ALINA
Me quedé toda la noche revisando los mensajes de Leandro y Agatha.
Sentí que el mundo se me había venido encima al revisar toda la conversación. ¿Cómo pude ser tan ciega y no darme cuenta de que desde hace tres años me estaba engañando con otra mujer?. Decía ser mi amiga cuando se la pasaba suplicándole a mi prometido que me dejara a mí y a su hija para que se casara con ella.
No podía creer la traición que estaba recibiendo por parte de ellos. Por más vueltas que le daba mi cabeza a la situación, seguía sin entender en qué momento había pasado. Le había dado todo mi amor a este hombre, lo amaba y lo había idealizado como el hombre perfecto.
En ese momento me di cuenta que tal vez estaba segura que Leandro nunca me traicionaría y por ese motivo estaba tan segura de eso, que no creí que algo así pasara con él.
Las lágrimas no pararon de resbalar a mis mejillas en toda la noche. Eran las cinco cincuenta de la mañana cuando me limpié las lágrimas y salí del baño para dejar el teléfono en su lugar y meterme a la cama. Diez minutos más tarde escuché la alarma del teléfono de Leandro y como éste se movió de su lugar para apagarlo. Yo fingí que dormía plácidamente. No quería confrontarlo en el estado tan vulnerable en el que estaba.
Después de cinco minutos, en los que él solía esperar antes de levantarse, me dio un beso en la frente antes de levantarse de la cama y meterse a bañar para comenzar su día. Yo solo tuve ganas de bañarme en ácido muriático para borrar los besos y las caricias que me había dado.
Me levanté minutos más tarde para ir a la habitación de mi hija. Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no llorar frente a ella. La alisté para ir a la escuela. Con apenas tres años de edad no quería que se enterara de que lo estaba pasando mal por el traicionero de su padre.
— ¿Sarah ya está lista? —escuché la voz de Leandro que se encontraba bajando las escaleras listo para ir a la oficina. Entró a la cocina, le di la espalda de inmediato haciendo como que me estaba sirviendo una taza de café.— ¿No vas a ir a la oficina hoy?
— No. Me siento muy cansada, creo que me tomaré el día. Sarah ya está lista para que la pases a dejar a la escuela. —Le respondí.
Se acercó hacia a mí para darme un beso en la coronilla de la cabeza antes de tomar a Sarah en brazos para llevarla a la escuela. Tenerlo cerca me dieron náuseas. Cuando me percaté de que él se había ido, tomé el teléfono y le hablé a Imelda.
— Necesito verte —rompí a llorar en ese momento a todo pulmón. Me había quebrado por completo y tenía que sacar todo lo que tenía dentro antes de matar a alguien.— ¿Podemos vernos en el lugar de siempre?
Después de la llamada me tomó quince minutos en llegar con Imelda en un café pequeño que estaba a mitad de camino de nuestras casas. Era un lugar escondido y poco concurrido por las mañanas, por lo que era perfecto para desahogarme con ella.
Estacioné mi auto y me bajé para encaminarme dentro del lugar. Al verla sentada esperando con impaciencia por mí, cerca del área del balcón, me eché a sus brazos para darle un abrazo y llorar a moco tendido. Me dolía, realmente me dolía la traición de una de mis mejores amigas y el amor de mi vida.
— ¿Qué es lo que pasa Lina? —me preguntó Imelda consternada mientras intentaba limpiarme las lágrimas con una servilleta de papel que había tomado de la mesa.
— Acabo de descubrir que el hijo que está esperando Agatha es de Leandro. —Mi voz se volvió a quebrar y no pude evitar llorar de nuevo.
— Madres, —fue la reacción que tuvo. Sus manos se pusieron frías al tocarme.— ¿Estás segura de lo que me estás diciendo? ¿cómo fue que te enteraste?
Después de un par de minutos en los que pude tranquilizarme un poco, nos sentamos a la mesa y finalmente uno de los meseros se nos acercó con mucha pena.
Le conté todo con detalle de cómo me había enterado al ver que le estaban llegando a Leandro mensajes de Agatha.
— Supongo que necesitas ayuda para cancelar la boda y pelear por algún r*******o. —Se ofreció mi amiga para ayudarme a lidiar con los planes de la boda. Lo que había hecho Leandro era motivo suficiente para no unir mi vida a él, y separarme de una vez por todas.
— Déjame pensar qué es lo que en verdad quiero y lo que voy a hacer. —No tenía cabeza en ese momento para lidiar con todo.
— Pero amiga, lo que ha hecho ese imbécil es para que canceles la boda. ¿Cómo es posible que me digas que tienes mucho en qué pensar? —Casi derrama la taza de café que tenía frente a ella.
— Imelda, lo sé, pero tengo cosas que construí con él como la empresa y una hija en común. ¿Cómo lo voy a manejar con Sarah? ¿Qué voy a hacer en la empresa? Estoy destrozada amiga, y lo único que puedo hacer en este momento es pensar en qué voy a hacer con mi vida y el dolor que cargo en el pecho por su culpa.
— Te entiendo, en verdad te entiendo. Solo por favor dime qué es lo que necesitas y yo te apoyaré en lo que sea. Incluso si quieres que te ayude patearle los huevos a Leandro. —Me apretó la mano en señal de apoyo, algo que agradecí infinitamente.
Le agradecía a Imelda que hubiera estado conmigo a mi lado todo ese tiempo conmigo. Durante los siguientes días fueron bastante caóticos, pues estaba en medio de evitar a Leandro a toda costa y pasar el mayor tiempo posible con mi hija.
Solo Imelda y yo sabíamos de la traición de Leandro y Agatha. No quería que nadie más se enterara.
*
Estaba en el salón de belleza haciendo mi prueba de maquillaje y peinado para la boda. Faltaban tres escasos días cuando me di cuenta de que no tenía un look definido más allá de mi vestido blanco.
— ¿Cómo te gustaría lucir el día de tu boda? —me preguntó el estilista. Imelda me había sacado cita con alguien de su entera confianza.
— Lo dejo a tu elección. —No le di importancia a mi aspecto. Ese día se había pasado de ser uno de los momentos más deseados de mi vida al más insignificante.
— ¿De verdad?. Nunca nadie me había dado tanta libertad en la elección de su look en un día tan importante mi cielo. —Me dijo el estilista.
— Siempre hay una primera vez.—Le sonreí un tanto forzada.
Vi através del reflejo del espejo a Imelda, que negaba con la cabeza por la locura que estaba por cometer. En verdad yo también pensaba que era una locura seguir ese paso, pero era la única manera en que se me ocurría solucionar mi problema. El estilista se puso manos a la obra, para hacerme un look inolvidable.
Solo quería que acabara la maldita prueba.
Hora y media más tarde, me estaba mirando en el espejo. El estilista había hecho un increíble trabajo conmigo y con mi aspecto. En verdad lucía preciosa. Había elegido para mí un look dramático y natural al mismo tiempo, algo que no sem e hubiera ocurrido. El cabello recogido me daba ese aspecto de ser una rebelde romántica. Era un look perfecto.
Si tan solo Leandro no me hubiera engañado.
— El look es perfecto —le dije al estilista. Se me quebró la voz. Me levanté de inmediato de mi lugar y caminé hacia la salida.— Te veo en tres días.
El estilista asintió con la cabeza un tanto confundido por mi manera de reaccionar. Yo salí del establecimiento para echarme a llorar.
— Paolo, te mando los detalles de la cita. Gracias —se apresuró a decir Imelda, que caminaba a mi espalda.
Busqué un pañuelo entre las cosas de mi bolsa de mano, para limpiarme las lágrimas de inmediato.
— Lina, estamos a tiempo para que no te cases. Yo puedo dar la cara por ti, cancelar el banquete y el salón. Hablar a los invitados, pero en verdad mírate cómo estás mujer. Esa boda no se debe de llevar a cabo. Mírate cómo estás, tan preciosa y bañada en lágrimas. —Imelda estaba desesperada por mí decisión arriesgada de seguir adelante con la boda.
Me limpié con la servilleta, las lágrimas que amenazaban con recorrer mi maquillaje.
— Es la única manera en que veo una solución Imelda. No veo otra manera. —La vi a los ojos de manera suplicante. —Por favor no me des la espalda y ayúdame a seguir adelante. Sé que no hay justificación para seguir con esta boda, pero necesito hacerlo, por favor no me abandones en esta decisión.
Imelda vio al cielo tratando de entenderme, pero es que ni yo misma estaba entendiendo cómo es que estaba tomando el valor para continuar con la fiesta y la ceremonia.
— Está bien Lina, si eso es lo que quieres lo haré, pero no estoy conforme con saber que de alguna manera mi amiga estará sufriendo por un par de malnacidos.
— Es por esa razón que la boda tiene que continuar. —Me mordí el labio inferior, y cerré mis ojos.
Durante esos tres días restantes me perdí en mis pensamientos, hasta que el día de la boda por fin llegó.