La mirada de Cristóbal era un poema.
Una mezcla entre la rabia, la burla, pero sobre todo la incredulidad.
—¿Te das cuenta de la magnitud de lo que me pides, Marco? —Los dientes de Cristóbal estaban muy apretados, acompañó sus palabras con un fuerte golpe sobre la mesa.
—Si Cristobal, yo...
—¡Tu nada! —gritó con más fuerza de la que hubiese querido— Mocoso, ¿te estás escuchando? — El hombre rodeó su escritorio y parecía más un cazador a punto de matar a su presa—. Primero ilusionaste a mi hija, luego jugaste con mi hija, después te cogiste a mi hija, finalmente embarazaste a mi hija —Cristobal soltó el aire que tenía retenido con mucha fuerza— ¿Y vienes a pedirme la mano de MI HIJA? —finalmente alzó la voz con mucha rabia en esas dos últimas palabras.
Lo que parecía una broma en re
