La Exhibición de San Valentín, parte 2.
Tras unos segundos de paréntesis volvió a dirigir su mirada hacia mi probador. En ese momento empecé a quitarme la falda. Lentamente la fui bajando desde mi cintura hasta mi bajo vientre. Si la bajaba un poco más, mi sexo cubierto solo por las finas medias-pantis quedaría ya a la vista del desconocido. Perdí el pudor por completo y miré por primera vez de forma directa a los ojos del hombre; nuestras miradas se encontraron, cómplices en el juego. Deslicé hacia abajo la faldita unos centímetros más y dejé mi coño expuesto al individuo. Otra vez la misma cara de sorpresa en él, me hizo recordar que hace un rato, esa expresión la traía el joven del bus. De nuevo el contemplar mi sexo sin cubrir por unas braguitas causaba asombro. Observé entonces cómo los movimientos dentro del bolsillo del pantalón aumentaban de velocidad. Me encontraba completamente desnuda solo cubierta por los transparentes pantis. Me puse de espaldas al hombre para que pudiera contemplar también mi culo. Con el pretexto de apartar un poco los zapatos, me agaché ofreciéndole durante unos instantes la imagen de mi trasero en pompa y abierto. Ya no aguantaba más; me metí la mano entre las medias y mi piel, la fui bajando hasta mi sexo y empecé a acariciarlo con mis dedos. No dejaba de mirar al individuo, que se había acercado todo lo que podía al espacio abierto en la cortina, pero sin descuidar el probador en el que todavía seguía su esposa. Se veía ya a la perfección el enorme bulto que se le había formado bajo el pantalón y que aquel desconocido continuaba masajeando.
De nuevo su mujer lo interrumpió brevemente y cuando volvió a mirarme, yo me había metido ya un dedo dentro de mi coño mojado y había comenzado a penetrarme. Giraba mi dedo dentro, lo doblaba haciendo el movimiento como si me rascase. Un solo dedo ya no me era suficiente: necesitaba más, estaba ardiendo. Introduje en mi sexo un segundo dedo, luego un tercero. Tenía más de la mitad de la mano dentro y no paraba de moverla. Mis pantis estaban mojados, mi mano empapada, llena de flujos y líquido blanco. Dejé de mirar por unos segundos al individuo y, cuando quise volver a hacerlo, se había tomado la licencia de descorrer la cortina, entrar en mi probador y volver a cerrarla. No dije nada, ni me opuse. Se abrió la cremallera del pantalón, sacó a duras penas su enorme m*****o hinchado y duro, avanzó un paso más y se detuvo ante mí, con la polla a escasos centímetros de mi cuerpo. Empezó a agitársela a una gran velocidad, recorriendo una y otra vez toda la superficie, rozando su rosado glande. Las venas se le marcaban en el pene como si fuesen a estallar de un momento a otro. Estuvo así un minuto, hasta que paró de forma repentina. Vi cómo la polla le palpitaba, le daba pequeños latigazos hacia arriba, luego hacia abajo y otra vez hacia arriba.
El olor a sexo y a sudor comenzó a inundar el pequeño espacio en el que nos encontrábamos. Sabía que aquel hombre no podría estar mucho más tiempo allí o sería descubierto, mejor dicho, seríamos descubiertos, por su mujer. Interpreté ese parón en su masturbación al quedarse quieto con su polla empalmada apuntándome directamente como un ofrecimiento a que fuese yo la que continuase machacándosela. Con mi mano derecha le agarré de golpe su m*****o y comencé a pajear al desconocido. Con la izquierda me frotaba el clítoris buscando mi ansiado orgasmo. El intenso aroma que procedía de aquella polla me penetraba por la nariz y me volvía todavía más salvaje. Sus testículos bailaban al ritmo de los movimientos de mi mano sobre el pene. Con mis fluidos le tocaba la v***a para que mi mano se deslizara con mayor facilidad y para que sintiera lo hirviendo de ellos sobre la piel.
Tras varios enérgicos y violentos movimientos con mi mano, al desconocido se le escapó un tenue gemido. No me dio tiempo a más; el semen comenzó a salir disparado del glande y fue estrellándose sin pausa en mis pechos y en mi vientre. El caliente y espeso líquido blanco empezó a bajar desde mi estómago hasta el inicio de los pantis. Con mi mano abierta comencé a darme palmadas sobre mi coño para después volverme a meter un par de dedos y penetrarme de forma alocada bajo la atenta mirada del hombre, de cuya polla goteaban los últimos restos de leche. Me masturbé duro metiendo y sacando los dedos con todas mis ganas hasta que noté un estallido de placer en mi interior alcanzando el orgasmo. Terminé con toda la entrepierna de las medias chorreando para mayor satisfacción de aquel individuo. Este no quiso arriesgarse más y con rapidez se metió la polla por dentro del pantalón, se subió la cremallera, descorrió por completo la cortina sin importarle lo más mínimo que alguien más me pudiese ver, me dedicó una sonrisa picarona y volvió a cerrar de golpe la cortina. Saqué de mi bolso un kleenex para limpiarme un poco el semen que tenía sobre mi cuerpo y secarme mi propia humedad, me vestí precipitadamente y cogí las prendas que ni me había probado. En el suelo del probador quedaron restos de esperma del individuo, de mis flujos y el kleenex sucio.
Al salir del habitáculo, me dirigí de nuevo hacia la zona en la que se encontraba mi amiga que, ajena a todo, estaba ya terminando de seleccionar las prendas que iba a probarse antes de comprarlas.
*****
La fiesta de Gabriel por San Valentín había empezado y para mi alegría, estaba su novia, pero a él le valió tres hectáreas de sexo. Me encontraba liándome con él, y ella con otro tipo. Yo seguía muy caliente desde esta tarde porque no pude jugar con mis vibradores. Quería y necesitaba más. Y con cientos de miradas clavadas en mi cuerpo, no podía contener los jadeos, porque esa situación me encantaba. No sé por qué, pero exhibirme me excitaba muchísimo, pero además, tenía a un chico dándome placer. Las manos de mi amante por hoy recorrían mis piernas desnudas, con tacto, con sensualidad y siempre acercándose poco a poco a mis zonas íntimas. Parecía como que me estaba pidiendo permiso para meterme mano. Cosa que me encantó. Normalmente los chicos que me tocan no llegan tan lejos, y quien lo logra, lo hacen bruscamente como si supieran que yo les fuera a decir que pararan. En esta ocasión Gabriel me rozaba con suavidad, acercándose milímetro a milímetro dejándome claras sus intenciones antes de llevarlas a cabo. Entonces cerré los ojos, agarré su mano y me la acerqué más a mi sexo. Volví a abrir los ojos, los dejé entrecerrados más bien, pero pude ver como muchos chicos a mi alrededor no dejaban de mirarme. Me sentí deseada. Un escalofrío de placer me recorrió el cuerpo. Estaba tan caliente que en ese momento podría haber hecho cualquier cosa que me propusieran.
Tratamos de bailar, disimulando nuestra calentura. Era imposible. Todo el mundo sabía lo que estábamos haciendo y estaban muy atentos. A mí no me importaba, pero pacía que a Gabriel, sí. Me llevó al baño de su casa. Lo cierto era que entramos sin pensar. Y ver a los chicos deseosos de mí mientras me veían entrar para tener privacidad, me volvía loca. Me levanté la minifalda. Las bragas estaban tan húmedas que las tiré al inodoro. Además me daba placer salir ahí fuera sin ropa interior abajo. El chico se sentó sobre la tapadera del inodoro y yo me senté encima. Noté su m*****o, de un tamaño medio, hundiéndose en mi v****a. Era un verdadero placer. Los líquidos vaginales funcionaron como el mejor lubricante y la polla entró de un golpe. Grité de excitación a sabiendas de que los chicos que pasaban me oirían. Y cabalgué con fuerza, sin importarme que no hubiera condón, y sin importarme el resto del mundo. Incluso pude ver como uno de los chicos que me había visto entrar al baño, se asomaba porque había dejado la puerta medio abierta. Pero mi excitación era tal, que lejos de avergonzarme, disfruté más y le regalaba miradas intensas. Para regarle la visión más morbosa que pudiera tener y no tuviera más remedio que satisfacerse después pensando en mí.
Antes de correrse paró.
—No traigo condón y no puedo venirme dentro de ti —me informó.
—No hay problema —respondí.
Me agaché sobre sus rodillas y entre sonrisas y risas tontas, se la empecé a rozar con la cara y los labios. Le miraba directamente a los ojos, con la boca abierta, la lengua juguetona y coño empapado. Me rozaba a mí misma. Sentí un orgasmo intensísimo. Me metí los 4 dedos enteros. Una vez tuve el mejor clímax quise regarle el mejor clímax a Gabriel. Me metí su polla en la boca, hasta el fondo. Mis labios llegaron a rozar sus bolas. Lo conseguí apretando su glande contra un lado de la garganta que no me daba arcadas. Nunca lo había hecho, simplemente lo pensé sobre la marcha. Entonces agarré las bolas con la mano, me hundí y me saqué la polla una y otra vez, de forma brusca. El chico no podía estar más a gusto y en una de las veces que se sacó la polla de mi boca, se corrió sobre mi cara, boca y barbilla. Jugué con el semen en mi lengua. El poco que cayó lo cogí con dos dedos y los volví a lamer. El que cayó sobre mis pechos los restregué sobre mi escote.
—Eres la mejor —me felicitó.
—Lo sé y me encanta —alardeé.
Estaba en la gloria.
Al salir del privado vi a cuatro o cinco chicos esperando a que saliera. Me vieron con la cara manchada de semen, como me limpiaba en el lavabo y como les devolvía la mirada cachonda. Porque yo seguía cachonda. Uno de ellos trató de acercarse para agarrarme de la mano y acercarme hacia él, pero mi amante de esta noche se puso en medio.
—No la tocas, solo obsérvala de lejos —dijo con voz autoritaria.
Esta noche era suya y eso me hizo sentir especialmente bien.
¡Estaba marcando territorio!
Yo era el objeto de deseo de todos, pero solo me podía disfrutar él. Por un lado me apeteció seguir con el juego, pero por otro me quise sentir arropada. Así que me abracé a él y le susurré:
—Gracias, cariño —de forma cariñosa, nos volvimos a la pista de baile y estuvimos toda la noche bailando.
No me gusta Gabriel, me gusta sentirme deseada y él perfectamente me sigue el juego, me hace sentir siempre caliente.
Mientras, mis juguetes serán siempre mi relación favorita.
San Valentín no es tan malo cuando tienes como y con que divertirte.
Autora: Bárbara Benaventa
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