—¡Ay! —me quejé cuando sentí esos dedos rozar mi herida. Entonces, él apartó sus labios de los míos y bajó la mirada, preguntándome si estaba bien.
—¿Te apreté muy fuerte? —me pregunta.
—Me dolía un poco. Pero no te preocupes, ya pasará. Esto me recordará que debo ser más cuidadosa con mis pasos.
—En realidad, la culpa es mía. Debí estacionarme en un mejor lugar —me contesta, manteniendo una mirada fija en mi herida.
—La verdad es que pudo haber sucedido en cualquier momento, así que no fue tu culpa —suspiro y lo miro a los ojos—. Gracias.
Él se queda desconcertado ante mi agradecimiento.
—Es la tercera vez que haces algo por mí.
Él levanta una ceja con curiosidad.
—Pues así es. Acabas de limpiar mi herida, me cuidaste cuando me desmayé en la oficina y, sobre todo, me salvaste de
