Capítulo 5

1580 Words
Punto de Vista Salvatore Abrí los ojos lentamente, enfrentándome a los rayos de luz que se filtraban por mi ventana. Una ligera resaca pesaba sobre mi cabeza, recordando la mala noche que había tenido. Consulté el reloj en mi mesita de noche y me di cuenta de que eran las siete de la mañana, un poco tarde para empezar el día. Apenas había comenzado a activar mi cerebro cuando recordé mis planes. Una sonrisa se dibujó en mi rostro mientras me levantaba rápidamente de la cama. Me arregle con una sonrisa involuntaria en mi rostro, consciente de mi propósito: ir al hospital a recoger a Violeta y llevarla a la mansión. Antes de partir, me aseguré de que todo estuviera en orden, especialmente su habitación. Sobre la mesa de noche junto a su cama, reposaba una foto de nosotros dos. Los expertos habían hecho un excelente trabajo, capturando nuestra felicidad. Al verla, incluso suspiré. Descendí las escaleras hasta llegar a la sala de estar, donde mi empleada me aguardaba. —Buenos días, señor Salvatore. Se le ve muy bien hoy. —Gracias, Rosita. —El desayuno está listo. ¿Le gustaría que lo sirva en la mesa? Negué con la cabeza y la miré directamente. —No desayunaré por ahora. Sin embargo, cuando regrese con ella, quiero que la atiendas como una reina. Rosita, actuarás como si la conocieras desde hace un año. No hagas demasiadas preguntas, no digas mucho. Violeta es mi prometida a partir de ahora. Rosita se acercó y ajustó un pliegue de mi chaqueta de cuero. —No te preocupes por eso, señor. Sé perfectamente qué debo hacer. Puede estar tranquilo. —¡Más te vale! —sentencié. Leonard estaba esperándome, listo para llevarme al hospital. Entre nosotros no eran necesarias las palabras; la expresión en su rostro confirmaba su desacuerdo, pero... ¿adivinen? No me importaba. Al llegar al hospital, mi pulso se aceleró. Sentía nervios al verla, incluso aunque había la posibilidad de que ella ya hubiera recuperado la memoria. Cada paso hacia su habitación parecía más largo que el anterior, y el tiempo se ralentizaba. Pero finalmente, allí estaba, frente a la puerta del cuarto 116. Respiré profundamente y entré. Ella estaba sentada en la silla del visitante, peinando su larga cabellera, un hermoso cabello castaño que brillaba con la luz que entraba por la ventana. Ya estaba lista, vestía unos pantalones de algodón semi ajustados y un top de tirantes, apropiados para el verano, y su rostro lucía menos pálido. Di dos golpecitos en la puerta y levantó la mirada. Cuando me vio, sus mejillas se colorearon y me regaló una pequeña sonrisa. —Buenos días, princesa —¡Qué ridículo me sentí! —Hola …hola, Salvatore ¿Cómo estás? —Violeta me saludó algo nerviosa Me acerqué lentamente para tener algún contacto físico con ella, si era mi prometida debía hacérselo creer, así que con prudencia me acerqué a su lado y le di un beso en la mejilla, su piel suave me hizo estremecer. —Yo estoy bien mi querida Violeta ¿y tu? ¿Cómo te sientes hoy? —Me duele demasiado la cabeza y un poco el cuerpo. —Es normal, fuiste atropellada. Cuando dije eso último, ella abrió los ojos y sacudió su cabeza. —Quiero saber todo lo que pasó, ¿Detuvieron a la persona que me atropelló? Tratando de disimular la situación, negué con la cabeza. —No cariño, todavía no, pero te juro que me encargare de que atrapen a ese criminal —Yo era ese criminal, y la había atrapado a ella. No pude concentrarme en otra cosa que no fuera el escote de ese pequeño top, sus senos, aunque no eran abultados estaban bien puestos en su lugar, sus pezones lucían pequeños y se marcaban a través de la tela, pues entre todas las cosas que mandé a comprar, no se me ocurrió traer un brasier. Violeta seguía cepillando su cabello con delicadeza, aunque su salud física no estaba tan afectada, su cerebro aun necesitaba demasiada atención y eso me hacía sentir un poco miserable. Toque su pierna con dulzura para romper el hielo y ella me miró. —Iré a tramitar tu salida, Violeta. En un rato volveré por ti —anuncié. Ella asintió con la cabeza y sonrió de nuevo. Era evidente que estaba notablemente confundida, y era comprensible. Era algo con lo que debía lidiar sin siquiera conocerla. Me levanté de su lado y me dirigí hacia la recepción. Realicé los trámites necesarios para llevarla conmigo, pague la abultada cuenta y solo quedaba obtener la firma del especialista que autorizará su salida. Cuando me disponía a dirigirme a la sala de médicos, sentí que mi corazón se estremeció y di un respingo al ver a ese hombre, alguien a quien ya conocía, pero no recordaba exactamente de dónde. Comencé a repasar en mi mente todos mis recuerdos. ¿Era él? Sebastián, ¿el novio de Violeta? ¿Qué demonios hacía aquí? La adrenalina recorrió mi cuerpo sin control. Si él descubría a Violeta, seguramente se la llevaría consigo, y eso era algo que no podía permitir. Marqué en mi teléfono y pedí a Leonard que viniera. —¿Qué pasa? Te lo dije, Salvatore, tarde o temprano alguien vendría a buscar a esa mujer. No pienso matar a nadie en un hospital —se quejó Leonard. —No quiero que lo mates, idiota. Solo hazte cargo de él mientras saco a Violeta. —¿Y si no funciona? ¿Y tengo que disparar? —insistió Leonard. —Maldita sea, tú y la violencia. No te estoy pidiendo eso. Ese pobre imbécil es un don nadie, ¡así que muévete! —respondí exasperado. Corrí hacia el especialista, angustiado, sin tener control completo de la situación. Llegué a la habitación de Violeta y la encontré aún terminando de recoger su cabello. —Listo, cariño. Nos vamos —me acerqué y tomé su mano, intentando llevarla afuera, pero ella me detuvo. —¿Ya nos vamos? —preguntó con sorpresa. —Sí, nos vamos. Se está haciendo tarde —respondí, tratando de apresurarla. —No, espera. Debo atender las recomendaciones del médico, las órdenes para mi tratamiento. Además, ¿dónde están mis cosas? —insistió. Rodé los ojos desesperado, le ayudé a ponerse el abrigo y le pasé una gorra. —Tus cosas están en casa. Ahora tenemos que irnos y respecto al médico, él irá a verte a casa. Tengo una reunión muy importante en la multinacional donde trabajo y no puedo perderla. ¿Entiendes? —le expliqué con impaciencia. —No, pero espera —Violeta refutó. Sin pensarlo dos veces, la tomé de la mano y con un poco de fuerza la inste a salir de la habitación. Fue entonces cuando vi a Sebastián acercándose por el pasillo con un par de médicos. Maldije para mis adentros. Seguramente ya me habían descubierto. —Vamos, Violeta, por aquí —la insté a seguirme por otro camino. —Pero, ¿qué pasa? Esto es extraño —se sorprendió. —Ya te lo he explicado, cariño. Vamos —respondí con premura. Apresure el paso, obligando a Violeta a caminar más rápido a mi lado. Me di cuenta de que había sido un completo idiota al no tener en cuenta su estado de salud, pero los nervios por perder a mi prometida me estaban consumiendo. Miré hacia atrás y vi a los hombres recorrer las habitaciones una por una. Marcé el número de Leonard, quien contestó de inmediato. —Te dije que te hicieras cargo, idiota. ¿Qué pasó? —reprochó Leonard. —Señor, lo siento mucho. No pude entrar. Estoy en la puerta principal esperándolos —se disculpó Leonard. ¡Maldición! Apresuré el paso y salí del hospital de la mano de Violeta. Cuando vio la luz de la salida, se puso pálida y se detuvo, soltándose de mi mano. —No, esto no está bien. No te recuerdo, no sé si puedo confiar completamente en ti, y menos después de la forma en que me sacaste del hospital —declaró con firmeza. —Debes confiar en mí —le dije mirándola fijamente a los ojos. Yo era un mafioso, pero no quería hacerle daño. Los labios de Violeta empezaron a temblar, evidenciando su pánico por no irse conmigo, lo cual era comprensible. Sin embargo, no iba a dejarla con ese hombre que claramente no la amaba ni se preocupaba por ella. Me giré hacia la puerta del hospital y alcancé a ver de reojo a Sebastián acercándose con dos guardias de seguridad. —Tenemos que irnos —dije con determinación, tomando su mano y subiéndola con fuerza a mi auto. —Leonard, arranca de una vez. Mi conductor obedeció y arrancamos a toda velocidad por las calles de Milán. Miré por el retrovisor y vi a Sebastián junto a los médicos y los guardias de seguridad quedando atrás. Marqué rápidamente el número de una enfermera que tenía como contacto en el hospital y le pedí que borrara todos mis registros. Sabía que ninguna mujer podía resistirse a mis encantos, especialmente cuando se trataba de dinero. Si el novio de Violeta ya nos había descubierto, no sabría con certeza con quién se había ido. Violeta seguía mirando por la ventana en silencio. Con compasión, tomé su mano y la apreté, fingiendo un amor que no sentía verdaderamente. ¡Violeta sería mía! Al menos mientras recuperaba la memoria y la presentaba a mis padres.
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