Me fue difícil volver a conciliar el sueño durante casi toda la noche, pero al menos pude dormir un par de horas. Aun así, agradecía haber estado despierta para el amanecer, pues con solo haberlo apreciado el día anterior, había quedado completamente enamorada de esos colores, los cuales lograban transmitirme paz.
Pero alguien se me había adelantado esta vez.
Nicolás se encontraba inclinado sobre su balcón, con su mirada perdida hacia el horizonte. Me fue inevitable no mirarlo, sus rasgos reflejaban tanta tristeza, que incluso yo llegaba a sentirme triste por él. ¿Qué tanto había sufrido por la muerte de sus padres para no poder superarlos en lo absoluto después de seis meses?
Aun así, ¿Cómo podría una persona como yo saber sobre sufrimiento cuando ni siquiera llegué a conocer a mis padres?
—¿Disfruta acosar a personas desconocidas, señorita Simons?
Parpadeé en varias ocasiones para luego ser capaz de alejar la mirada de la suya. En verdad que ya parecía estar acosándolo, lo cual no era nada conveniente si quería acercarme y ganarme su confianza. Así que me enderecé y pasé las manos por el borde del balcón, mientras me dedicaba ver los colores que comenzaban a pintar el cielo.
—¿Y usted disfruta de ser un cretino con los demás, señorito Clark?
—Es lo que me entretiene ahora, y si no le molesta… no vuelva a llamarme señorito —comentó, dirigiéndome una fría mirada.
Sonreí y negué con la cabeza.
—Es lo que me entretiene ahora… “señorito” —argüí, siguiéndole la corriente.
No supe si fue un rayo de luz que chocó contra su rostro y lo hizo hacer una mueca, o había sido un deje de sonrisa que apareció en sus labios, pero el hecho de haber visto ese gesto, me hizo sentir esperanza hacia él.
Algo en mi interior me dijo que era suficiente por hoy, no podía presionarlo, todo debía de ocurrir paso a paso. Así que me giré y comencé a caminar con lentitud hacia el interior de mi habitación.
—En un rato le llevaré el desayuno y luego me iré a su empresa para así hacer el trabajo que usted no ha hecho desde hace mucho tiempo —le digo, antes de irme por completo—, lo cual supongo, debería de agradecer, señorito.
—Lo haría, si usted lo hiciera solo por generosidad y no esperara un sueldo a cambio, señorita Simons.
Volteé a verlo otra vez y le sonreí. Tal parecía que el sujeto tenía una respuesta para cada oración que yo fuese a decirle. Después terminé de irme.
Ya con esa pequeña conversación, comenzaba a idear un plan para realizar mi trabajo. En ese momento, la operación salvando a Nicolás, comenzaba su curso en mi cabeza.
***
Cuando entré a su habitación con la bandeja del desayuno, lo encontré sentado en el mismo sitio en el que estaba ayer, con su mirada perdida en la pantalla mientras que sus dedos golpeaban ligeramente el control del video juego. Ni siquiera se había molestado en mirarme… igual a ayer.
Me acerqué, coloqué la bandeja en la mesita al lado del sofá y después volví a sentarme a su lado.
—¿Acaso no pretende rendirse? —indagó, sin alejar su penetrante mirada de la pantalla.
—Esa palabra no existe en mi cabeza —contesté, tomando el control que se encontraba frente a él—, ¿Le parece si jugamos un mano a mano? —le pregunté, retándolo con la mirada.
Y es que esa era una de las estrategias que había estudiado. Si quería acercarme a Nicolás, no debía de obligarlo entrar a mi mundo, si no que debía de tratar de entrar al suyo.
Él me miró por primera vez y levantó una ceja.
—¿Acaso usted sabe jugar, señorita Simons?
—Hay muchas cosas que usted no sabe de mí, señorito Clark.
—¿Cómo el motivo que llevó a su novio a abandonarla en el altar?
—¡Autch! —Fingí dolor, llevando una mano hasta mi pecho—, es usted muy cruel.
Él solo se encogió de hombros.
—Ahora no me apetece jugar, por favor, retírese de mi habitación.
—Perfecto —dije, levantándome de inmediato—, lo veré mañana en el balcón para que veamos juntos el amanecer.
Después simplemente me retiré sin esperar su respuesta, me fue inevitable no sonreír al sentir aquello como una pequeña victoria, pues había logrado que Nicolás me hablara un poco más de lo que lo había hecho el día anterior.
***
En cuanto puse un pie dentro de la empresa de Nicolás, muchas mariposas invadieron mi estómago a causa de la maraña de nervios que se había apoderado de mí. Pero aun así, me obligué a elevar la barbilla para así caminar con seguridad. Según me había dicho Francis, los trabajadores de “Technology Clark” tenían mucho tiempo de no contar con una persona autoritaria, pues quien dirigía todo aquel edificio era el padre de Nicolás, y después de su muerte, Nicolás se había negado a tomar el cargo, dejando la empresa a cargo del sujeto que era la mano derecha del señor Clark.
Subí al ascensor al lado de Arturo, el personal de seguridad que me había asignado Francis, pues según él, ahora que trabajaba para una de las familias más poderosas de Las Bahamas, necesitaría protección. No pregunté los motivos, pues sentí que era algo que no me concernía, así que simplemente había aceptado sin rechistar.
Cuando los números de piso comenzaron a cambiar en el ascensor, comencé a temblar. Dejé salir lentamente la respiración y después froté mis manos.
—¿Nerviosa, señorita Simons? —preguntó Arturo a mi lado.
Lo miré, el alto sujeto de piel blanca y ojos castaños, me miraba divertido, con una media sonrisa marcada en sus labios.
—¡Quien no! —contesté, sonriendo con nerviosismo—, no sé con lo que me encontraré allá arriba.
—Lo hará bien —asintió, dándome apoyo—. Si Francis confió en usted para ponerla al mando, todos aquí lo harán.
—Eso espero —murmuré casi para mí.
En cuanto las puertas del ascensor se abrieron, comencé a caminar a paso seguro hacia el centro de la enorme sala de paredes grises y grandes ventanales, que tenía al frente. Ahí se encontraban muchos cubículos… tantos que me fue imposible contarlos con solo una mirada, y en cada uno de ellos, se encontraba un hombre o una mujer, con una computadora frente a ellos.
En cuanto mis zapatos de tacón comenzaron a hacer ruido contra las baldosas azules del piso, todos en la sala habían dejado de hacer sus deberes para así centrar su atención en mí.
Disimulé mi nerviosismo girándome hacia Arturo para tomar el maletín que él cargaba, pues por lo general, cuando entraba en estado de temor, sostener algo entre mis manos me ayudaba a concentrarme y a tener más seguridad.
—Buenos días, mi nombre es Colette Simons, soy la persona a cargo hasta que el señor Nicolás Clark pueda tomar su lugar —esperé un segundo, viendo la reacción de los que tenía al frente, pero nadie dijo nada, todos continuaban en silencio—, Christian Gabriels —llamé.
Un chico que aparentaba rondar mi edad, se puso de pie enseguida, se encontraba en un cubículo cerca de una gran puerta de vidrio que suponía, daba a la que ahora se iba a convertir en mi lugar de trabajo.
—Sí señora —respondió el chico con amabilidad.
—Necesito que vengas a la oficina —mandé, continuando mi camino hasta la puerta que se encontraba al lado de su cubículo—, los demás, vuelvan a sus labores que pronto comenzaré a pedir reportes.
Un “Sí señora” fue la última respuesta que escuché antes de adentrarme en la oficina.
Ahí me encontré de frente con un enorme escritorio de madera de caoba, con una silla mucho más elegante y cómoda que la que tenía en mi habitación. Un montón de documentos sin revisar se encontraban sobre el escritorio, además, una fina capa de polvo cubría cada uno de los muebles del lugar. En una de las paredes, se encontraba colgada una fotografía de los padres de Nicolás, los cuales parecían ser una pareja feliz, por la forma en que se tomaban de las manos y se observaban el uno al otro.
Sonreí, sintiendo un pequeño pinchazo en el corazón, al haber supuesto en algún momento, tener algo como aquello con el idiota de Alessandro.
Al ver el enorme ventanal que daba vista a la ciudad, supuse que el padre de Nicolás era adicto a las hermosas vistas, pues tal parecía que sabía exactamente donde solicitar una ventana.
Después de observar todo con detenimiento, alboroté ligeramente las hondas de mi cabello y luego me volteé hacia mis dos acompañantes.
Christian se encontraba de pie al lado de Arturo, ambos me miraban con curiosidad.
—¿Hace cuánto tiempo no limpian este lugar? —pregunté, mientras pasaba un dedo por la madera del escritorio.
—Mandaré a uno de los encargados de la limpieza enseguida, señora.
Hice una mueca al escucharlo otra vez llamarme señora.
—Señorita Simons estará bien, Christian. Ahora, necesito que me hagas llegar todos los balances que han notificado cada uno de los empleados con sus ventas de productos.
—Como ordene, señorita Simons —asintió el muchacho.
Levanté una ceja al mirarlo directamente a sus ojos oscuros. ¿Acaso el chico se sentía nervioso ante mi presencia? ¿Acaso había dado una mala imagen con mi llegada?
¡Si solo estaba actuando tal y como lo había aprendido con Sophie!
Ella siempre me repitió algunas reglas claves para el éxito: sé autoritaria, pero no tan demandante, no pretendas ser íntima amiga de tus empleados, pero tampoco los trates mal, sé buena y siempre resalta su esfuerzo, pero corrige si está incorrecto.
—Christian —lo llamé con un tono de voz más apacible—, me tomé el tiempo de revisar cada uno de sus expedientes antes de venir aquí, y sé que eras el hombre de confianza del señor Clark. Así que, mientras me encuentre tomando el lugar de Nicolás, espero que también seas mi hombre de confianza.
Las facciones del rostro del muchacho se suavizaron en seguida, después sonrió y asintió en mi dirección.
—Lo seré, señorita Simons. Cada vez que necesite algo de mí, llámeme enseguida.
—Muchas gracias, Christian. Ahora, ve y por favor prepárame la documentación que te he solicitado.
—Por supuesto. Con su permiso —respondió, antes de dar media vuelta y salir del lugar.
Justo cuando me encontré solo con Arturo en la oficina, me dejé caer en la enorme silla y dejé salir con lentitud todo el aire que había quedado contenido en mis pulmones.
Arturo se echó a reír y luego caminó hasta sentarse en el sofá frente al escritorio.
—Realmente estoy sorprendido, señorita Simons. Lo ha hecho con tanta naturalidad, que da la impresión que siempre ha trabajado dirigiendo grandes masas de personas.
Sonreí y negué con la cabeza. Mejor que lo creyera de esa forma, pues no pretendía decirle que mi trabajo solo se basaba en dar compañía a los hombres más importantes de Francia.
***
¡Y acá termina el capítulo de hoy!
Espero que lo hayan disfrutado, y que sigan recomendando la historia :)
Las quiere, Fran.
¡Nos leemos mañana!