Capitulo 4

1379 Words
-¿Qué estás haciendo? -pregunto y cojo el teléfono. Miro la pantalla y veo una foto mía. Frunzo el ceño mientras trato de entender. ¿Y esto? -Estas en tinder una aplicación de citas muy famosa y alguien está usando tu foto -responde Christopher con una sonrisa de satisfacción. -No me jodas -salto-. Cualquiera que no sea un imbecil sabe que nunca usaría tinder para encontrar citas. -Oye. Solo la usan para atraer a las chicas, por tu buen parecido -dice Tristán con una sonrisa. Aunque, bueno, si realmente quisieran atraer a las chicas habrían utilizado una foto mía. Deslizo el dedo por la pantalla con rabia. -¿Cómo los denuncio? Voy a demandarlos ahora mismo. -Habrá un enlace para contactar con atencion al cliente -dice Christopher mientras nos sirven las bebidas. Los chicos se ponen a charlar mientras yo me desplazo por la aplicación y busco un contacto para denunciar el perfil que decidio usar mi foto. Sigo desplazándome por la pantalla cuando algo me llama la atención: el gato más feo que he visto en mi vida. Gordo, peludo y con los ojos saltones, ¿quién demonios usaría eso como foto de perfil en una aplicación de citas? Miro el perfil y me fijo en su nombre: Rosita Leroo. Rosita Leroo. Frunzo el ceño. ¿Qué clase de nombre es ese? Leo sus datos. Nombre: Rosita Leroo Estatura: 1.68 Peso: Cara bonita Apariencia física: Por debajo de la media Aficiones: Jugar con mis doce gatos Pasatiempo favorito: Lavarme el pelo Profesión: Taxidermista Color de pelo: Rosa; por eso me llaman así (emoji de ojos en blanco) Ojos: Radiante Piel: Blanco lechoso "Aspecto físico por debajo de la media...". ¿Quién dice eso? "Taxidermista...". ¿Ella embalsama animales muertos? ¿Quién es esta loca? No quiero saber más. Me cuesta creer que la gente realmente coquetee usando esta aplicación. ¿Cómo es posible? Me imagino a una señora con el pelo rosa, blanca como la leche, sentada en un sofá con doce gatos, rodeada de animales embalsamando animales muertos, y se me ponen los pelos de punta... Por Dios. Sigo leyendo. Busco a alguien monocolor, pero no de talla única. Con los pies anclados en la tierra, pero que sepa levantar el vuelo. Que aparezca con el sol y se vaya con la lluvia. Que no duela, y que no sienta dolor. Dios mío. Pongo los ojos en blanco. Hago una captura de pantalla del perfil que ha utilizado mi foto y me la envío para ocuparme de ella más tarde. ***** Es tarde. Estoy en casa, tranquilo, después de cenar y tomar unas copas con los chicos. La luz de la luna entra por la ventana. Doy un sorbo a mi vaso de whisky y me recuesto en el sillón. Contemplo los colores y cómo se mezclan con la oscuridad. Los rayos de luz que descienden del cielo. Lo hago a menudo: me siento aquí a altas horas de la noche y me empapo de la belleza que emana del cuadro que cuelga de la pared. Leo el título: Predestinado ¿En qué pensaba cuando lo pintó? En un objeto, en una situación. ¿Qué estaba predestinado? ¿En una persona? Me llevo el vaso a los labios y el líquido ambarino me calienta la garganta mientras trago. Harriet Boucher, la mujer de la que estoy enamorado. Una mujer que ni siquiera conozco. Sin embargo, curiosamente, tengo la sensación de que la conozco. Hay sinceridad en sus pinceladas y una conexión muy fuerte con sus sentimientos, algo que ningún otro cuadro me transmite. Lo encuentro muy extraño. No puedo explicarlo. Mirar las obras de Harriet es como contemplar su alma. Sobrecogedor. Sonrío al imaginar a la anciana. Sé que es hermosa; quizá no por fuera, pero sí por dentro... Desde el corazón. Tengo entendido que es francesa y que ha saltado a la palestra hace relativamente poco tiempo. Harriet Boucher es una artista que sigo. Tengo todos sus cuadros menos tres. Sólo hay treinta en circulación. Es una ermitaña y nadie conoce su identidad; todo son rumores. Sólo me interesan las obras más exquisitas y únicas. He invertido millones de dólares en mi colección. No en vano es una de las mejores del mundo. Pero Harriet es la reina, y yo persigo insistentemente sus obras. Me la imagino en un pintoresco pueblecito francés, pintando al aire libre en su caballete. Me pregunto cuántos años hace que pintó este cuadro y en qué momento de su vida estaría. ¿Sería joven o vieja, estaría enamorada? ¿Y quién estaba destinado a aparecer? ¿El amor de su vida? ¿Su hijo? Exhalo con fuerza mientras contemplo mi adorado cuadro. Voy a investigar más, necesito saber quién es. Poseo veintisiete de sus obras, me he gastado un dineral para conseguirlas y, sin embargo, sigo ardiendo en deseos de conocerla. ¿Por qué? No lo sé. Lo que sí sé es que no quiero pensar en Megan Foster . Tengo que distraerme. El lunes moveré algunos hilos para saber más sobre ella. Tengo que hacerlo, ya no es una opción. Necesito conocer a la persona que me conmueve tan intensamente... aunque sea para decirle lo que siento. Enciendo el móvil y me acuerdo del perfil falso de la aplicación de citas. Es un fraude. Tengo que eliminarlos. Me dispongo a indagar en la aplicación, pero no puedo pasar de la página de inicio a menos que me registre y cree un perfil. Pongo los ojos en blanco y pongo cara de fastidio. Mierda... ¡Qué mierda! * Al dia siguiente Levanto la mano mientras la veo contonearse con esa falda roja, cómo mueve las caderas, lo largas que son sus piernas, la sensualidad que desprende... He visto la cinta de seguridad más veces de las que me gustaría admitir, quizás cada hora. No puedo dejar de verla. Es un placer oculto, el último fetiche s****l. Por mucho que quiera negarlo, no puedo: Megan Foster me excita. Llaman a la puerta. Instantáneamente minimizo la pantalla y digo: -Pasa. Christopher asoma la cabeza. -Voy a bajar. ¿Te apetece dar un paseo? -¿A dónde vas? -A la planta de ordenadores. Levanto las cejas y pregunto: -¿A la planta de informática? -Sí, tengo que revisar unos datos de un informe con Megan. Me levanto sin contestar siquiera. -¿Vienes? -me pregunta, sorprendido. -Sí, ¿por qué no? Necesito estirar las piernas. Tomamos el ascensor y en dos minutos estamos en la décima planta, la de informática. Hay cubículos por todas partes. Al fondo hay seis despachos separados por paredes de cristal y adornados con finas persianas venecianas negras para mayor privacidad. Sigo a Christopher por el pasillo mientras la gente se apresura hacia sus escritorios y finge trabajar. Nunca vengo a esta planta. Nunca lo he necesitado. No tengo muy claro qué hago aquí ahora. Christopher se detiene para hablar con alguien y yo continúo. Llego a la primera puerta de cristal y leo el cartel: "Megan Foster". Uf, incluso leer su nombre me deja un regusto amargo en la boca. Llamo a la puerta. -Pasa. Abro la puerta. -Hola. Megan deja de mirar el ordenador como si se sorprendiera de verme. -Hola, Sr. Miles. ¿A qué debo el honor? Frunzo los labios para no hacer ningún comentario mordaz. Esta mujer saca el sabelotodo que hay en mí diez veces más. -Estaba dando un paseo y se me ocurrió pasar por aquí. Me dedica una sonrisa falsa y dice: -¡Qué bonito detalle! El rey ha decidido visitar a sus fieles súbditos. La fulmino con la mirada mientras aprieto la mandíbula. ¿Cómo es posible que alguien que baila tan alegremente (y con tanta sensualidad, por cierto) pulule tanto veneno? Entro y cierro la puerta. Me siento en su mesa y cierro las piernas con las manos. Megan me mira detenidamente mientras espera que hable.... Pero no digo nada. Permanecemos en silencio. -¿Y bien? -pregunta con una sonrisa. La miro con los ojos entrecerrados. ¿Qué le pasa a esta mujer? Nadie me trata como ella; mi sola existencia la cabrea. Sonríe como si estuviera contenta, pero siempre hay un pozo de agresividad en sus palabras. Es el colmo de mi paciencia.
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