XIMENA
—Al fin se me hizo el milagro—, recitaba Benito mientras le quitaba la ropa a Ximena y ella murmuraba: —Ángelo, Ángelo, Ángelo…
—Si soy ese tal ángel, soy tu ángel—, Benito gemía mientras la besaba.
—Alto, tú no eres, mi Ángelo, él no besa así de feo, no huele a camarón y por supuesto no tiene esa barriga de camionero, ¡ayuda!
—¡Cállate, perra!, —y le pego una bofetada, dejándola inconsciente por unos segundos.
Volvió en sí muy asustada; ese hombre también le estaba tomando fotos. Se miró y aún conservaba la ropa interior. Recordó las cámaras y se puso a gritar: —¡Ángelo auxilio!
—Relájese, señorita, nadie la va a oír, yo desactivé las cámaras y micrófonos de este lugar, es una falta de respeto a la privacidad, imagínese que vieran todo lo que vamos a hacer—, se le volvió a echar encima, tratando de besarla y queriendo quitarle las bragas, pero ella se sacudía e intentaba empujarlo.
—¡Colabore, perra! —dijo abofeteándola de nuevo.
Ella recordó las clases de jiujitsu, solo que no podía agarrarlo y menos al seguir recibiendo repetidos golpes.
—Espere, yo colaboro, por favor, espere—, ella le dijo tratando de darle confianza para buscarle el quiebre y el gordinflón se paró al verla como si de esa forma escuchara mejor.
—Me imagino que ya le está haciendo efecto esa cosa que le dio Catherine, amiga; sus efectos no se le van a quitar, a menos que tengamos relaciones como animalitos salvajes—, dijo el baboso quitándose la camisa llena de óxido.
—Sí, espera, hagámoslo suave, es que soy virgen y no quiero que me lastime—, ella propuso, observando el cuarto de reojo.
—Yo no le pongo cuidado a eso, no le veo la gracia a lo del desvergue; todo lo contrario, me gusta es que estén llenas de mañas, cosa que hasta le enseñen a uno—, él mencionó sonándose con la mano y quitándose las chancletas y medias.
—Espere, podemos hacer sus fantasías realidad, ¿si quiere le bailo?
—Ahora me va a bailar, pero en cuatro—, dijo el miserable echándosele encima otra vez.
—No, por favor, ¡ayuda!—, ella gritó y de nuevo fue abofeteada. Intento arañarlo o pellizcarlo, solo que el peso del cuerpo del obeso no la dejaba ni pensar. Rememoró una radio cerca, estiro la mano sin poderla alcanzar, tan solo lograba tocarla con los dedos. Mientras le esquivaba los besos babosos de su agresor, sintió que le rasgó el sostén. Luego procedió a hacerlo mismo con sus pantis y de ahí de seguro no se detendría. El radio antes parecía alejarse, la luz se movía al conjunto con el forcejeo de ese gordo. Entonces se fijó en que la habitación estaba iluminada por unas lámparas de piso colocadas ahí al lado de la cama. Seguro, al decorador se le ocurrió que sería un detalle sensual, aunque ahora se convirtió en un hecho afortunado. Buscó con su mano el tubo y lo encontró; estaba ahí accesible a la mano. Como decía don Joseph, todas las soluciones están a la mano, lo que pasa es que no logramos verlas. La sujetó y con toda su furia golpeó en la cara al agresor, quien se tumbó al piso cogiéndose la cara. Ximena intentó salir corriendo, solo que sus piernas no le dieron. Su equilibrio se descontroló; recordaba a una monja del orfanato que sufría ataques de vértigo y muchas veces, la encontraban tirada en el piso o andando como un gato, por eso mejor decidió gatear hasta la puerta. Se puso a quitar las trancas y una mano se posó sobre su hombro, jalándola hacia atrás, tumbándola al piso donde recibió varias patadas. Le agarro un pie y con uno de ella le pego en las gónadas; luego le aplico una tijera tumbándolo contra la pared. Gateó de nuevo, abriendo la puerta gritando: —¡Ángelo, ayúdame!
Unos meseros la vieron, reconociendo que ella era con la que estaba el patrón, aunque no entendían lo que balbuceaba.
—Esta es mi esposa, no se metan—, les dijo Benito, el primo de Catherine, saliendo de la habitación.
—Señor, lo siento, no podemos permitir ninguna clase de violencia en el barco, ella se ve muy golpeada—, uno de los meseros advirtió.
—Sí, vamos a llevarla a donde el doctor—, mencionó el otro.
—No se metan, esto es un asunto entre mi mujer y yo—, les gritó Benito.
—No, señor, nos vamos para la enfermería, si quiere búsquela allá—, el mesero le vociferó llevándosela.
—Primero, infórmemele al patrón, escuche que está loco por ella—, el otro mesero formuló.
—Si vamos, tienes razón, vigila que ese gordinflón no nos siga.
La llevaron arrastrando a donde Ángelo.
—Patrón, miré esta doña, es la que estaba con usted el otro día, al parecer el marido casi la mata a golpes.
Ximena lo reconoce, tirándose a los brazos, diciéndole: —Amor mío, escuchaste mis llamados de auxilio. Esa bestia me quería quitar mi pureza.
—¿Qué te paso? Se ve como drogada, por favor, llamen al médico—, Ángelo les dijo a sus guardaespaldas. —Y ustedes, señores meseros, por favor, díganme donde está el cuarto de ese sujeto.
Los meseros lo llevaron al cuarto donde Ángelo golpeó. El gordo abrió diciendo: —Ya era justo que me trajeran el vino que pedí hace una hora.
—Si este es su vino, vino y se fue—, Ángelo Bufo, golpeando con potentes ganchos en el rostro a ese gordo. Inclusive lo siguió atacando después que este perdiera el sentido, de no ser por uno de los meseros que era nuevo y aún no le tenía el suficiente respeto o temor al jefe de jefes, quien no aguantó que lo matara a golpes. Decidió sujetar a Ángelo, haciéndolo reaccionar.
—Quieto patrón, debe de saber primero quién lo envió o qué trama.
—Tienes razón, te daré un aumento, por tu decisión acertada—, expresó Ángelo, —por favor, lléveselo a Vivían para que por favor lo interroguen, quiero que escupa hasta la última gota de sopa.
Él regresó al cuarto muy preocupado por el estado de su amada.
—¿Doctor, cómo está?
—Señor don Ángelo, La paciente recibió varios golpes, que no le hicieron daño, ya que es fuerte. Lo que sí no tengo idea es que le dieron. Presenta los mismos síntomas de una paciente que un amigo examinó hace poco; es una especie de afrodisiaco, donde la única forma es calmar las ansias, puesto que el doctor intentó lavados, transfusiones y cosas por el estilo y nada sirvió. Lo único que funcionó fue el tratamiento intensivo del esposo, que calmó los efectos de esa toxina.
—Doctor, debe de haber otra cosa. Mejor llevémosla en mi helicóptero al mejor hospital del mundo.
—No, Ángelo, temo que el resultado será el mismo, o ensaye con una ducha fría, a ver si de pronto le baja la libido—, el doctor le mencionó, marchándose, dándole una palmada en la espalda, —llámenme cuando acaben.
—Ángelo, amor, hazme tuya por mi bien, por favor, estás muy lindo—. Ximena gemía, restregándosele como una gata en celo.