Luna temblaba de miedo, la llevó hasta esa habitación, iluminada por una tenue lámpara de queroseno.
El hombre la empujó hasta la pared, y de pronto, sacó unas esposas, y la inmovilizó contra unos barrotes que yacían de un viejo mueble.
—¡¿Quién eres?! ¿Quieres dinero?
El hombre no dijo nada, algo en él le recordaba a Elio, pero ese perfume, no era el olor de su esposo cuando llegaron, eso la torturó.
—¡Déjame ir! —gritó, pero aun la música del salón resonaba, nadie la escucharía.
Luna manoteaba, luchaba, pero era imposible, él ató sus dos manos, de modo que ella estaba con los brazos abiertos, de pie, a la merced de alguien desconocido.
El hombre se alejó, llevaba una especie de máscara veneciana, que cubría toda su cara, no podía saber quién era, ni siquiera le notaba el color de
