¿Mi mujer?

2509 Words
Salvatore soltó a Marco y este se mantuvo en silencio, sus ojos destellaban un remolino de toda su frustración. Solo vió a mi hermano durante unos segundos y se fue con pasos pesados y firmes. —Bueno, ahora que todo ha llegado a un buen acuerdo, creo que podemos empezar de nuevo ¿no lo crees cuñado? Si vamos a ser socios, sería ideal que estableciéramos alianzas más fuertes fuera de la oficina —Hermes hablaba con total confianza, como si fueran amigos de toda la vida—. Ya sé, déjame invitarte a mi casa a cenar, será útil para conocernos mejor como familia. Ahora todo tenía sentido, en la expresión de Hermes se veía su desespero por caerle bien a Salvatore, y no era precisamente porque fuera mi esposo, simplemente lo hacía con el fin de salvar sus intereses. Se había dado cuenta que “el comprador ofreció un mejor precio por el cordero y lo vendió”. Y si mis pensamientos no están muy alejados de la verdad, él aceptaría la cena, pues esa era la única explicación que encontraba para que se haya querido casar conmigo. Era obvio, Salvatore se había enterado de alguna fuente que Vigna Reale estaba por los suelos y se casó conmigo, buscando apropiarse de las propiedades y la empresa. Así que de eso se trataba toda esta locura del matrimonio, yo solo era un peón en este juego. ¿Pero quien creen que soy? Si creían que podían utilizarme como su ficha de ajedrez, estaban muy equivocados. —Estoy de acuerdo, pero lamento que tendré que rechazar la oferta. No quisiera encontrarme con él otro individuo —responde Salvatore. —¿Hablas de Marco? No te preocupes por él, por mi cuenta corre que él jamás se acerque a nuestra familia, y por supuesto con eso me refiero especialmente a mi querida y preciosa hermanita menor. ¡Es un interesado! ¿Cómo podía existir un ser así? Solo le faltaba colocarme un listón en la cabeza y subastarme, hace tan solo unos minutos, decía que era una ingrata y quería llevarme la fuerza para obligarme a casarme con un hombre que me traicionó, y cuando escuchó la palabra dinero, cambió mágicamente de opinión. —Eso no fue lo que escuché hace un rato —interrumpí, viendo como el rostro de Hermes cambiaba y sus ojos se abrían grandes, como si tratara de intimidarme, pero ya había sido suficiente, que se fuera al infierno con todas sus mentiras—. Y creo no estar equivocada, pues hasta Gema lo escuchó. Hermes ríe con incomodidad y piensa en algo, buscando una excusa para justificarse. —Tal vez escuchaste mal hermanita, yo nunca podría obligarte a hacer algo que no quieres, por encima de todo siempre estará el protegerte. —¿Crees que me tragaré tu cuento de buen hermano? Su sonrisa falsa desaparece por escasos segundos, es evidente su incomodidad. No me importa que todos estén viendo, especialmente Salvatore, pues casi puedo asegurar que él es igual o peor que Hermes. —Sofía… —¡Sofía nada! Yo no soy tu marioneta, Hermes —sentencié y me marché de esa estúpida conversación sin rumbo. Me encerré en la habitación, dejando que el vacío y silencio reinaran, miré la cama y apretando los dientes tomé las almohadas y las tiré al suelo, era una manera de desahogar parcialmente lo que estaba en mi cabeza. Pero la culpa no era solo de Hermes y Marco, también era mía por no haberme dado cuenta de la clase de hombres que me rodeaban. Casi a los segundos, veo que la puerta es abierta y veo su imponente estatura hacer presencia. —Sé perfectamente que es tu casa, pero al menos podrías tocar —me levanto de la cama, mientras aún sostengo una almohada en la mano, él ve que las demás están en el suelo, pero los ignora. —Quiero que mañana muestres tus mejores modales y que te pongas un vestido adecuado, Gema se encargará de entregarte lo que necesitas. ¿De modo que aceptó ir? Pues no, ni muerta aceptaría formar parte de este circo. —Creo que conoces bien el camino, sé que no te perderás, así que buen viaje. —¿Y quién habló de ir a algún lado? —¿Entonces qué rayos pretendes? ¿Acaso no aceptaste ir a cenar a la casa de Hermes? Salvatore guarda silencio, acortando la distancia, llegando al punto en que su aliento fresco golpea mis fosas nasales. —Ellos vendrán a cenar aquí, es por eso que te lo estoy pidiendo. —Pedir, pedir y solo pedir, ¿Acaso es lo único que sabes hacer? Mi respuesta es no, no tendré una cena con ellos. Él pasa sus dedos sobre su cabellera azabache, como si tratara de no perder la paciencia. —Creo que no me has entendido bien, Sofía. Tal vez deba decírtelo de nuevo. Vas a cambiarte, te comportarás como una dama y estarás presente en la cena, y por supuesto, no es maldito pedido, es una orden, ¿lo has comprendido? —Entonces esta es tu verdadera cara —le respondí, sin titubear en mis palabras. —Mi cara es una sola. Trato de ser comprensivo contigo, hablarte, pero si vas a comportarte como una berrinchuda y verme como el villano, entonces seré el villano. Lo miré con rabia, y negando con la cabeza, le di la espalda, acercándome a la ventana. —Eres igual a él —contesto—. Un lobo disfrazado de cordero ¡No! —me corrijo—. Eres aún peor, un buitre que va a comerse los pedazos del herido. —¿De modo que soy un buitre? Vaya, en mi vida me han dicho de todo, pero es la primera vez que me llaman de ese modo, ¿tienes algún otro sobrenombre para mi persona? O empezarás a comportarte como se debe. —¡Sé perfectamente lo que tratas de hacer! —grité con enojo, volviendo en mis pasos para verlo a los ojos—. ¿En verdad me crees estúpida como para no darme cuenta? Vi como sus ojos azules se abrieron grandes, pasó saliva y todo su cuerpo se quedó rígido. Como un niño descubierto haciendo trampa. —¿D-de qué hablas? —¡Sé quien realmente eres! —lo señalé—. Y sé lo que pretendes… ¡Eres solo uno de esos carroñeros que quiere a toda costa beneficiarse de las tierras que dejó mi padre! Y crees que al ser mi esposo por derecho te van a pertenecer, ¿pero sabes algo? Yo no lo voy a permitir. Salvatore relajó sus hombros y suspiró como si estuviera aliviado. —Con que de eso se trataba. —¿Te parece poco? —le digo indignada—. Esas tierras solo necesitan mantenimiento, las uvas cosechadas allí son de la mejor calidad, pero las decisiones de Hermes han llevado que ese verde vivo se vea opacado. Se lo advertí muchas veces, le di opciones que garatizaban la recuperación, pero no… ¡Siempre ignoró mis palabras! ¿Y ahora piensa que ofreciendo el 40% de las acciones de la empresa va a sacar algo de provecho? ¡Pues no lo acepto! Las tierras de mi padre valen más que eso, y lo sé perfectamente porque hice un estudio topográfico. —¿Tú qué? —al parecer no sabía que le respondería así. —No es asunto tuyo —contesto—. Y de una vez te digo que lo que quieras hacer con esas tierras, vas a tener que vertelas conmigo, porque estoy dispuesta a defender el trabajo puesto en esos viñedos. —¿Realmente te importan esas tierras? —Son mi vida —contesté—. Mi padre y su amigo fundaron “Vigna Reale” si bien conocí a su socio, conozco perfectamente el significado que tenía para mi familia. —Tonterías… —¡No es ninguna tontería! —Si realmente te hubieran importando esas tierras, tendrías que haber estado aquí, pero no… ¡Solo fuiste una niña rica que vivió cómodamente del sacrificio de otros! —me dijo sin ocultar su enojo. —Ni siquiera debería responderte, pero te lo dejaré claro para que entiendas que voy en serio. Desde que nací viví en un convento, porque mi padre no sabía nada de mi existencia. Mi revelación deja a Salvatore sin palabras. —Mi madre se preparaba para ser novicia o eso es lo que me contaron, pero conoció a mi padre, ella se enamoró y se entregó a él, olvidando sus votos de castidad, sin embargo, en ese tiempo mi padre acababa de enviudar de su primera esposa con quien tenía un hijo, por lo que mi madre guardó su embarazo bajo siete llaves, ingresó a un convento y fue ahí donde me tuvo, pero para una mujer joven como ella fue difícil soportar un parto así, más aún sin tener un solo cuidado. Nací en los brazos de una monja y desde entonces fuí criada con devoción a nuestro Señor y principios, y no fue hasta años después que mi padre me encontró, me dió su apellido tras hacerme una prueba de ADN, y a pesar de que no lo conocía bien, siempre se portó muy bien conmigo. No lo juzgo, pues no sabía de mí, yo valoré el tiempo que viví con él, sabía que lo que hacía era por mi bien, así que me envió al extranjero para prepararme y formar parte de Vigna Reale cuando terminara mi preparación, pero él… Murió antes de que yo pudiera cumplir mi promesa y lo peor de todo fue que mi Hermes no me dejó asistir al funeral de nuestro padre. Por eso es mi deber cuidar de esas tierras, y no voy a permitir que un carroñero ponga sus manos sobre ella para mancillarla. —¿Señor? —escuchamos que alguien toca la puerta, la voz era de Gema—. Disculpen que interrumpa, pero el señor Enzo lo está esperando. Salvatore no me contestó, solo giró sobre sus talones y salió de mi habitación. —————— (POV Salvatore) —¡Hasta que al fin regresas! Sí que tiene voz esa jovencita, hasta aquí escuché sus gritos, parece que tiene carácter, señor carroñero —dice esto último ocultando una risa. —Si estás apto para hacer estúpidas bromas, imagino que ya tienes el documento para que Hermes firme mañana. —Lo tengo listo, desde que sonrió al ver que le ofreciste dinero. La verdad es que está resultando más fácil de lo esperado. Ese tipo es un verdadero imbécil que no sabe el valor que tiene unas tierras así, no me sorprende que esté casi en quiebra, si es un verdadero asno para los negocios. Ahora tiene sentido que su padre y el tuyo hayan confiado más en ti. Enzo me hace entrega del documento, el cual leo y esa voz chillona hace eco en mi mente: “Es mi deber cuidar de esas tierras, y no voy a permitir que un carroñero ponga sus manos sobre ella para mancillarla”. —¿Y bien? —me pregunta Enzo—. ¿Está todo conforme? —Maldición —aprieto los labios desviando la mirada. —¿Qué pasa? ¿Hay algo que no te agrade en el documento? —Va a ser un obstáculo —respondo. —¿Qué cosa? —Ella, Sofía Tinelli. —¿Por qué lo dices? —Esa mujer es mucho más inteligente que el imbécil de Hermes, ¿sabías que mandó a hacer estudios a la tierra? Y tal parece que sabe su verdadero valor. —No… No lo sabía, pero… Si dices que ella lo hizo, esto va a complicar. —Y no solo eso, me amenazó y dijo que protegería esas tierras. —Ya veo, con que por eso te dijo carroñero —dice pensativo. Sofía Tinelli, no tenía idea de que detrás de esa cara bonita de niña buena, estuviera una mujer que ya había dado los primeros pasos antes de que cualquier otro lo hiciera, pues había tirado mi plan por la borda. Yo había tenido pensado en contratar a unos falsos expertos para desvalorizar esas tierras y así el idiota de Hermes no tendría otra alternativa más que venderme toda la empresa, por lo que empezaría con su ruina, pero en tan solo un instante, esa mujercita me derribó mi escudo, pero bien… Esto solo era el comienzo, y solo aumentaba mis ganas de destruir a los Tinelli. Esa mirada segura, esos labios apretados, había notado que cuando se enojaba levantaba su dedo índice y sus pechos brincaban. Sus pechos… Su figura me vino a la memoria, su cintura, sus caderas, sus piernas firmes, esas mismas que corrieron hasta junto a mí, tras salir de la boda, ¿qué tanto podrían hacer esas piernas? Y sus gritos de enojo… ¿También habría gritado de alegría… O de… placer? —¡Mierd@! ¿Qué estaba pensando?— me dije al darme cuenta donde estaba mi mente. Se supone que es mi enemiga ¡Y no debo estar viéndola como mujer! ¡¿Qué mierd@ le pasó a mi cabeza?! —¿Está todo bien? —veo la cara de Enzo confundido. —Todo está perfecto, ¿por qué no lo estaría? —dije tenso—. Ve a hacer los cambios al documento, yo… Yo iré a descansar un poco, estoy algo agotado. ————————— (POV Hermes) —¡¿Qué hiciste qué?! —me reclamó con incredulidad. —Es un gran negocio. —¡¿Negocio?! ¡Es una locura! —Nos darán dinero por unas tierras inservibles, es un negocio redondo. —¡No! Eso no puede ser ¿darle el 40%? Es un suicidi0 Hermes. —No tenemos alternativa, además tiene más dinero que Marco, ¿qué tan malo puede resultar? Dalila se pasó la mano por sus cabellos. —¡¿El tipo es prácticamente el doble que Valentino, y confías en él?! ¿Te parece poco? —¡Al menos estoy tratando de hacer algo para que no nos quedemos en la ruina! ¿En cambio tú qué haces? —le reclamo sin medir lo alto de mi voz. No era la primera vez que discutimos, esto era prácticamente una costumbre, pero había alguien que a pesar del tiempo, no se acostumbraba. —Mami… Papi… por favor ya no peleen —parada detrás del umbral de la puerta, Lucy, mi hija de cinco años solloza al vernos nuevamente a su madre y a mí discutir. —¡Vete a tu habitación! —expresa Dalila. —Quiero a tía Sofía… —¡Luciana Fernanda Tinelli, te dijimos que te fueras! —grité, y ella dió un brinco del susto, por lo que corrió asustada a su habitación. No había calma, esta vida se había ido al demonio, y para variar tenía que soportar a una niña que no fue planeada.
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