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Padrastro, alumna, amantes

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Blurb

Al abrir la puerta, Jonatan no esperaba lo que encontraría : la virgen más hermosa, dulce y sexy que he visto en su vida mientras su esposa está fuera de la ciudad.

Javiera es ingenua e inocente. Es curiosa y tiene muchas ganas de complacer. Quiere aprenderlo todo y está dispuesta a probar casi cualquier cosa. ¿Podrá Jonatan resistirse a darle todas las lecciones que se le ocurran, aunque sean cada vez más sucias y morbosas?

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Capitulo 1
Javiera Me tiembla la mano de los nervios cuando la levanto para tocar el timbre. Esperaba que mi madre viniera a buscarme al aeropuerto, pero ahora que sé que ni siquiera está en la ciudad, tengo la tentación de volver corriendo a casa de la abuela Teresa. Sacudo la cabeza. Eso no es realmente lo que quiero. Tampoco es que siga siendo una opción. Cuando le dije a la abuela que iba a visitar a mi madre para ver universidades, me dijo que regresaría corrompida, mi abuela no tiene una imagen muy positiva de mamá Dijo esas cosas para que me quedara. Pero aún así acepté el billete de avión que mamá envió. Aparentemente, soy más hija de mi madre de lo que pensaba. Por otra parte, descubrí que mi padre tampoco era la persona devota que yo creía. Hace unos años, cuando mamá decidió divorciarse de mi padre y mudarse a la capital, pensé que estaba loca. Pensé que era exactamente lo que la abuela Teresa la llamaba, una libertina. Elegí quedarme con papá y la abuela Teresa. También mi hermano mayor, Lucas. Pero los chicos tienen muchas más libertades donde vivimos, así que Lucas es feliz. No le miran con los ojos entrecerrados por ser como su madre. Y ahora está felizmente casado con un bebé en camino a la "madura" edad de veinte años. Lucas es el niño de oro. Siempre hace todo bien. Es el orgullo de la abuela porque no parece parecerse a nuestros padres. Pero resultó que a él le gustaban aún más las cosas mundanas que a mamá, al menos en secreto. Mamá se liberó y vio mundo. Se casó con un hombre guapísimo y tiene un trabajo que le permite viajar. Papá se quedó atrás con la abuela hasta que todo fue demasiado. Ni siquiera supimos que se drogaba hasta que sufrió una sobredosis. No quiero acabar así, por eso estoy aquí. Tengo dieciocho años. Es mi oportunidad de ver mundo. *** Levanto la mano y pulso el timbre de la dirección que me dio mamá. La puerta se abre de golpe. El hombre, alto y guapísimo, se queda mirándome. Me siento desnuda en el umbral, aun con mi ropa nueva. La compré de camino al aeropuerto, ropa normal. Una falda corta y una camisa que se me pega a la piel. Está muy lejos de las faldas más largas y las blusas sueltas que he llevado toda la vida. —¿Javiera?— preguntó el hombre. —S... si. Traga saliva como si se sintiera intimidado por mí antes de asentir. —Pensé que te parecerías a tu madre—, dice. —Miro mi ropa y me pregunto si no me habré equivocado. ¿Esta ropa es demasiado reveladora? —No fue un insulto—, dice. —Eres una chica preciosa. Separo los labios, pero no sé qué decir. Otros hombres me han dicho cosas parecidas, pero no en ese tono ronco. Y la abuela Teresa siempre regañaba a esos hombres, ahuyentándolos y diciéndoles que no debían meterme esas cosas en la cabeza. —Entra—, dice Jonatan, el novio de mamá, mientras da un paso atrás. Levanto la maleta, pero antes de que pueda dar un paso, me la quita de las manos como si no pesara nada. —Deja que la tome—, dice. —La llevaré a tu habitación. Sígueme. Cierro la puerta y le sigo. La casa es grande, mucho más que la de la abuela Teresa y, por lo que sé, solo viven aquí mamá y Jonatan. Atravesamos el gran salón de techos altos. Miro hacia arriba y veo un pasillo con puertas a ambos lados. ¿Cuántas habitaciones tiene este lugar? Pasamos por la gran cocina y un pequeño lavadero. —Aquí tienes—, dice Jonatan mientras deja mi maleta en la esquina de una cama enorme. —Esta es la habitación de invitados. Tiene su propio cuarto de baño—. Señala con la cabeza la esquina de la habitación. Me muerdo el labio para contener una sonrisa al girarme y ver la puerta abierta que deja ver una gran bañera y una ducha. ¿Tendré mi propio cuarto de baño? Mamá dijo que podía vivir aquí mientras asistiera a la universidad. Estaba segura de que preferiría vivir en los dormitorios, pero ahora, no estoy tan segura. Mi propio baño. No conozco a nadie que tenga un baño propio. —Dejaré que te instales—, dice Jonatan. —Tengo que terminar de preparar todo para el viaje. —¿Viaje?— Pregunto. —Viaje en bote. Tu madre dijo que vendrías con nosotros, así que tengo que añadir algunas cosas más. —Oh, por favor, no te molestes por mí. —No es problema—, dice con una sonrisa. —Pero tenemos que asegurarnos de tener comida suficiente para tres en lugar de dos. Asiento con la cabeza, sin saber qué decir. Antes de que se me ocurra nada que añadir, suena el teléfono de Jonatan. Lo saca del bolsillo. —Hablando del diablo, mejor dicho, la diabla—, dice. Cuando jadeo, me lanza una mirada de disculpa. —Digo... tu madre. Asiento con la cabeza, sintiéndome como una idiota. Sé que me criaron sin muchos conocimientos, en especial porque mi abuela Teresa siempre me a mimado mucho. —¿Hola?— Jonatan dice. —Sí. Acaba de llegar. La tengo instalada en la habitación de invitados—, dice con una sonrisa alentadora en mi dirección. Oigo el tono de voz de mamá, pero no oigo lo que dice. Sólo sé que son malas noticias porque a Jonatan se le cae la cara. —Ahora vuelvo—, me susurra antes de darse la vuelta y salir de la habitación, cerrando la puerta tras de sí. —¿Cómo que estás atrapada ahí?—, exige. Giro silenciosamente el pomo y abro la puerta justo a tiempo para verle marchar por el pasillo. Le sigo con pies silenciosos, necesitando saber qué está pasando. —Raquel—, dice Jonatan. —Prometiste que esto no volvería a pasar. Ya hemos reprogramado este viaje dos veces. Observo cómo se pasea de un lado a otro del salón. —No, no podemos retrasarlo otra vez—, dice. —He retrasado mi tiempo libre para que coincidiera con el tuyo dos veces. No puedo seguir haciéndolo. Es tu turno de ceder. Su postura es tensa y me recuerda a la de la abuela cuando está a punto de perder el buen humor. —No digo que tu trabajo no sea importante. Digo que hay que dar y recibir. Cedí dos veces y retrasé nuestro viaje. Es tu turno de ceder. Por favor, dile a tu jefe que... Me impresiona lo amable y tranquilo que está Jonatan cuando todo en su cuerpo indica que está, por lo menos, enojado. —Se suponía que íbamos a ser nosotros dos—, dice. —Ahora somos tres... ¡¿Qué?! Su voz baja ahora. —¿Quieres que me lleve a Javiera conmigo? Raquel, es básicamente una extraña para mi. De ninguna manera va a estar cómoda yendo conmigo y no puedo dejarla aquí sola. Esta es una casa extraña en una ciudad extraña. Suelta un suspiro. Luego sacude la cabeza. De repente me siento como una tercera en discordia. No sabía que iban a ser unas vacaciones románticas. —Como quieras—, dice como un adolescente taimado. —Le preguntaré, pero independientemente del resultado, tendremos una larga discusión cuando llegues a casa. Aparta el teléfono, aunque sigo oyendo hablar a mi madre. Luego se da la vuelta y me ve en el pasillo antes de que pueda volver de puntillas a mi habitación. Me ha pillado. *** Jonatan No me lo puedo creer. Primero Raquel me suelta la bomba de la visita de su hija y ahora ni siquiera viene a casa a ocuparse de ello. Y su hija no es nada de lo que esperaba. Nada de nada. Cuando abrí la puerta, algo en mis pantalones me empezó a suplicar. Cuando conocí a Raquel, estaba un poco loca, algo extraña al relacionarse, pensé que era porque acababa de divorciarse. Pensé que era ella, pero resultó que no estaba acostumbrada al sexo. Una vez que se acostumbró, nos fuimos entendiendo un poco mas. Me siento culpable porque, incluso al principio, mi reacción ante Raquel no fue tan fuerte como ante su hija. Javiera tiene apenas dieciocho años, por lo que dijo Raquel. Y de donde ellas vienen, esa es la edad en la que comienzan a pensar en el matrimonio. A pesar de que están protegidas de casi todo lo relacionado con el sexo hasta ese momento, me sorprende que en ciertos lugares rurales tengas costumbres algo extrañas. Y, sin embargo, Raquel ni siquiera pensó en pedirme que recogiera a su hija en el aeropuerto. Simplemente dijo que Javiera estaría en nuestra casa en algún momento del día. Miro a mi hijastra. Es jodidamente perfecta. Imagino cómo sería si fuera yo quien le enseñara todo sobre el sexo. Nunca antes había examinado qué tiene de sexy una mujer (en este caso una chica) vestida con uniforme escolar. Pero puedo imaginarme ese escenario con la pequeña y dulce Javiera. La veo inclinada sobre mi escritorio, con la falda ceñida a la cintura mientras me espera. Me sacudo ese pensamiento de la cabeza y respiro hondo para calmarme. —¿Supongo que has oído todo eso?— pregunto. Ella asiente. —Lo siento. —¿Por que lo dices? —No quería ser una carga—. Suspira. —No lo eres. Es sólo que no esperaba que tu madre se echara atrás por tercera vez. —Puedes irte sin mí... Yo... No estoy segura de cómo debería llamarte. —Puedes llamarme como quieras. Por mí puedes llamarme papi. Mi respuesta es frívola. Me arrepiento al instante. Me froto la cabeza por el dolor de cabeza de esta situación. Con un suspiro, me disculpo. —No pretendía tener un tono tan sarcástico. No estoy enfadado contigo. Estoy frustrado por la situación—. Ella asiente, pareciendo completamente fuera de todo. —Puedes dejarme aquí. No tienes que arrastrarme. Haré lo que quieras que haga... Papi. Respiro tranquilamente ante sus palabras, porque me empalmé tan rápido que me dejó un poco mareado. Fue un comentario fuera de lugar. Papi, ni siquiera sabía que era una de mis manías hasta que se lo oí decir a Javiera. Ahora quiero que esa palabra salga de sus labios en un gemido, en un grito. Expulso un poco de aire entre los dientes apretados. Sé que Raquel se ofreció a que Javiera viviera con nosotros mientras va a la universidad. Es la criatura más tentadora que he visto en mi vida. Estoy jodido. Sobre todo cuando sus palabras se repiten en mi cabeza. —Que...— Me aclaro la garganta. —¿Qué quieres decir con lo que yo quiera? —Si quieres que me quede aquí y espere a mamá, lo haré. Si quieres que vaya, iré. Lo que tú quieras, papi. Gimo durante la última frase porque me acaba de decir que vendrá si yo quiero. —¿He dicho algo malo?—, pregunta. —No, nada malo. Parpadea y de repente parece tímida e intimidada. No tengo ni idea de cómo la estoy mirando, pero es imposible que no vea que quiero comérmela de dos bocados. —Quiero que vengas—, digo, con la intención más sucia. —¿En serio? —Sí. Si quieres. —Sí, quiero. Prefiero estar contigo que estar aquí sola. —Se suponía que saldríamos pasado mañana, pero como ya no esperamos a tu madre, ¿por qué no salimos a primera hora de la mañana?. —De acuerdo—, dice ella. —De esta forma, ni siquiera tienes que deshacer la maleta. Sólo cargaremos tu maleta en la parte trasera del camión. Puedes ponerte el pijama de tu madre esta noche. —Vale, excepto...— Se muerde el labio inferior de felpa mientras se mira a sí misma. —Puedes decirme cualquier cosa—, le digo. Me mira. —No creo que tenga nada para un paseo en bote. Quiero decir... ¿No necesitaré un bañador? No tengo ninguno de esos. —¿Sabes nadar? —Sí, pero no traje bañador. Tiene las mejillas sonrojadas y presiento que es por vergüenza. Le dirijo lo que espero que sea una sonrisa amable. —¿Te has dejado el bañador? Ella sacude la cabeza y su mirada se desvía. —Yo... no he usado. La abuela Teresa pensaba que eran demasiado reveladores. Cuando nadaba, lo hacía en pantalón corto y camiseta. Me la imagino con una camiseta blanca transparente y pegada a ella como una segunda piel. Se me acelera el corazón al pensarlo y me pregunto de qué color serán sus pezones. Su piel es un tono o dos más clara que la de Raquel. También sus labios. ¿Significaría eso que sus pezones también lo son? Veo cómo la recorre un escalofrío y me pregunto si esta vez es lujuria, mientras mi mirada recorre su cuerpo y luego vuelve a subir. —Podríamos intentar ver si alguno de los de tu madre te queda bien—, digo. —De acuerdo—, acepta de buen grado. —Será mejor que nadar con ropa tan ancha que intenta arrastrarme al fondo del lago o donde sea que estemos nadando. —Es el océano, así que definitivamente no queremos que te arrastres al fondo. ¿Por qué no te instalas? Cenaremos algo y luego podrás rebuscar entre las cosas de tu madre y encontrar lo que te guste. Ella asiente. Es más rellenita y redonda que su madre. Me imagino que se verá sexy, ya que prácticamente se vería bien apretadita en los trajes de baño. No puedo esperar a ver esto. *** Javiera Cada vez que le llamo papi, Jonatan me mira con extrañeza. Empiezo a pensar que quizá bromeaba, pero no tengo mucha experiencia con las bromas. Y ahora siento que es demasiado tarde para retractarme, así que continúo. Siempre que estoy con gente, sé que hay cosas que se me pasan por alto. Mi abuela me trató como a una niña hasta que cumplí dieciocho años. Técnicamente, seguía tratándome como a una, pero también empezó a presionarme para que saliera con hombres que cumplían los requisitos. Todo era muy correcto, pero no sentía nada por los hombres con los que me emparejaba. Creo que ese era probablemente el punto. No sé si alguna vez supo de Oliver, esas citas fueron mi castigo. Oliver era un año mayor que yo. Era un rebelde en todos los sentidos de la palabra. Creo que nuestro profesor empezó a sentarme a su lado con la esperanza de que le diera un buen ejemplo. Pero en realidad ocurrió todo lo contrario. Durante la escuela, Oliver hacía bromas en voz baja. Y me tocaba. Me ponía la mano en la rodilla debajo de la mesa donde nos sentábamos. Ni siquiera era piel con piel, sólo su mano sobre mi falda hasta los tobillos. Pero dibujaba pequeños movimientos que hacían que me hormigueara la piel bajo la tela. Cuando cumplió dieciocho años, los padres de Oliver le echaron de casa. Nunca supe por qué, pero conociéndolo no me sorprendió mucho. Antes de irse, se pasó por nuestra casa. La abuela Teresa había estado en el jardín, así que abrí la puerta. Oliver me dijo que le iban a echar de todos modos, así que más le valía llevarse lo que siempre había querido. Me empujó contra la pared, justo dentro de la puerta principal de la casa de mi abuela, y me besó. Fue más caliente y sucio que cualquier cosa que hubiera imaginado experimentar. Me había metido la lengua en la boca. Se había enredado con la mía y presionado una y otra vez. Sus manos se habían alzado hasta mis pechos y enviaron una sacudida por mi columna vertebral que aterrizó como un charco de electricidad en mi ingle. Fue como si mi cuerpo hubiera despertado de la nada de mi vida. Cada parte de mí había palpitado y pulsado y deseado. Y me había dejado así. Me había sentido desesperada por más, avergonzada por mi reacción y asustada. No sabía lo que le pasaba a mi cuerpo. Aún no lo sé del todo, pero sé que un momento con Oliver fue mejor que cualquier cosa que haya sentido con otra persona. Jonatan me hace sentir así un poco. Estoy segura de que está mal que el marido de mi madre haga que mi pulso lata fuerte entre mis muslos, pero no puedo evitarlo. Después de todo, no sé qué lo provoca, así que ¿Cómo puedo pararlo? Durante la cena, hay algunas veces en las que se queda paralizado mientras se lleva el tenedor a la boca. También se ha estado moviendo en la silla, así que me preocupa que se sienta incómodo. Después de ayudar a fregar los platos y limpiar la cocina, papi me lleva arriba. Me da una vuelta rápida por la planta de arriba, donde él y mamá han convertido dos de los dormitorios en despachos. Uno para cada uno. La última puerta al final del pasillo da a una enorme suite principal. Me pregunto qué pensaría la abuela Teresa si viera esta casa. Probablemente tendría algo negativo que decir, pero creo que el lugar es increíble. Hay tanto espacio. Es suficiente para que todos tengan su propio espacio privado. Para mí, eso es un lujo. —Aquí estamos—, dice papi mientras me lleva a un enorme vestidor. El armario es el doble de grande que mi habitación en casa de la abuela. En un lado está toda la ropa masculina, trajes de negocios, camisas abotonadas, corbatas junto con vaqueros, camisetas y zapatos grandes tanto formales como informales. En la pared opuesta está, obviamente, la ropa de mamá. Hay estanterías del suelo al techo con zapatos y bolsos. En el lado de mamá también hay ropa de trabajo. Al final de la habitación, toda la pared está cubierta de estanterías y cajones. También esta parte está dividida. El lado de papá lleva a la esquina conectada con su ropa y lo mismo ocurre con el de mamá. En el centro de la habitación hay un mostrador, parecido a una isla de cocina. Papi abre algunos cajones debajo de la encimera de la isla hasta que parece encontrar lo que busca. —Aquí estamos—, dice mientras saca un arco iris de pura ropa. Coloca puñados de objetos sobre el mostrador y retrocede. —Puede que haya más bañadores en algún lugar de estos cajones. Siéntete libre de mirar, dice. —Voy a terminar de cargar el camión. —Vale—, digo mientras cojo uno de los bañadores. No tardo en darme cuenta de que todos son bikinis. Mi primer pensamiento es que simplemente tendré que nadar con ropa, tal y como pensaba. Pero entonces recuerdo que superé un viaje en avión y los dos aeropuertos con una falda que me dejaba al descubierto la mitad inferior de los muslos. ¿Qué tan diferente puede ser un traje de baño? Cubre todo lo que mi ropa interior. Con ese pensamiento en mente, elijo dos piezas que combinan. Cierro la puerta del armario, aunque sé que soy la única en esta planta de la casa, y empiezo a quitarme la ropa. —Oh, no—, gimo cuando me miro en el espejo. —¿Todo bien ahí dentro?— pregunta papi desde fuera de la puerta. Salto al oír su voz amortiguada por la puerta cerrada. —No estoy segura de que esto vaya a funcionar—, digo. —Seguro que está bien. Sacudo la cabeza ante mi reflejo. Me salgo del bañador... por todas partes, me dio algo de pena ser tan gordita. Me giro a un lado y a otro, viéndome más de lo que jamás habría esperado en un traje pensado para llevar al aire libre. —Déjame ver—, dice papi. —No creo que así es como se supone que debe verse. —¿Puedo abrir la puerta?—, pregunta. —Yo... sí. Supongo que sí. Me giro para ver cómo gira el pomo. El mecanismo hace clic y la puerta se abre. Papi se queda con la boca abierta mientras me recibe. —Estoy... muy gordita, creo. No dice nada. —Es imposible que encaje en la talla de mamá. —Parece perfecto—, dice con voz ronca. Se aclara la garganta y se acerca al mostrador, apoyando las palmas de las manos en la superficie fría. Me miro a mí misma. —¿Perfecto? Pero me preocupa que si nado...— Empiezo a mover los brazos en forma de molinete, imitando la brazada de pecho. Al hacerlo, el pequeño triángulo de tela que sólo me cubre la punta del pecho se abre hacia un lado, dejándome al descubierto ante mi padrastro. Chillo y levanto la mano para cubrirme el pecho desnudo. La forma en que papi me mira hace que el pulso me lata entre las piernas, como cuando Oliver me besó. Sólo que papi ni siquiera me ha tocado. Sólo me ha mirado.

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