Cinco años después.
Luna despertó muy apurada, faltaban tres horas para que entrara a su turno laboral.
Se alistó y preparó el desayuno. Una de las cosas que más odiaba, era tener que despertar a Aly, pero tenía que hacerlo.
La pequeña niña despertó, sus ojos azules renegaban, quería dormir un poquito más, pero mami la llenó de dulces mimos.
—Vamos, cariño, te prometo que será un hermoso día.
La niña de cuatro años terminó por obedecer y levantarse.
Luna la bañó y vistió, luego la llevó a desayunar.
Una vez listas, salieron en el auto.
Luna condujo hasta la guardería, su corazón se rompía al dejarla ahí, y volver por ella hasta la noche, pero ¿qué podía hacer? Debía ser así para poder trabajar.
Besó a su pequeña, la dejó de la mano de la maestra, se despidieron.
Luna siempre experimentaba la misma sensación cuando la dejaba ahí, se sentía triste con ganas de querer volver por su pequeña, y no separarse de ella jamás.
Cuando ella llegó al trabajo, se alegró de haber llegado a tiempo.
Luna estaba trabajando como redactora, tenía un jefe muy pesado, y debía cuidarse de que no la fueran a despedir.
La asistente le indicó que el jefe la buscaba en su oficina.
Luna caminó hasta ahí, estaba nerviosa, casi siempre ese hombre quería pasarse de listo, con insinuaciones de acoso. Era muy grosero con ella.
Luna entró a esa oficina, y se encontró con él.
—¿Necesita algo jefe?
—Ve a casa, alístate, porque saldremos de viaje hacia isla verde, tú y yo, este fin de semana.
Luna frunció el ceño, confusa, ella no podía viajar, todos en la oficina lo sabían, bajo esas condiciones fue contratada hace dos años.
—Yo no puedo viajar, señor. Lo siento, tengo una hija que depende totalmente de mí.
—¡Pues consigue dónde dejarla! Porque irás conmigo, ¡quieras o no!
Luna se sintió estresada, pero algo era claro: no iría, no dejaría sola a su hija.
—No lo haré, puede hacer lo que quiera, señor.
Luna intentó irse, cuando ese hombre la devolvió, intentó besarla. Ella se sintió asqueada, manoteó, pero solo provocó más al hombre; sin embargo, reaccionó rápido y le dio un puntapié con fuerzas.
El hombre se quejó, intentó pegarle, se detuvo, cuando la secretaria entró.
—¡No vuelva a tocarme! ¡Es usted repulsivo! Pondré una queja sobre esto.
—¡Estás despedida, maldita, loca!
Luna sintió temor, no era el mejor momento para quedarse sin trabajo, sin embargo, tampoco se quedaría con un acosador s****l.
Salió de ahí.
Subió a su auto, quería llegar a buscar a su hija, las lágrimas rodaron por sus ojos, aún estaba temblando de miedo e impotencia. Detestaba sentirse tan pequeña ante la injusticia, y como pudo, comenzó a manejar. Sabía que ahora era desempleada, debía buscar un nuevo trabajo, estaba angustiada, aunque estuvo segura de salir adelante.
Condujo con cuidado, cuando al ir por la carretera se encontró con una mujer caminando de forma errante, como si estuviera desequilibrada. La mujer le cerró el camino, no debía tener más de cincuenta años, podría ser su madre.
Luna detuvo el auto.
—¿Señora? ¿Está bien? —dijo al bajar del auto.
—¡Ayúdame, por favor! Me han secuestrado, apenas pude huir.
Vieron un auto justo que venía hacia ellas.
Corrieron hacia el auto de Luna, subieron y ella condujo alejándose de ellos, pero esos hombres venían dispuestos a todo.
Luna tuvo terror, si algo malo le pasaba, su pequeña, Aly, quedaría desprotegida, debía salvar la vida, a como diera lugar.
El auto venía detrás, intentaron cerrar el camino, acercándose a ellas, pero justo cuando iban a chocar con ellos, Luna viró en U, y logró escapar.
Manejó muy deprisa, pero estuvo segura de que perdieron a los hombres.
—¡Salvaste mi vida! Cualquier otra persona me hubiese dejado a mi suerte, no era tu problema, pero me ayudaste, te debo la vida, debo pagarte —dijo la mujer, era mayor, como de algunos sesenta años.
Luna sonrió, la llevó hasta la comisaría, la mujer iba a denunciar el hecho.
—¿Cuál es tu nombre?
—Luna Valencia.
—Luna, ¡qué hermoso nombre! Me llamo Marianela Francelli, Luna, pídeme lo que sea, estoy dispuesta a todo por recompensarte, salvaste mi vida.
—No es necesario, señora, vamos, denuncie lo que ocurrió.
Marianela asintió, dijo todo lo que le ocurrió; ella iba a vacacionar con una amiga en ese pueblo costero, cuando ella y su chofer fueron interceptados por unos hombres que dejaron a su chofer a un lado y la llevaron a ella en el auto, mientras intentaban robarle dinero de sus tarjetas de crédito.
Luego, contó cómo comenzaron a pelear a golpes por dinero, y ella aprovechó para huir. No pudo ir muy lejos, y si no fuera por Luna, seguro la hubiesen lastimado.
Pronto, la policía llegó con los secuestradores.
Marianela abrazó a Luna.
—¡Hija, muchas gracias por salvar mi vida! Eres la heroína de mi vida.
Luna sonrió, la mirada tierna de la mujer le hacía imaginar a su madre.
—Me alegro si pude ayudarla en algo, esa es mi mejor recompensa, ahora debo irme, debo ir por mi hija.
—¿Tienes una hija?
—Sí, mi pequeña, Aly, de solo cuatro años, debo irme.
Se dieron un abrazo, después, Luna se fue.
Marianela observó a su chofer y a su jefe de guardias llegar, él de verdad estaba molesto.
—¡Señora, no debió ir sin mí!
La mujer sonrió.
—Te equivocas, el destino me trajo aquí. Encontré a la esposa perfecta para mi hijo, y de una forma inesperada.
***
Luna llegó a casa, bajó a la pequeña Aly del auto.
—Mami, ¿podemos comer pastel de fresa? —exclamó con su vocecita infantil.
Luna sonrió al escucharla, asintió.
—Lo iremos a comprar enseguida, mi amor.
De pronto, Luna mirò a las personas situadas frente a su casa. Eran dos hombres, como guardias de seguridad, y un hombre y una mujer, con trajes sastres, tenían un papel en la mano.
Luna observó el auto, leyó el logo del auto “Servicios infantiles”
Ella frunció el ceño, confusa.
—¿A quién buscan, señores?
—¿Luna Valencia?
Luna sintió un frío en su estómago.
—Soy yo.
—Hay una denuncia contra usted por maltrato infantil, debe acompañarnos. Su hija vendrá al centro de cuidados infantiles.
Luna abrió ojos horrorizados, tuvo miedo al sentirlos acercarse, cargó a la pequeña y la apretó a su pecho.
¡Nadie podía quitarle a su hija!