Capítulo VIII. “La nueva amiga”

1638 Words
—Arturo, ¿Puedes detenerte un momento, por favor? —le pedí a mi guardaespaldas mientras avanzábamos en medio del tráfico de la ciudad, en busca de la casa. Él me miró por el espejo retrovisor y asintió. —Por supuesto, señorita. ¿Qué necesita? Miré mi ropa y suspiré. Desde que trabajaba como dama de compañía, solía vestirme de forma muy elegante, como lo era utilizar altos zapatos de tacón aguja, trajes ajustados y formales, pero justo ahora, aquel tipo de ropa comenzaba a matarme del calor. No soportaba el saco que acompañaba mi camisa de botones, mucho menos andar el cabello suelto, sentía cada parte de mi cuerpo sudada, por lo que, sabía que era momento de adaptarme al lugar inclusive con lo que me ponía. —Necesito ropa nueva —confesé—, esta ropa terminará asesinándome de calor. Él rio y luego comenzó a avanzar otra vez. —Entonces será mejor que busquemos un buen estacionamiento para que así pueda visitar las tiendas con libertad. —Te lo agradezco —murmuré, a la vez que buscaba un bolígrafo dentro de mi bolso, para después disponerme a recoger mi cabello en un moño. Comencé de tienda en tienda durante al menos una hora, ya el sol comenzaba a descender, por lo que sabía que se me estaba haciendo tarde para mi juego de video contra Nicolás. Suspiré comenzando a sentir frustración ante mi constante indecisión. En París me era fácil elegir vestuario, pues ya tenía vistas las boutiques de mi interés, las cuales ya sabían exactamente qué era lo que me gustaba, por lo que por lo general, cada vez que iba a una de ellas, ya tenían mis trajes listos, solo para ir a pagar. —Vamos a esta —le pedí a Arturo, quien caminaba a unos pasos tras de mí. —¿Segura que quiere ir a esta? Creo que es una tienda vintage, señorita. Levanté la mirada y observé el rótulo, en el cual sobresalían unas letras doradas que decían: “Madame crazy” parecía ser una tiendita sencilla, pero me encontraba tan cansada, que me olvidé por completo de las telas finas y me adentré en el lugar. Una chica vestida de n***o, con un pirsin que atravesaba su labio inferior y con su cabello recogido en un desordenado moño, se encontraba sentada tras de un pequeño escritorio de madera. Ella masticaba distraídamente una goma de mascar, mientras se dedicaba a mirarme de arriba abajo. —La boutique de niñas fresas está cruzando la calle —habló con desdén a la vez que bajaba a revisar sus uñas negras. Miré a Arturo y él solo se encogió de hombros, tratando de evitar soltar una carcajada. —Es muy mal visto que hables así de las personas sin darte la oportunidad de conocerlas, madame crazy —respondí, abriéndome paso hacia el interior. —Pero es que si vasta con solo ver su aspecto, para saber qué tipo de persona es usted, señorita. —¿Qué precio tiene esta pijama? —indagué, ignorando su otro comentario al ver una pijama azul con las letras “Nike” en color rosa, al lado derecho. —Es un pantalón buzo —corrigió. —Pantalón buzo —repetí—, ¿Qué precio tiene? —Seis dólares —respondió con fastidio. —¿En serio? ¿Tan barato? —Es que no es Gucci ni Dolce Gabbana, señorita. Es solo una pieza vintage. Sonreí mientras me dedicaba a observar a la mujer. ¿En serio aparentaba ser una mujer fresa que solo le importaban las piezas de diseñador? ¿Ese era el aspecto que quería tener frente a los demás? —Bueno, pues me llevo esta pieza vintage, se ve muy cómoda. La chica sonrió con ironía. —¿Te puedo recomendar algo más? —indagó, saliendo de su lugar para así caminar en mi dirección. Se detuvo en el perchero a mi lado, y tomó una camiseta negra con una banda de metal llamada “Kings of Lions” estampada al frente. ¿Qué carajos? Existía una banda con aquel nombre? —Con esta camiseta se verá genial —arguyó, guiñándome un ojo. —Pues también la llevo —aseveré, no dejándome ver como una francesa presumida. Si esa chica punk pretendía vencerme hasta que aceptara que nada de aquello que me ofrecía me gustaba, estaba muy equivocada, yo era un tanto testaruda, y aunque llevara cosas que jamás fuese a utilizar, iba a seguirle el juego hasta el final. —¡Mira estos pantalones! —exclamó con emoción, caminando al área de los jeans—, con ese cuerpazo que tienes, matarás a cualquiera con estos —habló, tomando unos oscuros pantalones en sus manos. La miré al rostro, sus ojos se encontraban un tanto iluminados, ¿Acaso aquella era emoción? ¿En serio se estaba sintiendo feliz al ofrecerme diversas prendas? —¿En serio lo crees? Si es así, también los llevo —dije, tomándolos entre mis manos. —¡Oh, oh, mira! También tengo cómodos vestidos, para tolerar un poco el calor que hace en la isla. —¿En serio? —indagué, un tanto interesada al respecto, siguiéndola de cerca. Me mostró tres vestidos diferentes, cómodos y bonitos, los cuales en realidad sí habían llamado mi atención. Tomé a uno de ellos con la punta de mis dedos, debido a que ya no me alcanzaba nada más en mis manos, y aprecié la tela, era sedosa y ligera. —¿Sabes algo? ¡Me convenciste! Creo que Madame Crazy se ha vuelto mi tienda favorita en toda la isla. —¿En serio, francesita? —los ojos de la chica se iluminaron aún más, lo que provocó que Arturo disimulara un severo ataque de risa, con un poco de tos. —Colette, soy Colette —me presenté, incapaz de no rodar los ojos ante el término despectivo que estaba utilizando. —Bueno pues yo soy Ella, mucho gusto, Colette —se presentó, estirando una mano en mi dirección. La miré con pena y sonreí, mostrándole mis manos ocupadas. —Si pudiera, te daría la mano. —Oh no te preocupes, ¿Vas a comprar algo más o te facturo? —Creo que es todo por hoy —afirmé, siguiéndola hacia la caja—, por cierto, me encantan los tatuajes de tu brazo —la alagué observando su brazo derecho lleno de calaveras y otras figuras oscuras. —Gracias, Colette —dijo, dedicándome una sonrisa—, Y yo que pensaba que eras una presumida chica fresa, veo como me equivoqué. —Es para que veas que no todas las personas somos lo que aparentamos, Ella —argüí, guiñándole un ojo. —Aquí tienes —señaló, pasándome la bolsa con las prendas de ropa—, son 65 dólares con 75 centavos. Saqué mi cartera y obtuve un billete de cien dólares, después se lo entregué. —Conserva el vuelto, Ella. Me caíste bien, así que considéralo como una propina. —Y tú te convertiste en mi mejor cliente ¡Vuelve pronto! —terminó diciendo antes de que terminara de salir del lugar. Arturo tomó mis bolsas y luego comenzamos a caminar lado a lado en busca del auto, él sonrió y me observó sobre su hombro. —Creo que ha hecho muy feliz a esa chica, señorita. —Yo también lo creo, Arturo —respondí, sintiéndome también feliz al haber ayudado a aquella chica. *** Después de darme una rápida ducha, me vestí con el pantalón buzo que había comprado en la tiendita vintage, lo acompañé de la camiseta negra que me recomendó la chica y luego me detuve frente al espejo. Me reí al ver mi apariencia cómoda y sencilla. ¿Hace cuánto tiempo no me ponía algo cómodo como aquello? Tomé un puñado de la camiseta y reí aún más al ver lo grande que me quedaba. Terminé por sujetar mi cabello castaño en una coleta alta y luego salí de mi habitación. Tenía un juego pendiente e iba a ganarlo. —Hey, Nicolás —lo saludé en cuanto entré a su habitación. Él se encontraba con el control entre sus manos, disparando sin cesar a sus enemigos en el juego. —Ya ni siquiera tocas… cuanta confianza, señorita. —Pensé que ya éramos amigos —murmuré, a la vez que ponía los ojos en blanco. —¿Y qué tal si me encuentro sin ropa? —preguntó, sin alejar su mirada de la televisión. —Pues disfruto de la vista y ya. Él se echó a reír… fue una risa tan sincera, divertida y hermosa, que incluso a mí se me antojó acompañarlo y reí con él. No entendía que era lo que comenzaba a pasar por mi cabeza, pero cada segundo que pasaba, comenzaba a disfrutar más de la extraña compañía de Nicolás. —Es un tanto atrevida, señorita —comentó, mirándome por primera vez, me escaneó de arriba abajo y luego torció una pequeña sonrisa—, ¿Qué le sucedió? ¿A quién le robó esa ropa? —¿Le gusta? La compré en una tiendita vintage que tiene un extraño nombre: Madame Crazy —mencioné, mientras giraba con mis brazos abiertos para que pudiese verme bien. —Así que ya conociste a Ella. Nunca pensé que eres del tipo de chica que visita ese tipo de tiendas. Levanté una ceja y luego crucé los brazos a la altura de mi pecho. —¿Qué quiere decirme con eso, Nicolás? —Nada… solo que al ver a una dama tan fina como usted, no esperé que le gustase ir a una tienda vintage. —En realidad, tienes razón —reí, caminando para después dejarme caer a su lado—, pero Ella es un encanto, no me pude resistir. —Es una buena chica —asintió. Tomé el otro control entre mis manos y luego le hice un gesto con mi barbilla. —Entonces qué… ¿Hablamos o jugamos, Nicolás? —No voy a tener piedad aunque se trate de una bella francesa parlanchina. —¿Así que ahora me considera bella? —Colette, solo un ciego no notaría lo bella que es —terminó diciendo antes de poner en marcha un nuevo juego, dejándome sin palabras por completo. ¡Dios mío! Nicolás Clark consideraba que era una mujer bella. ¿Qué carajos significaba aquello? ¿Acaso estaba bromeando o lo decía en serio? ¡Mierda! ¿Cómo carajos era que se respiraba? ¿Por qué mis manos estaban comenzando a temblar? Bajé la mirada y observé la forma en que sostenía el control, el cual amenazaba con caerse si no me controlaba. Miré a Nicolás, y agradecí el hecho de verlo inmerso en la pantalla, pues lo último que deseaba es que se diera cuenta que había logrado ponerme nerviosa. No sabía por qué, pero mi niña interior había comenzado a gritar por dentro a como hacía mucho no lo hacía. ¿Por qué me emocionaba aquella situación? ¡Maldita sea, Colette! ¡Recuerda tu trabajo!
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