Jonatan
No puedo creer que Javiera me dejara tocarla así en el restaurante. Y con su madre en la mesa. Raquel sigue dándonos la espalda, hablando por teléfono con su jefe o con otro de los asistentes.
Debajo de la mesa, la pequeña mano de Javiera sujeta mi polla. La aprieta y la suelta, haciendo que me balancee suavemente en su agarre. Verla correrse ha sido demasiado. La presión de mi cremallera es a la vez placer y dolor.
Coloco mi mano sobre la suya y la animo a que me abrace con más fuerza. Me deslizo hacia delante en el asiento, sin perder de vista a Raquel, que sigue con una oreja tapada y otra pegada al teléfono. Sigue de espaldas a nosotros.
Por suerte, el ruido del restaurante ahoga los pequeños gruñidos que salen de mí con cada empuje de mis caderas. No me entusiasma la idea de correrme en los pantalones, pero parece que no puedo contenerme.
Ver a Javiera intentar ser tan buena mientras la mancillaba bajo la mesa me acercó mucho más al clímax de lo que pensaba. Tengo tantos placeres que quiero mostrarle. Voy a enseñarle a ser la perfecta gatita s****l de papá.
Pensar en su inocente boquita estirada alrededor de mi polla hace que mis caderas tiemblen. Podría enseñarle exactamente lo que le gusta a un hombre. Podría enseñarle a tragarme entero, a hacer una mamada mejor que una prostituta que cobra un maletín lleno de billetes.
Cuando su mano ondula a mi alrededor, imagino que es su garganta. Que se está atragantando con mi polla, dispuesta a tragarse cada gota como la buena chica que es.
—Sí—, susurro mientras siento el fuego delator en la base de mi columna vertebral.
—Lo siento—, dice Raquel mientras se vuelve hacia nosotros.
¡Mierda!
Hago todo lo que puedo para que mi expresión sea de comprensión, pero estaba tan jodidamente cerca. Literalmente, un segundo más y habría estado en el cielo. Me siento al borde de la rabia y la lujuria.
Cuando intento respirar hondo, me estremezco porque la mano de Javiera sigue estrangulando mi pene. ¿Debería sacudirme contra ella y llegar al límite?
—Hay demasiado ruido aquí—, dice Raquel. —Voy a salir. Tardaré menos de cinco minutos.
Me alivia darme cuenta de que mi mujer está tan ensimismada que ni siquiera ve lo que tiene literalmente delante de la cara. Estoy jadeando. Me sudan las sienes. Me balanceo en mi asiento. Sin duda mis pupilas están dilatadas. Pero no me importa.
En cuanto pierdo de vista a Raquel, miro el reloj.
—Vamos—, le digo a Javiera.
—¿Estás seguro?—, me pregunta mirando el bulto de mis pantalones.
—Sí—, grito. Su mirada a mi polla sólo hace que palpite con más fuerza. —Los dos vamos a tomar un descanso para ir al baño.
—De acuerdo—, dice Javiera.
—Buena chica—, le digo, aliviado de que no me cuestione. No tenemos tiempo.
Mantengo a Javiera delante de mí mientras nos apresuramos hacia la esquina trasera del restaurante y bajamos por el pasillo donde están los baños. Cuando llegamos, prácticamente gimo de alivio mientras la dirijo a un baño familiar del centro comercial.
—Eso es para las familias—, dice Javiera.
—Y tu papi te está diciendo que somos una familia y vamos a usarlo.
Su mirada se desvía hacia mi polla dura antes de asentir y entrar. Cierro y atranco la puerta tras nosotros. En cuanto la cerradura encaja, me arranco los pantalones, desabrochándolos y bajando la cremallera en un tiempo récord.
Con una mano, me saco la polla de los calzoncillos. Con la otra, saco unas toallitas de papel del dispensador y las dejo caer sobre el suelo de baldosas. Javiera observa cómo se amontonan y vuelve a mirarme con interrogantes en los ojos.
—Arrodíllate.
Sus ojos se abren de par en par. —Pero yo no...
—¿No quieres probarme?
Se lame los labios, haciéndome gemir. —Sí quiero. Pero no sé cómo.
—Estoy tan cerca que no necesito que hagas nada esta vez. Sólo quiero verte de rodillas para mi. Necesito ver esa pequeña lengua rosada asomando, lista para probarme.
Con un enérgico movimiento de cabeza, se pone de rodillas, pero yo la detengo. Deslizo la mano entre sus piernas. Deslizo los dedos por el elástico de sus bragas y le meto dos dedos hasta el fondo. Javiera jadea. Luego gime y aprieta mis dedos. Mueve las caderas, dándome exactamente lo que necesito.
Libero mis dedos. Brillan con su humedad. Por mucho que quiera volver a saborearla, bajo la mano hacia mi polla y utilizo sus jugos para lubricarme. Javiera me mira fijamente, con los labios entreabiertos y las pupilas dilatadas.
—De rodillas—, gruño mientras empiezo a acariciarme.
Javiera se pone de rodillas y me mira expectante. Por Dios. Es tan perfecta. Por mucho que quiera alargar esto, convertirlo en una lección sobre felaciones, no tenemos tiempo.
—Enséñale a papi tu lengua.
Javiera saca la lengua.
—Que chica tan buena.
Esto es tan jodidamente sucio. No sabía que mi mente era tan oscura. Quiero llevar esto a lugares que empujen sus límites.
Me masturbo duro y rápido, subiendo y bajando la mano sobre mi polla que huele a Javiera. Paso mi glande por su lengua. En lugar de dudar, Javiera lame la cabeza. Me estremezco y me masturbo más deprisa.
—Este es nuestro pequeño secreto—, digo.
Javiera levanta la mirada hacia la mía. Sus caderas se mueven inquietas, diciéndome que esto le gusta tanto como a mí.
—¿Puedes mantener esto en secreto?— Pregunto: —¿Un secreto entre papi y tú?
Vuelve a meter la lengua en la boca sólo el tiempo suficiente para decir: —Sí, papi.
—Qué buena chica—, gimo. —La hija buena de papá. ¿Crees que puedes tragarte la carga de papá?
—¿La cosa blanca?—, pregunta. —¿Vas a hacer que salgo lo blanco?
Me estremezco ante su inocencia. Ni siquiera sabe cómo llamar a mi semen. Le agarro la nuca, sujetándola donde quiero mientras me masturbo furiosamente. Gruño con cada embestida de mis caderas contra mi puño. Sólo nos quedan unos minutos.
Demonios, Raquel podría estar esperando en la puerta mientras Javiera me lame la polla. Ese es el pensamiento que me lanza.
—Chupa—, ordeno, mientras sacudo las caderas hacia delante.
Los labios carnosos de Javiera se deslizan unos centímetros por mi polla y me la chupa con fuerza. Dejo caer la cabeza hacia atrás y grito al techo mientras un chorro tras otro de semen entra en su boca húmeda y dispuesta.
Mueve la cabeza instintivamente, chupando y tragando, apretándome contra el paladar y tarareando como si fuera el mejor manjar que ha probado nunca. Le aliso el pelo mientras ella, de algún modo instintivo, sabe cómo suavizar su succión cuando mis músculos abdominales tiemblan y se convulsionan.
Miro el reloj. Han pasado siete minutos.
—Mierda. Hemos tardado demasiado.
Ayudo a Javiera a levantarse, luego me arropo y me subo la cremallera.
—¿Por qué no sales? Saldré en un minuto—, dice.
—¿Estás bien?
Asiente, pero no me mira.
—Dime la verdad, cariño.
—Estoy... me mojé mucho otra vez. Y también necesito ir al baño.
La idea de que se toque, de que se corra porque eso la excita, hace que se me erice la polla. Pero rápidamente aparto los pensamientos. Voy a tener que enseñarle a masturbarse porque quiero mirar.
—De acuerdo. Sal cuando estés lista.
Ella asiente, así que salgo por la puerta y espero a oír el clic de la cerradura. Me apresuro hacia la mesa y veo que Raquel vuelve a entrar. Ni siquiera me ve entrar en la mesa.
—¿Dónde está Javiera?—, pregunta mientras se desliza de nuevo en la cabina.
—En el baño. ¿Crees que serás capaz de sobrevivir sin cobertura?
Pone los ojos en blanco. —Por eso intento tenerlo todo listo antes de irnos.
Me toca a mí poner los ojos en blanco. Desde mi último acto de culpabilidad, está decidida a ir. Me pregunto si será tan difícil convencerla de que ahora no vaya.
***
Javiera
Cuando estoy lista para irme a la cama, no sé qué hacer. Sé que esta noche dormiré sola. Anoche también dormí sola, pero sabía que papá también dormía solo. Esta noche, él y mamá compartirán la cama. En pijama, voy a la cocina a por un vaso de agua.
¿Coletas? Papá gime. —¿Estás intentando matarme, pequeña?
—Coletas no—, digo mientras alzo la mano y toco los dos moñitos que tengo en el pelo y que evitan que se me enrede por la noche.
—Lo suficientemente cerca. Y ese pijama. Pareces la tentación perfecta.
—¿Esto?— Miro mi pijama con corazones y gatitos rosas. Es bastante voluminoso y oculta cada parte de mi rellenita figura.
—Sí. Te ves tan inocente—. Se acerca más. —Pero papá sabe lo traviesa que puedes llegar a ser.
Mi cuerpo responde a sus palabras, los pezones se endurecen, las entrañas palpitan. Papá se da cuenta y me pellizca la punta del pecho. Gimo y me arqueo ante su contacto. El roce del material sobre la piel sensible ya me desespera.
—¿Te hiciste venir otra vez en el baño?
—¿Otra vez?— pregunto confusa.
—¿Tocaste ese dulce coñito? ¿Te frotaste el clítoris hasta que volviste a tener un orgasmo, hasta que te corriste?
Me estremezco ante sus palabras. Son tan sucias, tan morbosas. —Me encanta cuando me hablas así, papi—, susurro.
—Sé que lo haces, cariño. Ahora dile a papi, ¿te tocaste?
Sacudo la cabeza. —La verdad es que no sé cómo. Ni siquiera sabía que te referías a eso.
—Puede que no sepas las palabras, pero tu cuerpo habla de sexo con fluidez. Ve a darle las buenas noches a tu madre, luego reúnete conmigo en mi oficina.
Asiento con la cabeza, sonriendo. Sé que no puede dormir en mi cama, pero al menos podemos estar juntos antes de acostarnos. Subo las escaleras y busco a mamá. La puerta del dormitorio principal está abierta y veo que está vacío, así que llamo a la puerta del despacho de mamá. Como no contesta, vuelvo a llamar.
Tras otro momento de espera, giro el pomo y veo que está abierto. Mamá está sentada en su escritorio con los auriculares puestos, tecleando. La saludo con la mano desde la puerta y la sobresalto.
—No quería asustarte—, le digo cuando se pasa uno de los auriculares por detrás de la oreja.
—No pasa nada. A veces me dejo llevar por el trabajo.
—¿Te gusta tu trabajo?
Ella asiente. —Trabajo con abogados de divorcios. Intento ayudar a que la gente llegue a acuerdos justos. Es estresante, pero necesario. ¿Te vas a la cama?—
—Sí. Sólo quería darte las buenas noches.
Sonríe. —Espero poder terminar con todo esto para que podamos salir en el bote mañana—.
—Creo que sería divertido. Nunca he estado en un bote.
Se me hace raro contarle a mi madre lo que no he hecho. Es raro que no lo sepa, que ni siquiera haya intentado mantener el contacto una vez que se fue.
—Buenas noches—, dice mamá.
—Buenas noches.
Veo cómo se vuelve a poner los auriculares mientras cierro la puerta. Luego avanzo por el pasillo. Hay un pequeño cuarto de baño entre el despacho de mamá y el de papá. Cuando llego a la puerta de su despacho, también lo encuentro sentado en su mesa.
—Entra, pequeña—, dice. —Cierra la puerta. Creo que es hora de tu próxima lección.
Cierro la puerta con llave y me acerco a su escritorio. Echa la silla hacia atrás.
—Ven a sentarte en el regazo de papá.
Papi también esta en pijamas y veo su evidente erección. Desciendo sobre él y noto cómo me aprieta las nalgas. Me deslizo un poco para encontrar una posición cómoda. Papi gime y levanta las caderas, clavándose aún más en mis nalgas.
Sus manos recorren mi parte delantera, presionando el suave material de franela de mi pijama contra mi piel.
—Empecemos—, dice papi.
—Por mucho que me guste ser el único que te da un orgasmo, quiero que tú también aprendas.
Cuando desliza las manos por debajo de mi camisa, suelta un suspiro agudo al tocarme los pechos. Los moldea y me pellizca los pezones con los dedos, tirando de ellos.
—¿Sin sujetador? Que traviesa.
—No llevo sujetador en la cama.
—Pero te paseabas así por la casa, donde sabías que papá podría verte rebotar o mirar por encima de tu camiseta cuando te agachabas.
Una de sus palmas se desliza por mi vientre. La cálida aspereza de su piel me hace cerrar los ojos y apretarme a su contacto como una gatita. No sabía que pudiera ser así. Cada centímetro de mi piel parece estar directamente ligado a ese pequeño punto, tan rico en nervios que late al compás de mi corazón.
—Vaya—, susurra papá cuando su mano me acaricia entre los muslos. —¿Tampoco tienes bragas?
—Mi abuela decía que no era bueno llevar ropa interior en la cama.
—Estoy de acuerdo. De hecho, creo que sería mejor para todos si dejaras de llevar bragas.
—¿Qué?
—Al menos mientras estés en casa. No quiero bragas que cubran este coño cuando estás en casa. Lo convierto en una regla. ¿Entiendes?
Me estremezco bajo su contacto. Estoy acostumbrada a seguir reglas. En general, me gusta seguir las reglas. Pero no cuando me obligan a casarme con alguien que no quiero.
—Este es tu clítoris—, dice papá mientras me lo toca, haciéndome gemir. —Y ya está resbaladizo para mi.
—Papi—, gimoteo.
—Shh. Tenemos que estar en silencio, cariño. Recuerda, este es nuestro pequeño secreto.
Aprieto los labios y asiento con la cabeza. Pero no es fácil quedarse callada cuando me está tocando así. Miro hacia abajo y veo su mano moviéndose bajo la tela de mi pijama. Parece tan obsceno.
¡Me encanta!
—Vamos a quitarte estos pantalones. Quiero que veas lo que estoy haciendo.
En cuanto me pongo en pie, papi me da un tirón brusco de los pantalones y me los baja hasta los tobillos. Me los quito, aún con los calcetines puestos, y vuelvo a sentarme en su regazo.
—Tu piel es tan suave—, dice mientras me pasa las manos por encima. —Me encanta tocar cada parte de ti. Ahora mira tu v****a—.
Bajo la cabeza y él apoya la barbilla en mi hombro. Los dos vemos cómo utiliza el dedo corazón para acariciar y rodear mi sexo. Pero entonces retira la mano.
—Papi, por favor.
—¿Por favor qué?
—Por favor, tócame.
—¿Tocarte dónde?
—Ahí—, digo con un gesto de las caderas.
—¿Quieres que papi te toque el clítoris?
—Sí. Por favor.
—Dios. Suplicas tan bonito que te daría casi cualquier cosa.
Levanto las caderas, esperando su contacto.
—Pero primero, quiero que te toques. Tócate el clítoris.
Sé que si hago lo que dice seguirá haciendo lo que estaba haciendo. Instintivamente sé que su tacto será mejor que el mío. Alargo la mano e imito sus movimientos.
Me rodeo con el dedo corazón. Sienta tan bien, casi tan bien como cuando lo hace papi. Lo hago una y otra vez.
Muevo las caderas de un lado a otro y luego en círculo. Mientras lo hago, papi me desabrocha la camisa. Cuando la parte de arriba de mi pijama se abre, lo único que cubre son mis brazos. Todo lo demás queda al descubierto para él.
Papi me tira de los pezones. Me arqueo, intentando seguirle. Quiero que me toque más. Nos balanceamos en su silla de oficina. Chirría un poco al compás de nuestros movimientos.
Me sorprende lo rápido que aumenta el placer. Intento quedarme callada, pero mis caricias combinadas con las suyas me hacen sentir muy bien.
—Espera—, dice papi.
Se sienta en la silla y se mueve debajo de mí, casi levantándome de su regazo mientras hace algo. De repente, su m*****o sale de sus pantalones. Se curva y golpea el dorso de mi mano.
—Ahora si—, dice.
Me quedo paralizada un momento, preguntándome si este es el momento en el que quiere tener sexo. Parece tan grande ahora que está así entre mis muslos.
—¿Eres tan lampiña por naturaleza?—, pregunta mientras frota con una mano los labios desnudos que rodean mis dedos.
—Yo... no me gusta. El pelo. Ahí no. Me lo depilo cuando me depilo las piernas.
—La piel aquí es como el terciopelo—, susurra. —Me encanta sentirla. También quiero saborearla, pero eso será una lección para otro día. Cuando tenga mi cara entre tus muslos, quiero que puedas gritar mi nombre.
Me estremezco ante sus palabras.
Papi me levanta la mano y luego presiona su longitud contra mí para volver a colocar mi mano en su parte inferior.
—Presiona la polla de papá contra ese dulce coñito.
Asiento con la cabeza mientras me lleva las manos a las caderas. Me guía para que me balancee hacia delante y hacia atrás. Mientras lo hago, su longitud se desliza sobre mí. Estoy tan mojada que los movimientos me resultan fáciles.
Luego inclino la pelvis hacia abajo lo suficiente como para que la punta de su pene roce ese c*****o tan sensible que es mi clítoris. Incluso pensarlo me hace sentir tan libre, tan traviesa.
Apunto con los pies para que los dedos toquen el suelo. Así hago suficiente palanca para moverme con más fuerza y rapidez. Papi me agarra con más fuerza y me insta en silencio a moverme más deprisa.
Debajo de mí, siento que sus muslos se convierten en piedra cuando él también utiliza sus pies en el suelo para hacer palanca. Sus movimientos son opuestos a los míos. Cuando doblo las caderas hacia atrás, inclinando la pelvis hacia abajo, él se tensa y se levanta.
Cada vez que su punta se clava en mi clítoris, saltan chispas hasta mis pezones y bajan hasta mis rodillas. Empujo con más fuerza.
—Más fuerte—, dice papi. —Apriétame más contra ti.
Debajo de mí, se pone rígido y se levanta un poco. Tiene una mano en mi cadera, mostrándome el ritmo que quiere, y la otra está en el reposabrazos de la silla.
Gruñe con cada flexión de sus caderas. El sonido gutural, alternado con su respiración agitada, me pone la carne de gallina. Me hace aún más sensible a cada roce, a cada movimiento del aire sobre mi piel.
—No puedo esperar—, jadea papi. —No puedo esperar a ser enterrado en ti. No puedo esperar a correrme dentro de ti. Quiero verte gotear de este inocente coñito. El coño de papá—.
Puntúa la frase con una fuerte embestida que me hace lanzar la cabeza contra su clavícula y gemir.
—Dios—, grita papá mientras levanta una mano para taparme la boca.
Su otra mano aprieta más la mía contra él mientras sigue en celo, cada vez más fuerte y más rápido. Me gruñe al oído. Luego me entierra la cara en el cuello y me muerde la piel donde se unen el hombro y el cuello.
Mi piel amortigua sus gruñidos y gemidos mientras miro hacia abajo. Me quedo embelesada al sentir las poderosas embestidas. Lo veo sacudirse y eyacular. Chorros de líquido blanco caen sobre mi pubis, mi vientre, mis pechos e incluso mi barbilla y mi labio inferior.
Me desplomo contra el pecho de papá, subiendo y bajando con su respiración agitada. Al cabo de un momento, acerca su cabeza a la mía y mira hacia abajo. Lo siento estremecerse contra mi carne más sensible, contra mi v****a.
—Levántate—, dice. —Papá necesita ver cómo te ha dejado.
Me levanto y me vuelvo hacia él. Me levanta por las caderas y me coloca en el borde del escritorio frente a él.
—Mira eso—, dice mientras desliza su dedo por el desastre que hizo en mi pecho. —Tienes un poco en la barbilla.
Saco la lengua y lamo el líquido salado de mi labio inferior. Me gusta el sabor de papi. Sabe oscuro, salado y prohibido.
—Eres tan jodidamente sexy y ni siquiera lo sabes. La pequeña diosa s****l secreta de papá.
Me pasa el pulgar por la barbilla y me lo lleva a la boca. Chupo la yema y me meto todo el dedo en la boca.
Papá gime. —Pones a prueba mis límites. Mi polla está intentando recuperarse, y no han pasado ni dos minutos desde que me corrí encima de ti.
Miro hacia abajo justo a tiempo para ver cómo se retuerce.
—En la próxima lección volverás a arrodillarte para mí, bebé. Puedo imaginarte debajo de este escritorio, con los labios estirados a mi alrededor mientras te tragas mi polla. Voy a enseñarte a ser la mejor chupadora . Sólo para papá.
Sonríe cuando me muevo contra el escritorio. Sabe que me gusta, que lo deseo. Me muero de ganas de volver a hacerle gritar.
—Esa será definitivamente nuestra próxima lección—, dice. —Ahora, a la cama. Asegúrate de dormir mucho. Vas a necesitar tu energía.