El dolor que siento en las pantorrillas no es normal, ni hablar en todo el centro de la columna. Traté de evitarlo, me negaba a tomar analgésico, pero ya son muchas horas las que llevo aguantando el dolor generalizado en todo el cuerpo, el del cuello es el que más me martiriza, y para colmo, la noche parece que va a ser larga y tediosa. Ya cayó el primer abusador.
«¡Y qué abusador!» Pienso con amargura y al mismo tiempo se me escapa un suspiro mientras termino de preparar este último trago de la ronda de cocteles especiales que pidieron para hacer el brindis de apertura a la celebración del cumpleaños del señor Dimitris. Conociéndolo, esta fiesta se prolongará cuidado sino hasta el mediodía de mañana.
Con razón Zanny dijo que tendríamos un dinero extra. Claro, cómo no la van a ofrecer si se trata nada más y nada menos que de Dimitris, el excéntrico y problemático millonario que siempre termina haciendo un caos de todos los eventos. Tan larga es la lista de situaciones en las que se ha visto comprometido por su actitud impulsiva, que ya nadie o, mejor dicho, casi nadie, porque yo estoy aquí; bueno, volviendo al punto, casi ninguno de los promotores u organizadores de eventos quiere participar en los que él esté, bien sea como invitado o anfitrión.
Algunos, por necesidad, no podemos darnos el lujo de escoger, aquí estamos, bajo el falso argumento de que al ser todo terreno aceptamos trabajar para él, cuando en realidad la necesidad es la que nos obliga a guardar el miedo en los bolsillos, hacer a un lado la palabra riesgo, peligro, y cualquier otra que se le asemeje, y aceptar esa invitación a trabajar. Para algunos, la vida se traduce en esa posibilidad de sortear el caos, sin detenernos a considerar si es riesgoso ese transitar.
—Chicas —Llamo a Anne y Suly que están paradas en frente de la barra esperando que les entregue las bandejas—. Ya saben, no hay cocteles para dentro de una hora. En ese tiempo aprovecharé para ir a descansar un rato las piernas. No aguanto. Ofrezcan cerveza, whisky o vodka, nada más.
—Está bien jefecita —Me responde Suly en broma.
—Anda, nosotras te cubrimos —Me anima Anne.
Antes de salir de la barra tomo una botella de agua mineral, miro alrededor para verificar si la organizadora del evento no estaba cerca y pudiera verme escapar. Al comprobar que todos parecen estar distraídos, casi en puntillas de pie, de manera sigilosa, me colé por las puertas plegables y me adentré por el largo pasillo que lleva al interior de las oficinas, baños y otros espacios techados del club. Caminé por un pasillo tipo laberinto hasta llegar al área donde tienen camas dispuestas para los trabajadores cuando hacen esos festejos que pueden durar días.
Cerré la puerta detrás de mí, y caminé hasta mi lockers de donde saqué el último analgésico que me queda, coloco la botella adentro para destapar el recubrimiento del medicamento y en seguida me lo llevo a la boca y con una buena cantidad de agua barrí con el hasta el fondo de mi garganta. Dejé el resto del agua adentro del lockers, lo aseguré y decidí recostarme por lo menos media hora, activé la alarma de mi móvil y lo coloqué debajo de la almohada y me acosté, en seguida cerré los ojos al sentir el dolor de los músculos de mis piernas cuando comienzan a relajarse.
El mal de las personas pequeñas, las articulaciones, mi mal de toda la vida, siempre me duelen, pero ahora es martirizante sentir dolor por todos lados.
Pensando en ello, comencé a relajarme tanto que hubo un momento que perdí el conocimiento.
De pronto, caí en un sueño que parecía tan vivo que me vi gimiendo como nunca antes lo había hecho. El peso de un cuerpo enorme sobre el mío me lleva extasiada, con deseos de ser dominada sin ningún tipo de control, unos labios húmedos en el lóbulo de mi oreja derecha, me puso a volar.
¡Santo Dios! Exclame en mi mente cuando sentí una enorme mano tomar uno de mis pechos sin pudor, el calor de una piel sobre mi pecho desnudo hizo que mi cuerpo se arqueara de placer, mientras unos labios gruesos y bien carnosos atacaban los míos sin piedad.
Descarada al no poderme aguantar sucumbí cuando sentí que de golpe abrieron mis piernas para dejarme sentir el tamaño de su virilidad. No me pude contener y desesperada logré soltar una de mis manos para tantear el cuerpo de mi hombre soñado.
¿Mi hombre soñado? Me pregunto mentalmente aturdida, ¿Es esto un sueño? Y para darme la respuesta, el sonido de mi móvil se disparó, la alarma me obligó a abrir los ojos. Y ahí estaba él otra vez, pero esta vez encima de mí.
De la impresión dejé de besarlo, hice la cabeza a un lado y volví a mirarlo para corroborar que esto si fuera un sueño. Pero no, no lo es, es real, lo observó asombrada, al sentir un calor tremendo, bajo la mirada para ver su enorme y bien cuidada mano sobre uno de mis pechos desnudos, y ni hablar de la sensación tremendamente comprometedora pero placentera de sentirlo en mi entrepierna, aún vestidos.
¡Wow! ¡Cuánta potencia guarda este hombre! Pienso y en seguida me sonrojo, él lo percibió y con todo el descaro que me ha demostrado desde el principio, acercó sus labios nuevamente a los míos y mirándome a los ojos me dijo:
—Te puedo ayudar a cumplir ese sueño —Me da un pico en los labios y pega más su virilidad a mí.
—¿Cu…, cu…, cual sueño? —Insegura de mí misma trastabillo al hablar, tanto que casi me doy un golpe en la cabeza al sentir atoradas las palabras.
—Ese que pensaste y te puso rojita de la pena —Responde mientras pasea sus labios y su nariz por mi rostro y mi cuello—. Eres divina —completa esta declaración pasando la punta de su lengua por mi cuello logrando hacerme estremecer.
«¿Qué me pasa que no me puedo mover como quisiera?» Me pregunto sorprendida de mi tranquilidad.
«¿Cómo no has de estarlo si se siente rico todo esto?» Pienso y cierro los ojos.
Justo en ese instante recuerdo el lugar donde estoy y para que vine aquí, que no es precisamente andar de regalada con el premio mayor. Porque sí, para que he de negarlo, este hombre parece el premio a una rifa donde salí sorteada. Como los juegos de azar, salí sorteada al aceptar en último momento venir a trabajar con Zanny.
«Zanny», Pienso en mi amiga y busco zafarme, pero este hombre es tan grande que parece una roca sobre mí. Una exquisita roca morena, ojos grises que intimidan, cejas pobladas encontradas, y lo mejor, sus maravillosos y carnosos labios.
—Quítese, y también saque su mano de allí, quien le dijo que estoy en venta —Le grito mientras manoteo con intención de que mueva su mano de mi pecho que mantiene apretado y acariciando sin pudor.
—En ningún momento hablamos de comprarla, mucho menos de pagarle —Me responde sarcástico.
—Bájese de encima de mí, me va a matar —Grito como una loca, pero sé que por lo alto de la música nadie nos escuchara a menos que alguna de las chicas vaya con las mismas intenciones que yo.
—Claro que quiero matarte, pero de amor, vayámonos de este alboroto, ¿Sí?
Me hace esta propuesta y pone unos ojos de cordero degollado que me aguó hasta la vida.
—Bájese, me duele todo —Imploro al sentir un corrientazo en toda la espalda.
Así sería la expresión que percibió de mi rostro, que en un santiamén el desconocido me liberó. Sentí humedecerse mis ojos, y para aliviar el malestar me puse de lado dándole la espalda.
—¿Te hice daño? —Me pregunta sentándose en el borde de la cama con una de sus manos sobre mis caderas.
Pareciera que le cuesta trabajo mantener sus manos tranquilas. No le respondí, no podía hablar por lo intenso del dolor. Respiré profundo y cerré los ojos.
—Váyase, por favor, déjeme sola —Le pido apenas pude hablar.
—Algo me decía que estabas mal, la postura de tu cuerpo en la barra no era normal.
Sin avisar llevó sus dedos al centro de mi columna y con un leve movimiento los pasó de arriba hacia abajo en una especie de masaje que no me incomodó. Me estremeció y al mismo tiempo me dio una sensación de alivio nunca antes experimentada.
—¿Cómo te sientes ahora? —Me pregunta inclinándose para dejar sus labios pegados a mi mejilla. Fácil podía ver mis ojos.
¿Y como no ha de ser así si me duplica en estatura y en contextura?, es inmensamente exquisito, perdón, grande.
—Por responderme no se te va quitar nada —Me dice como reclamando al ver que pasa el rato y nada le digo en respuesta.
—La verdad, siento algo de alivio —Le digo casi en un susurro, me siento tan apenada que no sé ya cómo actuar.
Por un buen rato ninguno de los dos habló, permanecimos en la misma posición. Yo porque esperaba que el analgésico actuara un poco más para volver a mi trabajo ¿y él? En realidad, no sé porque aún permanece aquí y pegado a mí.
—Permíteme que me voy a parar —Le pido en voz baja—. Por favor —Agrego al ver que no mueve ni siquiera su respiración.
Se hizo a un lado y en seguida, con la poca fuerza que tengo, tomé asiento y lo primero que hice fue guardar en su lugar al regalado y descarado pecho que todavía permanece erecto y más voluminoso que en otros momentos. Abroché mi camisa, peine mi largo cabello con las manos y como pude me arrastré en la cama hasta llegar al borde.
«Está bien Iara, ahora viene lo más humillante de estas crisis», Me recuerdo con amargura. Caminar después que los músculos y las articulaciones adoloridas se relajan. Ese siempre ha sido mi mayor problema, mi mayor humillación, caminar como pato o pingüino aprendiendo a abrirse camino en la vida en sus primeros pasos.
—No me veas, por favor.
Sin pensarlo esa petición se escapó de mi boca. No quiero que él precisamente él, que anda como loco persiguiéndome me vea en mi versión mas patética.
—¿Qué vas a hacer? No me digas que te vas a desnudar aquí delante de mí
Con la picardía que dejó salir me preguntó y luego soltó una carcajada al ver mi cara de rechazó a su ocurrencia.
—¡Qué básico eres! —Le reclamo y tuerzo los ojos—. Has lo que te pedí —Le digo con autoridad, o eso quería hacerle ver.
—Está bien, está bien, no te enojes; lo haré, pero luego me dices qué hiciste, no podría vivir con ese enigma.
—Además de básico, dramático —Me quejo en voz alta y en seguida me pongo de pie al ver que se cubrió los ojos y se puso de espalda a mí.
Totalmente adolorida, casi sin poder apoyar los pies por completo en el piso, caminé dos pasos y casi me caigo, sino es por él realmente me hubiera golpeado.
—Hey, ¿Qué pasó contigo? —Me pregunta atrayéndome hacia él.
Me tapé el rostro con las manos al sentirme mal por esto.
—No debí venir a descansar, debí permanecer parada hasta el final, ahora no podré hacer nada ni irme a casa —Me quejo sin importarme ya que él esté aquí—. Suélteme y déjeme sola.
—No haré una cosa ni la otra. Vienes conmigo —Me dice tajante.
Atónita por su terquedad y determinación volteo a verlo.
—Siga soñando que yo voy a salir de aquí con usted, que sé yo sino es un violador o un secuestrador.
Sin soltarme dejó escapar una carcajada sonora y que le marcó dos exquisitos hoyuelos en las mejillas.
«¡Dios, este hombre es un encanto!» Pienso fascinada con él.
—Sí fuera un violador, hace rato te hubiera hecho mía, estabas tan dormida que tu nivel de disposición me daba espacio para hacerte de todo aquí acostadita. No lo hice porque me gustan que me lo den conscientes —Me dice y luego me guiña un ojo—. Y hasta ahora no he tenido necesidad de secuestrar a ninguna mujer, mi profesión es otra, algo aburrida, cierto, pero que me ha dado todo lo que he querido, a excepción de una cosa.
—¿Qué será? —Le pregunto con curiosidad.
—Una mujer como tú.
¡Ploss! Caí para atrás en mi mente. Como una piedra lanzada a un miope, no la vi venir. No esperé su respuesta.
«¿Qué puede querer semejante divinidad conmigo?» Me pregunto mientras en lo interno padezco al imaginar todo lo que pudiera hacer con él.
—Ya, ya, ya —Grito como loca—, Suélteme y váyase.
—Claro que me voy de este manicomio —Me responde poniéndose de pie, sin soltarme y estirando su mano—, pero contigo. Dame las llaves del lockers.
—¿Qué le pasa? ¿Qué son esas confiancitas? Yo de aquí no me voy, ya le dije.
Confundida me puse nerviosa porque se puso serio, su rostro abandonó la expresión bromista que había venido usando hasta ahora.
—Las llaves —Me pide con voz persuasiva—. Si vamos a iniciar una relación, sepa usted que soy de los que llevo el control de todo. Así que comience por darme las llaves para sacar sus cosas e irnos de este manicomio —Agrega todavía esperando las llaves—. En serio, me urge salir de aquí, pero no quiero irme solo.
—¿Quién le dijo que yo me quiero ir con usted? ¿Tengo algún letrero en el rostro que diga “Mujer fácil” “Caígale”?
Volvió a sonreír iluminando su perfecto rostro.
—No, nada de eso, pero sí dice “Mujer pequeña y bonita” y seguido otro que dice sin lugar a dudas “Mía”.
Estoy de ataque al corazón con este roba corazones de profesión, siento que me va a dar algo y espero que no sea en sus brazos, no quiero sumar más humillaciones a mi hoja de vida.
Sentí una punzada en las piernas que me hizo quejarme levemente, lo cual me anuncia que llevo de pie mas tiempo del que debo en una situación como está donde le dolor hace de las suyas y el cuerpo solo quiere reposo.
—¿Ves? Estás destinada a irte conmigo.
Acarició mi rostro y volvió a hablarme.
—No seas orgullosa, dame las llaves y saldremos de aquí, te llevaré adonde tu digas si no te quieres quedar conmigo. Aunque te confieso que no te haría nada. No en ese estado, se nota a simple vista que estas sufriendo por el dolor.
Me convenció, sin pensarlo metí la mano en mi bolsillo y se la entregué. Me ayudó a sentarme en el borde de la cama y desde allí ví como en dos zancadas estuvo en frente del lockers, sacó mis cosas y lo cerró, luego llegó a mi lado y me ofreció su mano.
—Apóyate en mí.
Como lo pidió, eso hice, y a paso lento salimos de las habitaciones y llegamos a la intercepción que divide varios pasillos.
—¿Vamos a ir por la entrada principal? —Le pregunto curiosa.
—Yo no tendría problema alguno, pero estás evidentemente mal.
—¿No le apena que lo vean conmigo?
—Sí me avergonzara, no serías mi novia.
«¡Ups! ¡Qué capacidad para cerrarme la boca!» Pienso y desvío la mirada.
—Salgamos por la puerta del servicio —Le sugerí cuando me recuperé de la impresión—. Por ahí no transita nadie.
La palabra mágica. No había terminado de decirle cuando me sentí en el aire. Me tomo entre sus brazos con agilidad. Iba a protestar y mientras avanzaba acalló mi protesta con un beso que me dejo desmayada.
—Eso es para que no hables de más —Me dice cuando ya me había colocado el cinturón de seguridad sentada en el lugar del copiloto en su Lamborghini n***o descapotable—. Vamos para mi casa —Declara y enciende el motor.