Capítulo VII. “¿Nicolás? ¿Eres tú?”

1440 Words
—Confieso que ya había olvidado lo que se sentía que la arena estuviera entre mis dedos —habló Nicolás, viendo como sus pies descalzos se hundían en la arena. Sonreí y luego comencé a caminar frente a él. —Se le ve diferente desde aquí, señorito. —¡Por favor! ¡Ya deja de llamarme así, mujer! —expresó, mientras se agachaba para después tirarme un puñado de arena encima. Me eché a reír a la vez que trataba de esquivarla, logrando que muy poca se enredara entre mi ropa de dormir. —Está bien, dejaré de llamarlo así con una condición —señalé, levantando un dedo en su dirección. —¿Ahora también me pone condiciones? ¿No se supone que en este momento paso a ser su jefe, Colette? —Mientras yo esté ocupando el lugar que le corresponde a usted en su empresa, no lo veré como mi jefe. Él elevó una ceja y luego torció una pequeña sonrisa. —¡Increíble! Llevas un día trabajando ahí, y ya te has revelado. —¡Eso es porque usted se niega a aceptar el lugar que le pertenece, señorito! Él se detuvo y luego se giró de cara al océano, frunciendo ligeramente los labios. —¿Al final terminará de decirme cuál es su condición? —cuestionó, volviendo repentinamente al tema inicial. Puse los ojos en blanco, definitivamente el sujeto tenía la costumbre a esquivar ciertos temas de conversación, con tal de no tener que contestar ciertas preguntas, lo cual me hacía sentir un poco de frustración, pues no entendía por qué se empeñaba en no enfrentar su realidad. —¡Ah claro! —emití, tratando de hacer como si aquello no me molestaba—, la condición es que me permita jugar contra usted, ese juego de guerra que lo he visto jugar, y si gano… mañana deberá de desayunar conmigo en la cocina, ¿Qué le parece, señorito? —Hecho —contestó sin dudarlo, emprendiendo la marcha. —¡Vaya! ¿Tanta confianza se tiene en sí mismo, Nicolás? —No es que me tenga confianza… solo hay una ligera sospecha de que los videojuegos no son lo suyo —farfulló con un deje de diversión en su tono de voz. Puse los ojos en blanco pero al final no respondí nada, era mejor que pensara que era el más “pro” de los videojuegos, pues quería que la sorpresa se la llevara después de enfrentarme. —De acuerdo, lo haremos después de que regrese de la empresa. —Señorita Simons… ¿No cree que va muy rápido? —cuestionó, viéndome con cierta picardía. Me eché a reír y luego le di un leve empujón. —¡El videojuego, Clark! ¡El videojuego! *** Cuando regresamos a la casa, eran cerca de las siete de la mañana. Aquella caminata al lado de Nicolás, me había hecho sentir plena, de hecho, extrañamente sentía como si desde hacía mucho tiempo no disfrutaba caminar al lado de alguien, lo cual comenzaba a aterrarme en gran manera, eso no era bueno… para nada bueno. —Bien, Nicolás, yo iré a tomar un baño y luego vendré por su desayuno, usted también debería de hacer lo mismo —dije lo último casi en un susurro. —Colette, está bien. Acepto su generosidad al estar preparándome el desayuno, pero eso no quiere decir, que también deba de decirme como debo de hacer mis cosas. ¡Y bien, damas y caballeros! ¡La parte gruñona de Nicolás Clark había vuelto salir a flote! Me fue inevitable no rodar los ojos, pero al final solo terminé asintiendo en su dirección. —Como diga el señor —argüí, pasándolo para así ir a mi habitación. —¡Oh Colette! —escuché a Francis llamarme desde la puerta de la cocina, pero se detuvo al ver a Nicolás a unos pasos tras de mí—, ¿Nicolás? ¿Eres tú? —No exageres, Francis… tampoco es para tanto —manifestó él con un poco de ironía—, además, si no me equivoco estabas dirigiéndote a tu sobrina. —Ah claro —dijo él, sacudiendo la cabeza—, te ha llegado un ramo de rosas, sobrina. De parte de un tal Alessandro Martin. Fruncí el entrecejo al escuchar aquel nombre. ¿Ahora comenzaba a enviar rosas? ¿Qué juego estás jugando conmigo, Alessandro? —Hazme un favor, tío Francis. Tíralas a la basura, ni siquiera quiero verlas. —¡Vaya! Así que el novio que abandonó a la señorita en el altar, ya reapareció —comentó Nicolás pasando por mi lado para después terminar por desaparecer por las escaleras. Puse los ojos en blanco y después miré a Francis. —¿Qué fue todo eso? —preguntó él, señalando el sitio por donde se había ido Nicolás. —Nicolás Clark, comenzando a joderme la vida, eso es lo que es, Francis. —Colette, estoy impresionado… por un instante pude ver al que solía ser el antiguo Nicolás, ¿Se da cuenta del gran avance que ha tenido con el joven? Me apoyé en la escalera y dejé escapar lentamente la respiración. Cierto, reconocía que en estos pocos días ya había avanzado, pero me estresaba el hecho de saber que lo poco que avanzaba, lo retrocedía con alguna propuesta que a él le molestaba… como en este caso lo fue el sugerirle que se diera una ducha. —¿Cómo era él antes de encerrarse en su habitación? —pregunté, para así tener una idea más clara de lo que debía de lograr. —Un joven alegre, al cual le gustaba andar en motocicleta, caminar por la playa al amanecer, sarcástico, pero también era muy bueno con todos los empleados de la casa. Desde entonces, ni siquiera permite que alguien entre a su habitación, hasta que llegó usted —murmuró lo último—, no comía durante todo el día, hasta casi en la madrugada, donde él mismo se prepara su —Almuerzo nocturno —terminé de decir por él. Francis asintió, separando sus labios ante el asombro. —¿Cómo lo sabe? —Probablemente tuve la oportunidad de tomar uno de esos almuerzos nocturnos —respondí, encogiéndome de hombros. *** Me encontraba terminando de revisar todos los informes que habían presentado los trabajadores de la empresa. Christian se encontraba sentado frente a mí, se había ofrecido a ayudarme a revisar, puesto que, eran tantos, que difícilmente iba a terminar sola. Continué pasando el cursor a través de los números, hasta que algo llamó mi atención. Un sujeto había presentado muy pocos ingresos desde hacía más de un año atrás, pero, los números no coincidían con lo que decía haber vendido. —¿Quién es Patrick Evans? —le pregunté a Christian, quien dejó de revisar su computador, para después dirigir su atención a mí. —Es uno de los empleados más antiguos de la empresa, lleva aproximadamente unos 20 años trabajando aquí. Lo miré y giré mi computadora para que pudiera verla. —Necesito que revises esto, para comprobar que no estoy viendo de más. Él revisó en absoluto silencio por unos minutos, hasta que al final asintió en mi dirección. —Efectivamente usted tiene razón, señorita Simons, los números no calzan con sus ventas desde hace mucho tiempo. ¿Cómo nadie se ha dado cuenta de ello? —Bueno, pues ya lo hicimos —comenté, viéndolo directamente a sus ojos oscuros—, que Patrick Evans venga a mi oficina, por favor. —En seguida, señorita —dijo mientras se ponía de pie y caminaba hacia la salida. Unos minutos después, un hombre de unos 40 años entró a mi oficina acompañado por Christian. El sujeto alborotó ligeramente su cabello rubio, tal y como si sospechara sobre lo que tenía que decirle. —Patrick Evans —hablé de forma autoritaria, viéndolo directamente a su rostro de piel blanca—, recoja sus pertenencias y retírese de la empresa, usted está despedido. Entrelacé mis dedos sobre el escritorio y esperé su reacción. Sus labios se separaron ligeramente y luego parpadeó en repetidas ocasiones. —Usted no me puede hacer eso —comentó, casi escupiendo las palabras. —Oh claro que puedo, en este momento tengo la autoridad para tomar las decisiones que favorezcan a la empresa del señor Nicolás, y lamentablemente para usted, el robo que le ha estado haciéndole a la empresa, ha llegado a su fin. Christian no pudo disimular más la diversión que todo aquello le ocasionaba, pues se echó a reír para después golpear ligeramente la espalda del hombre. —La jefa ha hablado, Patrick. Recoge tus cosas, y desaparece. Patrick me dirigió una mirada cargada de odio para terminar amenazando: —Esto no se quedará así, francesita. Después desapareció, dejándome con una nueva intriga ante la última oración que salió de sus labios. ¿En serio había sido capaz de amenazarme? ¿Hasta qué punto debía de desconfiar de ese sujeto? —Patrick nunca ha mostrado algún problema —me comentó Christian, quizás al percatarse de mi cara de preocupación—, supongo que lo que dijo, fue por pura rabia, nada más. Así que no se preocupe, señorita, todo irá bien. Asentí aun no muy convencida pero al final lo dejé pasar. Pues si comenzaba a presentarme nerviosa por alguna circunstancia, no iba a poder realizar bien mi trabajo, no podía ser flexible con aquellos que no lo merecieran, mi trabajo ahora era velar por los intereses de Nicolás, y lo iba hacer. —Gracias, Christian. Puedes volver a tus labores —terminé diciendo antes de dirigir mi atención otra vez a mi computador. 
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