Un sábado muy temprano por la mañana, escuché la cerradura. El sonido me había sacado de mis sueños y me asustó, pero después recodé a Eliot y me cubrí por completo con la frazada.
-¡Ey! ¡Floja, ya levántate! –Escuché cómo había entrado y cerrado la puerta, caminó hacia la cocina, dejó cosas y comenzó a caminar hacia la cama. No respondí, pero sabía que estaba perdida. –Ya sé que estás despierta – se puso a brincar sobre la cama.
-¡Eliot, es sábado! –Me quejé.
-¡Vamos a una fiesta! –Su voz se comenzó a escuchar agitada.
-¡Son las 8! –Me volví a quejar.
-Sí, la fiesta es en la noche, pero necesito que me acompañes antes a un lugar – me destapé para verlo a los ojos.
-¿Por qué eres así conmigo? ¿Por qué no me dejas dormir hasta tarde aunque sea un solo día? –Interrogué acongojada.
-Lo hago, los domingos no vengo – ante su respuesta hice un puchero. -Traje el desayuno, brownies, tus favoritos – intentó desviar la conversación.
-Eso no compensa que me estés desmañanando – le hice saber, aunque tenía pleno conocimiento que no podía luchar contra él, sabía cómo obligarme a hacer las cosas que quería que hiciera.
Me levanté para lavarme los dientes, olí el dulce aroma del café que estaba preparando, y cuando salí nos sentamos a la mesa para desayunar.
-¿A dónde vamos a ir? –Pregunté aún con comida en la boca.
-¡Termina de comer lo que tienes en la boca Andy! –Me regañó. -No te lo diré, porque no quiero que no vayas a querer ir – entrecerré los ojos, eso ya era sospechoso.
-Entonces no voy a salir – ingenuamente consideré que eso funcionaría.
-Sabes perfectamente, que si es necesario que te tenga que bañar y vestir, lo haré – sabía que no bromeaba.
Mejor ya no dije nada y me levanté para bañarme. Para mi sorpresa cuando salí, Eliot había elegido un atuendo para mí. Un vestido con vuelo, en color azul marino, con escotes cuadrados por adelante y por atrás, de manga corta. Entrecerré los ojos, él no solía hacer eso, ¿a dónde demonios me iba a llevar?
-Me gusta cómo te ves en este vestido – sus ojos estaban fijos en la ropa. Lo agarré y me devolví al baño para cambiarme.
Me sacó del apartamento con el cabello aún mojado y sin haberme arreglado en lo absoluto. Durante el trayecto el cabello se secó, yo iba prestando atención a mi alrededor, pero sólo íbamos por calles de una zona residencial y se aparcó afuera de una casa. Bajó del auto sin decirme nada. Suspiré profundamente, bajé la visera para verme al espejo y aplicarme brillo labial; entonces, Eliot abrió mi puerta, lo vi incrédula, jamás había hecho eso.
-¡Excelente! Eso es todo lo que necesitas – entrecerré los ojos de nuevo, ¿dónde estaba mi amigo estúpido, imprudente y sarcástico?
Nos dirigió hacia una casa, metió la llave en el cerrojo y yo lo golpeé en el brazo: seguramente era su casa. Me guió hasta la cocina, donde una señora de cabello castaño estaba cocinando.
-Ya llegué mamá – lo volví a golpear en el hombro con más fuerza, haciendo que se quejara. Su mamá por suerte no me alcanzó a ver, y puse mi mejor sonrisa. La señora era una Eliot pero en mujer, y se le notaba la edad. Delgada, sus ojos café claro, su piel blanca lechosa y su expresión de entusiasmo, era lo más notorio; pero ella tenía el cabello largo y una vez que presté atención, ya había muchos mechones de color blanco.
-Qué bueno cariño. Tú debes ser Andy – se acercó y me besó en la mejilla con emoción, lo que me hizo sonreír.
-Mucho gusto señora – sí, estaba apenada. –Necesita que le ayude con algo – me ofrecí.
-Sí, lleven esto para la estancia – nos dio algunos platos con aperitivos y frituras. –Tú papá y Eugenio están viendo el partido, ¡vayan! –Vio a Eliot y después a mí. Tomamos las cosas y seguí a Eliot.
-Cuando estemos solos te voy a golpear hasta que me canse – le dije mientras caminábamos, provocando que él sólo se carcajeara.
Llegamos a una habitación amplia, donde había una televisión y unos sillones que se veían muy cómodos, estaban dos hombres sentados, los cuales cuando nos vieron se pusieron de pie.
-Mi papá y Eugenio, mi hermano mayor –Eliot me hizo saber, mientras colocábamos los platos sobre la mesa del centro.
-¡Mucho gusto! Soy Andy –Extendí mi brazo y ambos la estrecharon educadamente. Eugenio también se le parecía, sólo que era el más bajo de los tres, sus ojos eran más obscuros y su rostro tenía un aire más maduro. Lo único que sacó Eliot de su papá fue la altura, debía medir 1.80.
-¡Siéntate Andy! –Su padre me hizo espacio en el centro del sillón. -¿Te gusta el soccer? –Preguntó prestando atención a la televisión.
-Un poco – confesé. La verdad era que veía algunos partidos con mi papá, porque él si era un fiel seguidor; y por lo que podía ver, ellos también lo eran.
Eliot se sentó en el sillón individual, alejado de mí. Pronto me envolví en el partido y todos comenzamos a gritar, la madre de Eliot llegó con más comida, los comentarios respecto al partido también se hicieron presentes y para cuando el partido terminó, me sentía como en mi casa. Las conversaciones continuaron, hasta que anocheció, en medio de risas los padres de Eliot se despidieron; entonces Eugenio aprovechó que Eliot se fue al baño.
-Dime Andy, ¿desde hace cuánto están saliendo? –Pude notar sus intenciones. ¿Por qué era tan difícil para la gente aceptar que dos personas del sexo opuesto podían ser sólo amigos?
-Nosotros no estamos saliendo, somos amigos desde el bachillerato – aclaré más que confiada con la respuesta. Me dio una sonrisa, para cambiar la conversación radicalmente. A los pocos minutos llegó Eliot, haciéndome saber que ya era hora de irnos a la fiesta.
¿Qué había sido entonces esa reunión en su casa, con su familia?