La noche caía cuando Ashlyn regresó a la mansión, aún aturdida por la jornada y con el pesar de haber recibido la visita de Madison.
Mientras cruzaba el umbral, un extraño silencio llenaba el aire, uno diferente, más tenso y opresivo de lo habitual.
Sintió un escalofrío, como si presintiera que algo estaba a punto de suceder, algo que cambiaría todo.
Al avanzar hacia la sala principal, sus pasos se detuvieron al ver a Zahir de pie junto a Madison, quien estaba sentada en el sillón, envuelta en una manta.
Madison levantó la mirada hacia Ashlyn y esbozó una pequeña sonrisa, tímida y casi lastimera.
Ashlyn sintió que el aire le faltaba. Sabía que la presencia de Madison en la casa no presagiaba nada bueno.
Zahir dio un paso hacia ella, sus ojos se veían fríos y decididos.
—Madison se quedará a vivir en la mansión a partir de ahora —dijo sin rodeos, como si estuviera anunciando un cambio de muebles o una simple decisión sin importancia.
Ashlyn parpadeó, incrédula, mientras sus manos temblaban. No podía creer lo que estaba escuchando.
Apretó los labios, tratando de contener el dolor y la ira que se agolpaban en su pecho.
—¿Qué estás diciendo, Zahir? —Su voz era apenas un susurro—. ¿Quieres que viva aquí… en nuestra casa? Esto es una crueldad.
Él la miró sin la más mínima compasión, sus ojos oscuros tan impenetrables como siempre.
—No me importa lo que pienses, Ashlyn. —Su tono era definitivo, cortante—. Ya no eres parte de esta vida. Solo tienes que firmar el divorcio y marcharte.
Las palabras de Zahir la derribaron por completo, su corazón lloraba por dentro mientas que sus ojos estaban a punto de estallar.
Luchando por mantener la compostura, alzó el rostro y se negó a ceder. —No voy a firmar el divorcio, Zahir. No te lo voy a poner tan fácil.
El silencio en la sala ya era más denso de lo habitual, y entonces, Madison, en un movimiento dramático, posó una mano sobre su pecho como si algo le doliera.
Adoptó una expresión frágil, con un suspiro que sonó casi melodramático.
—Zahir, no quiero causar problemas… De verdad no es mi intención. Tal vez lo mejor sea que me marche y que… encuentren una solución que no los lastime.
Sus palabras eran como un susurro, y una sombra de vulnerabilidad cubría sus ojos, como si llevara un gran peso a cuestas.
Ashlyn sintió un extraño escalofrío al observarla; algo en aquella actuación le resultaba inquietante, casi calculado.
Zahir, sin embargo, pareció conmoverse. Sin pensarlo dos veces, se inclinó hacia Madison, le tomó la mano y le dedicó una mirada suave, una que Ashlyn apenas recordaba haber recibido alguna vez.
—No, Madison —dijo con firmeza—. No tienes que irte. Quien se irá será Ashlyn.
Ashlyn sintió que el suelo bajo sus pies se desmoronaba, y el dolor la recorrió con una intensidad que apenas podía soportar.
Apretó los puños, negándose a caer, a permitir que la vieran rota. Si él pensaba que la iba a vencer con esas palabras, estaba equivocado.
—No pienso irme, Zahir. No es justo. Esta también es mi casa, y no te voy a dar el gusto de verme irme.
Madison la miró, simulando preocupación, pero sus ojos destellaban con una chispa de triunfo apenas disimulada.
Ashlyn subió las escaleras casi corriendo, como si la estuvieran persiguiendo, no quería escuchar una sola palabra más.
Cerró la puerta de su habitación con un temblor en las manos. Se dejó caer sobre la cama, sus sollozos sofocados en la almohada mientras el dolor se abría paso, desgarrándola desde dentro.
Sentía como si su corazón estuviera siendo arrancado de su pecho. Las lágrimas fluían sin contención, reflejo de la impotencia, de la traición que ahora se adueñaba de su vida.
La casa que alguna vez había sido su refugio ahora se había convertido en una prisión fría y hostil.
Pasaron algunos minutos, y el silencio en la habitación fue interrumpido por el sonido de la puerta abriéndose.
Al levantar la vista, Ashlyn encontró a Zahir mirándola desde el umbral. Su rostro, imperturbable, apenas reflejaba un atisbo de compasión.
Su voz fue directa, casi como un mandato. —Firma, Ashlyn —dijo, sin preámbulos—. Termina con este calvario de una vez.
Ella se incorporó lentamente, aún con el rastro de las lágrimas en su rostro. Lo miró, intentando buscar en su expresión alguna señal de humanidad, alguna chispa del hombre al que había amado.
—¿Es esto real? —preguntó con un hilo de voz—. ¿Todo lo que estás haciendo, de verdad es real?
Zahir frunció el ceño, manteniéndose firme, como si el dolor de ella no le causara ningún impacto.
—Si no fuera real, no lo estaría haciendo —respondió, su tono gélido, sin rastro de duda.
Ashlyn sintió un nudo en el pecho, como si sus últimas esperanzas se hubieran desvanecido en esa simple respuesta.
Sin embargo, en medio de la desesperación, algo dentro de ella se negó a dejarlo ir tan fácilmente.
Caminó hacia Zahir con pasos lentos, se acercó a él, sus ojos llenos de dolor, pero también de algo más: una determinación desafiante.
Posó suavemente una mano en su rostro, sintiendo su respiración acelerarse mientras ella se inclinaba y sus labios encontraban los de él en un beso intenso.
Al principio, Zahir no reaccionó, como si estuviera intentando convencerse de apartarse. Pero la necesidad de ella, tan tangible, tan desesperada, empezó a derretir sus defensas.
Sin esfuerzo por alejarla, sus manos se posaron en su cintura, atrayéndola hacia él, y sus labios respondieron al beso con igual fervor.
Ashlyn sintió su cuerpo estremecerse mientras él la tomaba en brazos y la llevaba de vuelta a la cama, sus manos recorriendo su piel con una rapidez que solo el anhelo reprimido podía alimentar.
Cuando todo terminó y el silencio volvió a llenar la habitación, Zahir se incorporó. Ashlyn lo miró, su corazón acelerado aún palpitando con fuerza, y creyó ver un destello de duda en sus ojos.
Sin embargo, él volvió a cerrar su expresión en una máscara de indiferencia.
Se vistió rápidamente y, antes de salir de la habitación, se volvió hacia ella.
—Lo que pasó no cambia nada, Ashlyn. —Su voz era fría, calculada, como si no acabaran de compartir nada—. Firma los papeles y dame mi libertad para casarme con Madison.