Capítulo: Una propuesta arriesgada

1165 Words
Luna se sintió desesperada, retrocedió unos pasos con la pequeña niña de cabellos rizados color miel y ojos azules. —¡No pueden quitarme a mi hija! No lo voy a permitir —dijo con firmeza, como si fuera una leona a punto de atacar. La mujer se acercó unos pasos, los mismos que Luna retrocedió. —Señora Valencia, tenemos una orden de un juez, alguien la denunció, ahora la niña debe venir con nosotros, usted deberá ir pronto ante el juez. —¡No! Es mentira, soy una buena madre para mi hija, ¡no me la quitarán! —gritó con ojos a punto de llorar, miró a todos lados, pero no encontró a nadie que se apiadara de ella. Esas personas tenían un gesto tan altivo, parecían insensibles a todo. —Señora Valencia, tiene que entender, cumplimos órdenes, y la niña ahora debe venir con nosotros. —¡Nunca! —¡Mami, tengo miedo! —dijo Aly, abrazándose a su madre, sollozando, con el cuerpecito tembloroso. Luna aborreció al ver a su pequeña afligida, se sentía frustrada, pero nunca estuvo lejos de su pequeña hija. No podía soportarlo, no podía aceptarlo, pensó en escapar. Como si esas personas lo supieran, se acercaron a ella, esta vez con lujo de violencia. Uno de los hombres tomó el brazo de Luna, inmovilizándolo. Mientras el hombre, de traje sastre, intentó arrebatarle a su hija de sus brazos. —¡No! —¡Mami, no! —gritó Aly horrorizada, la pequeña intentaba aferrarse a su madre. Luna intentaba luchar con ese hombre poderoso, mientras intentaba recuperar a su niña. —¡No pueden llevársela! ¡Ella es mi hija! No pueden quitarme a mi hija, ¡ella es mi vida entera! ¡Soy una buena madre! —gritaba con desespero, la escena era tan trágica, algunos vecinos se asomaron, solo para disfrutar el deleite de tal espectáculo triste, sin embargo, ninguno hizo nada por la mujer. Luna sollozaba, luchaba con todas sus fuerzas. La niña le fue arrebatada de sus brazos, y eso fue como si la cortaran con una cuchilla mil veces. —¡Devuélvanme a mi hija! —suplicó con desesperación. Los hombres estaban por llevar a la niña al auto; Luna corrió detrás. —¡Mamita, no! ¡Mamita, no me dejes! Luna estaba destrozada, corrió por su hija. —¡Luna! Dios mío, ¿qué es lo que pasa? —exclamó una voz que de pronto le pareció confusa, cuando mirò observó a esa mujer. —¡Ayúdeme, me quieren robar a mi hija! —gritó con angustia. —¡Devuelvan a esa niña, a su madre, ahora mismo! —exclamó la clara voz de Marianela Francelli Los hombres la miraron casi con burla —Señora, no se meta, vuelva a sus asuntos —dijo el hombre Marianela se acercó a ese hombre, sus ojos se volvieron severos, y pequeños. —¿Qué has dicho, pequeño hombre? Dame tu credencial, quiero ver qué atrevido osa tratarme así. El hombre la mirò con repulsión. —¿Y qué hará? Marianela tomó su móvil, hizo una llamada. —Es una vergüenza que gente de servicios infantiles hagan más daño, que los padres que supuestamente son irresponsables; Flavio, estoy ante un par de incompetentes, que quieren arrancar a una niña de los brazos de su madre. Así que, si no quieres que la empresa Francelli deje sus inversiones en tu empresa financiera, quiero que hagas que estos hombres dejen en paz a Luna Valencia y a su pequeña hija. Tienes unos minutos o retiraré todo mi patrimonio a tu competencia —la mujer colgó la llamada. El hombre ante ella solo elevó sus ojos, sonrió burlón. —¿Qué, señora? ¿Eso es todo lo que hará? Marianela esbozó una gran sonrisa. —Hombre patético, ya lo verás… La voz de Marianela fue interrumpida por el sonido del teléfono del señor, quien respondió al ver que era su jefe. Se escuchó con claridad una voz severa del otro lado, que puso muy nervioso a ese sujeto y se alejó para responder. Luna logró quitar a su hija de las manos de esa mujer, y la niña lloró en sus brazos. —¡Mamita, tengo mucho miedo! Mami, por favor, que no me lleven sin ti, mamita, no desaparezcas, mamita. Luna llenó de besos a su pequeña, ante la mirada compasiva de Marianela. El hombre volvió, estaba pálido como hoja de papel, toda su altivez desapareció. —Lo siento mucho, señora. Marianela esbozó una sonrisa casi cruel. —Lárguense, ahora mismo, no necesitamos su tonta disculpa. —De verdad, señora, solo dábamos seguimiento a una denuncia por parte del señor Agustín Glenn. —¿Agustín Glenn? —¿Lo conoces, Luna? Ella asintió. —¡Era mi jefe, pero hoy me despidió! —dijo con rabia. Pronto, los hombres de servicios infantiles se fueron. Luna abrazó a la pequeña Aly, que aún sollozaba. —Calma, mi amor, nadie te llevará de mi lado. —¿Nadie, mami? —Lo prometo. La niña sonrió al sentir las cosquillas de los besos de su mami en su cuello. Marianela sonrió —Es una niña muy hermosa. Luna agradeció. —Aly, ella es la señora Marianela, es una buena amiga de mami. —Holi —dijo la niña saludando, su pequeño rostro aún estaba lloroso. Marianela admiró a la pequeña, era tan bonita, el vivo retrato de su madre, en una versión miniatura. Luna llevó a la mujer adentro de casa, le sirvió una taza de té. —Tú has cuidado de tu hija sola, ¿Verdad? ¿Y su padre? Luna pidió que bajara la voz. —Bueno… mi hija no tiene padre, soy madre soltera. —¿Madre soltera? Debe ser muy difícil la vida sin un hombre a tu lado. Luna negó. —He podido hasta ahora, siempre voy a poder, tengo un lema, nunca me rindo. Marianela sonrió. «Ella salvó mi vida sin pedir nada, a cambio, siento que estoy muy conectada a ella, pensé en venir a darle algo de dinero para no sentirme en deuda; pero, siento que le debo mucho más», pensó. —¿Y no tienes familia, Luna? Luna pensó en su padre, negó. —Es una triste y trágica historia, no me gusta hablar de eso, pero, tengo una familia, mi hija es mi todo, señora Marianela. Marianela asintió. La pequeña Aly comía una rebanada de pastel de fresas, sentada sobre la mesita. —Luna, tú salvaste mi vida, quiero hacerte una propuesta. Luna frunció el ceño, intrigada, encendió el televisor, mientras Aly se distraía con un programa infantil. Entonces, las mujeres fueron al salón contiguo. —¿Qué propuesta, señora Marianela? —Mi hijo está descarriado, pronto será el presidente de la gran empresa Francelli y asociados. Mi hijo necesita una esposa perfecta; cásate con mi hijo, Luna, y la vida de tu hija estará a salvo para siempre. Los ojos de Luna se abrieron enormes al escuchar esas palabras.
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