Capitulo 2

3131 Words
Jonatan —Mierda—, ronco. —Lo siento. Lo siento mucho—, dice. Yo no. No lo siento en absoluto. Su cuerpo está rellenito y redondito, al igual que sus tetas, me gusta. Y la forma en que rebotaban mientras movía los brazos me hace agua la boca. —No deberías de sentirlo—, le digo. —Tienes un cuerpo muy bonito. Se queda con la boca abierta. Con las manos tapando sus pechos, sus respiraciones rápidas son muy evidentes. ¿Estará la mitad de excitada que yo? —Tu madre dice que en casa de tu abuela no se hacen muchos cumplidos—, le digo. Ella sacude la cabeza. —Es una pena, porque probablemente no tienes ni idea de lo hermosa que eres. Se muerde el labio inferior y se queda mirándome como si no supiera qué responder. Pero su respiración sigue siendo rápida e irregular. —¿Sabes lo poco común que es ver pechos tan perfectos?— Pregunto. Ella sacude la cabeza. —No, papi. Papi, esa palabra hace que la electricidad me recorra la columna vertebral hasta aterrizar en mis pelotas. —Dios—, susurro mientras me agacho y presiono con el talón de la mano mi dolorida polla. Javiera es preciosa. Quiero tomarla y descubrir cada centímetro de ella. Quiero tocarla y saborearla. Quiero hacerla estremecer y gritar. Y de repente, me pregunto hasta dónde puedo llegar. —Enséñale a papi—, le digo. —¿Qué? —Baja las manos. Muéstrale a papi. Se queda quieta, mirándome. Levanto una ceja. Quizá necesite otro cumplido. Dejo que mi mirada recorra cada centímetro de ella. —Enséñale a papi lo hermosa que eres. Cuando sus manos se crispan, contengo la respiración. ¿Me enseñará? ¿Me dejará ver sus pezones rosa? ¿Me dejará saborearlos y apretarlos entre los dientes? Finalmente, después de lo que parecen minutos, pero sólo son unos breves instantes, Javiera baja sus temblorosas manos a los costados. Me quedo parado un momento, atónito, mientras mi polla se flexiona en mis pantalones como si quisiera alcanzarla. No puedo creer que esto esté ocurriendo de verdad. ¿Está tan hambrienta de contacto, de mi contacto, que seguirá haciendo lo que yo le diga? El poder es tan embriagador que me preocupa correrme en los pantalones como un adolescente cachondo. —Quiero tocarte—, digo, con la voz ronca por la lujuria. —¿Quieres que te toque? Ella asiente sin dudarlo. —Sí, papi. El hambre me quema por dentro. Hasta las pelotas me palpitan con el fuerte latido del corazón. Tengo que cerrar las manos en puños para no tomarla y arrastrarla hacia mí y meterle la lengua en la boca. Nunca he deseado nada en mi vida como el deseo de enterrarme en Javiera. Cuando me alejo de la isla en la habitación y Javiera ve el bulto en mis pantalones, sus ojos se abren de par en par. Voy a tener que moverme despacio para que se acostumbre a mi tamaño. Nunca he follado con una virgen antes, ni siquiera cuando era uno. Así que voy a ir despacio. Voy a mostrarle el placer de mis dedos y mi lengua hasta que esté suplicando por la polla de papi. *** Javiera Por un momento, cuando bajé la mano, papi se limitó a mirarme. Me preocupaba que lo odiara, pero me encantó. Incluso las puntas de mis pechos palpitaban de placer ante la mirada de sus ojos. Otros hombres me han mirado de forma parecida, pero sólo con una fracción de lo que hay en los ojos de papi. Me cuesta poner nombre a la fuerte emoción que se refleja en ellos. Lo único que se parece es el hambre. Es como ver a un animal salvaje que ha estado hambriento contemplando una comida rellenita. Cuando papi se aparta del mostrador, veo que tiene un enorme bulto en los pantalones, es evidente que está excitado. No sé mucho de sexo, sólo lo que he podido aprender sin el conocimiento de la abuela, que no es mucho más que ver animales en la granja vecina y las palabrotas que Oliver solía susurrar durante la iglesia los domingos. Pero nunca miré hacia abajo fijándome en Oliver. ¿Tenía un bulto tan grande en los pantalones? No lo sé. Lo que sí sé es que lo que sea que esté cubriendo los pantalones de papi es enorme. Tal vez demasiado grande para mí. Cuando se acerca a mí, espero que papi me agarre. Pero no lo hace. En lugar de eso, simplemente me pasa los nudillos por la mejilla. Es un toque suave que se desliza por mi cuello y mi pecho. Cuando me toca el pezón tieso, se me corta la respiración. Nunca me había sentido tan bien. —¿Te gusta?—, pregunta. Asiento frenéticamente. No quiero darle ninguna razón para que pare. Me roza el pezón con el pulgar y me lleva la mano a la barbilla. Me echa la cabeza hacia atrás hasta que lo miro a los ojos. —Necesito ver tu cara. Quiero ver lo que te hace cada caricia—. Me pasa la yema del pulgar por el labio inferior. —Ya tienes los ojos vidriosos y apenas te he tocado. Se inclina y acerca su boca a la mía. Al principio es un beso casto, lo que me decepciona. Quiero que me bese como lo hizo Oliver. De algún modo, sé que con papi será aún mejor. —Quiero verlo todo. Enséñaselo todo a papi. Y me desata la cuerda de la nuca. La parte de arriba cae. Mientras me echo la mano a la espalda para desatar el resto, papi me empuja las bragas por las caderas hasta que caen al suelo. Luego me levanta del suelo y me deja sobre la encimera. No puedo evitar el chillido que se me escapa al posar el culo en la piedra lisa y fría. Una vez más, papi me levanta la barbilla. Esta vez no tiene que inclinar tanto la cabeza hacia atrás. Y esta vez, cuando su boca toca la mía, su lengua me lame el labio inferior. Me abro a él de inmediato, tan hambrienta de él como él de mí. Cuando su lengua se desliza por la mía, los dos gemimos. Sus palmas suben por mis muslos hasta agarrarme por la cintura. Cuando me desliza hacia delante, jadeo en el beso porque su longitud cubierta de tela se arrastra por la cara interna de mi muslo antes de presionarme en el centro, rozando ese pequeño manojo de nervios que me hace saltar el pulso cada vez que me he atrevido a tocarlo. Papi tira de mí para acercarme, apretándose tanto contra mí que el aire no puede abrirse paso entre nosotros. Mi cuerpo se estremece por la necesidad de moverme. Intento contenerme, pero después de unos instantes más, su lengua contra la mía, sus manos moviéndose sobre mí, simplemente me dejo llevar. Mi pelvis se inclina y se balancea mientras nos retorcemos el uno contra el otro. Cuando papi por fin se retira, presiona su frente contra la mía. Nuestras respiraciones jadeantes se mezclan entre nosotros. —Esto está tan mal—, susurra. —Tan sucio. Pero no voy a parar. No quieres que papi pare, ¿verdad? —No. Sus labios se abren en una sonrisa que la abuela Teresa calificaría de malvada. Sin embargo, no me asusta, simplemente me llena de expectación. Las manos de papi suben por mi torso hasta tocarme los pechos. —Se me hace agua la boca con tus pezones—, me dice. Luego se inclina y chupa uno en su boca caliente. Mi espalda se arquea y mis caderas se sacuden hacia delante, echando de menos la presión de su duro cuerpo. —¿Te ha tocado alguien así alguna vez?—, me pregunta, con su cálido aliento sintiéndose fresco sobre mi piel húmeda. Sacudo la cabeza. —¿Alguna vez te han besado así, un beso de verdad, un beso con lengua?. —Una vez—, admito. —Pero no fue tan bueno como tu lo haces, papi. Siento su dureza sacudirse contra mi pierna mientras gime. —Lo decía en broma, pero en cuanto me llamaste papi de verdad, lo supe. Sabía que iba a tomarte, a tocarte, a probarte, a follarte—. Me estremezco ante sus sucias palabras. —¿Es eso lo que quieres, Javiera? ¿Quieres que papi te folle? —Sí. —Dime. Usa esas palabras traviesas. Díselo a papi. —Yo... quiero que... me folles, papi. Sus dedos se clavan en mis caderas cuando las palabras por fin se liberan. —Lo haré, pero no hoy. Voy a hacer que te corras una y otra vez hasta que me supliques que te estire con el grosor de mi polla. No sé si estar excitada o asustada. Una parte de mí quiere aprender todo lo que hay que saber sobre el sexo, especialmente el sexo él. Otra parte de mí no cree realmente que quepa dentro de mí. Se acerca al borde del mostrador, con las caderas entre mis rodillas. Desliza sus palmas por mis piernas, separándolas suavemente. No puedo creer que esto esté pasando. El beso de Oliver y sus caricias parecían tan inocentes cuando estaban sucediendo. En comparación con lo que papi está haciendo, son francamente inocentes. —¿Soy una puta?— Pregunto de repente. Papi me mira lentamente a los ojos. —No sé cómo una virgen tan pura como la nieve puede ser una puta—. —Pero estás casado con mi madre. Y técnicamente, eres un extraño. Me sonríe. —¿Y si a papi le gustan las putas? ¿Y si quiero que seas una puta sólo para mí? ¿Lo harías? Asiento con la cabeza. —Quiero que me toques, que me beses. Aunque esté mal. —¿Quieres aprender todo sobre el sexo? —Sí, papi. —Entonces te enseñaré. Te daré lecciones. La primera es sobre tus pechos. Me rodea la cintura con las piernas y me acerca a él. Gimo cuando su cuerpo me roza. El material de sus pantalones me roza. Me siento tan bien que aprieto un poco más las piernas. Con una sonrisa arrogante, se sube la camiseta y se baja los pantalones. Yo sigo, dispuesta a sentir su piel sobre la mía, pero la suave barrera de sus bóxers sigue separándonos. Cuando me besa, mis caderas parecen cobrar vida propia. Se levantan, se retuercen y giran. Se aparta lo suficiente como para quitarse la camisa de un tirón. Su último beso aprieta nuestros cuerpos. El vello de su pecho me roza los pezones rígidos y sensibles. Siento cómo se me contraen las entrañas de lo bien que se siente contra mí. Gimo en su boca cuando sus manos agarran mis nalgas y me inclinan más hacia él. —Dios—, respira mientras ambos jadeamos. —Puedo sentir lo mojada que estás, incluso a través de mis boxers. Se balancea hacia delante, empujándome hacia algo que no sé muy bien cómo manejar. Me agarro a sus brazos y me arqueo hacia atrás. Papi aprovecha para inclinarse y chuparme un pezón. La succión húmeda y caliente me hace retorcerme. Manteniendo una mano en la base de mi columna, papi mueve la otra hacia mi otro pezón. Mientras me chupa uno, me pellizca y tira del otro. —Papi—, grito, porque nunca nada me había sentado tan bien. Es un placer tan agudo que casi duele. Mis caderas se balancean. Mi espalda se arquea con fuerza. Me aferro a algo que está fuera de mi alcance. —Por favor—, le ruego. —¿Necesitas correrte, cariño?— Pregunta. —Yo... ¿Es eso lo que necesito? Me da vergüenza admitir que, aunque he oído esa palabra en relación con el sexo, pensaba que era algo que sólo hacían los hombres. —¿Quieres que papi haga correrte? —Sí. Por favor. Me pellizca el pezón, haciéndome jadear y luego gemir. —Tan sensible. Veamos si podemos hacer que te corras jugando con los pezones. Puedes seguir frotando tu clítoris a lo largo de mi pene si eso ayuda también. ¿Es eso lo que estoy haciendo? La fricción es como el paraíso en la Tierra. ¿Es por mi clítoris? Sigo balanceándome contra él mientras vuelve a inclinarse. Me agarra el pezón con los dientes, tira de él y me lo toca con la lengua. Sigue pellizcando, enrollando y tirando del otro pezón. Es como si un rayo de electricidad saltara entre mi clítoris y mis pezones. ¿Es eso lo que se supone que tiene que pasar? No puedo contener los gemidos y gruñidos desesperados que salen de mis labios mientras él trabaja cada vez más deprisa. Me agarro con fuerza a sus brazos, me arqueo con fuerza y le empujo los pechos con todas mis fuerzas. —Córrete para papi—, él ronca. Y es entonces cuando algo estalla dentro de mí. Es como un puño que se aprieta, tratando de contener todo el placer dentro. Pulsa y estalla, enviando una felicidad insoportable a cada célula de mi cuerpo. Cuando por fin vuelvo a ver bien, me lo encuentro mirándome con la misma expresión hambrienta. Me doy cuenta de que sigue duro como una piedra contra mi muslo. —Lección uno—, dice. —Ahora sabes cómo se siente un orgasmo. —Pero yo también quiero verte tener un orgasmo—. Me vuelve a dedicar esa sonrisa malvada. —Esa es la segunda mitad de la lección uno. *** Jonatan Javiera es condenadamente natural. Nunca había visto a una mujer llegar al clímax jugando con sus pezones. Claro, ella también se frotaba contra mí, pero tengo la sensación de que se habría corrido a pesar de eso. Estoy tan excitado que siento que me arden las pelotas. Y aunque ella ya tuvo su momento, quiere ver cómo me corro. Esa curiosidad natural es algo que quiero fomentar en ella. Pero también tengo que tener cuidado. Cuando empecé a salir con Raquel, pensé que tenía un gran apetito s****l, pero en realidad era una rebelión contra su estricta educación. Por otra parte, nunca fue tan sensible o curiosa como parece ser Javiera. Me acerco a Javiera para darle otro beso. Sigue frotándose contra mí, aunque por lo que parece acaba de tener un orgasmo bastante decente. ¿Estoy mal, porque me encanta haberle dado el primer orgasmo que ha tenido con un hombre, siendo su padrastro? Y estoy jodidamente seguro de que es demasiado ingenua para intentar fingir nada. Sus reacciones son cien por cien reales. —¿Te gustó que papi te hiciera correr?— Pregunto contra sus labios. —¿Es mejor que cuando te tocas? —Yo no—, sacude la cabeza. —No me toco, no así. Me echo hacia atrás, atónito. Dice que solo ha besado a un chico, pero no creo que eso signifique que nunca se haya masturbado. —¿Así que nunca has tenido un orgasmo antes? De nuevo, sacude la cabeza. Cierro los ojos porque, mierda, qué excitación. Quiero que cada uno de sus orgasmos sea mío. Me inclino y la beso con más hambre que antes. Le muestro con la boca cuánto la deseo. Luego me bajo los calzoncillos hasta los muslos. La cabeza de mi polla ya asomaba por encima de la cintura, así que es muy fácil. Pero cuando aprieto las nalgas, mi polla se desliza hacia arriba y sobre ella. Está tan mojada. Tan jodidamente húmeda. Su crema cubre la parte inferior de mi polla mientras subo y bajo. Javiera se estremece al sentirme, piel con piel, entre esos dulces muslos. Mantengo la mano derecha en su espalda para sostenerla mientras alargo el beso. Mi mano izquierda agarra su muñeca derecha, tirando de su brazo entre nosotros. Quiero mantenerla distraída porque es muy sensual cuando está excitada. Deslizo su mano hacia abajo hasta que está en el lugar perfecto, y luego la envuelvo alrededor de la base de mi polla. Pongo los ojos en blanco y tengo que apretar todos los músculos de debajo de la cintura para no correrme mientras ella me agarra con fuerza. Nos quedamos inmóviles hasta que puedo respirar un poco. Con movimientos lentos, muevo su puño arriba y abajo, mostrándole cómo me gusta que me toquen. Javiera aprende rápido y con muchas ganas. Como no puede rodear todo mi contorno con su pequeña mano, pone en juego la otra. Con sus dos manos rodeándome en un apretado túnel, empujo mis caderas hacia arriba. Con un gemido, me agacho y le muestro que quiero aún más. —Más apretado—, ronco. —¿Más? Cuando asiento con la cabeza, aprieta los puños con más fuerza alrededor de mi pene. Inclina su cabeza hacia abajo, viendo cómo la cabeza del hongo se desliza arriba y abajo, arriba y abajo. Me muero de ganas de ver esa misma punta desaparecer dentro de ella. Los dos la observamos mientras experimenta. Me agarra con firmeza ahora que sabe que lo deseo, pero a partir de ahí, experimenta. Desliza sus manos juntas arriba y abajo. Luego las separa. Gimo y empujo, moviendo las caderas al ritmo de sus manos. Intento animarla, decirle lo bien que me siento, lo mucho que la deseo, lo impaciente que estoy por recibir su próxima lección de sexo. Pero me cuesta mantener un hilo de pensamiento mientras la observo. Está embelesada, sin apartar la vista de mi polla mientras su mano se desliza con facilidad por su longitud. La mezcla de su crema y mi semen le facilitan el camino. Y con cada uno de mis gruñidos de necesidad, aumenta la velocidad. Me siento palpitar y dilatarme en sus garras. Justo cuando me doy cuenta de que no aguantaré mucho más, Javiera hace algo que me hace gritar. Sus manos giran en direcciones opuestas. Mi polla está tan resbaladiza que lo que podría causar dolor crea la fricción perfecta. El calor sube como un cohete desde mis huevos y se bifurca en dos, subiendo por mi columna vertebral y mi polla simultáneamente. Mis caderas se agitan y empujan una y otra vez. Cada chorro de eyaculación sale disparado hacia arriba, pintando las tetas de Javiera de blanco, su abdomen, su muslo e incluso los relucientes labios de su coño. Y cuando estoy vacío, pero todavía duro, mi polla se retuerce en su mano ante el espectáculo que tengo delante. Pronto, me digo. Muy pronto, veré mi esperma goteando dentro de ella mientras la saco. Tarareo al pensarlo antes de darle un último beso hambriento en la boca.
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