En cuanto puse un pie dentro de aquella mansión, quedé completamente extasiada al contemplar todo lo que tenía a mi alrededor. Me encontraba en medio de un enorme living, decorado con muebles aterciopelados y pilares blancos, enormes ventanales que daban vista al jardín, además, el piso se encontraba cubierto por una fina alfombra color marrón que llevaba hacia las grandes escaleras que conducían hacia dos diferentes pasillos en la segunda planta. Candelabros de plata colgaban desde el techo, lo que hacía que la casa casi pareciera uno de los castillos que Disney ofrecía en sus películas.
Estaba acostumbrada a visitar diversos lugares llenos de lujos como aquel, pero definitivamente, ninguno podía compararse a este.
—Los señores Clark siempre tuvieron buen gusto —comentó Francis al detenerse a mi lado.
Parpadeé en varias ocasiones y luego lo miré. Al ver su sonrisa divertida, ni siquiera quise imaginar la cara de boba que tenía en aquel momento.
Una chica guapa de cabello oscuro, con uniforme formal se acercó a nosotros, con una gran sonrisa marcada en su rostro, lo que me hizo cuestionarme si el sonreír aquí era parte de las políticas del trabajo para todos, pues todos los empleados que había conocido ya, me habían recibido de esa manera, y lo mejor de todo es que ninguno aparentaba estar fingiendo el sentirse feliz de tenerme en aquel lugar.
—Laura, ella es la señorita Colette Simons. Es de quien le hablé —me presentó Francis.
—Encantada de conocerla, señorita Simons. De corazón espero que pueda ayudarnos con el señor Clark. Todos aquí estamos muy preocupados por él —habló la chica, manteniendo sus manos entrelazadas bajo su vientre.
—Yo también espero ser de ayuda —respondí con sinceridad—, e insisto, estaría bien si solo me llaman Colette.
Laura solo volvió a sonreír mientras asentía.
—Laura, ¿Te importaría ayudar a llevar las maletas de Colette hasta su habitación? Yo me encargaré de mostrarle el lugar.
—Por supuesto, Francis —respondió ella, tomando una para después caminar hacia las escaleras.
Caminé al lado de Francis por al menos una hora. Donde pacientemente él se encargó de mostrarle cada sitio de la casa, desde la cocina, la cual se encontraba a la derecha del living, hasta lo que fue la oficina de trabajo del padre de Nicolás, un sitio que estaba muy abandonado puesto que Nicolás se había negado a que limpiar o incluso cambiaran algo de lugar. Según comentó Francis, el señorito se había empecinado en mantener viva la memoria de sus padres.
Después de mostrarme toda la planta baja, incluso los jardines que daban una exquisita vista al océano, me llevó a la parte de arriba, donde me mostró las habitaciones donde dormían los empleados, para después conducirme a la que sería mi habitación.
—Esta de acá, es la habitación del señor Clark —señaló una puerta grande y oscura, al lado de la habitación que sería la mía.
—¿Por qué yo debo de ubicarme al lado del señorito y no con los demás empleados? —pregunté, puesto que la duda me carcomía desde el principio al ser una empleada más, pero no estar siendo tratada como una.
—Porque su trabajo es directamente con el señor, por lo que es necesario que se encuentre cerca de él —asintió Francis, ocultando con la palma de su mano un bostezo que quería salir.
—Vaya a descansar, Francis. Supongo que está cansado —hablé, viendo la hora en mi reloj de muñeca, lo que me hizo sonreír y negar con la cabeza.
Debía de programar la hora con la de Las Bahamas, puesto que, según mi reloj eran las 14 horas en Francia.
—¿Qué hora es acá? —cuestioné, al ver el notorio cansancio en los ojos del hombre.
—Son las 11 de la noche.
Casi gemí de disgusto al escuchar aquello, puesto que, no me sentía para nada cansada aun. Debía de acostumbrarme pronto al cambio de horario, sino iba a sufrir.
—Solo una cosa más, Colette. Trata de no llamarlo “señorito” cuando lo conozcas —comentó el hombre, sin dejar de sonreír—, creo que le molesta esa palabra.
Sonreí en respuesta y luego asentí.
—Haré todo lo posible para no decepcionarlo, tío Francis.
—Descansa, Colette —se despidió el hombre antes de dar media vuelta y dirigirse hacia el otro extremo del pasillo.
En cuanto estuve dentro de mi habitación, me fue inevitable no echarme a reír, puesto que, casi era del mismo tamaño de mi departamento en París, lo cual lo miré como algo completamente innecesario. Una cama que triplicaba el tamaño de la mía se encontraba en medio de ella, con una mesa de noche con una cómoda silla de escritorio a un lado. En ella, se encontraban varios libros de finanzas, lo que supuse eran para que comenzara a estudiar las finanzas de la empresa, además de una laptop marca Apple, con un papel adhesivo sobre ella, donde se encontraba mi nombre de usuario y contraseña. Definitivamente esta gente ya me tenía todo preparado.
Pero lo que más me gustó, fueron las enormes puertas corredizas que me llevaban al balcón, donde al acercarme, pude sentir la brisa fresca que me llegaba del océano.
Definitivamente había llegado al paraíso.
Y ahora entendía que el hecho de que Alessandro me haya abandonado, fue lo mejor que me pudo haber pasado.
***
Gracias a que como lo supuse, sufría de jetlag, me pasé el resto de la noche estudiando los libros que tenía sobre la mesita, además de hacer notas en la computadora, puesto que no me iba a permitir presentarme a esa empresa sin tener un mínimo conocimiento acerca de lo que se hacía y sus empleados. El tiempo se me pasó volando, pues cuando me percaté, los rayos del sol comenzaban a sobresalir por el horizonte.
Me puse de pie enseguida, y anonadada me dirigí hasta el balcón, donde me quedé impresionada por la belleza de un amanecer como aquellos. Me encontraba tan extasiada, que no me había percatado de la compañía que tenía en el balcón contiguo al mío.
Moví mi cabeza sin poder evitar la curiosidad y fue ahí donde lo miré por primera vez.
Un tipo alto, con el cabello largo, castaño claro y descuidado, su rostro estaba cubierto por una gruesa barba que tal parecía no cortaba desde hacía varios meses. Él se encontraba viendo fijamente hacia el horizonte, como si lo que estaba ocurriendo con el sol al elevarse hacia el cielo, era lo que más disfrutaba en aquel momento. Se quedó inmóvil sin cambiar de posición, hasta que posiblemente se enteró de que alguien lo observaba.
Él movió su rostro levemente hacia mí, y fue ahí donde su mirada se cruzó con la mía, un par de hermosos y grandes ojos azules cargados de tristeza, me enfocaron con curiosidad, como si no comprendiese qué hacía una extraña observándolo como una acosadora.
Moví mis labios tratando de hablar, pero me fue imposible poder hacerlo. Estaba hipnotizada ante la imagen de aquel sujeto que me había impresionado con su sola presencia. Lo que me hizo plantearme en cómo carajos iba a lograr sacarlo de su caparazón, si ahora ni siquiera podía gesticular una sola palabra.
Tragué saliva con fuerza, él continuaba estático viéndome fijamente. Hasta que al fin logré hablar.
—¿Disfrutas del amanecer? —comenté sin pensarlo, dándome cuenta que no había sido lo más inteligente para poder romper el hielo.
Nicolás me observó por unos pocos segundos más, hasta que se giró y volvió a entrar a su habitación sin decir una sola palabra.
Dejé escapar el aire que se había quedado retenido en mis pulmones, y luego me di una pequeña bofetada.
—Buen trabajo, Colette Simons —me dije a mí misma de forma sarcástica.
***
¡Hola, holaaaa!
Acá Fran saludando a todo el mundo :)
¿Cuántas personitas hay leyendo Dama de Compañía?
¿Qué creen que sucederá entre Colette y Nicolás?
¡Recuerden! Si recomiendan más y vienen más lectores, habrán más actualizaciones :)
¡Nos leemos mañana!
-Fran