Detenerme a mirar de un lugar a otro me estaba resultando difícil, no estoy acostumbrado a asistir a estos locales. Las fiestas no son lo mío, me fastidian las personas pasadas de tragos y ni hablar los jóvenes impertinentes. Toman hasta la saciedad y luego ni recuerdan su nombre. Así es mi hermano Dimitris, cuando de ponerse a tomar se trata se olvida del mundo, entonces los que estamos a su alrededor debemos cuidar que no termine incurriendo en alguna imprudencia o muerto. Ha sido un dolorcito de cabeza tener que sobrellevarlo, aunque en los últimos meses para sorpresa de nuestros padres y mía, ha estado juicioso.
Por esa razón no pude negarme a asistir a la celebración de su cumpleaños número veintiocho.
—¿Quieres algo de tomar hijo? —Pregunta mi madre observándome desde el otro extremo de la mesa redonda que nos asignaron.
—No te preocupes, en un rato decido —Le digo al tiempo que giro la mirada alrededor del área del club.
La iluminación es un tanto decadente, pero entiendo que es la apropiada para estos lugares, poca luz y exceso de ruido. Dos bombas de tiempo para disparar mi mal humor, pero esta noche decidí relajarme, es justo y necesario que lo haga, además que como bien lo dice mi madre, a veces debemos ceder un poco por complacer a quienes queremos.
Dimitris es como esa costilla que permanece bajo nuestro brazo, al que procuramos proteger para no desestabilizar nuestro cuerpo. Desde niños siempre he procurado que esté bien, pero al ser el hermano menor, ha sido muy consentido. Bueno, todos lo hemos sido, aunque a mis padres se les fue la dosis con él, al punto que es difícil controlarlo hoy en día.
—Hermanito —Me llama Dimitris acercándose a la mesa—. ¡Qué bueno que te decidiste a venir! —Exclama dándome un abrazo.
—Felicidades en tu día, hermano —Le deseo dándole manotazos en la espalda.
Mientras lo felicitaba a la distancia veo pasar a una mujer que atrajo mi atención de manera curiosa. La veo salir de unas puertas plegables y entrar al área de la barra. Tan distraído me quedé observando sus movimientos que por momentos no escuché nada de lo que me decía Dimitris.
—Estoy hablando contigo, Denzel —Me sacude luego de romper el abrazo.
—Disculpa, me distraje pensando en algo —Le miento.
No soy hombre de hablar de las mujeres, ni siquiera porque me parezcan atractivas dejó salir una palabra por más halagadora que a otros le parezca que puedan ser, menos porque tenga o haya tenido algo con ellas. Soy discreto en mis emociones. Por una cuestión de principios he procurado ser así. Mi madre es una dama digna de admiración, y basado en sus enseñanzas, he dirigido mi vida, sobre todo en lo que respecta al trato hacia la mujer.
Aventuras he tenido por montón, todas bajo perfil. No soy hombre de matrimonio, por lo menos, no por ahora. Tengo treinta años, soltero, pues ni novia tengo, millonario propietario de la principal empresa de tecnología del país con nexos en el gobierno canadiense. A mi edad no me puedo quejar de la suerte que me he forjado. Al graduarme me aparté del negocio familiar y emprendí mi sueño de formar mi propio imperio, y mira que lo logré. Trabajando día y noche, todos los días del año por todos estos años, me ha dejado las satisfacciones que proyecté en mi época de estudiante. Solo una cosa no he logrado, y es encontrar una mujer como Ainoha de Pritzker, mi madre.
¿Qué si soy ambicioso al ponerle unas características particularmente definidas a la mujer que me gustaría en la vida? Lo acepto, lo soy. Soy un hombre con metas bien definidas y muy por encima del común, por eso me mantengo soltero aún. A mi vida no ha llegado una Ainoha, espero paciente que la vida me sorprenda.
—Tú como siempre, seguro pensando en trabajo —Me reclama Dimitris.
No le presto atención a su comentario, sino que sigo con la mirada fija en los movimientos de la chica que está al otro lado de la barra. Hábil la chica para su estatura. Sorprendentemente se maneja con una rapidez que entretiene mientras manipula las botellas con las que veo prepara algo que supongo es un trago. Dos chicas que están alrededor de ella, le hablan, le piden cosas y ella entrega de manera autómata, pero no habla, o por lo menos desde mi distancia no la he visto mover los labios, parece concentrada en lo que viene haciendo.
Me gusta su forma de moverse en el pequeño espacio, me gusta la seriedad que veo le pone a lo que hace, me gusta el perfil que deja ver de su rostro, su cabellera larga, creo que color castaño extremadamente liso. Esa mujer me atrae, llama mi atención, y aunque no es difícil para mí dejarme llevar por un buen cuerpo, unas buenas curvas. Esta chica en nada se parece a las curvas a las que mis ojos están acostumbrados, pero es fascinante ver la seguridad con la que se maneja.
Sin darme cuenta me vi caminando hacia la barra.
—Denzel, ¿A dónde vas? —Pregunta Diamora, mi hermana, dándome alcance y pegándose a mí.
Somos tres los hijos de Ainoha de Pritzker y Denzel Pritzker. Me llamo igual que mi padre, así es.
—Voy por un trago hermanita preciosa —Le digo volteando a verla y le regalo un guiño.
—¿Seguro por un trago? —Me inquiere curiosa al ver la expresión de mi rostro.
—Sí, por un trago, ¿Qué más se puede conseguir en una barra de un club sino trago? —Le pregunto con doble intención en esta interrogante.
—Te podría enumerar muchas de ellas, pero tu eres más vivido que yo, así que vaya por ese trago —Me dice en broma y después de darme un beso voltea la mirada hacia la chica que permanece de espalda a la barra preparando algo.
Antes de pedirle el trago me detuve a mirarla de cerca.
«¡Wow, Una beldad!» Quedé impactado al verla. Pequeña, sí que lo es, pero eso es lo de menos para el aura que irradia de espalda.
Algo curioso comenzó a sucederme desde que mis ojos se posaron en sus hombros, parece algo tensa, y al mismo tiempo preocupada por culminar lo que está haciendo.
Se preguntarán ¿Cómo puedo hacer esas deducciones? No sé por qué razón, pero tiendo a analizar las posturas de las personas, analizar sus gestos, y de ahí a veces de manera incómoda, termino intimidándolos al extremo que parecieran querer huir de mi alcance.
«Espero ella no sea una de esas, porque me interesa conocerla» Pienso y en eso me decido a pedirle el trago.
No estaba preparado para la sorpresa que se llevó mi cuerpo al verla a los ojos. Parece una mujer común, pero algo dimana de su mirada que logró cautivarme. Desde el momento en el que percibí que la puse nerviosa no deseé otra cosa sino apoderarme de sus labios, esos que lleva decorados con un brillo color carmín, un carmín que pese a no ser escandaloso, resulta ser una tentación para quien anda buscando sacar agua de un pozo seco.
Besarla por impulso me sorprendió hasta a mí. Algo me cegó y detenerme no es que lo haya considerado.
Al separarme de sus labios, veo en sus ojos la sorpresa y hasta el susto brotar de sus pupilas color ámbar. La veo asirse de la barra. Parece aturdida, insegura tal vez del suelo que está pisando.
—¿Qué le sucede? —Me reclama unos minutos después de reaccionar—. Uno no puede andar por la vida irrespetando a las personas de esta manera —Escucho que acentúa más el tono dulce de su voz.
Si bien busca darle más fuerza al pronunciar cada palabra con la intención de mostrarme el nivel de enfado que tiene, no le doy importancia. Algo dentro de mí disfruta verla en ese estado. No me arrepiento de este arranque invasivo y tan inusual en mí.
—Sí espera que me disculpe, lamento decirle que una palabra de mi boca en ese sentido, no saldrá —Le digo con arrogancia, pero más que eso es sinceridad de la pura—. Eso no va a suceder porque fue algo que disfruté tanto como usted.
—Por los Dioses ¡Está loco! —Me grita, y voltea a ver a las otras dos chicas que están allí con ella.
Seguro estoy que presenciaron el momento en el que me di el gusto de robarle el beso, no me importa, más bien disfruto de ver como ellas tratando de disimular discreción disfrutan del espectáculo que le estamos dando.
—Llámeme como guste, pero le doy las gracias por tener labios tan exquisitos —Agrego y tomo entre mis manos el vaso para tomarme un sorbo largo del trago que ella misma me preparó—. Manos hábiles y labios exquisitos —Expreso al retirar el trago de mis labios—. Me pregunto ¿En qué otras áreas más serás tan buena?
La veo ponerse roja de la vergüenza por mi comentario y regocijándome en haber logrado ponerla más nerviosa me tomé el resto del trago.
—Si no es molestia, quisiera otro trago similar, preparado por ti, y me lo llevas a esa mesa —Le señalo la mesa donde se encuentran mis padres y Diamora, que curiosamente desde aquí observo que me mira fijamente.
No esperé respuesta de su parte sino que le di la espalda, no sin antes guiñarle un ojo y de manera intencional bajar la mirada hacia sus pechos, que no había percibido son tan tentadores como sus labios.
Moviéndome con la gracia de un animal satisfecho volví a la mesa, retomé mi lugar al lado de Diamora.
—Epa, ¿Qué fue eso? —Me pregunta en voz baja disimulando al llevarse su copa a los labios.
—¿A qué te refieres? —le pregunto disimulando no entenderla.
—No te hagas Denzel, acabas de besar a esa chica —Me recuerda.
—¿Y qué hay con eso? —Le pregunto fingiendo apatía.
—Que esa no es tu forma de actuar.
—Te puede sorprender lo que las personas pueden hacer de un momento para otro, arrebato le llaman. No creas que siempre serán las mismas, y yo no soy la excepción —Le digo arqueando una ceja—. Me provocó, tan sencillo como eso.
En ese instante veo venir a la chica hacia la mesa con una bandeja entre sus manos. Obviamente viene a cumplir con mi pedido. Se le ve molesta pero más tranquila que hace un momento.
—Buenas noches —Saluda al quedar al frente de la mesa—. Su trago, señor —Coloca un vaso envuelto en una servilleta en frente de mí y sin esperarlo avienta sobre mi el contenido de otro vaso que al principio creí era whisky.
—¿Qué te pasa? —Le pregunto sorprendido al tiempo que me pongo de pie de golpe.
—Lo mismo que a usted hace un momento—Responde seria—. Eso es para recordarle que uno no debe andar por la vida irrespetando a las personas, más si no las conoce.
—¿Qué le sucede a esta chica? —Pregunta mi madre poniéndose de pie—. ¿Cómo se le ocurre insultar a mi hijo de esa manera? —Le pregunta a la chica.
—Su honorable hijo es un abusador, pregúntele que me acaba de hacer, a ver si se le quita la venda que le puso en los ojos —Le responde obviamente sin ninguna intención de ser respetuosa, está bastante molesta.
Dicho esto, giró sobre sus pies y con la bandeja entre las manos se alejó de la mesa.
—Debemos hablar con Katiuska para que la saque —Dice mi madre al tiempo que se mueve para ir en dirección a donde esta se encuentra.
—No, madre. No es necesario —Interviene Diamora—. Denzel tiene bien merecido el chapuzón de agua que le acaban de aventar, es un pasado.
—¿Están seguros? —Nos pregunta nuestra madre mirándonos preocupada.
—Seguro —Le contesto—. Olvidemos este incidente y prosigamos disfrutando con Dimitris.
Mi madre convencida de lo que le dijimos, volvió a su asiento. Diamora y yo hicimos igual, pero esta vez tome un asiento que me dejó de frente a la barra, para observar al detalle los movimientos de la chica.
—Deja a esa pobre chica en paz —Me advierte Diamora observándome fijamente—. Deja a la pobre hacer su trabajo en tranquilidad.
—Ni que la estuviera agarrando, solo la observo —Le digo tranquilo y me tomo un sorbo del trago que me dejó—. Con suerte caigo desmayado, porque mínimo algún laxante le habrá puesto al trago.
—Deja de ser tan pesado —Responde Diamora.
—Si ella cree que me quedaré tranquilo, se equivocó, esa pequeña acaba de despertar al Denzel que nadie conoce, ni siquiera yo —Digo entre dientes—. La quiero para mí —Agrego mientras la observo con los ojos entrecerrados.
Diamora solo movió la cabeza a los lados en negación, se puso de pie y me dejó solo de ese lado de la mesa. Mientras tanto me dediqué a observar a la chica que hasta ahora desconozco su nombre. Atraído no solo por su aura, también caigo en cuenta que el carácter que se gasta fue determinante para desencadenar esta guerra interna que siento. Deseo volver a besarla. Arrastrarla a un lugar donde solo estemos ella y yo y apoderarme de sus labios sin darle tregua. No sé por qué razón, me propuse captar su atención y he de lograrlo a toda costa.
Al verla que salió del área de la barra y se adentró por las puertas plegables, de donde la vi salir temprano, no pude controlar a mis instintos que me empujaban a seguirla. Me tomé el resto del trago, con firmeza dejé el vaso sobre la mesa y me paré de la silla.
—¿Para dónde vas? —Me pregunta Diamora.
—Ya regreso —Le digo sin voltear a mirarla.