A la mañana siguiente, cuando Zahir despertó, un silencio absoluto llenaba el departamento de Ashlyn.
Aún recostado, sus brazos buscaron a su lado, pero el espacio estaba vacío. Se incorporó lentamente, su mirada estaba recorriendo la habitación en busca de algún indicio de ella, pero todo estaba en su lugar, intacto.
Era evidente: Ashlyn se había marchado.
Zahir se levantó de la cama y caminó en silencio hacia la sala, sintiendo cómo el vacío y la soledad lo rodeaban.
Sus manos se aferraron a la barandilla de la ventana, observando la ciudad que comenzaba a despertar, ajena a la tormenta de emociones que lo consumía.
Finalmente, susurró, con el corazón en las manos y su voz frágil: “Te amo con mi vida, Ashlyn… perdóname por fallarte”.
Aquel arrepentimiento, esa confesión que solo el silencio escucharía, quedaba grabada en su interior.
Buscando algo que le dejara recordar su olor, Zahir se acercó al armario de Ashlyn y, abriendo la puerta, tomó un pañuelo de seda que colgaba en una esquina.
Lo sostuvo con delicadeza, inhalando su perfume, intentando retener su esencia.
Guardarlo era su manera de aferrarse a lo que ella había sido para él.
Ashlyn, por su parte, estaba ya en el avión. Sentada en su asiento, respiraba profundamente mientras miraba por la ventanilla el ajetreo del aeropuerto.
—Odio como mi vida pasó de la felicidad a la tristeza— Se dijo a sí misma mientras miraba por la ventana.
Ashlyn miró su bolso, en el que había guardado muchas cosas y entre sus pertenencias, llevaba consigo algo que apenas había tenido tiempo de procesar.
Antes de marcharse de su departamento, había tomado la prueba de embarazo que había dejado la noche anterior sobre la mesita de noche, metiéndola en su cartera sin apenas pensar.
Sentía suspenso, como si la respiración fuera a detenerse, abrió la cartera y sacó la prueba.
Al observar el resultado, la línea positiva parecía mirarla con una claridad aplastante.
Sintió cómo las lágrimas asomaban a sus ojos, su cuerpo atrapado entre emociones contradictorias.
Llevaba una mano a su vientre, sonriendo con un toque de ternura y, en un susurro, dijo:
“Voy a ser madre”.
La alegría y el dolor se mezclaban en sus palabras. Sabía que no estaba sola, que su bebé la acompañaría, pero también era consciente de la tristeza de no compartir este momento con Zahir, quien había elegido otro camino con Madison.
Intentó mantener el control de sus emociones durante el vuelo, pensando en todo lo que vendría, en cómo cambiaría su vida ahora.
Sabía que debía mantenerse fuerte, por ella y por el hijo que crecería dentro de ella.
Horas más tarde, el avión aterrizó en Madrid.
Ashlyn bajó con nerviosismo y expectativa, sintiendo que este nuevo país significaba una nueva etapa, una oportunidad de comenzar de nuevo.
Afuera, el clima era fresco, y ella tomó un taxi hasta el hotel donde se hospedaría.
El paisaje que se dibujaba ante sus ojos era diferente, con sus calles estrechas y edificios históricos, una imagen que la llenaba de paz y le recordaba que, en este lugar, tal vez, podría sanar.
Esa noche, después de instalarse en su habitación y refrescarse, Ashlyn se vistió con un elegante vestido largo de color vino.
Sabía que debía asistir a la inauguración del nuevo hospital, y aunque aún se sentía afectada emocionalmente, decidió centrarse en su futuro profesional.
La velada era importante, y en el fondo, deseaba que hubieran sorpresas para ella.
Al llegar al evento, el lugar ya estaba lleno de personas vestidas de gala, con sonrisas y miradas curiosas.
Alguien se acercó para ofrecerle una copa de vino, pero ella declinó con cortesía, recordando que debía cuidarse por su embarazo.
Se sintió aliviada por su propia discreción, aún no estaba lista para compartir la noticia.
Pocos minutos después, el director del hospital se acercó al micrófono y comenzó a hablar.
Su discurso estaba lleno de palabras de agradecimiento y de entusiasmo por el proyecto que estaba a punto de comenzar en aquel lugar.
Narró la historia del hospital, cómo había sido posible construirlo y la importancia de contar con un equipo de profesionales comprometidos y talentosos.
Después de sus palabras de bienvenida, dirigió su mirada hacia Ashlyn, sonriendo con amabilidad.
—Nos honra tener esta noche a la doctora Ashlyn Cameron entre nosotros —dijo el director, haciendo que algunas personas volvieran la mirada hacia ella—. No solo es una profesional brillante, sino que nos ha expresado su deseo de explorar oportunidades aquí en España. Por eso, queremos hacerle una propuesta. Nos encantaría que aceptara el cargo de doctora y directora de este hospital. Creo que su talento y experiencia serían de gran valor para todos.
La sala se llenó de murmullos y de expresiones de sorpresa y admiración. Ashlyn sentía los ojos de todos sobre ella, pero, en ese instante, su mente solo podía pensar en lo que esto significaría.
Si aceptaba, se quedaría en España, lejos de Zahir y del dolor que tanto esfuerzo le estaba costando olvidar.
Aceptar aquel puesto era una oportunidad de construir algo para ella y su bebé, de tener un nuevo comienzo sin ataduras.
Después de tomar un respiro, miró al director y, con firmeza, le respondió.
—No tengo nada que pensar. Acepto el cargo y me comprometo a dar lo mejor de mí. Es un honor para mí poder formar parte de este proyecto.
La sala estalló en aplausos. Las personas se acercaron para felicitarla, y por primera vez en mucho tiempo, Ashlyn sintió que todo era posible.
Había dado un gran paso hacia adelante, y aunque el dolor aún la acompañaba, sabía que esa decisión era lo mejor para su bienestar y el de su hijo.
Con una sonrisa serena, estrechó las manos de los invitados y recibió sus felicitaciones, intentando convencerse de que este nuevo camino sería el inicio de una vida donde ella y su bebé tendrían la paz y la felicidad que merecían.