Ashlyn respiró profundamente, recuperando su compostura antes de regresar a la camilla y acercarse a Madison.
—¿Cómo se siente? —preguntó con voz profesional.
Madison, con una sonrisa triunfal, tomó la mano de Zahir y, mirándolo con dulzura, respondió.
—Mucho mejor, y más ahora que Zahir está aquí conmigo.
Ashlyn no dejó que su rostro revelara nada, y asintió con frialdad.
—Ya puede irse. Recuerde que necesita descansar.
—Así lo haré —contestó Madison, aunque su tono implicaba algo más.
Ashlyn miró a Zahir y le pidió, casi en un susurro controlado. —Acompáñame a mi escritorio para entregarte una receta médica.
Madison frunció el ceño, sosteniendo a Zahir con un aire posesivo.
—No tardes —dijo, casi como si le recordara a Zahir su lugar. Él asintió brevemente antes de seguir a Ashlyn.
En el escritorio, Ashlyn tomó asiento y comenzó a escribir en silencio. Sin mirarlo, sentía su presencia de Zahir observándola fijamente.
—Lamento todo esto, Ashlyn —dijo Zahir en voz baja, casi como si se sintiera obligado a disculparse—. Pero pronto, no tendrás que lidiar con ella y menos ni conmigo.
Ashlyn le lanzó una mirada llena de dolor y orgullo. —No te preocupes por cómo me siento. Ahora solo deberías enfocarte en tu amante y en el hijo que tendrán juntos.
Zahir suspiró, desviando la mirada, y murmuró. —Eso hago. Ellos son mi prioridad ahora.
Tomando la receta de sus manos, se dio la vuelta y salió sin decir más.
Ashlyn lo observó mientras regresaba a Madison, quien se recostó de su brazo con un aire de triunfo.
Los miraba alejándose, y todo eso parecía arrancarle un pedazo del corazón, y cuando ya no pudo verlos más, las lágrimas brotaron sin control.
Esa noche, al regresar a la mansión, Ashlyn subió a su habitación, esperando que el silencio de su espacio le trajera paz.
Al despojarse de su ropa, caminó hacia la ventana, buscando algún consuelo en la luna, que brillaba solitaria en el cielo.
Fue en ese momento que su mirada se desvió hacia el jardín, donde vio la figura de Zahir, sentado en el borde de la piscina.
Sostenía una botella de vino, bebiendo directamente de ella, la silueta de su cuerpo recortada en la penumbra, mientras su mirada perdida se fundía con la quietud del agua.
Ese espectáculo, tan melancólico y frustrante, le hizo hervir la sangre.
Sin pensarlo demasiado, decidió bajar y enfrentarlo, quizás para pedir respuestas, o tal vez solo para aliviar el dolor que le rasgaba el alma.
Sin embargo, cuando apenas había descendido la mitad de los escalones, una voz cargada de veneno la detuvo.
—Finalmente te quitaré lo que tanto amas —dijo Madison, parada al pie de la escalera, con los ojos brillando de una satisfacción oscura.
Ashlyn la miró con frialdad y respondió, con un tono bajo pero firme.
—No estoy compitiendo contigo. Esto no es un juego, Madison.
Madison sonrió burlonamente, disfrutando de cada palabra mientras subía y se paraba frente a ella.
—Pues yo disfruté cada noche con él. ¿Sabes? —continuó con malicia— Zahir deseaba tanto ser padre… que tuvo que rendirse ante mí para conseguirlo. Porque tú, Ashlyn… como mujer estás muerta.
Las palabras de Madison la atravesaron como cuchillos, despertando un dolor profundo y lacerante.
Sin poder contener la furia que se acumulaba dentro de ella, Ashlyn levantó la mano y la abofeteó, un gesto impulsivo que dejó a Madison sin aliento, pero solo por un momento.
En lugar de ofenderse, Madison simplemente sonrió, una sonrisa oscura, maliciosa, que revelaba la intención de algo aún más siniestro.
Antes de que Ashlyn pudiera comprender lo que sucedía, Madison dio un paso hacia atrás, mirándola con una expresión retadora, y luego, sin previo aviso, se dejó caer.
Su cuerpo rodó escaleras abajo, golpeando cada peldaño con un estruendo que resonó en la mansión vacía.
En el preciso instante en que el cuerpo de Madison llegó al último escalón, Zahir abrió la puerta de la mansión, sosteniendo la botella de vino, su expresión relajada cambiando de inmediato al ver la escena que tenía frente a él: Madison tendida en el suelo, con el rostro contorsionado en una expresión de dolor, y Ashlyn inmóvil a mitad de la escalera, con el horror reflejado en sus ojos.
—No… No lo hice —susurró Ashlyn, con la voz quebrada, sus manos temblando mientras intentaba procesar lo que acababa de ocurrir.
Pero Zahir no respondía; sus ojos estaban fijos en Madison, el desconcierto y la confusión nublando su rostro.
Ashlyn, intentando sacudirse el pánico, bajó rápidamente los escalones y se arrodilló junto a Madison para verificar su estado.
—¿Estás bien? —preguntó, con genuina preocupación, pero la mirada de Madison se llenó de lágrimas fingidas, mientras trataba de retorcerse de dolor.
—Me… me empujó —sollozó Madison débilmente, estirando una mano hacia Zahir.
La acusación cayó como una bomba en el ambiente.
Zahir avanzó con el rostro endurecido por la rabia, mirando a Ashlyn con una mezcla de desilusión y furia.
—¿Es cierto, Ashlyn? ¿La empujaste? —preguntó, con un tono bajo y cortante.
Ashlyn negó con la cabeza de inmediato, su voz temblando al intentar explicar.
—¡No! Zahir, yo no la empujé. No haría algo así, tienes que creerme.
Pero antes de que él pudiera responder, Madison soltó un sollozo desgarrador, retorciéndose en el suelo como si el dolor fuera insoportable.
—Zahir… ella me empujó porque no quiere que tengas un hijo conmigo. Me lo dijo… dijo que preferiría vernos muertos antes que dejarme darte un hijo. Ella… ella quiso matar a nuestro bebé.
Zahir apretó los labios con una expresión de contención. Miró a Madison, luego a Ashlyn, y sus ojos se llenaron de desconfianza.
Sin pronunciar una palabra más, se agachó y levantó a Madison con cuidado, acomodándola entre sus brazos.
Ashlyn, paralizada, trató de dar un paso hacia él, buscando algún rastro de comprensión en su rostro, pero todo lo que encontró fue una frialdad impenetrable.
—Zahir… tienes que creerme. Yo no hice nada —dijo en voz baja, pero él ya no parecía escucharla.
Sin mirarla, Zahir llevó a Madison hacia la puerta de la mansión y salió con ella rumbo al hospital, dejándola sola en medio de la escalera, rodeada por un silencio helado y la sensación de que su mundo se desmoronaba aún más.