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Mi Jefe en Tinder

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Mi pasatiempo favorito es sacar de quicio a mi jefe, Christian Miles. Tiene fama de ser un completo donjuán y el idiota mas colosal que he conocido, me cae como un dolor en los ovarios simplemente no termino de tragarlo ni de digerirlo como ser humano, En cambio, Edgar de Tinder, Ohhh edgar que puedo decir es alguien a quien conocí en esta aplicación de citas tan famosa, no es del todo mi tipo, pero, poco a poco con el tiempo , se convierte en algo más. Sin embargo al mismo tiempo, algo cambia en Christian, que parece conocer secretos que sólo Edgar conoce. ¿Cómo es eso posible? será que mi Jefe esta Tinder.

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PROLOGO
Miro los números que hay sobre el ascensor mientras bajo los pisos. Mi móvil vibra en mi bolsillo y lo saco. Es un mensaje de Christopher. ¡Cuidado! La bruja te está buscando. Mierda. Vuelvo a guardar el teléfono en el bolsillo y exhalo intensamente. Hoy no tengo ganas de aguantarla. Las puertas del ascensor se abren y la vislumbro al salir. Finjo que no me he dado cuenta de su presencia y me dirijo al despacho de Courtney, mi asistente personal, a la izquierda. —Sr. Miles —me llama desde atrás. Sigo caminando. —Eh —se aclara la garganta—. Señor Miles, deje de ignorarme. Siento que me sube la temperatura. Las aletas de mi nariz se dilatan y me vuelvo hacia ella. Ahí está: la empleada más exasperante sobre la faz de la tierra. Inteligente, mandona, arrogante y más pesada que una vaca en brazos. Megan Foster, mi archienemiga. La mismísima Bruja Mala del Oeste. Un apodo que le va como anillo al dedo. Finjo una sonrisa y digo: —Buenos días, Megan . —¿Podemos hablar? —Es lunes y son las nueve de la mañana —respondo—. No es el momento de...". Hago comillas con los dedos antes de añadir: "hablar. Seguro que se pasa los fines de semana planeando cómo joderme los lunes. —Tendrás que hacerme un hueco —dice. Me paso la lengua por los dientes. Sabe que me tiene agarrado por los huevos. Como buena friki de la informática, ha diseñado el nuevo software de la empresa y sabe que es imprescindible. Joder, me tiene amargado. Se dirige a su despacho a paso ligero y abre la puerta a toda prisa. —Seré breve. —Por supuesto. —Sonrío falsamente mientras me imagino golpeando su cabeza contra la puerta. Se sienta en su escritorio y me dice: —Toma asiento. —No, estoy bien de pie. ¿No ibas a ser breve? —Megan levanta una ceja y yo la fulmino con la mirada. ¿Qué pasa? —Me he enterado de que este año no voy a tener cuatro becarios. ¿Por qué? —No te hagas la tonta, Megan. Tú sabes por qué. —¿Por qué ofreciste las becas a los empleados que trabajan en el extranjero? —Porque es tu empresa. —Porque es mi compañía. —No creo que esa sea una buena respuesta. La sangre bombea en mis oídos mientras alzo la barbilla al máximo. Nadie me pone de los nervios como esta mujer. —Señorita Foster, no tengo que justificar mis decisiones ante usted como director de Miles Media. Soy responsable ante los miembros del consejo de administración y sólo ante ellos. Sin embargo, me interesa conocer sus intenciones. Megan estrecha los ojos y pregunta: —¿Qué quieres decir? —Bueno, si estás tan descontenta, ¿por qué no te vas? —¿Perdón? —Hay tantas empresas en las que podrías trabajar, y no sólo te niegas a irte, sino que te pasas el día quejándote de cualquier cosa y, francamente, ya empieza a cansar. —¡Cómo te atreves! —Creo que deberías recordar que nadie es imprescindible, así que estaré más que encantado de aceptar tu dimisión en cualquier momento. Incluso te daré tu indemnización por despido. Pone los brazos en alto y dice: —Quiero que escribas un informe explicando por qué no habrá becarios en la sucursal de Londres. La excusa que me has dado no me vale. Pienso presentar la consulta al consejo de administración. Por supuesto que sí. Me hierve la sangre. —Y no me pongas los ojos en blanco —exclama ella, indignada—. —Megan, van a tener que hacerme un trasplante de retina por todas las veces que me haces poner los ojos en blanco. —Ya somos dos. Nos miramos con rabia. Dudo que haya odiado tanto a alguien en toda mi vida. Llaman a la puerta. —Entra —grita. Como esperaba, entra Christopher. Siempre interrumpe mis encuentros con Megan segundos antes de que yo explote sin remedio. —¿Tienes un momento, Christian? —pregunta. Sonríe a Megan y dice: —Buenos días. —No hemos terminado, Christopher. Tendrás que esperar —dice—. —Si tienes alguna otra queja, que seguro que sí, puedes remitirla a Recursos Humanos. —No voy a hacer eso —responde—. Usted es el director general, así que si tengo un problema, se lo remitiré a usted. Deje de hacerme perder el tiempo, Sr. Miles. Estaré más que feliz de informar a la junta que usted es incompetente. Dios lo sabe. Quiero esas prácticas para la oficina de Londres lo antes posible. —Pasa. Revuelve los papeles en su escritorio y dice: —Nos vemos los martes a partir de ahora. El día de la reunión de la junta directiva. La miro fijamente mientras la sangre me zumba en los oídos. Perra asquerosa. —Oye, Christian —insiste Christopher—. Tenemos que irnos. Tenso la mandíbula mientras miro a Megan con odio. —¿Qué quieres a cambio de renunciar? —Eso no pasara.— dice arrogante —No voy a permitir que sigas acribillándome con tus mezquinas quejas cada vez que entro en mi despacho —sollozo—. —Entonces deja de tomar decisiones estúpidas. Nos miramos fijamente. —Adiós, señor Miles. Cierre la puerta al salir —dice con una sonrisa amistosa—. Nos vemos en la reunión. Inhalo bruscamente en un intento de mantener la calma. —Christian —me insta Christopher de nuevo—. Por aquí. Salgo del despacho de Megan echando humo y me dirijo directamente al ascensor. Christopher, pisándome los talones, entra justo después de mí y las puertas se cierran. —¡La odio, joder! —susurro con rabia. —Por si sirve de algo —sonríe Christopher—, ella te odia más a ti. Me aflojo el nudo de la corbata con un fuerte tirón. —¿Es demasiado pronto para el whisky? —pregunto. Christopher mira su reloj y dice: —Son las nueve y cuarto de la mañana. Respiro profundamente para calmarme. —¡Qué importa!

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