sentirlo entrar y salir de mí. Poco a poco se convirtió en una sensación de placer que se extendía por todo mi cuerpo, el cual parecía obedecer al de Eliot, porque lo seguía, y junto con mi respiración me sentí delatada. Eliot me miró de nuevo, sonrío y me empezó a besar. Aumentó el ritmo y me abracé a él. Sólo podía sentir la sensación de placer ir acrecentándose y pronto, una reacción involuntaria de mi cuerpo apareció, manteniéndose ahí, lo suficiente para sentirme en las nubes.
Repentinamente me hice consciente de cada detalle: mi respiración agitada, mis manos en la espalda de Eliot, y él entre mis piernas aún entrando y saliendo. Me estaba mirando fijamente a los ojos, como perdido, de pronto los cerró y los apretó, su movimiento comenzó a disminuir paulatinamente hasta que se detuvo por completo. Volvió a abrir los ojos y se quedaron fijos en los míos algunos segundos, su mirada era distinta. Sonrió, me besó la frente, salió de mí y se tiró a mi lado aún jadeando. El jadeo de los dos retumbaba en las paredes, por algunos segundos sólo eso se escuchaba, hasta que él decidió hablar.
-El día que te dejé en la escuela, te vi alejarte y me dio miedo - suspiró. -Saber que me importas mucho y que valoro nuestra amistad, me hizo arrepentirme de habértelo propuesto – al fin estaba siendo sincero conmigo.
-¿Qué te hizo seguir? –Pregunté dubitativa.
-Tenía que mantener mi palabra – volvió a suspirar profundamente.
-Es solo sexo, ¿recuerdas? Siempre seré tu amiga – le dije honestamente, y pensaba mantener mi palabra, aún sin saber lo que deparaba el futuro.
Por unos momentos se hizo un silencio.
-Tengo mucho calor, ¿te importa si no te abrazo? –Cuestionó apenado.
-No tienes que hacerlo – una sonrisa se escapó de mi boca, en ocasiones me parecía tierno.
Dos segundos después, ya estaba dormido. Yo, sin embargo, pensaba en lo que había sucedido, con mi mirada en el techo, recordaba su actitud: tierno, dulce. Una sensación de satisfacción se apoderó de mí, la decisión había sido la correcta.