Luna dormía, y cuando despertó, sintió algo extraño, como una fuerza que la obligó a levantarse. Mirò el techo por un segundo en el que recordaba en dónde estaba.
Después, al sentirse tan rara, enderezó su postura para asustarse; èl estaba ahí.
El pecho de Luna subía y bajaba, asustada, mirando a ese hombre.
Elio estaba sentado en ese sofá, con los codos apoyados en sus piernas, la mirada baja, pero fija en ella, parecía un depredador admirando a una presa a la que planeaba devorar.
—¡¿Qué haces aquí?! ¿Desde cuándo estás ahí?
Elio estaba sombrío, solo iluminado por un rayo de luz artificial que provenía de la ventana.
Esbozó una sonrisa.
—Suficiente tiempo para ver que duermes como un ángel, como si tu conciencia estuviera limpia, y no como la mujer que obliga a un hombre a que se
