Ximena
Desperté con un concierto de tambores en mi cabeza y una urgencia que me pateaba en la barriga, amenazando salir disparada por la garganta. Me levanto gateando al baño y vomito, sale mucho. Hago esfuerzo para respirar mientras hago el juramento de los amanecidos, “no vuelvo a tomar”. Al salir del baño me sorprendo al ver unas manos, una que me ofrece un vaso y las otras dos pastillas. Le miré la cara y el suelo parecía que se me derrumbaba, era él, el perro cobarde estaba ahí conmigo. Es posible que el suelo se abriera y de este brotara un río de lava que me recorrió el cuerpo, llenándome de ira. Le tumbó de una cachetada ese vaso, rompiéndose contra la pared.
—¡Eres un poco hombre! —le grito arremetiendo una cachetada dirigida a su rostro; el muy ágil me la detiene, y me contesta:
—No hagas las cosas más difíciles, ya de por sí son muy complejas.
Lo sigo tratando de golpear con la otra mano a la que también me agarra y me abraza, quizás fue la bebida que aún tenía en el sistema, pero sentí su olor, el de él, no de su colonia, sintiéndome por unos segundos en el paraíso que hace minimizar mi rabia.
—Eres un cínico, me hiciste pasar la vergüenza de mi vida, me casé sola —le menciono más calmada, mientras su aroma me sigue haciendo cosquillas en la laringe.
—No concibo que ustedes sepan, que es la vergüenza —me dice el muy cruel, mientras puedo ver que en el espejo de la pared donde nos reflejamos, nos vemos abrazados como si fuéramos la mejor pareja, por eso dicen que los espejos reflejan lo contrario.
—Y me sigues insultando, no tienes límites a tus improperios, —trato de mirarlo a los ojos, intentando descifrar qué hay en su alma.
—Tú sabes las razones de esta farsa, yo traté de cumplir mi parte como mejor puedo, —me lo dice apretándome contra su ser, donde puedo sentir ese cuerpo atlético, supongo que siento su calor que me enciende como pólvora, sin querer me muerdo los labios y dejo escapar un suspiro.
—Al menos debiste cumplirlas de la mejor forma posible, —le digo pegándomele, friccionándole mi cuerpo.
—Ha sido difícil, la verdad, no estaba seguro de esto, no quería… —. Le cierro la boca con mis labios, dejándome llevar de mis impulsos, de nuevo el muy cretino me hiere apartándome y corriendo rumbo a la puerta, asustado como un niño pequeño.
—Vamos, aunque sea cumple con tus labores maritales, esforcémonos porque esto funcione, aprovechemos esta suite presidencial y consumamos nuestra luna de miel, —se lo murmuro jadeando, imaginándome que soy una bella actriz de película para adultos y el baboso me responde:
—No estoy listo y francamente no sé si lo estaré algún día, considero que debemos fingir las apariencias de puertas para afuera y en nuestra intimidad ser como meros conocidos.
—Hay conocidos y amigos que tienen relaciones. —le susurro mientras me desvisto suave, como supongo que sucede en esas películas, solo que al quitarme el pequeño panti que parece cordones de zapatos, me enredo cayendo de bruces al piso. Qué vergüenza por fingir algo que no soy, siento que sus fuertes brazos de nuevo me abrazan, colocándome en el lecho.
—Ahora sí fue. — pensé y de nuevo terminé como ilusa, solo me arropo con las sábanas. Un coctel de sentimientos me inunda, unas gotas de deseo, una copita de vergüenza, unos tragos de decepción y muchas botellas de ira pura.
— ¿Entonces para qué viniste? —le reclamo furiosa, dejando escapar las lágrimas que trate de retener, me envuelvo en las sábanas, apretándolas, imaginando que lo ahorcó.
—La verdad no tenía planeado venir, no quería verte, solo que mi abuelo me encontró y se valió de sus poderes persuasivos, casi me incapacitó, me hizo que te trajera cargando a la habitación, además me obligó a disculparme con todos, en especial con tus padres, cómo los detesto, —explicó el muy miserable, provocando que me levante y esta vez sí le conecté una cachetada en su barbado rostro. Qué fea barba, es degenerada, es irreal, que con tanto dinero no se compre una afeitadora o quizás está de pelea con su barbero. Le grito tratando de sacar todo mi resentimiento.
— ¡Te prohíbo que te metas con mi familia! Eres un cobarde, mentiroso y me imagino que hasta raro debes ser, ya que no quieres cumplir con tus deberes maritales.
—No soy de esos, no tengo nada en contra de ellos, solo que no me siento cómodo estando con una persona por la que no siento nada, bueno, al menos nada bueno, —me balbuceó el tarado, abriendo la puerta.
—Espera —le gritó—. ¿Tú me trajiste?, ¿Pasó algo?, ¿lo hicimos?
—Te traje, pero no, yo nunca sería capaz de aprovecharme de una mujer, odio a los aprovechados y degenerados, como tu familia, que se aprovechó de haberle salvado la vida a mi abuelo, quizás fue todo planeado por ellos desde el principio —me contesta apretando los dientes como perro furioso.
—Mejor, la verdad no quiero que me toques, finjamos ser un matrimonio, igual no seriamos los primeros, ni los últimos, —digo adjuntando mi mirada malvada.
—Sí, eso, pero por favor no te hagas la sufrida con mi abuelo, —menciona, provocándome ganas de acariciarlo y de rasguñarlo, trato de contestarle, consiguiendo que se me escape el llanto:
—No soy una sufrida, no necesito tu compasión, no sabes todo lo que he sufrido, eres un insensible. —el llanto me corta el habla, él se marcha, se va como un ladrón sin hacer ruido, me robo la calma, lloro amargamente, imagino que la habitación se inunda con mis lágrimas, trato de mantenerme cuerda recordando los hechos que me condujeron a este dilema, o el dilema que me condujo a estos hechos.
Me llegan recuerdos vagos, entre borrosos, difíciles de diferenciar si de verdad sucedió o fue un sueño, la noche que perdí a mis verdaderos padres, el olor a gasolina y asfalto, de cómo fuimos rescatadas con mi hermana. El vidrio panorámico lleno de agujeros, mis padres sentados con sus cabezas agachadas inmóviles, un dibujo de una D con huesos que me provoca terror. El recuerdo de la junta de accionistas tomando el control de la empresa de joyas de mis padres, del abogado leyendo el testamento donde otra condenada cláusula me obligaba a casarme con un heredero de don Joseph, para poder tomar el control de esos negocios. Recuerdo a mi asqueroso tío cómo abusaba de nosotras y de cómo su horrible esposa, al descubrirlo, hizo todo lo posible para encubrirlo, nos llamó mentirosas frente a todos y sus artimañas nos pusieron de patitas en un orfanato, donde sufrimos aún más desventuras. Son recuerdos que tal vez borre para hacerme fuerte, recuerdos malos que no valen la pena rememorar. Me llegó a la mente haberme cortado un brazo, jurando a la luna vengarme de todos, y ahora me siento aquí como una piedra impávida. De pronto mi conciencia es como un relámpago que cae partiendo esa roca, mi destino es el triunfo, no puedo minimizarme, tengo que salir adelante a pesar de las dificultades, esta es otra más del montón y la superaré, algún día será solo un mal recuerdo borroso, al que consideraré que fue una pesadilla.
Y así fue, durante tres años viví cosechando malos recuerdos en su villa privada, aparentando un matrimonio de ensueño, hasta que los desprecios se hicieron intragables, los desplantes intolerables, incluso me trasteé a un apartamento cercano, pero fue inútil, no soporté esta situación de ser una esposa de mentiras, aunque casi no nos encontremos. Por eso no resistí y en la reunión familiar, a la que tampoco se presentó, le pedí el divorcio a su abuelo, quien casi le da un infarto por el enfado. Ojalá me perdone, lo aprecio mucho, al final, entre mil objeciones, acepta por mi felicidad, —la vida es dicha, —me finaliza diciendo y envía a una hermosa mucama a notificarle a Ángelo mi decisión de divorciarnos.
Me quedo llorando en los brazos de don Joseph en un momento que parece quedarse suspendido en la eternidad; es el fin de un ciclo y el comienzo de mi emocionante vida.