La Exhibición de San Valentín, parte 1.
Me llamo Emma y tengo veintinueve años. Estoy felizmente soltera y soy madre de Chule, mi hijo pastor alemán de ocho años. Mi vida s****l con mis juguetes es plenamente satisfactoria: tengo buen y variado sexo varias veces por semana y de vez en cuando suelo introducir innovaciones en mis juegos para no caer en la rutina.
Tengo miedo del amor y de volver a salir lastimada. Así que me voy por lo sano y prefiero que los únicos que jueguen conmigo sean vibradores y no hombres.
Al final del día estaré llorando de placer por un jodido orgasmo y no porque tengo el corazón roto.
Mi físico es normal, no soy exuberante, pero siempre me gustó mantenerme en forma. Así que tengo un cuerpo bonito, al menos eso me siguen diciendo mis amigos. Aunque yo también me sigo viendo muy guapa, la verdad. Por eso aún no logro comprender lo que me pasó hace unas semanas durante una tarde de compras con mi mejor amiga.
Estábamos en San Valentín y con ello, el cumpleaños de ella, así que decidimos ir justas de de compras para la fiesta que daría Gabriel. Mi mejor amiga nos comentó en una tarde de chicas, que quería gastar el dinero que le enviaron sus padres en ropa y en algunos complementos. Nos pareció perfecto y me tocó acompañar a Leslie, aquel sábado por la tarde, en el que ocurrieron los hechos. Iba en papel de consejera, según mis amigas. Pensé que no estaría mal pasar una tarde las dos juntas, pues últimamente por nuestras obligaciones no nos veíamos mucho.
Soy abogada y ella es médico, no abundamos en dinero, pero vivimos bien. Por lo menos pagamos la renta a tiempo. Vivimos juntas desde la universidad.
Salimos de casa sobre las siete de la noche, cuando ya casi oscurecía. Leslie es una chica muy guapa, con una cara y unos ojos marrones almendra preciosos. Iba vestida de Sport: una camiseta roja de mangas largas, unos jeans azules claros muy ceñidos que marcaban toda su figura y unas zapatillas de deporte rojas a juego con la camiseta.
Yo me había puesto una blusa blanca, una faldita corta negra y unas medias-pantis también negras pero no muy gruesas, sino bastante finas y transparentes. Me miré al espejo antes de salir y, realmente, me vi espléndida.
Mi mejor amiga y yo nos dirigimos a la parada del autobús cercana a casa. Durante el corto trayecto a pie nos cruzamos con un par de hombres que venían caminando juntos. Al pasar a nuestra altura comprobé cómo sus miradas se clavaban en el rostro de Leslie primero, luego en sus pechos que, medianos, se marcaban bajo la roja camiseta ajustada. Cuando terminamos de cruzarnos con ellos, giré un poco la cabeza y comprobé cómo aquellos hombres se habían vuelto para mirarle el culo a mi amiga. Ella seguía hablando conmigo ajena a todo o sin darle la más mínima importancia. Yo trataba de continuar el diálogo, pero mi mente estaba en lo que acababa de ocurrir. Y no sé por qué motivo empecé a sentir cierta envidia de mi amiga, de su belleza, de su lozanía, de la facilidad y capacidad que había tenido para atraer la atención de aquellos individuos de mediana edad, mientras que a mí me habían ignorado por completo. Jamás había sentido esa sensación antes, mi autoestima siempre había sido buena, pero ese día algo cambió. No es que me considere vanidosa y quiera acaparar las miradas masculinas, pero a una siempre le gusta sentirse de vez en cuando observada y, por qué no, deseada.
Al llegar a la parada del bus había, entre otras personas, varios chicos esperando. De nuevo fue Leslie la que se llevó todas las atenciones de los jóvenes. Incluso llegué a ver y oír cómo dos de ellos murmuraban algo y luego miraban de arriba a abajo a mi amiga.
Tras subir al vehículo, Leslie y yo nos sentamos en dos de los escasos asientos que quedaban libres. Dos de los cuatro jóvenes ocuparon los dos asientos vacíos que había frente a nosotras y el resto de los chicos se quedaron de pie junto a sus amigos agarrados a una barra del bus. Los jóvenes que se habían sentado frente a nosotras eran los mismos que habían murmurado en la parada.
Leslie y yo hablábamos, pero yo parecía una autómata; le seguía la conversación, pero con mi mente en otro sitio y mis ojos observando a los dos jóvenes que teníamos delante. Aunque los chicos conversaban entre ellos y con sus otros amigos, no dejaban de lanzarle miraditas a mi amiga. Noté cómo el que estaba sentado en frente de mí se dignó al fin a mirarme, a contemplar mis piernas cruzadas. Después de unos segundos volvió a mirarlas, esta vez de forma más prolongada. Empecé a sentirme algo halagada, pero en mi mente continuaba ese extraño pensamiento de envidia que me iría a llevar a un descontrol total de mis actos.
No soy envidiosa, pero hoy no sé que me pasa.
El joven subió un poco su mirada recorriendo mis muslos hasta dejarla clavada en la terminación de mi falda. Parecía estar esforzándose por ver lo que se ocultaba bajo mi faldita y que mi cruce de piernas le impedía. La situación empezó a excitarme; ahora me sentía deseada, observada, con el control sobre aquel joven. Hice un primer amago de descruzar las piernas y el chico se puso nervioso. Notaba su ansiedad, su anhelo de ver más, de descubrir lo prohibido. Muy lentamente descrucé mis piernas sin dejar de observar al joven, cuyos ojos seguían fijos en la zona de mi entrepierna e ignorando que estaba a punto de ver más de lo que esperaba; nunca uso braguitas cuando me pongo medias-pantis, es una costumbre que tengo desde que era adolescente. Todavía no se me ha olvidado la expresión de sorpresa en el rostro del chico al descubrir mi sexo recién depilado aquella misma tarde. Las finas medias no eran obstáculo para que contemplase mis labios vaginales y mi rajita que ya comenzaba a humedecerse por el juego que estaba llevando a cabo. Mantuve las piernas descruzadas, abiertas lo suficiente para que el chico siguiera deleitándose con mi coño, pero sin parecer una descarada. Todavía quedaba trayecto, así que aún no iba a dar por concluido el espectáculo. El joven se había interesado por mí a diferencia del resto y ahora se merecía una recompensa. Sin cambiar de postura continué la charla con mi amiga. De reojo miraba al afortunado joven, que se había quitado el suéter que llevaba y se la había puesto sobre su entrepierna. Entre su pantalón y el suéter había escondido su mano derecha. Con mucho disimulo la estaba moviendo masajeándose su bulto. No sé si lo hacía sobre el pantalón o se había atrevido a meter la mano por dentro y tocar directamente su m*****o.
Sonreí con satisfacción.
Nadie más parecía darse cuenta de la situación. Tenía a aquel joven manoseándose por mí mientras me miraba el coño y yo no me reconocía a mí misma, mostrando mi intimidad a un desconocido. Pero era incapaz de parar de hacerlo. Todo lo contrario; deseaba seguir con todo aquello, incluso aumentarlo. El bus avanzaba en su trayecto y decidí separar un poco más las piernas para ofrecerle al chico una mejor visión. Con cada minuto que pasaba sentía mi sexo más mojado, notaba cómo mis medias empezaban a empaparse. Tal vez incluso el joven podía llegar a percibir esa humedad en la corta distancia que nos separaba. En su rostro se reflejaba el placer que le estaba proporcionando el ver mi coño y el que él mismo se estaba dando con sus tocamientos.
Me imaginaba cómo tendría que estar esa polla, una v***a joven de unos veinte años, impetuosa, quizás inexperta, a la que yo había provocado y había llevado seguro a su máxima erección. Me estaban invadiendo unas ganas terribles de ser follada allí mismo. No podía creerme lo que había conseguido con mi exhibición a causa de la envidia. Pero tenía que aguantar. Tendría que esperar a estar en un sitio cerrado para poder masturbarme o a la noche para ser penetrada por mi vibrador o mis dedos.
Parece triste, está noche mi amigo s****l viene con su novia a la fiesta de Leslie por San Valentín.
Opté por dar por finalizado el espectáculo y volví a cruzar las piernas. Las mantuve así durante el minuto escaso que tardó el bus en llegar a su parada final, que estaba cercana a los grandes almacenes de ropa. Cuando nos levantamos de los asientos, el chico me lanzó una última mirada de agradecimiento por todo lo que acababa de disfrutar. Me fijé en la zona de la bragueta de su pantalón y, pese a que era un jeans de tono oscuro, era más que evidente la mancha que había debido a su eyaculación.
Hermoso.
Yo continuaba con la calentura que la situación me había provocado y sentía aún mi coño húmedo. Tras caminar unos minutos, llegué con Leslie al centro comercial. Subimos a la segunda planta, donde estaba la ropa para mujeres y, mientras mi amiga empezaba a mirar prendas, cogí un par de pantalones, una falda y le dije a Leslie que iba a los probadores para ver cómo me quedaban y que luego la ayudaría, si necesitaba mi opinión para escoger su ropa. Por supuesto que mi intención no era realmente probarme esas prendas, sino poder tener al fin un poco de intimidad para apagar el fuego que ardía en mi sexo. Llegué a la zona de probadores y me encontré con que varios estaban ocupados, algunos con los acompañantes esperando fuera. Al fondo vi que quedaban dos libres y entré en uno de ellos. En el de al lado un hombre de unos treinta años esperaba pacientemente a que su mujer terminase de probarse varias prendas. No lo dudé mucho; era una buena oportunidad para volver a exhibirme, para captar de nuevo miradas masculinas y saciar mi calentura. Corrí la cortina dejando una pequeña abertura, sin ser una cosa descarada, pero lo suficiente como para que el hombre pudiera verme desde su posición. Una vez dentro del probador me coloqué de forma que el desconocido tuviera un buen ángulo de visión en cuanto se percatara de mi descuido con la cortinilla. Pasaron unos instantes hasta que por fin el hombre echó un primer vistazo hacia dentro del habitáculo en el que me encontraba. El primer paso ya estaba dado; se había percatado de que podría verme durante el cambio de ropa.
Comencé a desabrocharme la blusa botón a botón: el primero ya lo tenía abierto, así que abrí el segundo y luego el tercero. Mi sujetador blanco quedó ya parcialmente a la vista. Terminé de desabrocharme la blusa y aparecieron mis dos senos medianos cubiertos por el sostén. A través del espejo veía cómo el hombre no perdía ya detalle de mis movimientos y posturas. Incrédulo contempló a continuación cómo me llevaba las manos a la espalda y soltaba el cierre de mi prenda íntima. Dejé caer el sujetador al suelo y me giré por completo para que el mirón pudiera verme de frente. Lo observé de reojo y tenía su vista clavada en mis senos desnudos. Empecé a acariciarme los pezones con la yema de los dedos, a tirar suavemente de ellos hacia delante y a friccionarlos. La mezcla entre el placer que yo misma me estaba dando y un cierto nerviosismo y morbo por el lugar y el cómo lo estaba llevando a cabo no hacían sino aumentar el grado de mi excitación. Vi cómo el individuo no tardó mucho en meter su mano derecha en uno de los bolsillos delanteros de su pantalón n***o y comenzaba a masajear su bulto. De pronto se oyó a su esposa preguntarle cómo le quedaba la prenda que se estaba probando.
—Cariño, ¿me queda bien? —la voz animada de la esposa me hizo alzar la ceja.
—Sí, cielo. Te ves hermosa —algo nervioso y con prisas le respondió.
Sonreí por su nerviosismo y solo pensé que ahora las cosas se iban a poner buenas.